Situada en una montaña en el límite oriental del desierto de
Judea, y cerca de las orillas del Mar Muerto, la fortaleza de Masada fue el
escenario del último capítulo de la Gran Rebelión Judía contra Roma. La
fortaleza se había convertido en el último refugio de un grupo de rebeldes, y
hasta el año 73 no fue tomada por los romanos. Considerada desde el año 2001
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, posee una gran carga simbólica para
los nacionalistas judíos, que la ven como uno de los últimos episodios de
resistencia nacional antes de la definitiva diáspora.
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Vista aérea de Masada |
La historia de su caída contiene elementos trágicos y
heroicos a la vez, pues al igual que ocurrió en otras plazas asediadas por los
romanos, sus defensores prefirieron el suicidio colectivo antes de caer en sus
manos. Objeto de una gran excavación arqueológica durante la década de los 60
del siglo XX, la principal fuente de los acontecimientos que allí pasaron es
Flavio Josefo, que en su libro “La guerra de los judíos” hace un pormenorizado
relato basándose en los informes oficiales romanos y en los relatos de los
supervivientes. Esta es la historia del último reducto de resistencia judía contra Roma.
La fortaleza
El nombre de Masada es la forma latinizada de la palabra
judía “metzuda”, que significa
“fortaleza”. Está enclavada en la cumbre en forma de meseta de una montaña que
se alza solitaria en el desierto de Judea. La altura de la montaña es de 450
metros sobre el Mar Muerto (63 metros sobre el Mediterráneo). Las laderas de la
montaña están cortadas a pico, con una altura de sus acantilados que varían
entre los 100 metros y los 400. La superficie de la cumbre es unas 9 hectáreas.
Todas estas características contribuyen a que la montaña sea un reducto natural
prácticamente inexpugnable, con unos accesos extremadamente complicados. De hecho,
en el siglo I sólo existían dos caminos para llegar arriba: el sinuoso “Camino
de la serpiente”, de 30 estadios (algo más de 5 kilómetros) de longitud en la
ladera este por el que sólo se podía ascender en fila india y al descubierto, y
el “Camino de la Roca Blanca”, más corto y directo, pero también más empinado y
protegido por una de las torres de la muralla. La única dificultad que tenían
los defensores de la fortaleza era la ausencia casi total de lluvias, lo que
hacía complicado mantenerse en ella si no se lograban llenar las cisternas.
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Palacio de Herodes en Masada |
La cumbre fue ocupada como baluarte por primera vez por los
reyes asmoneos. Pero fue el Rey Herodes el Grande quién vio pronto la
importancia que esta fortaleza natural podría tener, así que se encargó de
fortificar la cima y construir un palacio en tres terrazas para su familia. Edificó
también grandes cisternas (a la que las mulas traían agua desde el cercano río
Jordán subiendo por el “camino de la serpiente”, y que recogían también el agua
de lluvia) y almacenes para contener víveres y armas. Las cisternas podían
contener hasta 40.000 metros cúbicos de agua (40 millones de litros). A pesar
de apenas necesitarlo, también rodeó todo el complejo con una muralla doble guarnecida
con torres y casamatas. El propósito de Herodes era construir un complejo
palaciego amurallado tanto para protegerse de posibles rebeliones de su propio
pueblo (no era un rey muy popular) como de eventuales invasiones desde Egipto.
La Gran Rebelión
Judía
En el año 66, los judíos se sublevaron contra Roma en la que
constituyó la llamada Gran Rebelión Judía (conocida también como la Primera
Guerra Judeo-Romana). Los primeros éxitos de los rebeldes (aniquilaron a las
fuerzas romanas en una emboscada en Beth Horón, matando a más de 5.000
legionarios) hicieron que Roma mandara al general Vespasiano al mando de cuatro
legiones para sofocar la revuelta. En el año 68, los romanos habían aplastado a
las fuerzas judías en el norte del país y se preparaban para poner sitio a
Jerusalén. Ocurrió entonces algo que retrasó las operaciones: Vespasiano fue
nombrado Emperador y tuvo que partir hacia Roma (véase mi artículo “El año de los 4 emperadores”), dejando a
su hijo Tito al frente de las tropas.
