Tiretta, el amigo de Casanova que echó un polvo en una ejecución

El 28 de marzo de 1757 se iba a llevar a cabo en París la tortura y ejecución de Robert Damiens, un loco y fanático religioso. Había sido condenado por intentar matar al rey de Francia Luis XV cuando éste paseaba en carroza el 5 de enero de ese mismo año, y aunque el rey había salido de todo el asunto con sólo una pequeña herida, la pena por regicidio (o su intento) era clara: desmembramiento con caballos. Una multitud se concentró en la parisina plaza de Grève dispuesta a presenciar todo el espectáculo; y no sólo porque en esos tiempos las ejecuciones eran un entretenimiento público, sino porque se consideraba patriótico asistir al tormento y muerte de alguien que había tratado de matar al rey.

Giacomo Casanova
Entre los asistentes se encontraba el famoso aventurero Giacomo Casanova, que había organizado una pequeña recepción para sus amigos en un balcón con vistas a la plaza. El seductor veneciano, además de dejar constancia en sus Memorias del horror que le supuso la contemplación del suplicio de Damiens, contó una jugosa anécdota: el acto sexual que dos de sus invitados realizaron con total disimulo en el transcurso de la ejecución. La narración, siempre y cuando obviemos las horribles circunstancias en la que se produjo, no deja de causar asombro e hilaridad, y creemos que es una historia poco conocida que merece ser contada. Esta es la historia del polvo que se realizó durante una ejecución.

A modo de prólogo…

… contaremos cómo se llegó al momento de la ejecución de Robert Damiens. Este hombre era un caso típico de fanatismo religioso. Nacido en 1715 en La Thieuloye, una aldea cercana a Arras, se alistó en el ejército a los 16 años. Una vez licenciado, empezó a trabajar como criado en el Colegio de los Jesuitas de París. Allí se embebió en la lectura de textos religiosos, lo que le hizo un ferviente seguidor de la fe catolica. Sin embargo, tenía un carácter inestable y su comportamiento en ocasiones resultaba errático, por lo que lo despidieron. Parece ser que tuvo los mismos problemas de conducta a partir de entonces, lo que hizo que sufriera el mismo destino en cuantos trabajos realizó a partir de ese momento. Su extraño comportamiento le valió desde entonces el sobrenombre de “Robert le Diable” (Roberto el Diablo).

Robert Damiens
Mentalmente inestable, Damiens terminó de enloquecer durante la polémica suscitada por la negativa del clero francés en dar los sacramentos a los jansenistas (una corriente enfrentada a los jesuitas) y reformadores católicos. Su enferma mente culpó de todo al rey, y pensó que con la eliminación del monarca todo el asunto quedaría arreglado. Así pues, el 5 de enero de 1757 logró burlar el círculo de seguridad en torno a Luis XV cuando el rey entraba en carruaje al Palacio de Versalles y le apuñaló con un cortaplumas. Después de su acción, se quedó quieto sin hacer ningún intento de escapar y fue apresado inmediatamente. En el bolsillo llevaba todavía el arma con la que había intentado perpetrar su asesinato.

Luis XV
Debido a que era invierno y el rey llevaba varias capas de ropa para protegerle del frío parisino, la acción de Damiens apenas le supuso un rasguño superficial al monarca. Aun así, Luis XV dio muestras de su carácter cobarde y pidió inmediatamente la extremaunción (se dice también que en su dormitorio solicitó ver a la reina y le pidió perdón por sus muchos “asuntos” extramaritales). Las crónicas posteriores trataron de salvar la reputación del rey afirmando que se creyó que el cortaplumas estaba envenenado, pero algo está claro: Luis XV vio en su imaginación a la muerte lo bastante cercana como para querer poner sus temas terrenales en paz.

Damiens ante los jueces
Como es natural, Damiens fue torturado para tratar de averiguar quiénes eran sus cómplices o de quién había recibido la orden de atentar contra el rey. Curiosamente, se le acusó primero de británico y luego de jesuita (cosas que al parecer eran delitos entonces en Francia; o al menos estaban muy mal vistas), aunque al final daba igual de qué se le acusara porque la condena estaba clara. Declarado culpable de regicidio, Damiens fue condenado a ser descuartizado públicamente por cuatro caballos. Durante todo el proceso, Damiens no paró de afirmar que jamás pasó por su cabeza matar a Luis XV, sino que sólo se proponía asustarlo. Como curiosidad final, y para dar muestra de la firmeza de carácter del condenado, cuando fue sacado de su celda para ir a su ejecución sólo dijo “La journée sera rude” (El día será difícil).

El polvo

El 28 de marzo la Plaza de Grève se llenó con varios miles de personas que no querían perderse la ejecución de Damiens. Pero no todos lo hicieron en las mismas condiciones. Mientras el pueblo llano presenciaría el espectáculo a pie de la plaza, unas cuantas autoridades lo harían desde un palco (entre esas autoridades no estaba el rey, al que le repugnaba presenciar las ejecuciones) y la nobleza alquiló las habitaciones y los balcones de las casas que circundaban la plaza para poder tener una vista privilegiada de todo el evento, mientras tomaban un refrigerio y charlaban animadamente sobre lo que veían. Como ya hemos mencionado, entre estos últimos se encontraba el aventurero veneciano Giacomo Casanova.

Ejecución de Damiens
Casanova, de 42 años por aquel entonces, pretendía impresionar a la adinerada familia de su prometida, así que los invitó a presenciar junto a él la ejecución. A la pequeña fiesta asistieron el veneciano, su prometida de 17 años (a la que Casanova nombra en sus Memorias como “Mademoiselle M-re”), una tía de la joven que ejercía como su tutora, una viuda libertina llamada Angelica Lambertini (y que cínicamente fue presentada como la “sobrina del Papa”) y el amigo del veneciano Edoardo Tiretta (un compañero de aventuras sin un céntimo en el bolsillo, que no hablaba una sola palabra de francés y que vivía de sus encantos). La tía de Mademoiselle M-re era una sexagenaria gorda y de rostro agrio. Ferviente católica, constituía el típico ejemplo de solterona ricachona y respetable.

