Karánsebes, la batalla más absurda

Sin duda alguna, el sueño de todo general es ganar las batallas sufriendo muy pocas bajas y causando en el enemigo un grave daño en forma de muertos y prisioneros. Algunos casos así se han dado en la historia, desde la batalla de Cannas (entre Aníbal y Roma) hasta la de Bicoca (entre españoles y franceses). Pero el colmo de este sueño es que tu propio enemigo haga todo el trabajo y se mate entre sí sin que uno mismo tenga que mover un solo dedo. Esto fue lo que pasó en la batalla de Karánsebes, considerada por muchos la batalla más absurda de la historia.

Representación de la Batalla
La guerra Ruso-Turca de 1787 a 1792

Muchos conflictos bélicos son nombrados como guerra Ruso-Turca. Los dos imperios llevaban enfrentándose a intervalos desde 1568 y no dejarían de hacerlo hasta 1918, al final de la I Guerra Mundial. Esta a la que me refiero era ya la octava en la que ambos imperios medían sus fuerzas, y aún habrían de hacerlo otras cinco veces más.

Selim III, Sultán turco en 1.787
En esta ocasión, el enfrentamiento se produjo al intentar el Imperio Turco reconquistar los territorios perdidos en la anterior guerra, producida entre 1768 y 1774. En particular, a los turcos les escocía la anexión de Crimea por parte del Imperio Ruso. Esto y algunos incidentes más, agravados por el apoyo a la guerra que los embajadores británico y francés dieron a los partidarios de un nuevo conflicto, hizo que los acontecimientos se precipitaran.

Lo que no sabían los turcos es que junto al Imperio Ruso luchó el Sacro Imperio Romano Germánico, más conocido por su nombre posterior de Imperio Austrohúngaro. Este hecho lo conocieron cuando ya era demasiado tarde, de modo que se vieron en guerra contra dos de los mayores y más poderosos ejércitos de Europa, siendo ellos mismos un gigante con pies de barro que apenas era una sombra de las huestes que algunos siglos antes habían amenazado con conquistar todo el continente europeo.

Llega el ejército austriaco

La tarde del 17 de septiembre de 1788, un ejército austriaco de más de 100.000 hombres acampó cerca de la orilla del río Timis. El Emperador José II había decidido que ese era el lugar ideal para enfrentarse al ejército turco que marchaba contra la fortaleza de Vidin. Los austriacos habían dejado la ciudad de Belgrado unos días antes y esperaban ocupar una posición de bloqueo en la orilla de dicho río a su paso por la ciudad de Karánsebes, cerca de la actual Timisoara en Rumania. Se esperaba una noche tranquila sin presencia de enemigos por la zona.


Situación de Karánsebes (Rumanía)
El ejército imperial estaba formado por unidades de todas las partes de su territorio. Había serbios, italianos, rumanos, húngaros… La mayoría de ellos no hablaban alemán, lengua del Imperio, luchaban bajo sus propios estandartes y eran dirigidos por oficiales de su misma nacionalidad. Las tropas eran coordinadas desde el Estado Mayor, de forma que pudieran combatir juntas unidades que a ras de tierra no tenían forma de comunicarse entre ellas. Era una especie de torre de Babel con sables y mosquetes que en campaña eran difíciles de dirigir y de dominar.

Como era usual en aquella época, se mandó un contingente de caballería ligera para que vigilara la zona y previniera la posible presencia enemiga. La unidad elegida para esta misión de exploración fueron los húsares, con sus llamativos uniformes y sus siempre despiertas ganas de juerga.

Los gitanos

Los húsares cruzaron el río y no vieron ni rastro de presencia enemiga. Lo que sí encontraron fue un grupo de gitanos valacos que comerciaban con el licor local, el schnapps. Supongo que los soldados pensaron que por una copa no pasaría nada, así que empezaron a beber. A una copa siguió otra y los húsares acabaron comprando todos los barriles de aguardiente dispuestos a dar buena cuenta de ellos.


