Aquél que alguna vez haya tenido la ocasión de ir a Huesca, habrá
podido visitar su Museo Provincial, enclavado en el antiguo
palacio de los Reyes de Aragón. Bajo el Salón de Trono, existe una oscura
estancia a la que se accede por unas estrechas, cortas y empinadas escaleras;
es la conocida como “Sala de la Campana”,
porque según la tradición, en ella tuvieron lugar en el siglo XII los
acontecimientos que hoy voy a narrarles. Unos acontecimientos que muchos
consideran una leyenda, pero que sin duda esconden un trasfondo histórico
innegable.
Detalle del cuadro "La Campana de Huesca" |
Recogida por primera vez en la “Crónica de San Juan de la Peña”, escrita casi dos siglos después de
los hechos que narra (pero que recoge romances orales muy anteriores, casi
contemporáneos de los acontecimientos), la leyenda de la “Campana de Huesca” contiene elementos del suficiente interés como
para ser digna de ser contada. En cualquier caso, constituye una bonita historia
que narra cómo la astucia y la tranquila venganza a menudo es más poderosa que
las conspiraciones y la fuerza bruta.
Un rey que no estaba
destinado a serlo
El protagonista principal de nuestra historia se llamaba
Ramiro, y era el tercer hijo de los Reyes de Aragón Sancho Ramírez y Felicia de
Roucy. Sus dos hermanos mayores, Pedro y Alfonso, eran fuertes y belicosos, por
lo que eran los destinados a ocupar el trono llegado el momento. Ramiro, como
cualquier hijo menor de la nobleza, fue destinado a tareas eclesiásticas y
pronto ingresó como monje en el monasterio francés de San Ponce de Tomeras. El
hecho de ser hijo de rey le garantizaba que alcanzaría altos cargos dentro de
la Iglesia, y en efecto así ocurrió. Fue nombrado Abad del monasterio de San
Pedro el Viejo (Huesca) y posteriormente Obispo de Roda-Barbastro.
Su hermano Pedro murió sin descendencia, por lo que la corona
de Aragón pasó a Alfonso, su otro hermano, que reinó bajo el nombre de Alfonso
I El Batallador. El nuevo rey hizo honor a su apodo y combatió sin descanso
contra los musulmanes, conquistándoles numerosas tierras. Sin embargo, tampoco
tuvo descendencia, por lo que a su muerte, el 8 de septiembre de 1134, la
cuestión sucesoria volvió estar sobre la mesa. El inaudito testamento de
Alfonso tampoco contribuyó a aclarar las cosas, pues en él se disponía que el
reino entero pasara a estar bajo el dominio de las Órdenes Militares de los
Templarios, Hospitalarios y del Santo Sepulcro, sin duda en agradecimiento a la
ayuda que estas Órdenes le habían prestado en sus conquistas.
Alfonso I El Batallador |
Los nobles aragoneses no tenían ninguna intención de cumplir
la última voluntad de Alfonso, así que se reunieron en Jaca y tomaron la
decisión de nombrar como nuevo rey a Ramiro, como único pariente vivo del
fallecido rey anterior. A su decisión ayudó el hecho de que el testamento de
Alfonso fuera declarado contrario a la ley aragonesa, pues el difunto sólo
podía disponer a su antojo de las tierras conquistadas y no del resto del
reino. Así pues, Ramiro fue sacado del monasterio y coronado nuevo Rey en
Zaragoza el 29 de septiembre de 1134, bajo el nombre de Ramiro II. La nueva situación
no sólo conllevaba tener que hacerse cargo de un reino que daba síntomas de
descomposición, sino que también debía abandonar los hábitos, elegir una esposa
y engendrar un heredero. Y todo eso tenía que hacerlo de inmediato.
El consejo del Abad
El nuevo rey, conocido como “El Monje” o “El de la Cogulla”
(y posteriormente como “El de la Campana”,
por la historia que aquí contamos) se encontró desde el principio con grandes
problemas. El reino de Navarra se desgajó del de Aragón, y Castilla se apoderó
de la ciudad de Zaragoza aduciendo derechos sucesorios de la esposa del
anterior rey aragonés, Urraca de Castilla. Además, los nobles dieron por
sentado que podrían mangonear al nuevo rey, ante su inexperiencia y su falta de
inclinación por los asuntos mundanos, así que se dedicaron a cometer tropelías.
