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Ahuianime, la prostitución en el México prehispánico

En todas las sociedades, desde la más lejana antigüedad, la prostitución siempre ha jugado un papel destacado. Su importancia se pone de manifiesto en que en el Código de Hammurabi hay varios apartados donde se recogen los derechos de quienes la ejercían y regulaban su actividad. Asimismo, en la Grecia Clásica existía una variante altamente respetada, la prostitución sagrada por parte de las hieródulas. En Roma existía un registro de quienes la ejercían y se cobraba un impuesto sobre la actividad; sin embargo, su práctica era considerada algo vergonzoso y no se permitía a las personas (tanto hombres como mujeres) que la ejercían heredar o tener propiedades. Además, el testimonio de una prostituta no era válido en un juicio. 


Ahuianime, prostituta mexica
Al final del artículo encontrará el lector enlaces a artículos más detallados sobre el tema en esas civilizaciones. Por nuestra parte, trataremos aquí la prostitución en el México precolombino, ya que además de ser menos conocida, la práctica tiene connotaciones únicas que la diferencian enormemente de otras culturas. En primer lugar, la prostitución era protegida por el Estado pero era considerada moralmente repudiable. En segundo lugar, la prostitución sagrada no sólo acompañaba las ceremonias religiosas sino que también servía para hacer más llevaderos los últimos momentos de los destinados a los sacrificios. Y por último, los muy supersticiosos mexicas consideraban que las mujeres nacidas en ciertas fechas estaban casi inevitablemente destinadas a ejercer ese oficio. Veamos estas y otras cosas más en detalle.

“Las que están alegres”

Aunque los mexicas tenían una gran variedad de términos para referirse a la prostitución y a las mujeres que la ejercían, hay uno que servía de forma genérica: ahuianime, que significa “las que están alegres”. Esto es así porque se consideraba el sexo como un gozo que los dioses concedían ante las dificultades y las angustias de la vida cotidiana. Sin embargo, no era esta la única palabra para designarlas: “las que hacen feliz”, “las que andan contentas”, “las que levantan la cabeza”, “las que ya no asientan su corazón”, “las que andan mirando a todos lados” o “las que venden sus nalgas” son los significados de otras palabras que servían para nombrarlas (al final del artículo se pondrá un glosario de términos en náhuatl, el idioma precolombino del valle de México).

Ahuianime en un mural de Diego Rivera
La variedad de términos nos da una idea de la ambivalencia con la que eran vistas en la sociedad mexica. Por una parte, las prostitutas estaban protegidas por el Estado pues su papel en ciertas celebraciones religiosas era fundamental (y no sólo en los ritos, sino también acompañando y sirviendo a los que iban a ser sacrificados en las festividades en honor a ciertos dioses), pero por otra parte una sociedad con una moral tan puritana como la mexica consideraba la prostitución repudiable. Y es que, en contra de la imagen romántica de tolerancia que muchas veces se nos quiere transmitir de esa cultura, en materia sexual los habitantes del valle de México eran tanto o más intransigentes que los católicos europeos del siglo XVI (por ejemplo, la homosexualidad era violentamente castigada, y el adulterio se penaba con la muerte).

Ahuianime en un festival
La aparente contradicción en esta doble visión puede deberse a varias cosas. Por un lado, si bien los dioses permitían la normal práctica sexual, el exceso o desenfreno de los placeres eróticos era fuertemente castigado (se pensaba que un exceso de sexo, incluso dentro del matrimonio, secaba la grasa corporal del hombre y lo llevaba a la muerte); por esta razón, las ahuianime eran popularmente tildadas de inhumanas, vanidosas e indecentes. Por otro lado, existía cierto “respeto” hacia las prostitutas sagradas y las militares, pero un fuerte desprecio hacia las prostitutas callejeras, de modo que en los discursos morales y en algunas palabras para calificarlas existe una actitud de rechazo y desaprobación a su comportamiento. Finalmente, la prostitución era considerada algo malo pero necesario, por lo que se toleraba a regañadientes del mismo modo que en la sociedad medieval occidental se toleraba a los verdugos.

Gestos y arreglos

Puesto que el oficio de las ahuianime era seducir, usaban una serie de artificios que no les estaban permitidos al resto de mujeres. Entre esos artificios se encontraba el peinado, el maquillaje, la vestimenta y el uso del lenguaje corporal. En cuanto al peinado, solían llevarlo suelto o bien la mitad suelto y echado sobre el hombro y la otra mitad trenzado (a diferencia de las mujeres “decentes”, que llevaban el cabello “partido en el centro, las mitades cruzadas en la nuca y llevadas en forma torcida o trenzada alrededor de la cabeza, hacia la frente, para terminar en dos puntas levantadas que tenían forma de cornezuelos”). De hecho, las ahuianime aparecen en las imágenes con el cabello alborotado. Es curioso que las adúlteras llevaran también el cabello suelto y despeinado al recibir su sentencia, y que Malitzin (o Malinche), la amante y traductora de Cortés (y considerada traidora por los mexicas) fuera representada con el cabello suelto como una forma de desprestigiarla.

Arreglo de Ahuianime
En cuanto al maquillaje, los cronistas señalan que estas mujeres “gustaban de lucir buen rostro”, y para ello se ponían en la cara y las mejillas un ungüento conocido como axin, de color amarillo, aunque también usaban otros colores. Una curiosidad es que también gustaban de oscurecerse los dientes de rojo con un extracto de cochinilla, ya que ese rasgo resultaba atractivo entre los mexicas. En cuanto a la vestimenta y los adornos, tanto el Códice Florentino como el Matritense así como el cronista Fray Bernardino de Sahagún coinciden en que eran “excesivos”, pudiendo interpretarse como que los vestidos estaban adornados mucho más de lo que lo estarían los de las mujeres que no se dedicaran a la prostitución.