Imagen de un húsar
Convertido el pueblo en una especie de cantina, los húsares empezaron a confraternizar con la población civil. Al fin y al cabo, estaban en vísperas de encontrarse con el ejército turco y había que disfrutar de la vida mientras se pudiera. Para cuando el mando austriaco empezó a alarmarse por la tardanza de los húsares y envió una unidad de infantería para ver qué pasaba en la otra orilla del río, los húsares estaban lo bastante borrachos como para detener ellos solos a todas las fuerzas del sultán. O al menos, como para fanfarronear con hacerlo.

La unidad de infantería enviada a ver lo que ocurría se encontró a unos húsares medio ebrios y de fiesta con los habitantes del pueblo. No sé si aliviados o enfadados por haber tenido que ir, exigieron ellos también participar del jolgorio y poder beber de los barriles comprados por los húsares. Estos, naturalmente, se negaron a invitarles. Al fin y al cabo, el licor lo habían pagado ellos y no estaban dispuestos a desperdiciarlo de esa manera. La discusión fue en aumento y los gritos llenaban el aire, de modo que algunos húsares empezaron a construir una barricada alrededor de los barriles de aguardiente.

“¡Turci, turci!”

En medio de aquella tangana, entre gritos, empujones e insultos, alguien tuvo la feliz idea de disparar un tiro al aire. Supongo que lo haría para calmar los ánimos, pero lo que consiguió fue justo lo contrario. El caos se apoderó de la ciudad y los civiles, pensando que había sido un francotirador turco, se refugiaron en sus casas al grito de “¡turci, turci!” (“¡los turcos, los turcos!”). Los soldados empezaron a alarmarse, porque a diferencia de unos minutos antes, enfrentarse ellos solos a todo el ejército otomano no era una opción.


Infantería austriaca
Algunos húsares montaron en sus caballos y salieron a la carrera hacia el campamento austriaco. Los soldados, al verlos, pensaron también que el ejército turco se acercaba y los siguieron tan rápido como podían. Los oficiales alemanes trataban de retenerlos al grito de “¡Halt, halt!” (“¡Alto, alto!”), pero muchos entendieron “¡Allah, Allah!”, el grito de batalla otomano, así que la desbandada se generalizó. Ahora todos se dirigían a toda leche al campamento imperial, en medio de un caos generalizado, y pensando que los turcos les pisaban los talones.

El caos se adueña de la situación

Una unidad de caballería cercana al puente sobre el río Timis escuchó los sonidos de galope que venían en su dirección y vio un grupo de tropas gritando lo que parecía “¡Turci, Allah!” viniendo a su encuentro. Pensando que era la avanzadilla turca que les atacaba, cargó contra ellos mientras disparaban sus armas. Los que iban hacia el campamento, por supuesto, les respondieron. Se disparaban los unos a los otros pensando que los turcos eran los de enfrente. Hay que tener en cuenta que la tarde estaba cayendo y las sombras complicaban el reconocimiento a cierta distancia. Ocurrió entonces algo que precipitó los acontecimientos: el ganado y los caballos, asustados por el ruido que se acercaba, entraron en pánico y rompieron las vallas que les guardaban huyendo a la carrera en todas direcciones.


Escudo imperial austriaco
Aquella estampida produjo un ruido muy parecido a una carga de caballería. El campamento entero, a la luz menguante del atardecer, cogió sus armas. Para todos estos soldados, sobrios como estaban, los disparos, los gritos y el ruido de caballos galopando sólo podían significar que los turcos les atacaban por sorpresa. Así que todos empezaron a atacarse entre sí. La caballería atacaba a la infantería sable en mano, estos les respondían a tiros y a su vez eran atacados por los disparos de otras unidades de infantería. Las unidades atacaban a los que creían turcos y eran respondidos por otras unidades que creían que los turcos eran ellos. Todos eran enemigos de todos, y pronto todo el ejército imperial se encontraba enzarzado en una lucha fratricida donde no había forma de que nadie pusiera orden. La juerga de disparos y estocadas había comenzado y pronto llegaría a su apogeo, pero sin duda el gran espectáculo final estaba por venir.

