Tiretta, el amigo de Casanova que echó un polvo en una ejecución

El 28 de marzo de 1757 se iba a llevar a cabo en París la tortura y ejecución de Robert Damiens, un loco y fanático religioso. Había sido condenado por intentar matar al rey de Francia Luis XV cuando éste paseaba en carroza el 5 de enero de ese mismo año, y aunque el rey había salido de todo el asunto con sólo una pequeña herida, la pena por regicidio (o su intento) era clara: desmembramiento con caballos. Una multitud se concentró en la parisina plaza de Grève dispuesta a presenciar todo el espectáculo; y no sólo porque en esos tiempos las ejecuciones eran un entretenimiento público, sino porque se consideraba patriótico asistir al tormento y muerte de alguien que había tratado de matar al rey.

Giacomo Casanova
Entre los asistentes se encontraba el famoso aventurero Giacomo Casanova, que había organizado una pequeña recepción para sus amigos en un balcón con vistas a la plaza. El seductor veneciano, además de dejar constancia en sus Memorias del horror que le supuso la contemplación del suplicio de Damiens, contó una jugosa anécdota: el acto sexual que dos de sus invitados realizaron con total disimulo en el transcurso de la ejecución. La narración, siempre y cuando obviemos las horribles circunstancias en la que se produjo, no deja de causar asombro e hilaridad, y creemos que es una historia poco conocida que merece ser contada. Esta es la historia del polvo que se realizó durante una ejecución.

A modo de prólogo…

… contaremos cómo se llegó al momento de la ejecución de Robert Damiens. Este hombre era un caso típico de fanatismo religioso. Nacido en 1715 en La Thieuloye, una aldea cercana a Arras, se alistó en el ejército a los 16 años. Una vez licenciado, empezó a trabajar como criado en el Colegio de los Jesuitas de París. Allí se embebió en la lectura de textos religiosos, lo que le hizo un ferviente seguidor de la fe catolica. Sin embargo, tenía un carácter inestable y su comportamiento en ocasiones resultaba errático, por lo que lo despidieron. Parece ser que tuvo los mismos problemas de conducta a partir de entonces, lo que hizo que sufriera el mismo destino en cuantos trabajos realizó a partir de ese momento. Su extraño comportamiento le valió desde entonces el sobrenombre de “Robert le Diable” (Roberto el Diablo).

Robert Damiens
Mentalmente inestable, Damiens terminó de enloquecer durante la polémica suscitada por la negativa del clero francés en dar los sacramentos a los jansenistas (una corriente enfrentada a los jesuitas) y reformadores católicos. Su enferma mente culpó de todo al rey, y pensó que con la eliminación del monarca todo el asunto quedaría arreglado. Así pues, el 5 de enero de 1757 logró burlar el círculo de seguridad en torno a Luis XV cuando el rey entraba en carruaje al Palacio de Versalles y le apuñaló con un cortaplumas. Después de su acción, se quedó quieto sin hacer ningún intento de escapar y fue apresado inmediatamente. En el bolsillo llevaba todavía el arma con la que había intentado perpetrar su asesinato.

Luis XV
Debido a que era invierno y el rey llevaba varias capas de ropa para protegerle del frío parisino, la acción de Damiens apenas le supuso un rasguño superficial al monarca. Aun así, Luis XV dio muestras de su carácter cobarde y pidió inmediatamente la extremaunción (se dice también que en su dormitorio solicitó ver a la reina y le pidió perdón por sus muchos “asuntos” extramaritales). Las crónicas posteriores trataron de salvar la reputación del rey afirmando que se creyó que el cortaplumas estaba envenenado, pero algo está claro: Luis XV vio en su imaginación a la muerte lo bastante cercana como para querer poner sus temas terrenales en paz.

Damiens ante los jueces
Como es natural, Damiens fue torturado para tratar de averiguar quiénes eran sus cómplices o de quién había recibido la orden de atentar contra el rey. Curiosamente, se le acusó primero de británico y luego de jesuita (cosas que al parecer eran delitos entonces en Francia; o al menos estaban muy mal vistas), aunque al final daba igual de qué se le acusara porque la condena estaba clara. Declarado culpable de regicidio, Damiens fue condenado a ser descuartizado públicamente por cuatro caballos. Durante todo el proceso, Damiens no paró de afirmar que jamás pasó por su cabeza matar a Luis XV, sino que sólo se proponía asustarlo. Como curiosidad final, y para dar muestra de la firmeza de carácter del condenado, cuando fue sacado de su celda para ir a su ejecución sólo dijo “La journée sera rude” (El día será difícil).