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Camino de la Serpiente |
A pesar de tener en común un fuerte sentimiento religioso y
nacionalista, los judíos distaban mucho de ser un pueblo homogéneo socialmente.
Las clases sociales eran muy diferentes, existiendo una casta sacerdotal y de
altos funcionarios copada por los saduceos, una clase a la que podríamos
identificar con la cultura dominada por los fariseos, y una clase popular muy
pobre. Existía además un grupo social muy fanático tanto en el terreno
religioso como en el nacionalista llamada zelotes, que abogaban por el uso de
la violencia para acelerar la llegada de un mesías guerrero que les librara del
invasor romano. De una escisión de estos zelotes nacieron los llamados
“sicarios”, denominados así por el puñal (sica)
que utilizaban en sus asesinatos políticos. Fueron estos sicarios quienes, en
el año 66, tomaron por sorpresa a las tropas romanas estacionadas en Masada,
pasaron a cuchillo a toda la guarnición y conquistaron la fortaleza. En ella se
apoderaron de gran cantidad de armas y suministros, suficientes para armar un
numeroso ejército y resistir un asedio prolongado.
Los sicarios hicieron grandes cambios en el complejo,
orientándolo a alojar una guarnición de varios cientos de hombres junto a sus
familias. Desde ella, y a lo largo de los años, lanzaban ataques a guarniciones
romanas cercanas y asaltaban aldeas vecinas para proporcionarse víveres. En
estos asaltos no solían dejar a nadie con vida, pues para ellos, los judíos a
los que consideraban tibios con los romanos eran tan culpables como los romanos
mismos. Dirigidos por Eleazar ben Yair, sembraron el terror por los alrededores
durante casi 7 años (en el asalto de la población vecina de Eingedi dejaron
tras de sí los cadáveres de 700 hombres, mujeres y niños). Sin embargo, todo
llega a su fin. Después de la conquista de Jerusalén en el año 70, sólo
quedaban tres fortalezas aisladas en manos de los rebeldes: Herodión,
Maqueronte y la propia Masada. Herodión cayó en el año 71 y Maqueronte en el
72. Ya sólo quedaba Masada como único reducto de los rebeldes.
Comienza el asedio
En octubre del año 72, El comandante de la Legión X
Fretensis, Flavio Silva, se dirigió a Masada dispuesto a conquistarla. Habían
pasado ya dos años desde la caída de Jerusalén, por lo que es difícil explicar
la tardanza romana en tratar de conquistar la fortaleza (tanto más si tenemos
en cuenta que el asedio se inició por razones económicas y no militares, al
amenazarse desde Masada el comercio de las plantaciones de bálsamo vecinas). El
ejército romano de Silva contaba con una legión (no completa), cuatro cohortes
auxiliares y dos alas de caballería, unos 7.000 hombres en total. A ellos había
que añadir prisioneros judíos esclavizados, que se utilizaron tanto en labores
de construcción como de aprovisionamiento. Frente a ellos, 960 rebeldes les
esperaban en la cima. Hay que decir, sin embargo, que en ese número está
incluido una gran cantidad de no combatientes: mujeres, niños y ancianos.
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Vista de la rampa romana desde la fortaleza |
Silva construyó ocho campamentos de piedra (la madera era
escasa) para alojar a sus legionarios y auxiliares, uniéndolos todos (salvo
uno, que dejó fuera) con una muralla guarnecida por torres. Con ello se
aseguraba que los sitiados no pudieran escapar. Sin embargo, su mayor problema
consistía en que era muy difícil el asalto directo a la fortaleza y además los
defensores estaban mejor abastecidos que ellos, por lo que un asedio prolongado
tampoco era posible. Para hacernos una idea de los problemas de abastecimiento
que tenían los romanos, baste decir que el agua tenían que traerla de Eingedi
(a 6 kilómetros), y los víveres tenían que transportarse desde Jericó o
Jerusalén, a más de 90 kilómetros. Todo ello por una carretera que atravesaba
el desierto y que fue construida para la ocasión. Así pues, cuatro meses
después de iniciado el asedio, Silva decidió que su mejor opción era construir
una rampa (agger) por la que llegar a
la muralla y asaltar la fortaleza.