Maquillaje y peinado
Por último, el tema del lenguaje corporal es muy interesante. Así, los cronistas señalan que a las mujeres “honestas” se las enseñaba que:

No andes con apresuramiento ni con demasiado espacio, porque es señal de pompa andar despacio, y el andar de prisa tiene resabio de desasosiego y poco asiento. Andando llevarás un medio, que ni andes muy de prisa ni muy despacio; y cuando fuere necesario andar de prisa, hacerlo has así; por esto tienes discreción. Cuando fueres por la calle o el camino no lleves inclinada mucho la cabeza y muy erguida, porque es señal de mala crianza. No hagas con los pies meneo de fantasía por el camino. Anda con sosiego y con honestidad por la calle. No mires por aquí y por allá, ni vuelvas la cabeza para mirar a una parte y a otra. Mira a todos con cara serena… de manera que ni lleves el semblante como enojada ni tampoco como risueña

De este texto podemos deducir que las ahuianime andaban de forma totalmente contraria. Asimismo, en los Primeros Memoriales se dice de las prostitutas: “Andas llamando con los ojos (guiña los ojos a la gente, cierra el ojo a la gente), andas sonriendo a la gente (vuelve el rostro, ríe, anda riendo), andas haciendo señas con la lengua a la gente, andas silbando a la gente, andas sonando las manos (para llamar) a la gente, andas llamando a la gente con las manos… Llamas a la gente con disimulo”.

En un festival religioso
Una característica de las ahuianime es que solían mascar una resina llamada tzictli, antecedente directo del actual chicle. La razón de ello era doble: por un lado les servía para limpiar sus dientes y tener buen aliento, y por otro les servía para llamar la atención de los hombres (mirándolos fijamente mientras mascaban). El tzictli era, pues, un distintivo del oficio al que se dedicaban. Otro de esos distintivos era un tatuaje en la parte baja de la pierna, que muchas mostraban al paso de los hombres haciéndoles saber de esta manera que eran prostitutas. Además, las ahuianime solían mover mucho las manos y gesticular, al contrario del resto de las mujeres, más comedidas en sus gestos.

Ahuianime según el Codex Florentino
En cuanto a la higiene personal, se señala que solían bañarse con frecuencia (al igual que el resto de la sociedad mexica) pero aplicándose después ungüentos, hierbas olorosas y perfumes que atrajeran a los hombres por el olor. En ese aspecto, los mexicas consideraban que las prostitutas atraían a los hombres con el empleo de afrodisiacos, bien en el perfume bien en las bebidas que daban a los hombres. Era común representarlas como mujeres situadas en las encrucijadas que ofrecían a los viajeros una copa con una bebida afrodisiaca, de ahí que los mexicas aconsejaran no aceptar bebida de un extraño.

Cerámica representando una prostituta
Caso aparte es el de las maqui o prostitutas militares. Este término, traducido como “la que se entremete”, designaba a aquellas mujeres que acompañaban a los guerreros en sus campañas. Su función era doble, ya que no sólo procuraban alivio sexual a los soldados sino que también evitaban así que éstos abusaran de las mujeres de los pueblos conquistados (algo penado con la muerte entre los mexicas). Además, formaban parte de la guerra psicológica previa a las batallas, pues insultaban al enemigo mostrando sus nalgas y también animaban a los suyos en la lucha. Se consideraba que estas mujeres eran las protegidas y las representaciones de los dioses Xochiquetzal y Cihuacoatl. Llevaban atavíos guerreros y mostraban actitudes marciales y viriles. Una curiosidad sobre ellas es que eran mujeres nacidas bajo el signo xochitl (es decir, en unas fechas determinadas del calendario), pues se creía que “las mujeres que nacieran en ellos, estarían inclinadas a la prostitución a menos que fueran penitentes y guardaran su ayuno para evitar caer en la fase del signo”.

El pago

La moneda corriente entre los mexicas eran las semillas de cacao, de modo que el pago de los servicios de las prostitutas se realizaba con ellas (normalmente el precio del servicio era de 10 semillas). Sin embargo, tenemos un caso aparte en las prostitutas sagradas, que participaban en los bailes rituales y eran asignadas a los distintos esclavos destinados al sacrificio. Así, el cronista Sahagún señala que las ahuianime eran contratadas por los señores nobles para que tuvieran relaciones sexuales con el esclavo destinado para ser inmolado en alguna de las fiestas principales. El trabajo de las mujeres públicas terminaba cuando éste moría en el altar de los sacrificios y el pago por sus servicios era el quedarse con las prendas y con todo objeto que hubiera pertenecido al esclavo.

Ahuianime ofreciendo sus servicios
El número de prostitutas asignadas a cada hombre objeto de sacrificio varía según la importancia de la festividad, e iba desde las cuatro que acompañaban al esclavo sacrificado en el mes de Toxcatl hasta sólo una para festividades de menor importancia. En cualquier caso, las crónicas señalan que “(la prostituta) le divertía constantemente, le acariciaba, le decía bromas, le hacía reír, le hacía cosquillas, gozaba en su cuello, le abrazaba, le bañaba, le peinaba, arreglaba su cabello, destruía su tristeza. Y cuando era el momento de la muerte del bañado (del futuro sacrificado) la ahuani se llevaba todo. Envolvía, guardaba todas sus pertenencias, todo lo que había usado para vestirse y se lo llevaba”.

Ofreciendo una flor
Asimismo, existía un tipo de prostitución sagrada entre ciertas sacerdotisas y algunos guerreros destacados. Este tipo de prostitución era tolerada siempre que se llevara con discreción, pues en caso de hacerse pública tanto el varón como la mujer eran severamente castigados. Para el Estado era muy importante mantener inmaculado el honor y la moral pública de los guerreros, y el castigo para los transgresores era ejemplar: a él le cortaban el pelo, le quitaban sus armas y atavíos y, además, le apaleaban prohibiéndole que volviera a bailar y cantar (la principal forma de honrar a los dioses, además del sacrificio). A la mujer también se le prohibía la participación en los bailes rituales. Por último, el guerrero era obligado a tomar por mujer a la prostituta; de esa manera, se aseguraba el sustento de la mujer, y el castigo del transgresor servía de ejemplo a los guerreros para que fueran más reservados.

Intercambio comercial entre prostituta y cliente
Curiosamente, la solicitud de servicios de los guerreros a estas prostitutas sagradas se producía llamándolas (discretamente, se entiende) a comer y llevándolas a sus casas. De hecho, el pago por estos servicios eran mantas y comida. Dicha solicitud se producía a la salida de los bailes con los que los mexicas honraban a sus dioses, y en los que participaban de forma destacada tanto los guerreros como las ahuianime.

