Los burgueses de Calais

En la Plaza del Soldado Desconocido, en la ciudad francesa de Calais, se alza un impresionante conjunto escultórico de Auguste Rodin llamado “Los Burgueses de Calais”. En él se observan a 6 hombres harapientos que expresan en su rostro la angustia, el miedo y la desesperación del que espera una muerte inminente. Existen varias copias de este monumento repartidas por el mundo, y curiosamente una de ellas se encuentra en Londres, en el Jardín de Westminster, dando la espalda a la Cámara de los Lores. Y digo curiosamente porque este grupo escultórico conmemora el heroísmo que tuvieron unos ciudadanos de dicha ciudad francesa durante el asedio que las tropas inglesas realizaron a la villa entre 1346 y  1347.

Monumento a los Burgueses de Calais
El episodio, ocurrido en los albores de la Guerra de los Cien Años y narrado por el cronista Jean Froissart, constituye un claro ejemplo de situación extrema sin salida aparente. Es un suceso que lo tiene todo: un largo sitio, un rey cabreado que decide matar de hambre a los habitantes de una ciudad, una población a punto de sucumbir, un ultimátum, una extraordinaria muestra de heroísmo y sacrificio, y finalmente un final feliz. Y es que en esta guerra de excepcional duración (a pesar de su nombre duró casi 117 años y no 100) dio tiempo a todo tipo de acontecimientos, algunos sublimes y otros no tanto. Conozcamos un poco más el suceso que dio lugar a este monumento.

El desastre francés en Crécy

La muerte en 1328 de Carlos IV de Francia sin herederos fue el fin de la dinastía de los Capeto. Pero también supuso algo más, pues su hermana Isabel (conocida como la “Loba de Francia”, de la que hablamos un poco en este artículo) era la madre del rey de Inglaterra Eduardo III. Dicho rey tenía enormes extensiones de tierras en Francia, por lo que reclamó que la corona francesa pasase a su madre, y de este modo quedaría él como heredero al trono francés. Como es natural, los franceses no estaban muy dispuestos a esta jugada, y decidieron que el trono pasase a Felipe de Valois (el primero de su dinastía), que fue coronado con el nombre de Felipe VI.

Felipe VI de Francia
Por supuesto, Eduardo III no se sintió contento con la decisión de los franceses. El rey inglés se sentía el legítimo heredero a la corona francesa y vio en Felipe de Valois a un usurpador, de modo que se negó a pagar vasallaje por sus posesiones francesas. Además, buscando el modo de hacer daño a Francia, acogió en su corte con todos los honores a Roberto de Artois, un noble francés pariente del rey que se había rebelado contra él. La reacción de Felipe VI no se hizo esperar, y en un rápido golpe de mano se apoderó de una de las posesiones inglesas: Gascuña. Eduardo entonces reclamó el trono de Francia, y al serle negado de nuevo, declaró la guerra a Felipe. Las hostilidades habían comenzado, y no cesarían (en mayor o menor grado de intensidad) en los siguientes 117 años.

Eduardo III de Inglaterra
Durante los primeros años de la guerra la iniciativa corrió a cargo de Inglaterra. El ejército inglés realizó una serie de incursiones en territorio francés arrasando todo a su paso. Tras haber obtenido la flota de Eduardo una resonante victoria en la batalla naval de Sluys (también llamada de La Esclusa) los ingleses dominaban el Canal de la Mancha, con lo que sus tropas podían pasar rápidamente a Francia y ser fácilmente abastecidas. La táctica inglesa, llamada “chevauchée” (por cierto, copiada de los franceses), consistía en atacar aquellos puntos donde la presencia de tropas francesas era débil o inexistente. Durante esas incursiones, los ingleses mataban de forma cruel e indiscriminada a la población civil (sin importar sexo, edad o condición), violaban a mujeres y niñas, incendiaban y saqueaban todo a su paso, y robaban todo lo que podían de los campesinos.