Retrato de Casanova
Todos se dispusieron a presenciar lo que iba a desarrollarse ante sus ojos. Las tres damas se echaron hacia delante y se apoyaron con los codos en la barandilla del balcón para poder ver desde primera fila el espectáculo, mientras que los dos hombres estaban de pie detrás de ellas. La ejecución duró cuatro horas, en las que se pronunciaron muy pocas palabras. Básicamente porque los gritos del reo dejaban poco espacio para la conversación, pero también por la extraña fascinación que, según Casanova, sentía todo el mundo por el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos. En ningún momento las mujeres volvieron la cabeza. No obstante, el veneciano se sentía asqueado, por lo que en un momento dado apartó la vista.

Plaza de Grève
Al hacerlo, pudo comprobar que su amigo Tiretta había levantado el voluminoso vestido de la anciana y se disponía a hacer algo más. Casanova se sorprendió por la audacia de lo que estaba viendo y por las ganas que mostraba su amigo (dispuesto a fornicar con quien fuera, incluso una anciana), pero no dijo una sola palabra. Por aquella época las mujeres no llevaban ropa interior tal y como la concebimos hoy en día, sino unas fajas alrededor de la cintura que actuaban como enaguas, por lo que estaba claro que el acto que el osado Tiretta se disponía a consumar con aquella mujer, mientras los demás estaban distraídos con la ejecución, no presentaría mayores dificultades.

Recreación de una escena de las Memorias de Casanova
Si antes Casanova se maravilló de la osadía de Tiretta, durante las siguientes dos horas se asombró de su resistencia. En todo ese tiempo no dejó de percibir el leve movimiento de caderas de Tiretta mientras (como se dice vulgarmente) se trajinaba a la vieja. El veneciano estudió el rostro de la anciana, y pudo observar que durante todo el tiempo que duró el acto se mantenía con los labios apretados y el ceño fruncido. No supo si lo que veía eran signos de enfado o de pasión, pero el caso es que la señora se mantuvo en silencio. La mujer no quería que ninguno de sus acompañantes (sobre todo las damas) se diera cuenta de lo que estaba pasando. Y es que básicamente estaba siendo víctima de una educada violación.

Memorias de Giacomo Casanova
Cuando la ejecución, después de cuatro horas de suplicio, finalmente terminó, se produjo un pequeño brindis de todos los asistentes a la pequeña fiesta de Casanova. Tiretta se veía alegre, casi exultante. Sin embargo, la anciana daba evidentes muestras de estar enfadada. Cuando llegó el momento de decirse adiós, la anciana se despidió de todos menos de Tiretta (al que hizo un obvio desplante), cogió a su sobrina y protegida y ambas se marcharon a sus hogares. Más tarde, durante la cena, Casanova le preguntó a su amigo por los pormenores del asunto, y Tiretta le informó de que “el acto se había consumado en cuatro ocasiones diferentes”. Si bien esta afirmación supone una hazaña de virilidad y resistencia, no era extraño algo así en Tiretta, que ya había sido bautizado como “Monsieur seis veces” por una de sus conquistas parisinas que había tenido el placer de conocerlo íntimamente.

Al día siguiente

Para la anciana, lo que había hecho Tiretta con ella no podía quedar impune así como así, de modo que convocó a Casanova a su casa al día siguiente. Allí, lo primero que hizo fue disculparse por no poder controlar su ira y ser incapaz de realizar la costumbre cristiana de poner la otra mejilla (lo que nos da una idea de la mentalidad de la buena señora), y acto seguido clamó venganza. Le dijo que aquel acto execrable, ruin y traicionero merecía el más severo de los castigos.

Casanova y un amigo inflando preservativos
La situación del veneciano no era nada cómoda. Por una parte, Tiretta era su amigo y no podía arrojarlo a los leones así como así; por otra, la relación con su joven amada dependía de aquella sexagenaria que le miraba con ojos de basilisco. Lo primero que se le ocurrió fue ofrecer a la dama que su amigo se casara con ella y de ese modo resarcir la ofensa. La solución le parecía buena a Casanova, ya que Tiretta (un vividor sin dinero) podía obtener una posición y la dama podía ver su honor restablecido, así que todos ganaban. Sin embargo, ella no aceptó la oferta. Ante la negativa de la señora, Casanova hizo notar astutamente que gran parte de la culpa la tenía la belleza de la dama, y acto seguido ofreció que su amigo se disculpara con ella. Fue entonces cuando la señora rompió a llorar y dijo:

Está pensando en un pequeño crimen, que, con un esfuerzo, uno podría razonablemente encontrar una corrección adecuada. Pero lo que el bruto de su amigo me hizo es una infamia que me encantaría dejar de pensar, ya que está martilleando mi mente y me está volviendo loca

Después de escuchar estas palabras Casanova cayó en la cuenta de lo que realmente había pasado. Tiretta no sólo había poseído a la buena señora sin su permiso, sino que además lo había hecho por la entrada menos convencional y más dolorosa: la trasera. La situación del veneciano se hizo un poco más incómoda si cabe, pero al final se llegó a un acuerdo: llevaría a Tiretta a la casa de la señora para que ella pudiera hacerle lo que quisiera en venganza (excepto asesinarlo, claro). Para vigilar para que no ocurriera nada que no pudiera remediarse, Casanova estaría escondido velando por el acuerdo y poder actuar de mediador llegado el caso:

Mi señora, usted podrá castigarlo de cualquier manera, pero sin llegar al cruel asesinato, y yo permaneceré escondido en otra habitación de su casa para garantizar el pacto y actuar como mediador en caso de necesidad

Más tarde, ambos amigos se encontraron. Después de intercambiar algunas bromas, Casanova explicó a Tiretta con severidad fingida cuál sería su castigo. Tiretta, entre risas, sólo acertó a decir “No digo que la señora mienta, pero en la posición en que me encontraba, era imposible para mí saber a qué apartamento me estaba mudando”.

Retrato de Casanova de viejo
Tiretta fue llevado a casa de la dama. La buena señora le puso como “penitencia” pasar la noche con ella en sus aposentos. Casanova, mientras tanto, también estuvo ocupado, ya que aprovechó la situación para cobrarse la virginidad de la joven protegida de la dama. A la mañana siguiente, la anciana anunció que contrataba a Tiretta para su casa de campo, con un generoso salario anual y una más aún generosa asignación para renovar su vestuario. Las palabras con las que se despidió de Casanova lo dicen todo: “¡Si usted supiera cuánto me ama!”. El señor seis veces lo había vuelto a hacer, y gracias a su inhumana resistencia y habilidad, toda la historia tuvo un final feliz. Para todos, menos para el pobre Damiens, el ejecutado en la Plaza de Grève.