Apéndice 1: Glosario de términos en náhualt relacionados con la prostitución

  • Ahuiani (plural ahuianime): la que está alegre (término común para las prostitutas)
  • Ahuilnemilitztli: vida contenta o alegre
  • Ahuilnenqui: la que vive o anda contenta
  • Apinauani cihuatl: mujer desvergonzada
  • Aoccan ca iyollo: mujer que ya no tiene en ninguna parte su corazón
  • Aocmo tlalia iyollo: mujer que ya no se asienta su corazón
  • Aquetzca cihuatl: mujer que levanta la cabeza (altiva)
  • Cihuacuecuech: mujer osada, desvergonzada o imprudente
  • Maauiltia: la que se divierte, se explaya, lleva una vida alegre
  • Maauiltiani: la que se recrea
  • Maqui: las entremetidas
  • Motzinnamacani: la que vende sus nalgas
  • Motetlaneuhtiani: la/el que se presta a alguien
  • Monamacac: la que se vende
  • Nouiampa tlachixtinemi: la que anda mirando hacia todos lados
  • Ocholo iyollo: la que pisó su corazón
  • Auiani calli: casa de alegres
  • Netzincouiloyan: lugar donde se compran traseros
  • Netzinnamacoyan: lugar donde se venden traseros


Apéndice 2: Artículos relacionados



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Los náufragos olvidados de Tromelin

No creo arriesgar mucho si digo que la inmensa mayoría de los lectores de este blog no conoce la isla de Tromelin. Yo mismo no oí hablar de ella hasta hace pocas semanas. Y no les estoy llamando ignorantes, es que este islote aislado de menos de 4 kilómetros cuadrados está en el Océano Índico, en medio de la nada, y no tiene ninguna importancia salvo para la observación meteorológica, como lugar de cría de tortugas marinas y como sitio de paso para las aves. Nadie lo conocería en la actualidad de no ser por un trágico suceso ocurrido allí en el siglo XVIII: el naufragio de un barco negrero y el posterior abandono de los esclavos que transportaba a su suerte. 

La isla de Tromelin azotada por las olas
Y es que quizá no haya peor crimen que un ser humano pueda realizar que esclavizar a otros seres humanos. Sin embargo, la esclavitud ha estado presente en la Historia desde la más remota antigüedad. No obstante, no se crean que esta horrible práctica es sólo cosa de los tiempos pasados; por ejemplo, Mauritania la prohibió en el no tan lejano 1981 y hasta 2007 era legal allí poseer un esclavo. Hoy en día se calcula que existen 24 millones de seres humanos en condiciones de esclavitud, más que en cualquier otro momento de la Historia humana, y es triste que a veces la vida humana no valga más que lo que el precio que alguien quiera ponerle. Es por eso que contaremos hoy la historia de supervivencia y resistencia de los olvidados náufragos de la isla de Tromelin.

La travesía de “L’Utile

El 17 de noviembre de 1760 partió del puerto francés de Bayona el navío “L’Utile”. Este barco pertenecía a la Compañía Francesa de las Indias Orientales, una empresa comercial fundada en 1664 para comerciar por todo el Océano Índico y hacer la competencia a sus homónimas inglesa y holandesa. “L’Utile”, comandado por el capitán Jean de La Fargue, llevaba una tripulación de unos 142 hombres, entre marineros y oficiales. Después de hacer una corta escala en el puerto de Pasajes (Guipúzcoa), puso rumbo a Madagascar. Allí debía cargar sus bodegas, continuar hasta Mauricio (llamada por entonces Île de France) y posteriormente dirigirse hacia las factorías francesas en la India.

Escudo de la Compañía Francesa de las Indias Orientales
Una vez llegados a Foulpointe, en la costa oriental de Madagascar, el capitán decidió que el viaje sería mucho más provechoso si incluía en la carga algo de contrabando; y la mercancía elegida fueron esclavos malgaches. La esclavitud estaba en vigor por aquel entonces en Francia (no fue abolida hasta 1794, tras el triunfo de la Revolución Francesa; aunque Napoleón la restableció en 1802 y no fue definitivamente eliminada hasta el año 1848). Sin embargo, el comercio de esclavos era monopolio del Estado y se necesitaba de un permiso especial para realizarlo, algo de lo que carecía “L’Utile”. No obstante el riesgo, compraron y cargaron a unos 150 esclavos y los embutieron en las bodegas, esperando venderlos en Mauricio y sacar pingües beneficios.

Disposición de los esclavos en un barco negrero
Claro que llevar contrabando de una mercancía que era monopolio del Gobierno era una labor peligrosa. Cualquier barco de guerra podía abordar a “L’Utile”, requisar a los esclavos y detener a toda la tripulación, de modo que decidieron no ir por la ruta convencional hasta Mauricio. Esta decisión les llevó a escoger una ruta menos transitada, algo peligroso dado los precarios mapas de la época, a la navegación nocturna y a que las fechas (julio de 1761) eran las de pleno invierno austral, y la mar no estaba para muchas bromas. Y en esas condiciones, pasó lo que muchos temían: el barco naufragó en medio de la nada.

El naufragio y la balsa

El 31 de julio de 1761, el barco chocó contra los arrecifes de la isla de Tromelin y embarrancó. El fuerte oleaje hizo el resto y “L’Utile” tardó poco en irse a pique. Alrededor de 70 esclavos (encerrados en las bodegas) y más de 20 miembros de la tripulación murieron en el naufragio, pero el resto logró llegar hasta la isla. Durante los siguientes días, lograron sacar del pecio gran parte del material que podía ser reutilizado, como velas, madera, provisiones y agua. Estos útiles les permitieron construir un precario refugio, encender un fuego y cavar un pozo, algo fundamental puesto que la isla no tenía fuentes naturales de agua.

Informe sobre las circunstancias del hundimiento
Tromelin, la isla en la que habían naufragado, no se llamaba así por aquel entonces. Había sido descubierta en 1722 por un marino francés llamado Jean Marie Briand, y bautizada como Île des Sables, que traducido significa Isla de la Arena. Y es que básicamente sólo hay arena en ella, además de unos pocos arbustos. El islote, totalmente rodeado de arrecifes y golpeado continuamente por los vientos alisios, apenas medía 4 kilómetros de largo y unos 700 metros de ancho. Su punto más alto apenas alcanzaba los 7 metros sobre el nivel del mar, y huelga decir que no había fuentes de agua potable en toda la isla. A más de 450 kilómetros de la tierra habitada más próxima, los náufragos se encontraban en mitad de ninguna parte, y sobrevivir allí iba a ser una dura tarea.