Batalla de Sluys
La razón de este comportamiento no era sólo militar (desgastar a los franceses) o económica (obtener tierras, prisioneros y suministros), sino también psicológica. Al vivirse en aquella época en una sociedad feudal, en la que los campesinos pagaban diezmos e impuestos a sus señores y al rey a cambio de la obligación de éstos de protegerlos, el verse masacrados y víctimas del pillaje por parte de un salvaje ejército extranjero minaba la autoridad del rey francés ante sus súbditos. Esta táctica, repetida durante los primeros años de guerra, supuso de facto la conquista de Normandía por parte de Eduardo.

Posesiones inglesas en Francia
Tras esta fase, Eduardo decidió que había llegado el momento de invadir Francia, conquistar París y poner fin a la guerra. Así pues, ayudado por Godofredo de Harcourt (un noble normando enemigo del rey francés), desembarcó con su ejército  en Saint-Vaast-la-Hougue, destruyó las aldeas de Valognes, Carentan y Saint-Lô y avanzó en tres columnas hasta Caen. Allí derrotó fácilmente a las tropas francesas. El siguiente paso fue remontar el Sena para llegar a París, pero sus exploradores le informaron de que un potente ejército francés le esperaba más adelante. Temiendo una derrota, los ingleses retrocedieron hacia el norte, estableciendo una fuerte posición defensiva en Crécy. Allí esperaron al ejército francés.

Toma de Caen
La batalla subsiguiente ocurrió el 26 de agosto de 1346, y supuso un desastre para Francia. Los 12.000 hombres del ejército inglés derrotaron completamente al ejército de 30.000 hombres de Felipe VI, gracias a un armamento y unas tácticas superiores y a la mayor disciplina de los soldados ingleses. Particularmente decisivos fueron los arqueros ingleses de arco largo, que provocaron una auténtica masacre entre los caballeros franceses. Alrededor de un tercio de la nobleza francesa murió en esa batalla, incluido el propio hermano del rey. La batalla de Crécy se considera el principio del fin del código de la caballería, ya que los heridos y prisioneros fueron rematados sin piedad. Tal fue el desánimo en Felipe VI, que cuando se retiró y buscó refugio en el castillo de Labroye, contestó al grito de “¿Quién va?” con la frase “Abrid, soy el infortunado rey de Francia”.

El inicio del asedio

Tras la victoria inglesa en Crécy y la retirada de los franceses, Eduardo necesitaba un puerto seguro e inexpugnable desde donde poder seguir haciendo incursiones de saqueo en territorio francés, y que además sirviera de base a sus tropas para pasar el invierno. Desdeñó el puerto de Le Crotoy, ya que era demasiado vulnerable para sus fines, y fijó la vista en Calais. La ciudad contaba con unas excelentes fortificaciones, estaba situado en una zona pantanosa en medio de dos ríos y su acceso al mar era fácilmente defendible. Además, al encontrarse muy cerca de la costa inglesa, podía ser fácilmente abastecida por mar. Si lograba conquistarla, Calais sería una excelente base de operaciones.

Batalla de Crécy
Claro que los mismos motivos que la hacían tan apetecible para los ingleses motivaban que su conquista fuera extremadamente difícil. Eduardo y su ejército llegaron a la ciudad el 4 de septiembre de 1346, no sin antes haber saqueado todas las poblaciones que encontraban a su paso. Inmediatamente levantaron su campamento sobre una colina. Dicho campamento llegó a ser una pequeña ciudad llamada Villeneuve-la-Hardi que llegó a contar con más de 30.000 habitantes, entre soldados y civiles. El objetivo de Eduardo era bloquear totalmente el acceso a la ciudad, de modo que los habitantes de Calais no pudieran recibir ningún suministro exterior de alimentos.