El polvo

El 28 de marzo la Plaza de Grève se llenó con varios miles de personas que no querían perderse la ejecución de Damiens. Pero no todos lo hicieron en las mismas condiciones. Mientras el pueblo llano presenciaría el espectáculo a pie de la plaza, unas cuantas autoridades lo harían desde un palco (entre esas autoridades no estaba el rey, al que le repugnaba presenciar las ejecuciones) y la nobleza alquiló las habitaciones y los balcones de las casas que circundaban la plaza para poder tener una vista privilegiada de todo el evento, mientras tomaban un refrigerio y charlaban animadamente sobre lo que veían. Como ya hemos mencionado, entre estos últimos se encontraba el aventurero veneciano Giacomo Casanova.

Ejecución de Damiens
Casanova, de 42 años por aquel entonces, pretendía impresionar a la adinerada familia de su prometida, así que los invitó a presenciar junto a él la ejecución. A la pequeña fiesta asistieron el veneciano, su prometida de 17 años (a la que Casanova nombra en sus Memorias como “Mademoiselle M-re”), una tía de la joven que ejercía como su tutora, una viuda libertina llamada Angelica Lambertini (y que cínicamente fue presentada como la “sobrina del Papa”) y el amigo del veneciano Edoardo Tiretta (un compañero de aventuras sin un céntimo en el bolsillo, que no hablaba una sola palabra de francés y que vivía de sus encantos). La tía de Mademoiselle M-re era una sexagenaria gorda y de rostro agrio. Ferviente católica, constituía el típico ejemplo de solterona ricachona y respetable.

Retrato de Casanova
Todos se dispusieron a presenciar lo que iba a desarrollarse ante sus ojos. Las tres damas se echaron hacia delante y se apoyaron con los codos en la barandilla del balcón para poder ver desde primera fila el espectáculo, mientras que los dos hombres estaban de pie detrás de ellas. La ejecución duró cuatro horas, en las que se pronunciaron muy pocas palabras. Básicamente porque los gritos del reo dejaban poco espacio para la conversación, pero también por la extraña fascinación que, según Casanova, sentía todo el mundo por el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos. En ningún momento las mujeres volvieron la cabeza. No obstante, el veneciano se sentía asqueado, por lo que en un momento dado apartó la vista.

Plaza de Grève
Al hacerlo, pudo comprobar que su amigo Tiretta había levantado el voluminoso vestido de la anciana y se disponía a hacer algo más. Casanova se sorprendió por la audacia de lo que estaba viendo y por las ganas que mostraba su amigo (dispuesto a fornicar con quien fuera, incluso una anciana), pero no dijo una sola palabra. Por aquella época las mujeres no llevaban ropa interior tal y como la concebimos hoy en día, sino unas fajas alrededor de la cintura que actuaban como enaguas, por lo que estaba claro que el acto que el osado Tiretta se disponía a consumar con aquella mujer, mientras los demás estaban distraídos con la ejecución, no presentaría mayores dificultades.

Recreación de una escena de las Memorias de Casanova
Si antes Casanova se maravilló de la osadía de Tiretta, durante las siguientes dos horas se asombró de su resistencia. En todo ese tiempo no dejó de percibir el leve movimiento de caderas de Tiretta mientras (como se dice vulgarmente) se trajinaba a la vieja. El veneciano estudió el rostro de la anciana, y pudo observar que durante todo el tiempo que duró el acto se mantenía con los labios apretados y el ceño fruncido. No supo si lo que veía eran signos de enfado o de pasión, pero el caso es que la señora se mantuvo en silencio. La mujer no quería que ninguno de sus acompañantes (sobre todo las damas) se diera cuenta de lo que estaba pasando. Y es que básicamente estaba siendo víctima de una educada violación.