Situación de la isla de Tromelin (en la A)
Pero parece ser que en la supervivencia también hay clases. Los suministros rescatados del pecio se reservaron exclusivamente para los blancos. A los esclavos apenas se les dio agua y comida, teniendo que arreglárselas por su cuenta. Unos y otros sobrevivieron a base de pescado, tortugas y aves marinas, y en el cuaderno de bitácora se puede leer que “unos 20 negros murieron al no recibir agua”. Aun así, el primer oficial Barthelemy Castellan du Vernet (que había asumido el mando tras perder la cordura el capitán en el naufragio) logró involucrar a todos en la construcción de una balsa; a los blancos con la esperanza de escapar, y a los negros con la promesa de volver a rescatarlos y dándoles un escrito por el que los liberaba de la esclavitud.

Sello francés sobre la isla
Tras 6 meses de trabajos, la balsa finalmente estuvo terminada. Como era de esperar, no todos cabían, así que se embarcaron en ella los 123 blancos supervivientes. Los esclavos fueron dejados a su suerte con algo de agua, algunos víveres y la promesa de que pronto vendrían a por ellos. 60 personas quedaron abandonadas en la isla con la esperanza de que serían rescatados en un breve plazo. La esperanza fue vana, y los pocos que quedaron estuvieron en Tromelin otros 15 años.

El olvido

Poco más de 4 días después de partir, la balsa llegó a Mauricio. Castellan avisó a las autoridades de la situación, pero el gobernador se negó a enviar barcos para rescatar a los que habían quedado en la isla. Por una parte, estaba furioso de que se hubiesen desobedecido sus órdenes de vender esclavos; por otra parte, tenía una razón práctica: se estaba produciendo la Guerra de los Siete Años entre Francia e Inglaterra, y un bloqueo inglés a la isla podía hacer que tuviera demasiadas bocas que alimentar si traía a los esclavos de vuelta. Durante los siguientes meses, Castellan abogó insistentemente por enviar un barco de rescate, pero la negativa del gobernador era firme.

Fotografía actual de la isla
Finalmente, en agosto de 1762 Castellan regresó a Francia. La noticia de que 60 personas habían quedado abandonadas en Tromelin y las autoridades se negaban a rescatarles causó una cierta polémica en los círculos intelectuales de París, pero pronto el asunto quedó en el olvido ante las noticias de la guerra contra Inglaterra y la quiebra de la Compañía de las Indias Orientales, una de las mayores estafas de la Historia. Los esclavos dejados atrás quedaron abandonados a su suerte, sin alimentos, sin agua y sin madera, en una isla donde no había nada, y todos los dieron por muertos poco tiempo después.

Restos arqueológicos en Tromelin
Sin embargo, los náufragos estaban decididos a sobrevivir. Con la poca madera que les quedaba y los arbustos de la isla encendieron una hoguera en el centro del islote que se mantuvo viva a lo largo de los años. Cazaron aves y tortugas y pescaron marisco y peces. Fabricaron herramientas y recipientes para almacenar el agua de lluvia, y construyeron refugios con corales y arena apelmazada que les permitieron refugiarse de las tempestades y de las subidas de la marea (que a veces inundaba toda la isla). Pero no todos aceptaban estar allí; algunos empezaron a construir pequeñas balsas con las que poder salir de Tromelin. Se conocen al menos dos intentos, de los que nada más se supo. Otros se dejaron ir agarrados a un trozo de madera, y no hace falta decir cuál fue su destino.

Portada del cómic sobre el episodio
En 1773 un barco que pasaba cerca de la isla vio el fuego de los náufragos, pero no pudo acercarse y siguió su ruta. Cuando llegó a la Isla de Francia informó de la situación, pero no se le hizo mucho caso. Más de un año después, otro barco llamado “La Sauterelle”, logró hacer llegar a un marinero en un bote hasta la isla, pero el bote quedó destrozado y el marinero se convirtió en un náufrago más. “La Sauterelle” no logró acercarse debido al mal estado del mar, y debió abandonar las proximidades de Tromelin. El nuevo náufrago, junto a algunos de sus compañeros, construyeron una balsa que salió a la mar en 1776; en ella se embarcaron, además del marinero, 3 hombres y 3 mujeres. La balsa logró llegar a Mauricio, donde la noticia corrió como la pólvora y se dispuso un barco de guerra para acudir al rescate.

El rescate

El 29 de noviembre de 1776 el Caballero Bernard Boudin de Tromelin, al mando de la corbeta “La Dauphine”, llegó a la isla para rescatar a los náufragos que quedaban. Habían pasado más de 15 años desde el naufragio, y ya sólo quedaban 14 personas (incluido un bebé de 8 meses que había nacido allí y que sobrevivió junto a su madre y su abuela). En honor del caballero, la isla de las Arenas pasó a llamarse isla de Tromelin. Los supervivientes, que iban vestidos con plumas trenzadas, fueron recogidos y llevados a Mauricio. El nuevo gobernador de la isla, Jacques Maillart, declaró a todos los náufragos hombres libres, ya que habían sido esclavizados ilegalmente. Se les ofreció también llevarlos de vuelta a Madagascar, pero ellos se negaron.

Nicolas de Condorcet
Maillart hizo algo más: adoptó al bebé como suyo y le puso el nombre de Jacques Moyse (Moisés). Además, cambió el nombre de la madre a Eva (su nombre malgache era Semiavou, que se traduce como "alguien que no está orgulloso") y el de la abuela por Dauphine, en honor del barco de rescate. Todos fueron acogidos en casa de Maillart hasta el fin de sus días. Años más tarde, en 1781, Nicolas de Condorcet, en su obra “Reflexiones sobre la esclavitud de los negros”, narró la epopeya de los náufragos olvidados de Tromelin y abogó por la abolición de la esclavitud.

Restos de un refugio
Actualmente, la isla de Tromelin pertenece a Francia y en ella se encuentra una estación meteorológica. El personal acude en avioneta desde la vecina isla de Reunión. En el año 2015 se editó el cómic “Los esclavos olvidados de Tromelin” (Les Esclaves oubliés de Tromelin) de Sylvain Savoia, que narra el episodio. Asimismo, cuatro expediciones arqueológicas patrocinadas por la UNESCO se han llevado a cabo desde 2006 para tratar de comprender cómo los náufragos sobrevivieron quince años sin apenas medios. Han encontrado restos de un pozo de cinco metros de profundidad, un horno comunal, utensilios de cobre reparados muchas veces, herramientas varias, enterramientos y las casas que construyeron y donde se refugiaron. Por cierto, los sobrevivientes transgredieron así una costumbre malgache según la cual las construcciones de piedra estaban reservadas para las tumbas; pero cuando se trata de sobrevivir en contra de toda esperanza, ninguna costumbre o religión puede vencer al espíritu y al ingenio humano.
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La leyenda del "Banquete de las Castañas", la mayor orgía vaticana

En el galimatías que representaba Italia en el Renacimiento, una familia de origen español fue una de las grandes protagonistas: los Borgia. Si bien no eran mejores ni peores que otras familias nobles de la época y el lugar, como los Orsini, los Sforza o los Medici, la leyenda negra de esta familia, acrecentada por la literatura posterior, los ha retratado como un cúmulo de maldades. Su fama de asesinos, envenenadores e incestuosos les ha perseguido a lo largo de los tiempos (en gran parte debido a libelos escritos por sus rivales) y ha dejado de lado, por ejemplo, su mecenazgo a las artes, su magnífica administración de los asuntos financieros de la Iglesia o su liderazgo político. No en vano, uno de los modelos de “El Príncipe” de Maquiavelo es César Borgia (el otro, curiosamente, es Fernando el Católico).