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El escándalo de la Torre de Nesle

Hay maldiciones que, por más que uno se resista a creerlas, provocan un pequeño escalofrío en esa parte de nuestra mente que se pregunta “¿podría ser cierta?”. Este es el caso de la que cayó sobre Felipe IV de Francia, apodado “El Hermoso” (nada que ver con el que luego se casaría con Juana La Loca). Este rey pasó a la Historia, entre otras cosas, como el monarca que suprimió a la orden de los Templarios. Antes de morir en la hoguera el 18 de marzo de 1314, el último Gran Maestre de la orden Jacques de Molay había lanzado una maldición sobre los causantes de su caída, profetizando que antes de un año el rey francés y el Papa Clemente V habrían de comparecer ante el juicio de Dios, cosa que se cumplió.

Familia de Felipe IV según una pintura de 1315
Pero la maldición no acabó ahí. Los cuatro hijos del rey tuvieron matrimonios desgraciados, y con ellos acabó la dinastía de los Capetos. Por una parte, su hija Isabel (conocida como “La loba de Francia”) se había casado con el heredero al trono inglés, pero éste no le hacía mucho caso, prefiriendo la compañía de su amigo íntimo Piers Gaveston (este hecho se narra de pasada en la película “Braveheart”). Por otra parte, sus hijos Luis y Carlos se casaron con princesas borgoñonas que les fueron infieles en lo que se conoció como “El escándalo de la Torre de Nesle”. Sólo la esposa de su otro hijo Felipe fue la única que consiguió que su marido fuera feliz, aunque también estuvo implicada en el escándalo que hoy le narramos aquí. Esta es la historia del episodio que sacudió la corte francesa a comienzos del siglo XIV y precipitó la caída de la dinastía de los Capetos.

La corte de Felipe IV

Felipe IV de Francia, apodado “El Hermoso”, fue un rey rígido y severo, hasta el punto de que también se le apodaba “El Rey de Mármol" o "El Rey de Hierro". El Obispo de Pamiers, uno de sus mayores opositores, decía de él “No es un hombre ni una bestia. Es una estatua”. Como reflejo de su personalidad, su corte era austera y sobria, nada que ver con la suntuosidad de otras cortes vecinas. Este hecho posiblemente fue un factor importante en lo que vendría después.

Felipe IV "El Hermoso"
Como todos los reyes de la época, buscó una política matrimonial para sus hijos que favorecieran los intereses del reino. Así, casó a su única hija Isabel con el heredero al trono de Inglaterra, buscando acabar con las eternas disputas territoriales entre ambos reinos. Asimismo, a su hijo mayor Luis (llamado posteriormente “El Obstinado”) lo emparejó con Margarita de Borgoña, nada menos que nieta de Luis IX (más conocido como San Luis), y a sus otros hijos Felipe y Carlos (llamados respectivamente “El Largo” y “El Hermoso”) con dos hijas del conde de Borgoña Otón IV, de nombres Juana y Blanca. El rey esperaba con estas uniones que gran parte de los problemas territoriales de Francia en el oeste se solventaran.

Margarita de Borgoña
Sin embargo, ningún matrimonio fue especialmente feliz (con la posible excepción del de Felipe con Juana de Borgoña). Por una parte, Isabel se quejaba continuamente a su padre de que su marido prefería la compañía de su amigo (y más que probable amante) Piers Galveston antes que la suya. Por otra, las princesas borgoñonas, acostumbradas al lujo, ostentación y fiestas de la corte de Borgoña, se aburrían soberanamente en la más austera corte francesa. A esto hemos de unir que Luis prefería jugar al tenis real antes que estar con su esposa, y que Carlos era un hombre muy estricto y presuntuoso, lo que hizo que su matrimonio fuera aburrido. Sólo Felipe y Juana parecían ser dichosos.

El escándalo

Todo comenzó en 1313. La ya reina de Inglaterra Isabel va junto a su esposo a Francia a visitar a su padre. Los príncipes franceses les preparan una estancia por todo lo alto, con numerosas fiestas y recepciones. Tras una de esas fiestas, con espectáculo satírico de títeres incluido, Isabel y Eduardo deciden regalar sendos valiosos monederos bordados a mano a sus cuñadas y a sus esposos. Un tiempo después, Isabel descubre en otra fiesta que dos de esos monederos se encontraban en poder de dos caballeros normandos, Philippe y Gauthier D’Aunay, por lo que empieza a sospechar que existe un romance entre dos de sus cuñadas y dichos caballeros.

Recibimiento en Inglaterra a Isabel de Francia
Durante su siguiente visita a Francia, Isabel decide informar a su padre del asunto. El rey presta oídos a la acusación que lanza su hija y ordena poner bajo vigilancia a ambos caballeros. Las sospechas van tomando forma, y se constata que los hermanos D’Aunay se ven a escondidas con las princesas Margarita y Blanca. Por lo que respecta a la tercera princesa, Juana, se sospecha que pudo haber actuado de encubridora de las otras, aunque las malas lenguas no descartaban que también ella pudiera estar cometiendo adulterio. Finalmente, a primeros de abril de 1314, en la Abadía de Maubisson (donde se había retirado a meditar tras la condena a los templarios), Felipe IV hace públicas las acusaciones y ordena detener a sus nueras y a los caballeros D’Aunay. Los dos hermanos, sabedores del destino que les aguardaba, trataron de escapar a Inglaterra, pero son finalmente detenidos.

El juicio y el castigo

Los hermanos D’Aunay fueron interrogados bajo tortura y confesaron ser los amantes de Blanca y Margarita de Borgoña. Las princesas, incluida Juana (que aparentemente no había cometido adulterio), fueron arrestadas. Todos los implicados fueron acusados de un delito de lesa majestad, ya que el hecho de cometer adulterio deslegitimaba toda la línea sucesoria a partir de las princesas. Los caballeros fueron juzgados por la temida Inquisición liderada por Guillermo de Nogaret y condenados a muerte. Las princesas, al ser de sangre real, tuvieron el privilegio de ser juzgadas por el Parlamento. Sin embargo, de nada les sirvió dicho privilegio. Tanto Blanca como Margarita fueron declaradas culpables de adulterio y sentenciadas a cadena perpetua.