Plano de Calais
Sin embargo, los ingleses no consiguieron bloquear del todo el acceso a la ciudad, ya que el puerto continuaba libre. Los barcos genoveses aliados de Francia, así como pequeñas embarcaciones provenientes de las ciudades vecinas, traían continuamente suministros a la ciudad. Asimismo, los ingleses también tenían problemas, ya que los franceses habían quemado las cosechas a muchas leguas a la redonda y no podían alimentarse del terreno, por lo que dependían de los avituallamientos que pudieran traerle por mar desde Inglaterra (algo difícil en invierno) o por tierra por parte de sus aliados flamencos. Y así como los ingleses no pudieron impedir que la ciudad recibiera suministros, tampoco los franceses fueron capaces de interferir las líneas de abastecimiento inglesas.

Asedio de Calais
Así las cosas, durante los dos primeros meses de asedio se sucedieron las escaramuzas a los pies de las murallas. Sin embargo, los muros de la ciudad, de más de 100 años de antigüedad, y la firme voluntad de resistir de los defensores, motivaron que los progresos ingleses fueran inexistentes. Además Eduardo tenía problemas en casa, ya que el rey escocés David II había invadido su territorio. Afortunadamente para los ingleses, el Arzobispo de York (que actuaba como regente en ausencia del rey) derrotó a los escoceses el 17 de octubre de 1346 en la batalla de Neville's Cross, por lo que no hubo necesidad de desviar tropas a Inglaterra desde Calais.

Batalla de Neville's Cross
En noviembre las tropas inglesas recibieron armas de asedio, pero los intentos de tomar los muros por asalto siguieron fracasando. De este modo, ante la imposibilidad de conquistar directamente las murallas de Calais, los ingleses decidieron en febrero de 1347 que lo mejor sería hacerla rendir por hambre, cortando en lo posible los suministros de la ciudad. Para ello, Eduardo construyó una gran torre con bombardas a la entrada del puerto. A pesar de que dicha torre (con la colaboración de la armada inglesa) logró hundir una gran cantidad de barcos franceses y genoveses, los suministros de la ciudad no quedaron cortados del todo; sin embargo, disminuyeron sensiblemente, por lo que sólo era cuestión de tiempo que Calais capitulara por hambre.

La rendición por hambre

Pronto la ciudad comenzó a estar en una situación desesperada por la falta de suministros. En junio de 1347 las reservas de alimentos eran muy escasas, por lo que el gobernador de Calais Jean de Vienne envió un mensaje al rey francés pidiendo urgentemente que tratara de levantar el asedio lo más pronto posible, o la ciudad se rendiría. El mensaje fue interceptado por los ingleses, que vieron en él una oportunidad única de atraer a sus enemigos a una trampa. Así pues, trajeron de Inglaterra 700 barcos con hombres y suministros para reforzar su posición, y después hicieron llegar el mensaje al rey francés. Mientras tanto, en julio los ingleses hundieron otro convoy con víveres para la ciudad, por lo que los defensores hicieron salir a 500 niños y ancianos por no poder alimentarlos. Los ingleses no les dejaron pasar, de modo que perecieron de hambre en tierra de nadie, justo delante de los muros de Calais.

Jean de Vienne
Mientras tanto, el rey francés Felipe VI había recibido la misiva, por lo que reunió a lo que quedaba de su ejército (11.000 jinetes y 15.000 soldados de infantería) y se dirigió a la ciudad en un intento de levantar el asedio. Cuando los defensores divisaron el estandarte real sintieron renacer sus ánimos, pero pronto serían decepcionados. En efecto, el rey francés comprendió que no podía hacer nada contra los 32.000 ingleses que le esperaban, máxime cuando estaban en una fuerte posición defensiva y el terreno pantanoso estaba a su favor. Así pues, los franceses realizaron un ataque simbólico a una torre de vigilancia inglesa y a continuación se retiraron, abandonando la ciudad a su suerte.

Bombarda inglesa
Cuando los habitantes de Calais vieron que el ejército de su rey se retiraba, encendieron fogatas para anunciar a los ingleses que estaban dispuestos a rendirse. El conde de Calais sólo ponía una condición para la capitulación: que se respetara la vida, la libertad y las propiedades de sus habitantes. El rey Eduardo se negó en un principio, ya que estaba furioso por la denodada resistencia que le había ofrecido la ciudad. Sin embargo, y a instancias de sus consejeros (particularmente del comandante de la flota, Guillermo de Mauny), aceptó la condición a cambio de que seis notables de Calais, portando las llaves de la ciudad, se rindieran ante él vestidos sólo con un camisón y con una soga amarrada al cuello. Estos hombres sí serían ejecutados.