El Banquete de las Castañas según la serie inglesa "Los Borgia"
Uno de los episodios legendarios que les atribuye dicha leyenda negra es el de “El Banquete de las Castañas” (también conocido como “El baile de las castañas”), una bacanal organizada por los Borgia en la víspera de la fiesta de Todos los Santos del año 1501. El episodio, del que se tienen serias dudas sobre su veracidad, ha pasado a lo largo de los años de boca en boca como la mayor orgía organizada jamás en el Vaticano. Y si bien la mayoría de los historiadores modernos descartan que tal orgía ocurriera (aunque sí admiten que pudo haber un banquete o una fiesta organizada por César Borgia a la que asistieron varios cardenales), la mala fama que ha perseguido a esta familia ha hecho que este suceso se haya repetido hasta la saciedad. Veamos qué hay de cierto en todo estos hechos.

La mala fama de los Borgia

Nombrar a la familia Borgia supone evocar historias de sexo, violencia, asesinato, incesto, simonía y perversión. De todo esto y más se acusó a la familia Borgia a lo largo de su vida e incluso después. Sin embargo, sus acciones no sólo han sido exageradas en el tiempo, sino que no constituyen una excepción en la convulsa Italia del Renacimiento, donde en las familias poderosas a menudo el asesinato era un elemento más para garantizar su poder. No había otra opción en esa época: o matabas o te mataban. A pesar de su fama de mecenas de las artes y de protectores de la cultura, la cosa no era muy diferente para los Medici o los Sforza, por poner dos ejemplos señeros. Incluso dentro de la Iglesia la situación era similar. Para hacernos una idea, el más casto de los Papas entre los dos que dio la familia Borgia fue Pío II, y eso que había tenido un hijo antes de ser nombrado.

Calixto III
La dinastía comenzó con Alfonso de Borja, que fue profesor de Derecho en la Universidad de Lérida. Dice una leyenda que en 1409, cuando el dominico, predicador y filósofo Vicente Ferrer estaba predicando, Alfonso de Borja mostraba tanto entusiasmo que en un momento dado Vicente Ferrer se le quedó mirando y dijo "Tú serás Papa y a mí me harás santo". Y sus palabras se cumplieron: en 1443 fue nombrado cardenal y en 1455 Papa, adoptando el nombre de Calixto III. Durante su papado promovió a su sobrino Rodrigo, nombrándolo cardenal con apenas 25 años, y posteriormente Vicecanciller (el hombre más importante de Roma tras el Papa), cargo que conservó en los papados sucesivos hasta conseguir él mismo la tiara papal en 1492, bajo el nombre de Alejandro VI.

Escudo de la familia Borgia
Rodrigo sentía gran atracción hacia el sexo femenino, y de hecho tuvo varios hijos después de ser ordenado cardenal. Lo escandaloso no era el asunto en sí, ya que todos lo hacían (el cardenal Bartolomeo Bonatti decía "Si todos los niños que nacieran en el término de un año llegaran vestidos como sus padres, es bien cierto que muchos de ellos llegarían vestidos de sacerdotes y cardenales"), sino que los reconociera con toda naturalidad. Dos de esos hijos forman parte de la leyenda negra de los Borgia: César y Lucrecia. César era un ambicioso joven que fue nombrado cardenal poco después de cumplir los 20 años, aunque renunció al cargo (uno de los pocos casos en la Historia) para conseguir el puesto que ambicionaba: capitán general de los ejércitos pontificios. Para ello, estuvo involucrado en el asesinato de su hermano Juan, anterior ocupante del cargo.

Supuesto retrato de Giulia Farnese, amante de Alejandro VI
En cuanto a Lucrecia, se han contado auténticas barbaridades de ella. Desde que era envenenadora hasta que mantenía relaciones incestuosas con su padre y su hermano. La realidad era bien distinta, y fue utilizada como un peón en las complejas alianzas que su padre trató de conseguir para cimentar el poder de la familia. Gran parte de la mala fama de esta mujer proviene de una obra de Victor Hugo, que dio lugar a una ópera escrita por Gaetano Donizetti. Para hacernos una idea, en la escena final se produce el asesinato de su propio hijo (junto a otras cinco personas). Alejandro Dumas padre abundó en la idea en su obra "Les crimes celebres", donde se refiere a Lucrecia como una mujer "de imaginación desenfrenada, atea por naturaleza, ambiciosa e intrigante" y afirma que fue amante de su padre y de su hermano que, según sus propias palabras, constituían "un trío diabólico".

Alejandro VI, Lucrecia y César Borgia
En este trasfondo histórico sucedió el hecho que narramos aquí, pero no debemos olvidar que la imagen que sus enemigos querían transmitir de los Borgia (y que ha llegado hasta nuestros días) era la de una familia que constituía el culmen de la depravación y la maldad. En gran parte, esta mala fama provenía por el hecho de ser españoles en un mundo donde reinaban los italianos. Más concretamente, les acusaban de “catalanes”, que tan mal recuerdo habían dejado durante la expansión militar aragonesa por el sur de Italia y Sicilia. No en vano, el posterior Papa Julio II (el mismo que escandalizó a Lutero por su vida licenciosa) calificaba a Alejandro VI como “un catalán, marrano y circunciso”. Llama la atención que ponga “catalán” al mismo nivel que los otros insultos (que equivalían a llamarlo judío converso).