Rapado de pelo de Margarita de Borgoña
La única que salió airosa fue Juana, que fue declarada inocente (en gran parte por la influencia de su marido Felipe). Aun así, se ordenó que fuese recluida bajo arresto domiciliario en el castillo de Dourdan; su marido maniobró para que fuera puesta en libertad, cosa que consiguió en el año 1317. Las malas lenguas afirman que no había nada de amor en esta decisión, sino la voluntad de Felipe de conservar el Franco-Condado, territorio que Juana llevaba en la dote. Los caballeros D’Aunay, según la mayoría de las crónicas, fueron ejecutados de forma horrible el 19 de abril de 1314 en la plaza de la ciudad de Pontoise. Primero les cortaron los genitales, que fueron dados de comer a los perros. Después fueron eviscerados y despellejados vivos, para ser finalmente descuartizados. Sus restos fueron arrastrados por las calles para acabar siendo colgados de una horca.

Suplicio de los hermanos D'Aunay
Tanto Blanca como Margarita fueron rapadas y se las obligó a presenciar la ejecución de sus amantes. Después de eso, vestidas con harapos (“de tout noble atour dépouillées”) fueron conducidas al castillo de Andelys y, pasado un tiempo, al de Gaillard. El carro que las llevaba iba cubierto de trapos negros. Sin embargo, las dos princesas no sufren la misma suerte; mientras Blanca fue confinada en una celda normal, Margarita (considerada la instigadora de los adulterios) es conducida a una mazmorra en lo alto de la torre, donde estaría expuesta a la intemperie y a los fríos vientos del lugar, tal y como se narra en el romance de Geoffroi de Paris:

Et de Navarre la reine / Prise comme garce et méchine / Et en prison emprisonnée  /A Gaillard où elle fut menée / Dont le royaume était troublé” (Y de Navarra, la reina / tomada como una perra y humillada / Y prisionera / A Gaillard donde fue conducida / Pues el reino estaba turbado)

Otras fuentes, sin embargo, señalan que fue encerrada en los sótanos en condiciones insalubres.

Las consecuencias

El escándalo hizo que la salud de Felipe IV se resintiera. En noviembre de ese mismo año enfermó gravemente y murió. Le sucedió su hijo mayor Luis X, que pasó a la posteridad con el sobrenombre de El Obstinado. A consecuencia del vacío en el papado que se produjo entre la muerte de Clemente V en 1314 y la elección de Juan XXII en 1316, el rey no podía anular su matrimonio como era su deseo. No obstante, no tuvo que esperar mucho, ya que Margarita apareció muerta el 15 de agosto de 1315, oficialmente por las duras condiciones de su encarcelamiento, aunque existe la fuerte sospecha de que Luis la mandó estrangular. A esta sospecha contribuye el hecho de que sólo 5 días después se casara con Clemencia de Hungría.

Muerte de Margarita de Borgoña
No obstante, no le duró mucho la alegría, pues falleció al año siguiente. El trono fue heredado por su hermano Felipe, apodado “El Largo”, que reinó hasta el año 1322. Su principal medida fue instaurar la llamada “Ley Sálica”, que impedía a las mujeres reinar, por lo que a su muerte la corona pasó a su hermano Carlos, en detrimento de su sobrina Juana. El ascenso al trono de Carlos, apodado “El Hermoso”, trajo como consecuencia que su aún esposa Blanca fuera sacada de su prisión en Gaillard y confinada en el monasterio de Maubisson, donde tomó los hábitos y murió poco después. Carlos fallecería en 1328, y con él acabó la dinastía de los Capetos.

Juana de Borgoña
En cuanto a Isabel, “La Loba de Francia”, no tuvo mucha más suerte. Durante mucho tiempo se consideró que había estado detrás de las acusaciones hacia sus cuñadas en un intento de convertirse en reina de Francia; sin embargo, la mayoría de los historiadores descartan esta versión. Su vida no fue ningún camino de rosas, ya que además de tener que lidiar con la homosexualidad de su marido (al que se dice que asesinó con ayuda de su amante Roger Mortimer), tuvo la mala suerte de su hijo Eduardo III Plantagenet iniciara la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia. A su muerte, el 22 de agosto de 1358, acababa toda representación de la casa Capeto en los tronos europeos. La maldición de Jacques de Molay, de la que hablamos al principio de este artículo, se había consumado.

¿Y qué pinta la Torre de Nesle en todo esto?

La Torre de Nesle fue construida por el rey Felipe Augusto a comienzos del siglo XIII en la orilla izquierda del Sena, frente al viejo castillo del Louvre. En un principio se le dio el nombre de Torre Hamelin, y era una estructura cilíndrica de aproximadamente 10 metros de diámetro y 25 de altura. En 1308 Felipe IV se la compró a Amaury de Nesle. Según la tradición, los encuentros sexuales entre las primas Blanca y Margarita de Navarra y los hermanos D’Aunay tuvieron lugar en dicha torre, por lo que todo el episodio ha pasado a la historia con el nombre de “Escandalo de la Torre de Nesle”. Sin embargo, parece ser que dichos encuentros no sucedían en ese lugar, sino en otros más discretos (aunque no lo bastante, a tenor de los acontecimientos).

Torre de Nesle
La leyenda que asocia la Torre de Nesle a las infidelidades de Blanca y Margarita de Borgoña nació más de un siglo después de los hechos. En 1471, empezó a difundirse la historia de una reina de Francia que había llevado una vida de libertinaje y lujuria, que tenía los encuentros con sus amantes en dicha torre, y que después de disfrutar de ellos los hacía asesinar arrojándolos al Sena metidos dentro de un saco. La leyenda continúa diciendo que uno de esos amantes fue el profesor de la Universidad de París Jean Buridan (famoso años después por sus estudios de lógica), que había logrado escapar de su horrible destino al ser rescatado por sus alumnos.