La gran traca

Los fuegos artificiales (nunca mejor dicho) en toda esta fiesta los pusieron, cómo no, las unidades de artillería. Los oficiales artilleros, ya en plena oscuridad, empezaron a disparar hacia el ruido de carga que oían por todas partes. Lo hicieron continuamente durante varias horas pensando que los turcos los atacaban de noche, y temiendo que en cualquier momento la caballería otomana los pillaría por sorpresa en las tinieblas. Bombardearon sin piedad y sin hacer distinción de tirios ni troyanos, o en este caso, de austriacos y austriacos.

Representación de la batalla
Mientras el ejército imperial se masacraba entre sí, el Emperador José II salió de su tienda y, seguido por sus generales, montó a caballo y galopó hacia el río Timis. En medio del desconcierto, y mientras su guardia trataba de protegerlo de sus propios soldados, se dice que su montura lo tiró, yendo a parar a las frías aguas del río. Allí, completamente empapado, contempló cómo su ejército se destrozaba a sí mismo sin piedad. Al cabo de poco, los ya enloquecidos soldados se dispersaron en pequeñas bandas que disparaban a todo lo que se movía, creyendo que los turcos estaban por todas partes. Así se sucedieron las horas de batalla hasta que en un momento dado todos decidieron que había llegado el momento de emprender la huida.

Paisaje después de la batalla

Dos días después, el 19 de septiembre, los turcos llegaron a Karánsebes y se encontraron la mayúscula sorpresa de 10.000 soldados imperiales muertos o agonizantes al otro lado del río. Alguien les había hecho el trabajo, pero no sabían quién ni cómo. Supongo que pensaron que lo mejor de todo es que ellos no habían tenido que pegar ni un solo tiro para conseguir derrotar a los austriacos. Poco después, y todavía estupefactos, tomaron fácilmente el pueblo y el paso del río. Un par de años después moría el Emperador José II, quien mandó poner en su epitafio: “Aquí yace José II, que fracasó en todo lo que emprendió”.

José II de Habsburgo, Emperador austriaco en 1.787
La batalla de Karánsebes es conocida como la mayor derrota militar auto infligida de la historia. Muchos han puesto en duda que se produjera en realidad, pero el episodio está narrado en el propio “Magazine Militar Austriaco” de 1831. Existen asimismo referencias en varios libros militares en los que se hace hincapié, cómo no, en la estupidez humana como factor militar decisivo. En cualquier caso, y a la luz de los acontecimientos, sí que podemos considerarla como la batalla más absurda de todos los tiempos. Y es que, al final, los musulmanes tendrán razón cuando dicen que el alcohol es malo.

(Entrada publicada anteriormente en mi blog www.tercerpiedelgato.blogspot.com)


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Comparativa entre los hashshashin y Daesh

Estamos en mayo de 1176. El lugar, los alrededores del castillo de Masyaf en Siria, cerca de Alepo. El gran sultán Saladino pone cerco a la fortaleza, capital de los “hashshashin”. Nosotros los conocemos como la secta de los asesinos. Este asedio es la respuesta del sultán a los dos intentos de matarlo por parte de dicha secta. Saladino sabe que en ella se refugia su líder Rashid Ad-Din Sinan, conocido también como “el viejo de la montaña”. Sin embargo, el cerco no dura mucho; al cabo de unos días Saladino lo levanta y pone rumbo al sur. A partir de ese momento intentará un acercamiento con los hashshashin y nunca más volverá a molestarlos. Hasta aquí los hechos, pero se cuentan dos episodios como las razones de tan súbito cambio de actitud.