Estaban a la orden del día el abuso a los labriegos y el rapto de sus hijas por
parte de los nobles, se hurtaba sin recato del Diezmo Real, y había luchas
internas por la más mínima menudencia. El respetado Reino de Aragón estaba a
punto de convertirse en un puñado de taifas.
Además, algunos nobles tomaron la decisión de acercarse a los
reinos de Castilla y Navarra como mejor forma de aumentar su poder, de modo que
dejaron de apoyar a Ramiro II con la misma celeridad con la que antes lo habían
entronizado. En una de esas disputas, Ramiro tuvo que huir a Besalú en 1135,
ante el grave peligro de perder el trono frente unos nobles que aprovechaban el
cambio de monarca para satisfacer sus ansias de poder. En nada ayudaba el hecho
de que Ramiro fuera un ávido lector de los clásicos en unos tiempos en los que
los miembros de la nobleza se enorgullecían de ser analfabetos, y que tuviera
fama de gustarle más la recolección de setas que los asuntos de Estado. Pero
los nobles habían subestimado a Ramiro.
Ramiro II El Monje |
El Rey volvió y trató de hacerse cargo de la situación, pero
no tenía la menor idea de cómo hacerlo; así que despachó un mensajero de
confianza al monasterio de San Ponce de Tomeras para pedir consejo a su Abad,
con el que le unía una profunda amistad desde su juventud, cuando tomó allí los
hábitos de monje. El mensajero llegó al monasterio y rápidamente pidió ser
recibido por el Abad, al que le transmitió el mensaje del Rey. Éste, después de
un breve silencio pensativo, ordenó al mensajero que lo acompañara al huerto.
Mientras paseaban, y sin que nadie pronunciara palabra alguna, el Abad fue
cortando las coles (algunas fuentes hablan de rosas) que más sobresalían sobre
las demás. Acabado el paseo, el Abad se volvió hacia el mensajero y le dijo:
“Vuelve a mi Señor el Rey, y cuéntale cuánto has visto”
El mensajero, atónito ante lo que había pasado, montó en su
caballo y regresó a transmitir al Rey el mensaje del Abad. El monarca, al
contrario que el estupefacto mensajero, sí que entendió lo que el Abad quería
decir. Ahora sabía exactamente lo que tenía que hacer.
La campana
Ramiro convocó a los nobles a Cortes en Huesca comunicándoles
que quería enseñarles una campana que había mandado construir, cuyo sonido se
escucharía por todo el reino. Los nobles recibieron la noticia entre la sorpresa
y la burla, pero el día fijado allí se presentaron, curiosos por contemplar esa
campana de la que el Rey les hablaba (“vayamos
a ver esa locura que el Rey quiere hacer”, dice la Crónica de San Juan de
la Peña que pensaron los nobles). Antes de empezar las Cortes, les invitó a un
copioso asado regado con abundante buen vino para consensuar un orden del día
entre todos. En la sobremesa, el Rey fue invitando uno a uno a los principales miembros
de la nobleza a entrar en la sala de debajo del trono para debatir en privado
con ellos y enseñarles la famosa campana.
Sala de la Campana, en una fotografía antigua |
Los nobles, conforme iban entrando, eran reducidos por seis
fornidos montañeses que sin perder tiempo los decapitaban. Los cuerpos
descabezados eran echados a un rincón mientras las cabezas eran dispuestas en
un círculo. Quince cabezas se disponían de esta forma en el suelo cuando hizo
entrar al Obispo Ordás de Zaragoza, principal cabecilla de las conjuras contra
él. El Obispo, al ver el espectáculo, quedó sobrecogido. El Rey le preguntó si
no le parecía la más hermosa campana jamás hecha, y si creía que le faltaba
algo, a lo que el Obispo, lleno de terror, contestó que no faltaba nada. El Rey
entonces le contestó: “Sí que le falta
algo, y esto es el badajo, y para suplirlo destino tu cabeza”. Ordás fue
también decapitado y su cabeza colgada de un gancho en medio del círculo que
formaban las otras cabezas.
Una vez terminada la campana, el Rey invitó al resto de los
nobles a entrar con él para admirar la campana de la que tanto les había
hablado:
“¡Vais a ver la campana que he hecho fundir en los subterráneos para que repique a mayor gloria y fortaleza de Ramiro II! Estoy cierto que su tañido os hará comedidos, solícitos y obedientes a mis mandatos”
Los nobles quedaron aterrorizados ante lo que vieron.