Jean Buridan
El nombre de la reina no se precisa en la leyenda, pero muchos empezaron a imaginar que sería Margarita de Borgoña. Además, se cuenta que las indiscreciones de Buridan destaparon todo el asunto. Sin embargo, y tal y como hemos visto, el detonante de todo el asunto fueron las sospechas que Isabel de Francia le confió a su padre. Además, Buridan nació en el año 1300, por lo que cuando ocurrió todo apenas tenía 14 años, una edad demasiado joven para estar implicado en un caso así. En 1832, Alejandro Dumas y Gaillardet publicaron “La Torre de Nesle”, un drama histórico en cinco actos que aprovecha esta leyenda y pone en escena a Margarita de Borgoña, Buridan y los hermanos d’Aunay, lo que contribuyó a asociar esta torre al episodio.

Ruinas del castillo de Gaillard
El único punto de conexión entre la Torre de Nesle y los acontecimientos que hemos narrado aquí fue que Felipe V “El Largo” se la regaló a su esposa Juana de Borgoña en 1316. Sin embargo, Juana no vivió nunca en dicha torre, pues a la muerte de su esposo se retiró a sus tierras del Condado de Borgoña. Allí falleció el 21 de enero de 1330. La Torre de Nesle fue demolida en 1663 para permitir la construcción de la biblioteca Mazarino y del colegio de las Cuatro Naciones. No obstante, la fama que asociaba esta torre con las actividades libertinas de las princesas Blanca y Margarita de Borgoña permaneció en el tiempo, hasta el punto de que hacia 1847 se dio el nombre de “Torre de Nesle” a un establecimiento de mala muerte en la calle parisina de Pot-de-Fer, en el que los delincuentes seducían a las chicas de los barrios vecinos.
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Los Premios Stella, las demandas judiciales más absurdas

El 27 de febrero de 1992, una mujer llamada Stella Liebeck llegó al McAuto de un restaurante McDonald de Nuevo México. Su sobrino Chris conducía el coche. No sabemos qué pidió el sobrino, pero sí sabemos que la buena señora (de 79 años) pidió un café. El caso es que, mientras se alejaban de allí, Stella puso el vaso entre sus piernas para poder echarle el azúcar y la cápsula de leche, con tan mala suerte que el café caliente (a unos 85 grados centígrados) se derramó sobre su pantalón y le provocó quemaduras en piernas, ingles y nalgas. La pobre Stella tardó dos años en curarse de todas sus lesiones, por lo que demandó a la cadena de comida por daños físicos y morales y pidió una indemnización de casi tres millones de dólares. El juez falló a su favor, aunque sólo le concedió 480.000 dólares. Desde entonces, los vasos de la empresa incluyen una leyenda sobre la posibilidad de que el líquido que contiene puede quemar.


Este episodio provocó que en el año 2002 se crearan los “Premios Stella”, unos galardones que premian las demandas judiciales más absurdas y ridículas que se presentan ante los tribunales de Estados Unidos. Estos premios, que sólo estuvieron vigentes hasta el año 2007, son un compendio de hasta dónde pueden llegar la codicia y la estupidez cuando se unen. Asimismo, han dado lugar a una fértil serie de leyendas urbanas que se repiten cada cierto tiempo sobre demandas absurdas en los tribunales de justicia. Y no menos importante es el corolario de que algunas empresas incluyan en sus productos advertencias que parecen dirigidas a retrasados mentales en un intento de evitarse este tipo de juicios (como en el caso de la fabricante de mecheros BIC, que incluye en sus productos el mensaje “Cuidado, no encender cerca de la cara”). Veamos algunas de estas locas demandas.

Las ganadoras

Para hacernos una idea de lo divertido que puede llegar a ser el sistema judicial norteamericano, sólo hemos de echar un vistazo a las demandas ganadoras de los Premios Stella a lo largo de sus 6 años de existencia. Así, por ejemplo, nos encontramos el caso de las hermanas Bird, que demandaron a un hospital porque los sanitarios corrieron a atender una urgencia de su madre, creándoles una “negligente e innecesaria angustia emocional”, o el de Mary Ubaidi, que se vio envuelta en un accidente de coche y demandó a Mazda por “No dar instrucciones precisas de cómo colocarse el cinturón de seguridad”. Estos litigios fueron los ganadores del Premio Stella en los años 2002 y 2004, respectivamente.

Pero no se crean que son sólo los particulares los que se entregan a esta orgía de estupidez y codicia, también las propias autoridades lo hacen. Por ejemplo, el juez Roy L. Pearson Jr. demandó a una tintorería por la pérdida de un par de pantalones. Alegó un “grave daño psicológico” y pidió una indemnización de ¡más de 65 millones de dólares! La demanda, ganadora en la edición de 2007, no sólo fue desestimada sino que Pearson fue inhabilitado para seguir siendo juez. No menos delirante fue la demanda que venció en la edición de 2003. El agente de policía Noriega, de la ciudad de Madera (California), intentó reducir a un sospechoso usando su pistola Táser; sin embargo se equivocó de arma y sacó su pistola reglamentaria, con lo que el sospechoso resultó muerto. En lugar de expedientar al agente, el Departamento de Policía de Madera entabló un litigio contra la empresa que fabrica las pistolas Táser por hacerlas tan parecidas a las pistolas de verdad, ya que según ellos, esa similitud puede dar lugar a que “cualquier oficial de policía razonable pudiera disparar una pistola de verdad por error en lugar del dispositivo Táser”.


¿Los casos anteriores les parecieron absurdos? Pues no son nada comparado con el ganador de la edición de 2006, Allen Ray Heckard. Este hombre sostenía que guardaba un gran parecido físico con el jugador de baloncesto Michael Jordan (a pesar de que era 8 años mayor, medía 10 centímetros menos y era 12 kilogramos más ligero que la estrella de la canasta), por lo que lo confundían a menudo con él. Heckard alegó que esta situación le producía “gran sufrimiento y dolor emocional”, por lo que demandó a Jordan por un total de 416 millones de dólares. No contento con eso, pidió la misma cantidad a la empresa Nike, patrocinadora del deportista. Naturalmente, ambas demandas fueron desestimadas. En cuanto a si Heckard es parecido o no a Jordan, juzguen ustedes mismos por la foto.

Pero sin duda alguna mi favorito es el ganador de la edición de 2005. Al parecer, un tal Christopher Roller se sentía desconcertado por las actuaciones de los magos profesionales. Estaba convencido de que violaban las leyes de la física y que por tanto usaban poderes sobrenaturales que “sólo podían venir de Dios”. Y ahora viene lo bueno: dado que Roller se considera a sí mismo dios, concluía que los magos le estaban robando sin permiso dicho poder. Con esta base, demandó a David Copperfield y a David Blaine por el 10 por ciento de sus ganancias a lo largo de su vida (unos 52 millones de dólares en total). Claro que en su demanda puso que se conformaba con que ambos magos le revelaran sus secretos, algo que naturalmente no pasó.