Saladino en una representación medieval
El primero es que Saladino despertó una noche y vio una figura saliendo de su tienda. Al lado de su cama, en una mesa, había una torta envenenada con una daga clavada. Y en la daga, un mensaje que decía:
 “Los fedayín no temen a la muerte. Te derrotaré desde tus propias filas. Estás en nuestras manos”.
El intruso entró y salió sin ser visto a pesar de la estrecha vigilancia, y no dejó ninguna huella en el campamento ni en la tienda del sultán. Se dice que el visitante no era otro que el propio Sinan disfrazado.

El segundo episodio es que pocos días después apareció un emisario en el campamento de Saladino con un mensaje. Tenía órdenes de comunicárselo sólo al sultán y en privado. Fue conducido a su tienda y en presencia del sultán el enviado repitió sus instrucciones. Saladino dio orden a todo el mundo de que se retirara, excepto a dos escoltas de su máxima confianza. El mensajero insistió en que sólo el sultán debía escuchar el mensaje. Saladino lo miró fijamente y respondió:
“Confío en estos dos hombres como si fueran mis hijos. Lo que sea que tengas que decirme, pueden oírlo ellos también”.
El mensajero miró entonces a los dos escoltas, y dirigiéndose a ellos les preguntó: “Si ahora os ordeno que matéis a este hombre ¿lo haríais?”. Los escoltas sacaron entonces sus armas, dispuestos a matar al sultán a una orden del emisario. Saladino, incrédulo ante lo que estaba pasando, comprendió por fin la situación: sus escoltas de mayor confianza pertenecían a los hashshashin y habían estado infiltrados en su guardia personal durante años. Al día siguiente, tal y como se ha dicho, levantó el asedio.

Valga esta pequeña introducción para ilustrar el tema que trataré a continuación. A pesar de los numerosos análisis superficiales que últimamente he encontrado que ilustran que la antigua secta de los asesinos y los actuales terroristas islamistas tienen mucho en común, yo pretendo mostrar que esas similitudes a primera vista esconden en realidad las importantes diferencias que hay entre ambos casos, a poco que se profundice un poco en su análisis. En mi opinión, estas diferencias son tan sustanciales que hace que, en el mejor de los casos, las organizaciones no sólo sean radicalmente distintas sino también fundamentalmente no comparables.

La secta de los asesinos y DAESH – Al Qaeda

Muchos han sido los que han señalado las similitudes entre la antigua secta de los asesinos (activa entre los siglos XI y XIII en Oriente Medio) y los actuales DAESH y Al Qaeda, así que no repetiré aquí sus conclusiones. Hay sin embargo dos detalles que, a mi juicio, se han escapado de todos los análisis. Uno de ellos supone una coincidencia discrepante entre ambas organizaciones y el otro una importante diferencia. Y cuando hablo de coincidencia discrepante, me refiero a datos que pueden pensar en paralelismos bajo un análisis superficial pero que, en cuanto se empieza a rascar, agravan la diferencia. Me explicaré al final del epígrafe. Pero para entenderlo, antes de nada, debemos hacer una pequeña historia de las distintas corrientes del Islam.


Caligrama del león Ismail
Los musulmanes se dividen fundamentalmente en dos ramas: los suníes (seguidores de la línea oficial del califato) y los chiíes (seguidores de Alí, yerno de Mahoma, y que según ellos debió ser su sucesor). A su vez, cada una de ellas se divide en distintos movimientos. Vendría a ser como la división del cristianismo en católicos, ortodoxos y protestantes, y a su vez cada uno de ellos en distintas variaciones (adventistas, mormones, baptistas, etc.). Y si bien para la mayoría de los cristianos un musulmán es un musulmán sin atender a qué rama concreta pertenece, para los propios musulmanes la distinción es importante, pues las distintas corrientes han estado enfrentadas casi desde su nacimiento, llegando en muchos momentos a la guerra abierta entre ellas.