La rampa
Por el lado oeste de la fortaleza existía un saliente de
piedra llamado “la Roca Blanca” que llegaba hasta pocos metros por debajo de la
muralla occidental. Aprovechando este promontorio natural, Silva mandó
construir una rampa que llegara a la muralla para subir por ella la maquinaria
de asedio. Empleó para ello a los trabajadores judíos esclavizados que había
llevado consigo. Fue una obra formidable que duró tres meses, pues este agger tenía una anchura en la base de
100 metros (otros autores elevan esta anchura hasta los 196 metros), llegaba
hasta los 100 metros de altura y tenía una pendiente del 33% (aunque hay quién
eleva el porcentaje de la rampa hasta el 51%). El agger finalizaba con una plataforma cuadrada de 22 metros de lado,
en la que los romanos se disponían a emplazar una torre de asedio.
Josefo no narra ninguna acción de los sicarios para tratar de
entorpecer la construcción de la rampa. Esto puede ser debido a dos razones
fundamentalmente; por un lado, es posible que los sitiados no tuvieran material
para tratar de rechazar dicha construcción, y por otro, el hecho de que el agger fuera construido por judíos hacía
que los defensores se mostraran reacios a atacarlos. En cualquier caso, la
rampa se finalizó sin incidentes y se subió hasta la plataforma de la cima una
torre de asedio provista de un ariete en su parte inferior y con balistas en su
parte superior, cuyos disparos hacían que el parapeto estuviera libre de
defensores.
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Torre de asedio romana |
El ariete empezó a golpear la muralla, y al cabo de poco
tiempo consiguió abrir una brecha. Sin embargo, los defensores habían
construido detrás una segunda muralla con capas alternas de madera y arena.
Esta muralla, llamada “muro galo”, absorbía los golpes del ariete mientras se
fortalecía, pues dichos golpes prensaban la arena y la hacían más dura. Silva
ordenó entonces que se prendiera fuego a la madera de esta segunda muralla para
hacer que cayera. Nada más hacerlo, se levantó un fuerte viento que dirigió las
llamas hacia la torre de asedio romana y amenazó con destruirla por completo.
Sin embargo, poco después la dirección del viento cambió y volvió a dirigir las
llamas contra la muralla de la fortaleza. Este hecho fue tomado por los romanos
como un signo de buen augurio, mientras que los defensores lo interpretaron
como un castigo divino por sus pecados. La caída de la fortaleza era cuestión
de poco tiempo.
La última noche de
los defensores
En el interior de la fortaleza, los defensores eran
conscientes de que no podían hacer nada para evitar la derrota. Eliazar ben
Yair reunió entonces a los suyos y les lanzó un encendido discurso, en el que
les instaba a acabar su vida por su propia mano antes que ser esclavizados por
los romanos. Josefo nos dejó dicho discurso:
“Valientes hermanos: hace tiempo hemos llegado a un acuerdo de no someternos a los romanos, como tampoco a otras fuerzas que quieran dominarnos. (…) Está en nuestras manos el poder elegir una muerte heroica, nosotros junto a nuestros seres queridos. No podrá nuestro enemigo impedirlo a pesar de su anhelo de apresarnos vivos. Tampoco nosotros podemos derrotarlos, por lo tanto, mueran nuestras mujeres antes de ser profanadas, mueran nuestros hijos antes de experimentar la esclavitud, que felices seremos llevando nuestra independencia hasta los sepulcros y destruyendo con el fuego la fortaleza y todo lo que dentro de ella se encuentra. (…) Vayamos a la muerte antes de ser esclavos del enemigo. Libres quedaremos al abandonar este mundo, ¡nosotros, nuestras mujeres y nuestros hijos!”