Los finalistas

Los casos anteriores ganaron los Premios Stella tras una dura pugna con otros casos que en nada tienen que envidiarles en cuanto a estupidez. Así por ejemplo, una mujer se asustó al ver a dos adolescentes llamando a su puerta, así que los demandó por los consabidos daños emocionales; lo malo es que dichos adolescentes eran sus vecinos que venían a regalarle galletas caseras como gesto de bienvenida al vecindario. O el caso del hombre que fue alcanzado por un rayo en el aparcamiento de un parque de atracciones, y lo demandó por “no haber advertido a sus clientes de que no deben estar fuera durante una tormenta eléctrica”. O un caso parecido, cuando una mujer fue “atacada” por un pájaro fuera de una tienda y demandó a dicha tienda por permitir que las aves silvestres volaran por los alrededores. Idéntico es otro caso, en que una mujer se asustó al ver una ardilla fuera de la tienda en la que acababa de comprar, y la demandó porque no advertía a los clientes que había ardillas viviendo entre los árboles del exterior.


Estas demandas no tuvieron éxito, pero hubo algunas que increíblemente sí lo tuvieron. Como el caso de Wanda Hudson, una mujer con problemas mentales que se quedó dormida dentro de un trastero que tenía alquilado y el dueño, inadvertidamente, cerró la puerta. Estuvo dentro varios días, pero en todo ese tiempo no golpeó la puerta ni pidió ayuda por ningún medio. A pesar de que el jurado la consideró a ella totalmente responsable de haberse quedado encerrada, le otorgó una indemnización de 100.000 dólares. Pero el que más me gusta es el de Michelle Knepper, que eligió en la guía telefónica a un médico para hacerle una liposucción. Como sea que el médico elegido no era cirujano plástico sino dermatólogo, la cosa no salió bien. Sin embargo, la señora Knepper no demandó al médico, sino ¡a la compañía telefónica! Sostenía que no daba suficiente información. Un comprensivo juez le otorgó más de un millón y medio de dólares como compensación.

Y no quisiera terminar este apartado con uno de mis casos favoritos, el de Robert Paul Rice. Este hombre estaba cumpliendo condena en la prisión de Utah y la demandó porque dicha prisión no le permitía practicar su religión: Vampirismo Druídico. Al parecer, Rice sostenía que se le debería permitir acceso sexual a una “vampiresa” y que se le suministrara sus “necesidades dietéticas vampíricas” (es decir, que le debían servir sangre como comida). La demanda fue desestimada ya que en Utah no se permiten las visitas conyugales a los reos y además Rice se registró como católico cuando fue encarcelado.

Y las falsas

Como es natural, un tema tan jugoso como el de los Premios Stella ha dado lugar a un gran número de leyendas urbanas. Casi todas se repiten cada cierto tiempo cambiando el nombre de los protagonistas, el año en que ocurrió o las circunstancias concretas del caso, y nunca faltan quienes las van repitiendo en la gran plataforma que es internet. La propia organización de los galardones lleva un registro de estos casos, pero ni por esas se logra atajar la difusión de estos mitos. Algunas de estas leyendas son las que reseño en este apartado.

Una de las que más se repiten es la una tal Kathleen Robertson. El bulo cuenta que un jurado le concedió una indemnización de 780.000 dólares después de romperse el tobillo al tropezar con un niño que estaba correteando dentro de una tienda. Lo insólito del caso es que ese niño era el propio hijo de la señora Robertson. También es muy popular la leyenda de Carl Truman, al que se le concedieron 74.000 dólares más gastos médicos cuando un vecino le pasó encima de la mano con su coche; y todo eso, a pesar de que el hecho sucedió porque Truman estaba intentando robar los tapacubos de dicho coche. Y cada cierto tiempo se repite la historia de Terrence Dickson, que se quedó encerrado en el garaje de la casa que estaba robando. Al parecer, los dueños de la casa estaban de vacaciones, por lo que Dickson tuvo que sobrevivir 8 días a base de Pepsi y una gran bolsa de comida para perros. La leyenda acaba con la afirmación de que un jurado condenó a los dueños de la casa a pagar a Dickson medio millón de dólares. Ninguna de estas historias ocurrió realmente.


Como tampoco ocurrió el caso de Jerry Williams, que fue indemnizado con 14.500 dólares más gastos médicos tras ser mordido por el perro de su vecino. Al parecer, el jurado no vio relevante que Williams le estuviera disparando repetidamente al perro con una pistola de balines. Ni el caso de un restaurante de Filadelfia que tuvo que indemnizar a una cliente por resbalarse con un refresco derramado (refresco que al parecer había derramado ella misma durante una discusión con su novio instantes antes). Ni el caso del club nocturno que se vio obligado a pagar a una mujer que se cayó de la ventana del baño, rompiéndose varios dientes (la leyenda acaba contando que dicha mujer resbaló porque pretendía colarse por la ventana para huir y no pagar la cuenta). Repito, nada de esto pasó realmente; son leyendas urbanas.

Pero sin duda hay dos reinas dentro de este tipo de leyendas urbanas. Una es la del Sr. Grazinski, que compró una autocaravana nueva y se fue de viaje. Cuando estaba en la autopista, Grazinski puso el control de velocidad a 120 kilómetros por hora y se fue tranquilamente a la parte de atrás a tomarse un café. Por supuesto, la autocaravana se estrelló, y Grazinski demandó al fabricante de la autocaravana por no haber advertido en el manual que eso no podía hacerse. La leyenda cuenta que la indemnización alcanzó los dos millones de dólares más una autocaravana nueva. Y espero que nunca más se repita el bulo de que una señora tuvo que ser indemnizada por un fabricante de microondas por poner a secar a su perro en él, con el resultado de la trágica muerte del animal. Estos casos nunca pasaron, a pesar de que se dan por ganadores de los Premios Stella en muchos sitios de la red. Así que recuerden, no todo lo que aparece en el muro de Facebook es real. Tengan sentido crítico.
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Mitos y verdades de los gladiadores

Las luchas de gladiadores suponen una parte importante del imaginario colectivo que asociamos con los romanos. De hecho, una de las primeras cosas que nos imaginamos cuando pensamos en la Antigua Roma es un anfiteatro (preferiblemente el grandioso Coliseo, con una capacidad de 80.000 espectadores) lleno de una multitud enfervorizada y gritando mientras señalan con sus pulgares hacia arriba o hacia abajo. Y en la arena, repleta de cuerpos inertes y sangre, los dos últimos luchadores batiéndose a muerte ante la atenta mirada del Emperador. Algunos puede que se acuerden de Espartaco y afirmen que el famoso tracio fue el primero en rebelarse contra la esclavitud de su condición (algo que no es verdad, ya que hubo otras dos rebeliones anteriores).