Viene aquí la diferencia de la que les hablé antes: la secta de los asesinos pertenece a la rama de los nizaríes, que es una corriente del chiismo, mientras que DAESH y Al Qaeda beben del wahabismo, una corriente suní. La diferencia no es baladí, pues sus postulados son radicalmente distintos. Vendría a ser lo mismo que la diferencia que existía entre el IRA (católico) y la Fuerza Voluntaria del Ulster (UVF, protestante) en el conflicto de Irlanda del Norte. Ambos eran grupos terroristas de religión cristiana, pero de ramas absolutamente distintas y, lo que es más importante, enfrentadas entre sí.

Y viene ahora la similitud discrepante. Se ha venido proclamando que el 90% de las víctimas de DAESH son otros musulmanes como ejemplo de que esta organización es enemiga de todo lo que no sea su ideología y de que sólo pretende ver arder el mundo. El dato es cierto. La mayoría de sus víctimas son musulmanes, al igual que lo eran las víctimas de los hashshashin. Pero mientras estos los mataban siguiendo una lucha de poder, DAESH lo hace porque para ellos no hay peor infiel que un musulmán de una corriente distinta a la suya. Por desgracia, tenemos ejemplos de este encarnizamiento entre parecidos a lo largo de la historia de Europa, desde la noche de San Bartolomé hasta la Guerra de los 30 años. Para un cristiano de una determinada rama, tampoco había en esta época peor enemigo que otro cristiano de una rama distinta. Igualmente, para un musulmán no hay peor infiel que otro musulmán de una corriente diferente.

El asesinato como arma política

Para utilizar el asesinato como arma política es imprescindible que dicho asesinato cause un fuerte impacto entre la población que lo sufre y los rivales del que lo comete. Se desata así una fuerte influencia psicológica que hace que todos vivan en permanente estado de miedo. El mensaje que se pretende transmitir es que nadie está a salvo. Partiendo de esta base, puede pensarse que tanto los hashshashin como DAESH utilizan métodos similares.

Dagas de los hashshashin
Existe sin embargo una importante diferencia entre los métodos de los antiguos asesinos y los modernos del DAESH. Mientras unos utilizaban un hombre para acercarse a la víctima y matarlo de forma pública (normalmente con una daga), los otros utilizan el terror masivo. Para los primeros, el asesinato se diseñaba de forma que se pareciera a una ejecución pública (y por tanto un escarmiento) de los enemigos de la secta. Para los segundos, el asesinato se diseña para que haya un número considerable de víctimas inocentes sin importar sus ideas, sus simpatías o sus creencias. Los antiguos hashshashin eran selectivos, los islamistas actuales son indiscriminados.

Asimismo, se ha señalado que el uso de terroristas suicidas es un punto coincidente de ambas organizaciones, algo que es radicalmente falso. Por un lado, los hashshashin utilizaban asesinos que después de cometer el crimen eran normalmente abatidos por la escolta de aquellos a los que habían matado. Así pues, el hecho de morir en el intento era una consecuencia del tipo de acción que llevaban a cabo, pero en ningún caso el asesino se suicidaba. Por otro lado, DAESH sí que utiliza suicidas en sus acciones, pero la muerte del ejecutor del atentado no es una consecuencia del mismo sino que forma parte del atentado en sí como forma de hacer el mayor daño posible. En lo que sí coinciden ambas organizaciones es que despreciar la búsqueda de una vía de escape para el ejecutor supone eliminar el mayor problema con el que se encuentra este tipo de actos: si el que lo comete no desea huir, pararlo será tarea casi imposible. Además, tiene otra importante consecuencia práctica: los muertos no hablan, y por tanto no pueden delatar a nadie que forme parte de su organización.