El Banquete de las Castañas

En la noche del 30 de octubre del año 1501, víspera del día de Todos los Santos, el Papa Alejandro VI y su hijo César Borgia organizaron en el Palacio Apostólico Vaticano una gran fiesta. A dicha fiesta fueron invitados varios cardenales y obispos, además de las autoridades más importantes de Roma. Como era habitual en estas celebraciones, el banquete fue fastuoso y no se reparó en gastos, sirviéndose una gran variedad de comidas y bebidas para solaz de los allí presentes (aunque hay que decir que, debido a la fama de envenenadores de los anfitriones, muchos llevaron a su propio catador de alimentos). No obstante, y a pesar de que las viandas eran fabulosas, lo mejor estaba por llegar.

Palacio Apostólico Vaticano en el siglo XVI
Y es que una vez terminados los postres, y ante la sorpresa de los invitados, César Borgia dio orden de que se recogieran las mesas y se dispusieran varios candelabros por el suelo. Acto seguido, entraron en la estancia unas cincuenta cortesanas (eufemismo por aquel entonces para prostitutas de lujo) que empezaron a danzar de forma sensual en torno a ellos. Conforme iban bailando, se fueron desnudando lentamente y al compás de la música, mientras sus alargadas sombras se proyectaban por las paredes de la sala. Sin embargo, y a pesar de que el ambiente se iba caldeando, la cosa no había hecho más que empezar.

Alejandro VI
César Borgia ordenó que ataran las manos de las mujeres a la espalda, y a continuación mandó arrojar un buen número de castañas al suelo. Los frutos quedaron esparcidos entre los candelabros, y César ordenó a las cortesanas que los recogieran tal y como estaban; es decir, con las manos atadas a la espalda. Esa circunstancia obligaba a las mujeres a recogerlos con la boca, de forma que tenían que adoptar posturas lascivas ya que al agacharse enseñaban sus grupas a los invitados. Todo esto hizo que la temperatura se caldeara aún más de lo que ya estaba. Tanto se calentó el ambiente, que los más excitados no pudieron refrenarse y se lanzaron a por las prostitutas.

César Borgia
Esa fue la señal de salida. Comenzó entonces una orgía de proporciones bíblicas (si se me permite la expresión). Durante varias horas, todos los presentes (incluidos los cardenales y los obispos) se entregaron a la fornicación más extrema. Para rizar el rizo, el Papa anunció que habría grandes premios (lujosos zapatos, caros ropajes y joyas) para aquellos que fueran capaces de yacer con más cortesanas. Para evitar que nadie hiciera trampa, un grupo de criados llevaba la cuenta de cuantas veces había eyaculado cada uno de los invitados. La bacanal duró hasta bien entrada la madrugada, de forma que el Papa no pudo asistir al día siguiente a las ceremonias del Día de Todos los Santos; esto hizo que el escándalo se acrecentara aún más.

Las fuentes y su dudosa veracidad

Si bien el acontecimiento es lo bastante atractivo como para que haya ido pasando de boca en boca a lo largo de los siglos, y que es muy probable que los Borgia hayan participado en eventos parecidos en el transcurso de sus vidas, parece ser que es falso (o al menos bastante exagerado). Y esta afirmación se basa en que las dos fuentes que recogen el episodio tienen una veracidad más que dudosa. Por una parte, tenemos la llamada “Carta a Salvelli”, una misiva anónima supuestamente enviada a un noble romano en la corte austriaca. Por otra parte, contamos con el “Liber Notarum”, una especie de dietario y registro secreto de celebraciones papales escrito por Johann Burchard, sacerdote y maestro de ceremonias del Vaticano en aquella época, y que apareció misteriosamente en América mucho tiempo después.

Cena de Alejandro VI
Por lo que respecta a la “Carta a Salvelli”, un documento anónimo aparecido en Tarento y al parecer dirigido a Silvio Salvelli, un noble romano refugiado en la corte austriaca, baste decir que también se la conoce como “Lettera Antiborgiana” (Carta contra los Borgia), ya que narra multitud de episodios donde pone de manifiesto la maldad y la depravación de esta familia, comparándolos literalmente a Calígula y Nerón. Sin duda alguna es uno de los ataques más despiadados contra los Borgia, de entre todos los panfletos y libelos contra ellos que circularon por Europa en esa época. Parece ser que la carta buscaba desprestigiar a la familia Borgia ante la corte austriaca y evitar que se produjera una alianza entre estos y el emperador Maximiliano I.

Banquete de las Castañas, según Milo Manara
Para ello, en la misiva (supuestamente compuesta por el literato napolitano Gerolamo Mancione) se exageran e inventan todo tipo de acciones, desde esta y otras orgías hasta los supuestos incestos de Alejandro VI y César Borgia con Lucrecia. Durante mucho tiempo se consideró una fuente fidedigna y fue uno de los principales sustentos de la leyenda negra contra los Borgia. Con respecto a este banquete, señala:

“¿Quién no se escandaliza al escuchar los relatos de la monstruosa lujuria que se practica abiertamente en el Vaticano, desafiando a Dios y a toda la decencia humana? ¿Quién no siente rechazo por la perversión, el incesto y la obscenidad del hijo y la hija del Papa y de las hordas de cortesanas que hay en el palacio de San Pedro? No existe casa de perversión o burdel que no sea menos respetable. El primero de noviembre, la Fiesta de Todos los Santos, cincuenta cortesanas fueron invitadas a un banquete en el palacio pontificio y su actuación ahí fue de lo más repugnante. Rodrigo Borgia es un abismo de vicios y un destructor de toda justicia, humana o divina.

No obstante, su veracidad es más que dudosa, ya que muchos de los hechos que narra están desmentidos por fuentes contemporáneas y posteriores. Además, algunos de los episodios que cuenta son posteriores a su fecha (15 de noviembre de 1501), como la marcha de Lucrecia a Ferrara o la conquista de Urbino y Camerino por César Borgia, por lo que es imposible que el autor los supiera. La teoría más aceptada hoy en día es que esta carta fue un libelo encargado por los Colonna, familia rival de los Borgia.

Lucrecia Borgia y Alejandro VI
En cuanto al “Liber Notarum”, es importante señalar que su autor, Johann Burchard, era un enemigo declarado de los Borgia. En el libro se exageran (o directamente se inventan) acusaciones de toda clase contra la familia del Papa, y se incluyen descripciones de las supuestas fechorías de todos los miembros de la familia. Y si bien incluye una muy vívida y detallada descripción de este banquete, la opinión más general es que muchas de las cosas que se cuentan son exageradas. Es revelador lo que su sucesor escribía de Burchard:

(…) Les pido que en este comienzo, mientras estoy escribiendo y explicando las acciones de tantos prelados, los detractores malintencionados no se rían de mis escritos, especialmente mi colega Johannes Burchard, que es mucho más un asociado en mi oficina que mi amigo en la caridad, de la que no hay nada en él. Porque cuando se dio cuenta de que yo aspiraba a su trabajo, desde ese momento (…) se esforzó por hacer que me despidieran.