Representación de un combate de gladiadores
Lo malo es que casi todo lo que conocemos de la vida de los gladiadores es, como mínimo, exagerado (si no directamente falso). En ocasiones la confusión se debe al efecto embrutecedor de Hollywood o de la televisión (en especial, de algunas series muy populares como “Spartacus”), en otras a tópicos repetidos hasta la saciedad que han llegado a convertirse en “conocimiento popular”, e incluso en otras a la errónea interpretación de un cuadro. Al igual que ya hicimos antes con algunas mentiras sobre los romanos, les propongo ahora un recorrido por las mentiras y mitos que jalonan lo que creemos conocer sobre los combates de gladiadores.

El origen de las luchas de gladiadores

En un principio, las luchas singulares ante el público no tenían una función recreativa, sino religiosa. Hay constancia de que se desarrollaron por gran parte del mundo mediterráneo como tributo a los muertos importantes. Aunque podemos encontrar este tipo de luchas funerarias en lugares como España o Grecia (existen vasijas que representan las luchas funerarias en las exequias por Patroclo, amigo y amante de Aquiles, en la Guerra de Troya), las más elaboradas de las que tengamos noticias se producían en los complejos ritos funerarios de los etruscos. Estos combates formaban parte del tributo al fallecido, junto a otros rituales como banquetes e incluso sacrificios humanos (aunque en esto hay controversia).

Mosaico con gladiadores
En esta cultura, los contendientes (llamados bustuarii) podían ser soldados voluntarios o prisioneros de guerra. Los luchadores ejecutaban un combate ritual más coreográfico que real, donde el ruido de las armas servía para honrar al difunto y a la vez ahuyentar posibles demonios que dificultaran el tránsito del alma hacia el más allá. No obstante, en ocasiones los combates eran a muerte. Existen evidencias de que estos rituales se producían ya desde el siglo VI antes de Cristo. De los etruscos pasaron a los romanos, también como parte de las exequias de los fallecidos. El primer combate de este tipo que recogen las crónicas data del año 264 a.C. en los funerales del padre del patricio Marco Décimo.

El Coliseo, en Roma
En principio el combate se realizaba en el mismo funeral, pero a medida que se fueron añadiendo luchadores se fue separando del acto funerario en sí. Con el tiempo, estas luchas perdieron su carácter religioso y se convirtieron en un espectáculo de masas. Los contendientes recibieron el nombre de “gladiadores” por el gladius, una espada corta que era el arma más utilizada (aunque disponían de muchas más). Augusto dictó una regulación de estos espectáculos, estableciendo quién, cómo y cuándo podían organizarse (entre otras cosas, prohibió que hombres y mujeres pudieran sentarse juntos). Naturalmente, los juegos que organizaban los distintos emperadores eran los más destacados, durando varias jornadas (Trajano organizó unos que se alargaron durante 123 días).

No todos eran esclavos

Existe la creencia general de que los gladiadores eran esclavos, criminales o prisioneros de guerra a los que se les obligaba a luchar entre sí. Esto no es del todo cierto. Si bien muchos respondían a esta condición, existían luchadores voluntarios que se vinculaban a un entrenador (llamado lanista) por un contrato, generalmente de cinco años y renovable. Estos gladiadores voluntarios (llamados autoracti) solían combatir sólo unas cuatro veces al año, ganaban por combate más que un soldado del ejército en un año (a lo que había que añadir los regalos de sus admiradores), comían bien y tenían cuidados médicos sólo reservados para los ricos. Como eran con diferencia los que mejor luchaban, estos gladiadores libres se convertían en auténticos ídolos de las masas.

Mosaico de Zliten
Algunos de los gladiadores más célebres eran autoracti. Uno de ellos fue Marco Atilio, nacido ciudadano romano pero convertido en gladiador en un intento de saldar sus numerosas deudas, y cuyas hazañas fueron inmortalizadas en mosaicos descubiertos en 2007. O Tetraites, un gladiador que luchaba con un casco semejante a la figura de un pez, una espada corta, un enorme escudo rectangular, protectores de brazos y espinilleras, y del que se descubrieron cerámicas con ilustraciones suyas en lugares tan lejanos como Francia e Inglaterra. Y no olvidemos mencionar a Spiculus, al que Nerón concedió enormes riquezas y del que se cuenta que el emperador solicitó su presencia tras ser depuesto, pues quería morir por su espada (desgraciadamente para Nerón, Spiculus no fue encontrado y se tuvo que suicidar con otra arma).

Spiculus
No obstante los ejemplos anteriores, la vida de los gladiadores no era fácil. Pese al dinero y la admiración que despertaban (sobre todo entre las mujeres), estaban situados en lo más bajo de la escala social, junto a actores y prostitutas. De hecho, su testimonio no era válido en los juicios. A todo ello había que añadir el riesgo propio de los combates, pues aunque muy pocas veces las luchas acababan en muerte (Augusto llegó a prohibirlas) siempre existía el riesgo de morir por las heridas recibidas. Solo después de una dura vida de combates los gladiadores esclavos ganaban el rudis, una espada de madera que se les otorgaba como símbolo de su jubilación. Normalmente nadie pensaba en volver a esa vida, pero existió una excepción en el caso de Flamma, un esclavo de origen sirio que ganó cuatro veces el rudis, pues rechazaba siempre la libertad y optaba por seguir peleando.