Muyahidín y fedayín

En la nota que aparecida clavada en la daga que he mencionado al principio, aparece la palabra “fedayín”. En árabe significa “los que muestran adhesión”, y se suele traducir por combatiente o soldado. Igualmente, el término “muyahidín” significa “los que hacen la yihad” y también se suele traducir por combatiente o soldado. Hay sin embargo una importante diferencia entre ambos: mientras que el “fedayín” es el que lucha por razones políticas, el “muyahidín” lo hace por razones religiosas. En la antigüedad ambas razones venían a ser lo mismo, pero actualmente existen importantes diferencias entre ambas. Así, los combatientes de DAESH serían muyahidines y los soldados musulmanes que se les enfrentan serían fedayines.

Castillo de Masyaf, en Siria
El detalle no es menor. Mientras que los antiguos asesinos se veían a sí mismos como combatientes políticos dentro del inmenso tablero de ajedrez que era Tierra Santa, excluyendo cualquier razón religiosa en sus actos, los actuales terroristas de DAESH se ven como luchadores por la fe, excluyendo cualquier consideración política. Eso les da a estos últimos un plus de fanatismo que trasciende la lealtad que puedan tener hacia sus superiores o hacia el califa Al-Baghdadi. No luchan por razones políticas, sino para llevar el Islam sobre toda la tierra. Es importante comprender esto para intentar hacerse a la idea de un fanatismo que escapa a nuestra comprensión occidental.

No obstante, y como detalle final, diré que en la antigua secta de los asesinos también se encuentran episodios de lealtad suprema, aunque por razones distintas, como ya he dicho. Por ejemplo, ante la visita a Alamut (otro castillo de la orden) de alguien que decía poseer un ejército extraordinariamente numeroso y valiente que podría conquistar los castillos de la secta, Sinan ordenó a dos de sus soldados que se arrojaran desde las almenas. Estos lo hicieron sin vacilar. Sinan se dirigió entonces al visitante y le dijo:
“Tu ejército es numeroso, pero le faltan dos soldados como estos”
El asunto quedó así zanjado.

Células durmientes y lobos solitarios

El segundo episodio narrado en la introducción ilustra a la perfección el concepto de “célula durmiente”. Los escoltas de máxima confianza de Saladino llevaban años infiltrados en sus fuerzas, ascendiendo poco a poco y llegando hasta ese puesto de máxima confianza. Por simple estadística, cabe pensar que habría muchos más que se habían quedado en niveles inferiores de su ejército y que por diversas razones no habían llegado tan alto. Es el mismo concepto que los terroristas emplean en la actualidad.

Supuesto retrato de Rashid Ad-Din Sinan
Así es. Algunos de los atentados que realizan tanto DAESH como en su día Al Qaeda han sido perpetrados por personas o grupos que llevaban bastante tiempo en la comunidad en la que atentaron y que aparentemente estaban integrados en ella. Esto hacía que se hiciera difícil sospechar de ellos. Añade además un elemento de desconcierto al atentado (tal y como le pasó a Saladino), pues la población afectada empieza a no fiarse de nadie y a mirarse con sospecha los unos a los otros; al fin y al cabo, el siguiente terrorista podría ser cualquiera con el que te saludas todos los días.

Al hilo de esto existe también el concepto de “lobo solitario”, llamados así los que atentan sin el apoyo de un grupo. Aunque el término proviene de los supremacistas blancos, se han venido utilizando desde la antigüedad por organizaciones de todo tipo. Las razones, desde luego, son eminentemente prácticas. Alguien que actúa solo no puede culpar a otros si es capturado con vida. Además, una persona sola es más difícil de detectar (y por tanto de detener) que un grupo organizado mientras realiza las labores de preparación del atentado.

En cualquier caso, existe una diferencia fundamental entre los métodos de antaño y los de ahora. Mientras antes podían permitirse el paso de más tiempo entre la infiltración y la activación, en la actualidad ambas fases se encuentran mucho más juntas. Es posible que la diferencia sea debida a la mejora de las comunicaciones, pero me gustaría resaltar que la paciencia, una virtud para los antiguos hashshashin, es algo de lo que parecen carecer los actuales islamistas.