Existía sin embargo un grave problema, pues la ley judía prohibía
expresamente el suicidio. Así que decidieron que cada hombre matara a su
familia (mujer e hijos), y luego se decidió que diez hombres elegidos por
sorteo mataran a todos los demás. Realizado el macabro cometido, se decidió
entre ellos a suertes uno que matara a los otros nueve. Finalmente, el único
defensor de Masada en pie, puso fin a su vida “pasándose su espada con toda su fuerza por todo su cuerpo”, no sin
antes prender fuego a toda la fortaleza, a excepción de los almacenes de
víveres. De este modo, daba a entender a los romanos que el suicidio colectivo no
había sido por falta de alimentos para resistir.
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Plano de Masada |
A la mañana siguiente, los romanos entraron por fin en
Masada. Encontraron un silencio sobrecogedor, llamas y los cuerpos sin vida de
los defensores. Josefo escribe así sobre ello:
“Cuando allí se toparon con el montón de muertos, no se alegraron, como suele ocurrir con los enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado con sus obras.”
Todos habían muerto a excepción de siete personas: una
anciana, una mujer y sus cinco hijos, que se habían escondido para no morir con los sitiados. Impresionados por la resolución de los
defensores, los romanos les perdonaron la vida. Probablemente, Josefo pudo hablar
con ellos años después para escribir la historia del asedio.
Masada tras la
conquista
Era mediados de abril del año 73 (aunque algunos autores
cuestionan la fecha y defienden que todo sucedió un año más tarde, en el 74).
Tras la caída de Masada, la Gran Rebelión Judía se dio por finalizada, y
Vespasiano acuñó monedas con la leyenda “Iudea
Capta” (Judea capturada) en la que se ve una mujer (representando a Judea)
encadenada bajo una palmera.
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Moneda con la leyenda Iudea Capta |
Silva retiró sus tropas hasta Cesarea, dejando en Masada una
pequeña guarnición. Esta ocupación se mantuvo hasta el siglo II, cuando las
tropas de la fortaleza se retiraron a uno de los campamentos que había
levantado Silva 150 años atrás y que todavía se encontraba en pie debido a las secas
condiciones climatológicas del lugar (de hecho, se conservan en bastante buen
estado la muralla y todos los campamentos construidos por los romanos).
Posteriormente, toda la región fue abandonada. En el siglo V, San Eutimio
construyó en la cima una capilla que dio origen a un pequeño monasterio, que
también fue abandonado en el siglo VII tras la conquista árabe. El lugar cayó
en el olvido, y no fue hasta el siglo XIX que la visita de historiadores y
anticuarios puso de nuevo sobre el mapa a Masada.
Hoy en día, Masada permanece como un símbolo de la
resistencia judía contra el invasor. Y todo eso a pesar de que Josefo describe
a los defensores como “los ladrones que
estaban en Masada”, entre otros epítetos no muy amables. Pero lo cierto es
que Masada es una de las fortalezas más impresionantes del mundo, y en ella
unos judíos llevaron a cabo uno de los episodios más impresionantes de la
historia.
Muy interesante, como todos los demás artículos sobre los romanos. Esta historia tiene congruencias con el libro El Mesías del César de Joseph Atwill, que se basa en un análisis al escrito de Josefo. Yo, como de pronto algunos otros de sus lectores, esperamos que usted, algún día nos comente algo sobre la tesis de Atwill. Gracias.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarSin entrar en muchos detalles, no estoy de acuerdo con la tesis de Atwill. No hay más que mirar fechas, y darse cuenta de que las epístolas de San Pablo son 30 años anteriores a la conquista de Jerusalén por Tito, o de que el incendio de Roma del año 64 fue atribuido a los cristianos y es 3 años anterior al comienzo de la rebelión judía. Otra cosa muy distinta es que los romanos utilizaran el Cristianismo como un arma de propaganda contra los judíos. Pero de ahí a sostener que Jesús es Tito va un largo trecho.
ResponderEliminarGracias por su comentario.
Gracias por compartir...
ResponderEliminarEN MEMORIA DE LOS HEROES DE ISRAEL: MASADA NO VOLVERA A CAER.
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