Comprendieron que no se las tenían con un pelele al que pudieran manejar a su
antojo, sino que Ramiro II había demostrado ser un rey fuerte que no vacilaría
ante nada con tal de conservar el reino.
"La Campana de Huesca", de José Casado del Alisal |
Ramiro reinó hasta su muerte, el 16 de agosto de 1157. Dejó
el reino de Aragón a su hija Petronila, aunque el regente de facto fue su
marido, el Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Hasta el fin de su reinado,
Ramiro II El Monje no tuvo que
preocuparse más por sublevaciones de nobles ni conjuras de obispos. Efectivamente, el tañido de la
campana de Huesca fue tan poderoso que llevó la paz a todo el reino.
¿Leyenda o realidad?
Durante mucho tiempo, la historia de la Campana de Huesca fue
considerada real, hasta el punto de que, como ya hemos mencionado, existe una
sala en el antiguo Palacio Real de Huesca donde se afirma que ocurrieron los
hechos. Sin embargo, la historia no hace más que adaptar y repetir una leyenda
clásica que ya se contaba en los tiempos de Heródoto (siglo V a.C.), que en su “Historia” relata lo siguiente:
“Periandro despachó un heraldo a la corte de Trasibulo para preguntarle que con qué tipo de medidas políticas conseguiría asegurar sólidamente su posición y regir la ciudad con el máximo acierto. Entonces Trasibulo condujo fuera de la capital al emisario de Periandro, entró con él en un campo sembrado y, (...) cada vez que veía que una espiga sobresalía, la tronchaba (...) Acabó por destruir lo más espléndido y granado del trigal. Y, una vez atravesado el labrantío, despidió al heraldo sin haberle dado ni un solo consejo.”
Esta misma historia es contada de forma más breve por
Aristóteles en su “Política”.
Asimismo Tito Livio, a finales del siglo I a.C., atribuye la leyenda al rey de
los romanos Tarquino, que con un bastón cortaba las adormideras más altas para
aleccionar al rey de los gabios Sexto Tarquino.
Firma de Ramiro II |
Sin embargo, sí que puede haber un poso de verdad en todo el
asunto. Está acreditado que el comienzo del reinado de Ramiro II fue una
constante lucha entre la corona y la nobleza, y que el Rey tuvo que actuar expeditivamente
contra unos nobles que querían usurpar las funciones y el poder del monarca. Unos
cincuenta años después de los hechos, los “Anales
Toledanos Primeros” contienen la escueta nota siguiente: “Mataron las potestades en Huesca”. Más
extensa es la “Primera Crónica General”
o “Estoria de España”, que a mediados
del siglo XIII narra lo siguiente:
“aquel don Ramiro el Monge (...) no lo quiso mas sofrir, et guisó desta manera que en un día en la çibdat de Güesca en un corral de las sus casas, fizo matar onze rricos omnes, con los quales murieron muy grant pieça de cavalleros”
No obstante, la narración más detallada se encuentra en la ya
mencionada “Crónica de San Juan de la
Peña”, escrita alrededor del año 1369, y que recoge un romance
contemporáneo de los hechos que cuenta el episodio en su forma ya definitiva.
Sala de la Campana, en una fotografía actual |
Asimismo, tenemos el relato del cronista árabe Ibn Idari, que narró el episodio
de unos caballeros aragoneses que rompieron la tregua acordada entre Aragón y
el gobernador árabe de Valencia y Murcia asaltando una caravana. Ramiro II tuvo
que tomar cartas en el asunto y mandó decapitar a los siete nobles que habían
participado en el asalto.
Es muy probable que todos estos hechos fueran reunidos y
embellecidos dando forma a una leyenda que tuvo su máxima difusión en el siglo
XIII, cuando nuevamente los reyes aragoneses tuvieron sus más y sus menos con
los nobles. El mensaje que transmitía la historia era “tened cuidado, nobles, pues mis antepasados ya sabían tratar a gentes
de vuestra calaña”. Posteriormente, todo fue recogido en la antedicha “Crónica de San Juan de la Peña”, que ha
sido la que nos legado la historia hasta nuestros días.
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