Memorias de Giacomo Casanova
Cuando la ejecución, después de cuatro horas de suplicio, finalmente terminó, se produjo un pequeño brindis de todos los asistentes a la pequeña fiesta de Casanova. Tiretta se veía alegre, casi exultante. Sin embargo, la anciana daba evidentes muestras de estar enfadada. Cuando llegó el momento de decirse adiós, la anciana se despidió de todos menos de Tiretta (al que hizo un obvio desplante), cogió a su sobrina y protegida y ambas se marcharon a sus hogares. Más tarde, durante la cena, Casanova le preguntó a su amigo por los pormenores del asunto, y Tiretta le informó de que “el acto se había consumado en cuatro ocasiones diferentes”. Si bien esta afirmación supone una hazaña de virilidad y resistencia, no era extraño algo así en Tiretta, que ya había sido bautizado como “Monsieur seis veces” por una de sus conquistas parisinas que había tenido el placer de conocerlo íntimamente.

Al día siguiente

Para la anciana, lo que había hecho Tiretta con ella no podía quedar impune así como así, de modo que convocó a Casanova a su casa al día siguiente. Allí, lo primero que hizo fue disculparse por no poder controlar su ira y ser incapaz de realizar la costumbre cristiana de poner la otra mejilla (lo que nos da una idea de la mentalidad de la buena señora), y acto seguido clamó venganza. Le dijo que aquel acto execrable, ruin y traicionero merecía el más severo de los castigos.

Casanova y un amigo inflando preservativos
La situación del veneciano no era nada cómoda. Por una parte, Tiretta era su amigo y no podía arrojarlo a los leones así como así; por otra, la relación con su joven amada dependía de aquella sexagenaria que le miraba con ojos de basilisco. Lo primero que se le ocurrió fue ofrecer a la dama que su amigo se casara con ella y de ese modo resarcir la ofensa. La solución le parecía buena a Casanova, ya que Tiretta (un vividor sin dinero) podía obtener una posición y la dama podía ver su honor restablecido, así que todos ganaban. Sin embargo, ella no aceptó la oferta. Ante la negativa de la señora, Casanova hizo notar astutamente que gran parte de la culpa la tenía la belleza de la dama, y acto seguido ofreció que su amigo se disculpara con ella. Fue entonces cuando la señora rompió a llorar y dijo:

Está pensando en un pequeño crimen, que, con un esfuerzo, uno podría razonablemente encontrar una corrección adecuada. Pero lo que el bruto de su amigo me hizo es una infamia que me encantaría dejar de pensar, ya que está martilleando mi mente y me está volviendo loca

Después de escuchar estas palabras Casanova cayó en la cuenta de lo que realmente había pasado. Tiretta no sólo había poseído a la buena señora sin su permiso, sino que además lo había hecho por la entrada menos convencional y más dolorosa: la trasera. La situación del veneciano se hizo un poco más incómoda si cabe, pero al final se llegó a un acuerdo: llevaría a Tiretta a la casa de la señora para que ella pudiera hacerle lo que quisiera en venganza (excepto asesinarlo, claro). Para vigilar para que no ocurriera nada que no pudiera remediarse, Casanova estaría escondido velando por el acuerdo y poder actuar de mediador llegado el caso:

Mi señora, usted podrá castigarlo de cualquier manera, pero sin llegar al cruel asesinato, y yo permaneceré escondido en otra habitación de su casa para garantizar el pacto y actuar como mediador en caso de necesidad

Más tarde, ambos amigos se encontraron. Después de intercambiar algunas bromas, Casanova explicó a Tiretta con severidad fingida cuál sería su castigo. Tiretta, entre risas, sólo acertó a decir “No digo que la señora mienta, pero en la posición en que me encontraba, era imposible para mí saber a qué apartamento me estaba mudando”.

Retrato de Casanova de viejo
Tiretta fue llevado a casa de la dama. La buena señora le puso como “penitencia” pasar la noche con ella en sus aposentos. Casanova, mientras tanto, también estuvo ocupado, ya que aprovechó la situación para cobrarse la virginidad de la joven protegida de la dama. A la mañana siguiente, la anciana anunció que contrataba a Tiretta para su casa de campo, con un generoso salario anual y una más aún generosa asignación para renovar su vestuario. Las palabras con las que se despidió de Casanova lo dicen todo: “¡Si usted supiera cuánto me ama!”. El señor seis veces lo había vuelto a hacer, y gracias a su inhumana resistencia y habilidad, toda la historia tuvo un final feliz. Para todos, menos para el pobre Damiens, el ejecutado en la Plaza de Grève.

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