La taquía

La palabra “taquía” significa en árabe simulación o engaño, y es uno de los preceptos del chiismo. Consiste en el permiso para enmascarar las propias creencias e incluso negarlas siempre que el objetivo último sea defender la fe islámica. Así, al que se acoge a la taquía se le permite, por ejemplo, comer cerdo, beber alcohol e incluso se le dispensa de celebrar el Ramadán. Los integrantes de la secta de los asesinos se acogían a menudo a dicha práctica con el fin de ganarse la confianza de sus víctimas y poder realizar sus fines de forma más fácil.


Símbolo de los hashshashin
A pesar de ser un precepto chií, los terroristas suníes de Al Qaeda la han tomado prestada. De hecho, en un manual de la organización, se encuentran las siguientes palabras atribuidas a  Ibn Taymiya:
“Si un musulmán está combatiendo o se encuentra en una zona pagana, no tiene el deber de mostrar una apariencia distinta de la de quienes le rodean. En esas circunstancias el musulmán puede preferir, o verse obligado, a parecerse a ellos, a condición de que su acción suponga un bien religioso, como predicarles, enterarse de secretos y transmitirlos a los musulmanes, evitar un daño, o algún otro fin de provecho.”
Los que parecen no haberla adoptado son los miembros de DAESH. Una de las características más típicas de sus miembros es el fervor radical con que siguen sus creencias, aunque bien es cierto que últimamente se han dado casos de radicalizaciones exprés que no permiten tener una base para comparar un antes y un después. Por ejemplo, del terrorista de Niza se dice que bebía alcohol y no seguía el Ramadán, pero no se trata de un caso de aplicación de la taquía, sino de un cambio rapidísimo de creencias que le llevó de inmediato a atentar nada más convertirse al yihadismo.

El uso del término “califato”

El califato fue el método que adoptaron los musulmanes para continuar el sistema implantado por Mahoma. A la cabeza se encuentra el califa, que es una autoridad que reúne en su persona el poder civil, militar y (lo que es más importante) religioso. Ningún otro título musulmán reúne tantos poderes, pues los distintos emires, sultanes o visires sólo tenían poder civil o militar, pero en ningún caso su ámbito de actuación era religioso.

El viejo de la montaña, en una representación medieval
Así pues, no es casual que DAESH esté encabezado por alguien que se ha autoproclamado califa: Al Baghdadi. Este título le asegura un poder omnímodo sobre todos sus seguidores, pues su palabra no sólo es ley en la tierra, sino también en el cielo. Le permite, entre otras cosas, interpretar a su manera el Corán, haciendo de este modo que actos que en otras épocas eran permitidos estén ahora absolutamente prohibidos y al contrario.

La secta de los asesinos, sin embargo, nunca tuvo un líder que se arrogara autoridad religiosa entre sus adeptos. A dicho líder se le aplicaba el tratamiento de jeque, que etimológicamente significa “anciano” en el sentido de venerable. De hecho, todos sus líderes eran conocidos por el sobrenombre de “viejo de la montaña”. En cualquier caso, y a pesar del gran ascendiente que tenían entre sus seguidores, jamás se atribuyeron poder religioso alguno y se limitaban a seguir los preceptos chiitas en su variante nizarí.

Conclusión final

Supongo que si ha llegado hasta aquí, habrá llegado a la misma conclusión que yo: numerosos análisis hechos por supuestos expertos pecan a menudo de una superficialidad extremadamente irritante. Cabe preguntarse si, al igual que en este caso, el resto de sus “estudios” están tan completamente errados. En ese caso, estamos ante creadores de opinión que hablan desde la ignorancia (en el mejor de los casos) o desde el engaño. En cualquier caso, animo a todos a ser críticos y no creerse lo primero que nos cuenten, por muy autorizada que sea la voz del tertuliano que nos habla.
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