Espartaco, uno de los gladiadores más célebres
Como curiosidad, decir que la imagen de que las luchas de gladiadores estaban reservadas a hombres rudos no es cierta, pues también existían mujeres gladiadoras. Algunas de estas gladiatrix eran tan célebres y ricas como los mejores autoracti masculinos. Sus combates eran tan demandados que se celebraban justo después de la caída del sol, en el momento más esperado por los espectadores. Las luchas se desarrollaban de la misma manera que los combates masculinos, con las mismas reglas y las mismas armas. Y finalmente, mencionar que también existieron gladiadores homosexuales, que vivían apartados y que luchaban entre sí, pues sus compañeros heterosexuales se negaban a luchar con ellos.

La mayoría de las luchas no eran a muerte

En efecto, durante la República y el Alto Imperio menos del 10% de los combates se saldaban con la muerte de alguno de los contendientes. Esto era así tanto en combates entre autoracti como en luchas entre esclavos. La razón era el alto coste que comportaba entrenar y mantener a los gladiadores, de modo que Augusto llegó a prohibir las luchas a muerte. Además, reguló la compensación que debían recibir los lanistas en caso de muerte de alguno de sus pupilos. Así pues, la mayoría de los combates eran a primera sangre y ambos contendientes abandonaban la arena por su propio pie. Sólo por accidente o por cobardía manifiesta uno de los luchadores moría.

Mosaico con gladiadores (MAN)
El objetivo del espectáculo era conseguir combates equilibrados. Para ello, se enfrentaban un luchador ligeramente armado y protegido pero rápido contra otro más pesadamente equipado, pero más lento (no en vano podía llevar encima hasta 20 kilos más). Ambos saltaban a la arena descalzos y con el torso desnudo, con protecciones en cintura, brazos y piernas (dependiendo del tipo de gladiador). La lucha contaba con dos árbitros (llamados suma rudis) y duraba lo que uno de los contendientes tardaba en rendirse, normalmente unos 15 minutos. Aunque había combates más largos, como el que enfrentó a Vero y Prisco en el siglo I en el Coliseo; tras varias horas de reñido combate, ambos contendientes se rindieron el uno al otro bajando la espada en señal de respeto mutuo. El emperador Tito, que presidía la lucha, concedió a ambos la libertad y la jubilación.

Cómodo, el emperador gladiador
Después de Augusto, los combates sine missione (sin perdón, es decir, a muerte) se fueron imponiendo poco a poco, lo que llevó a la degeneración del espectáculo y la búsqueda sólo de sangre como diversión. Esto llevó finalmente a la prohibición de los juegos con gladiadores, auspiciada por la cada vez mayor influencia del Cristianismo. Como curiosidad, decir que cuando un gladiador moría el encargado de retirar su cuerpo de la arena iba vestido como el dios etrusco del infierno, blandiendo un gran martillo.

Saludos y gestos

Uno de los tópicos más famosos de las luchas de gladiadores era el gesto con el que los espectadores pedían la muerte o la vida del gladiador vencido. A cualquiera que se le pregunte dirá que la muerte se pedía con el pulgar hacia abajo mientras que la vida se pedía con el pulgar hacia arriba. Lo malo es que todo esto es falso. La confusión se debe a la mala interpretación de un cuadro del pintor francés Jean-Léon Gérôme realizado en 1872 y titulado “Pollice Verso” (Pulgar al revés). En este cuadro se observa un gladiador vencedor esperando la decisión del emperador mientras el vencido pide clemencia extendiendo dos dedos. La multitud enfervorizada pide su muerte con el puño cerrado y el pulgar hacia abajo.

"Police verso", de Jean-Léon Gérôme
El gesto con el que se pedía la muerte del vencido era con el pulgar hacia arriba o hacia un lado (pues el pulgar fuera simbolizaba la espada desenvainada) a la vez que se gritaba “Iugula!” (“¡Degüéllalo!”), mientras que el gesto para pedir el perdón del vencido se hacía con el pulgar dentro del puño, representando la espada envainada. De hecho, en 1997 se descubrió en el sur de Francia un medallón romano del siglo II o III, en el que aparece representado un tribunal con el dedo pulgar introducido en el puño cerrado, cerca de dos gladiadores, con la inscripción “los que estaban serán liberados”. Los gestos con el pulgar hacia arriba o hacia abajo provienen del Cristianismo y simbolizan, respectivamente, ir al Cielo o al Infierno.

Naumaquia
Pero sin duda el rey de los errores en el tema de los gladiadores es el famoso saludo al emperador antes de iniciar los combates. El origen de la confusión está en un texto del historiador Suetonio, quien al narrar una naumaquia (recreación de un combate naval) organizada por el emperador Claudio con condenados a muerte en el lago Fucino, para celebrar el inicio de los trabajos de drenaje, escribió lo siguiente: “Se presentaron los condenados ante el emperador, dispuestos a luchar hasta quedar solo uno en pie y pronunciaron con voz fuerte y grave: ¡Ave, César, los que van a morir te saludan!”. Sin embargo, no existe ningún otro texto donde se mencione este saludo. No obstante, la expresión queda tan bien que no hay película sobre los romanos en la que no salga, lo que ha hecho que se dé por sentado que todos los gladiadores saludaban así antes del inicio de los combates.

El último combate

Según la tradición, la última pelea de gladiadores tuvo lugar el 1 de enero del año 404 en Roma. Parece ser que Telémaco, un monje que provenía de Asia Menor, saltó a la arena a separar a dos gladiadores que estaban combatiendo, consiguiendo parar la pelea. Sin embargo, los espectadores no se sintieron muy satisfechos, por lo que empezaron a apedrear al pobre monje quien acabó muriendo. La Iglesia lo canonizó y lo declaró mártir. La muerte del desdichado San Telémaco sirvió de excusa al emperador Honorio para prohibir las luchas entre gladiadores, cosa que se había intentado hacer antes sin éxito.

Telémaco deteniendo el combate
En realidad existen dudas de que esto realmente fuera así, ya que en el posterior Código Teodosiano del año 438 no está recogida dicha prohibición. Asimismo, ya existía con anterioridad un edicto de Constantino que prohibía y abolía las luchas entre gladiadores. En cualquier caso, sí que es cierto que durante el siglo V no se produjeron peleas de gladiadores en el mundo romano. Y es que la cada vez mayor influencia del Cristianismo en Roma hacía difícil que este tipo de luchas pudieran continuar. Con la desaparición del Imperio Romano de Occidente en el año 476, los gladiadores pasaron a ser un recuerdo y entraron definitivamente en el campo de la leyenda.
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