En resumen, es muy probable que en la víspera de Todos los Santos de 1501 se celebrase un festín en el Palacio Apostólico Vaticano, y que incluso hubiera en él cortesanas que amenizaran la velada con música y danza; pero es muy improbable que una orgía como la descrita se produjera, y que el acontecimiento sólo sea un episodio más de la leyenda negra contra una familia que suscitaba envidias por su poder y riqueza, pero sobre todo por ser española (para ellos, catalana) en un avispero lleno de italianos.
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El asesinato del conde de Villamediana

El 21 de agosto de 1622 cayó en domingo. A eso de las nueve y media de la noche, dos nobles paseaban en carroza por la calle Mayor, en Madrid. El que estaba sentado a la derecha del carruaje era Luis de Haro, un joven aristócrata hijo del marqués de Carpio. El que le acompañaba era Juan de Tassis, conde de Villamediana, un cortesano de 40 años famoso por sus amoríos, sus derroches y su afilada pluma. De repente, un hombre salió de un portal y se acercó a la parte izquierda de la carroza, sacó una espada (otras fuentes dicen que una ballesta) y se la clavó al conde en un costado. La herida fue terrible, y el conde murió pocos minutos después. El asesino logró escapar, según algunos testigos ayudado por unos cómplices que espantaron a correazos a los sirvientes de Luis de Haro.

"Muerte del conde de Villamediana", de M. Castellano
El asesinato causó una honda conmoción en Madrid. La víctima estaba en esos instantes en la cumbre de su fama. Derrochador, mujeriego, provocador y dado al juego, el conde se había ido creando innumerables enemigos a lo largo de su vida. Los sospechosos no faltaban, desde luego. Sin embargo, un rumor empezó a extenderse pronto por todo Madrid: el asesinato había sido ordenado desde las más altas esferas. Muchos literatos amigos de Villamediana (como Góngora) daban respuestas entre líneas acusando al valido de Felipe IV, el conde-duque de Olivares, e incluso al mismo rey de estar detrás de la muerte del conde. Otros (como Lope de Vega o Quevedo) pensaban sin embargo que el propio conde se lo había buscado con los excesos de su vida y su pluma. A día de hoy sigue sin contestarse la gran pregunta: ¿quién mató al conde de Villamediana?

Un simpático sinvergüenza

Juan de Tassis había crecido en un ambiente cercano a la corte, ya que su padre ostentaba el cargo de Correo Mayor del rey. Nada se sabe de él hasta que en 1599 formó parte de la comitiva de Felipe III, que viajaba a Valencia a casarse con Margarita de Austria. En ese viaje se distinguió tanto por su ingenio que el monarca le nombró gentilhombre de su casa, lo que le daba acceso al círculo más íntimo del rey. En la corte conoció a Magdalena de Guzmán, con quien mantuvo un apasionado romance que a veces rayaba en el sadismo. Es famoso el episodio en que la abofeteó públicamente en mitad de la representación de una comedia. Mantuvo con ella una relación de amor-odio durante toda su vida, a pesar de que el conde se casó en 1601 con otra mujer.

Grabado que representa el asesinato
Dado a los excesos, mujeriego, derrochador y jugador, Villamediana era sobre todo temido por su ingenio y lo afilado de su pluma. Buen conocedor de la corte y de los personajes que por ella pululaban, retrataba los vicios privados de aquellos a los que detestaba. Circulaban por Madrid panfletos satíricos de los grandes personajes de la nobleza, que a pesar de ser anónimos, a nadie cabía duda de que pertenecían al feroz ingenio del conde. Todo esto provocó que Felipe III lo exiliara en tres ocasiones, oficialmente por haber arruinado en las mesas de juego a varios caballeros importantes, aunque la verdadera razón era que sus sátiras incomodaban a más de un personaje destacado.

Juan de Tassis, conde de Villamediana
En este aspecto, son famosos los versos que dedicó al duque de Lerma tras ser nombrado cardenal y evitar así su procesamiento por corrupción: “El mayor ladrón del mundo / para no morir ahorcado / se vistió de colorado”. Para un hombre que había fustigado incansablemente los manejos corruptos del Duque y sus secuaces, estos versos supusieron sin duda un gran momento. Pero no sólo atacaba a los cortesanos y ministros de Felipe III, sino que también la tomó con los de su sucesor Felipe IV (incluido su valido, el conde-duque de Olivares). “Niño Rey, privado Rey”, escribió en una ocasión para señalar la influencia que el “conde Olivete”, como Villamediana llamaba al conde-duque, ejercía sobre el adolescente Felipe IV.

Un mar de rumores

Como vemos, no faltan sospechosos en el caso. Sin embargo, desde el primer momento surgieron rumores de que la causa de su muerte estaba en que Villamediana se había enamorado de la reina Isabel de Borbón, y se enorgullecía públicamente de ese amor. El conde componía poesías amorosas dedicadas a una tal “Francelisa”, un nombre que muchos vieron como una alusión a la reina porque combinaba su nacionalidad (francesa) con un apelativo cariñoso de su nombre (Isabel). Los rumores de que la reina no era inmune a los requerimientos amorosos de Villamediana se multiplicaban por doquier, hasta el punto de que el rey sentía frecuentes ataques de celos.

Isabel de Borbón
A este respecto, es famoso el episodio en que el conde participó brillantemente como rejoneador en una corrida de toros a la que asistían los reyes. La reina, al verlo hacerlo tan bien, le comentó al rey “Pica bien el conde”, a lo que Felipe IV respondió “Pica bien, pero pica muy alto”. Es también conocido el episodio en que se presentó a caballo en la Plaza Mayor de Madrid, con motivo de un acto real, vestido con una capa bordada con reales de oro (lo que aludía a su suerte en el juego), y un cartel que decía: “Son mis amores reales”, algo que todo el mundo vio como una alusión a la reina. Y siempre existió el rumor de que en la representación de una ópera suya (“La gloria de Niquea”), el propio conde había provocado en el entreacto un incendio con el fin de tener una excusa para abrazar a la reina y poder salvarla (tocar a la soberana estaba entonces penado con la muerte).

Un joven Felipe IV
Sin embargo, los historiadores modernos dan poco crédito a la hipótesis de que el asesinato de Villamediana fuera ordenado por el rey en un ataque de celos. Es cierto que hubo un incendio durante la representación de “La gloria de Niquea”, pero nadie dijo entonces que lo hubiera provocado el conde y mucho menos que la causa fuera poder abrazar a la reina. De hecho, esta interpretación de los hechos surgió 30 años después de la muerte de Villamediana por parte de dos autores franceses de novela y tiene todos los visos de ser una invención. En cuanto a los poemas dedicados a “Francelisa” y el lema “Son mis amores reales”, la opinión general es que se refieren a Francisca de Tábora, una dama portuguesa de la reina a la que el rey también pretendía (incluso hay quien dice que los poemas eran encargos del monarca, buscando de este modo engatusar a la joven). En cualquier caso, cuesta trabajo imaginar que el conde se atreviera a concebir una pasión por la reina, y mucho menos que alardeara de ella en público. Sin embargo, la duda sigue abierta.

El escabroso asunto de la sodomía

Otra de las hipótesis sobre las causas del crimen nos lleva a un asunto peligroso en aquella época. En tiempos modernos se descubrió un proceso judicial que se resolvió algunos meses después de la muerte del conde, y que terminó con la condena a la pena capital de varios criados suyos y de otras casas nobiliarias. El delito por el que se les ejecutó era el “pecado nefando”; es decir, sodomía. Parece ser que el rey habría tenido conocimiento del caso y habría dado orden de que el nombre del conde no saliera a la luz, “por ser ya muerto y no infamarle”. Al parecer, el asunto causó toda suerte de comidillas en la corte, y la orden del rey puede interpretarse como un intento de salvaguardar la memoria de Villamediana.

Góngora
¿Mantuvo el conde relaciones homosexuales con algunos de sus criados y su muerte se debió a una reyerta en ese ambiente? Para el historiador Narciso Alonso Cortés no hay duda, y sostiene que Villamediana era una especie de “Oscar Wilde del siglo XVII”. No habría sido el primer caso de bisexualidad en la alta nobleza de la época, un delito que se castigaba con la muerte, pero que si el reo era de alta posición solía saldarse con una sanción menor. No obstante, muchos historiadores rechazan esta interpretación, ya que las acusaciones de sodomía (y de cosas peores) eran habituales en las disputas literarias de la época. De hecho, Góngora y Quevedo mantuvieron célebres peleas literarias en las que se acusaban mutuamente de falta de virilidad o de ser judíos conversos, crímenes horribles para esos tiempos.

Las intrigas de la corte

La hipótesis que cobra más fuerza en todo este asunto es que Villamediana fue asesinado debido a su afilada pluma y a su genio satírico. Ya hemos comentado antes que durante el reinado de Felipe III el conde sufrió tres destierros por razones políticas. Villamediana no se limitaba a poner en ridículo a personajes de segundo orden, sino que en ocasiones apuntaba más alto y fustigaba a personas de mucho poder como el duque de Lerma o Rodrigo Calderón. Denunció incansablemente la corrupción que imperaba en el reino, y debió disfrutar mucho cuando Calderón fue ejecutado por sus manejos y Lerma maniobró para ser elegido cardenal y no correr la misma suerte. Al ascender al trono Felipe IV, Villamediana puso muchas esperanzas en él. Había regresado a Madrid con todos los honores y pensaba que las cosas cambiarían con el nuevo rey. Sin embargo, pronto se desengañó.

Duque de Lerma
Y es que la llegada de Felipe IV supuso también que se abriera una lucha a muerte por la privanza, un cargo equivalente al actual primer ministro, y que dada la tradicional indolencia de los Austrias en los asuntos de gobierno conllevaba un inmenso poder. En esa lucha acabó venciendo el conde-duque de Olivares, algo que al conde no le gustó nada. Se sabe que Villamediana albergaba ambiciones políticas, y su cargo de Correo Mayor le daba acceso a un gran número de informaciones privilegiadas. Las sátiras que dedicaba a “Olivete” y al círculo íntimo del monarca no serían por tanto una simple diversión, sino que estarían relacionadas con las aspiraciones de poder del propio Villamediana.

Conde-duque de Olivares
En este contexto, no es difícil imaginar a Olivares convenciendo al monarca de que Villamediana era un estorbo y debía ser quitado de en medio. Esta hipótesis explicaría la aparente pasividad a la hora de capturar a los asesinos materiales. Tal y como indicaba un informante de la época, “No se supo quién eran los matadores (...). Se dejaron de hacer las diligencias por orden de Su Majestad, con que se declararon las sospechas que se tuvieron de que fue por orden del rey”. También en estas sospechas abunda el cronista de la época Matías de Novoa, conocedor de todos los secretos de la corte, que en un pasaje de su “Historia de Felipe IV” habla en relación a este caso de “aquel que introdujo el consejo y le trazó”. Si tenemos en cuenta que Novoa era enemigo de Olivares, está claro que la acusación va dirigida contra el conde-duque.

Los poemas velados

Al ser Villamediana un literato conocido, los distintos poetas de Madrid formularon sus propias hipótesis y sospechas en forma de versos. Dado que la sospecha de la mayoría de ellos se dirigían hacia lo más granado del círculo del rey, estos versos eran a menudo oscuros. Góngora, gran amigo de Villamediana, escribió “Mentidero de Madrid / Decidnos ¿Quién mató al conde? / Ni se sabe, ni se esconde / Sin discurso, discurrid. / Dicen que lo mató el Cid / Por ser el conde Lozano. / ¡Disparate chabacano! / La verdad del caso ha sido / Que el matador fue Bellido / Y el impulso, soberano”, un discurso que apunta directamente al corazón de palacio.

Lope de Vega
No faltó quien atribuyó su asesinato a su afilada pluma y dieron a entender que él mismo se lo había buscado. Así, Lope de Vega escribió una copla que decía “Al que sobró de buen entendimiento / vino a faltar tan presto su sentido, / y al que en ajenas vidas se ha metido / la propia le sacó su atrevimiento” y en otros versos escribió que el conde murió “un tanto juvenil / por ser mucho Juvenal”. De la misma opinión era Quevedo, que a pesar de ser enemigo literario de Villamediana, pedía justicia para el conde en sus versos. En cualquier caso, es muy probable que nunca sepamos a ciencia cierta quién dio la orden ni por qué, y que jamás podamos contestar la pregunta: ¿quién mató al conde de Villamediana?
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