Los burgueses heroicos

El conde de Calais reunió a los habitantes de la ciudad y les comunicó las condiciones del rey inglés. Todos se sintieron tristes e intranquilos (según Froissart, algunos rompieron en llanto). Al cabo de un rato, Eustache de Saint-Pierre, uno de los hombres más ricos de la ciudad, se presentó voluntario diciendo:

Monsieur, sería una gran desgracia permitir que esta gente muera de hambre si podemos encontrar una alternativa. Estoy convencido de que cumpliría la voluntad de mi Dios si me ofreciera por estas personas y me entregara así como el primero en salir descalzo y con la cabeza descubierta, vestido en camisa y con una soga alrededor de mi cuello y me entregara a la voluntad del rey inglés

Poco después se le unieron otros cinco ciudadanos prominentes: Jean de Vienne, Andrieu d'Andres, Jean d'Aire y los hermanos Jacques y Pierre de Wissant. Todos se vistieron según los deseos de Eduardo y fueron hasta el campamento inglés. Allí el rey les estaba esperando. Los seis hombres se arrodillaron y le entregaron las llaves de la ciudad.

Entrega de los burgueses
Eduardo los miró en silencio un rato y luego dio orden de ejecutarlos. Sin embargo, los propios caballeros del rey le hicieron ver el heroísmo de aquellos hombres, que se habían entregado voluntariamente para salvar la vida de sus conciudadanos. El rey no se conmovió, hasta que su esposa Felipa de Henao (que se encontraba embarazada) suplicó también por la vida de los burgueses. Sólo entonces Eduardo accedió a perdonarles la vida. Felipa de Henao les quitó entonces las sogas, los vistió adecuadamente y les dio de cenar. Poco después, les proporcionó dinero y les hizo salir del campamento en secreto.

Felipa intercediendo ante el rey
Calais cayó en manos inglesas y estuvo en ellas hasta 1558, en que fue reconquistada por los franceses a las órdenes de Francisco de Guisa. De este modo dejaba de cumplirse una inscripción puesta sobre las puertas del Parlamento inglés: “Then shall the Frenchmen Calais win/ When iron and lead like cork shall swim” (Sólo entonces ganarán Calais los franceses/ Cuando el hierro y el plomo floten como el corcho). Los habitantes fueron exiliados a otras ciudades francesas y sustituidos por ingleses. En 1895 se inauguró la estatua de Rodin, en la que se hace un merecido homenaje a la valentía de aquellos seis hombres, que con su gesto salvaron la vida de sus conciudadanos.
spacer

El humor en la Alemania nazi

Una de las cosas que menos soportan las dictaduras que ha habido a lo largo de la Historia es el humor. Nada se lleva peor con el poder que la risa, la ironía o el sarcasmo. Con el humor el poderoso queda despojado de solemnidad, desnudo frente a su (a menudo) ridículo reflejo. Por esa razón, no ha habido dictadura que se precie que no haya intentado poner coto a los chistes contra ella. Bien lo sabían los bufones de la Edad Media, a quienes una burla demasiado feroz podía llevarles directamente al patíbulo. O un personaje tan ilustre como Quevedo, al que una sátira despiadada contra el Conde-Duque de Olivares le costó la prisión en la Torre de San Marcos en León. O el conde de Villamediana, cuya afilada pluma se cobró su vida.

Fotograma de la película "El gran dictador"
La Alemania nazi no fue una excepción a este fenómeno. Si bien a lo largo de sus 12 años de existencia el régimen trató de poner coto a los chistes contra el régimen o la situación de la guerra, los alemanes siguieron haciendo gala de un gran humor negro. Y es que prohibir la risa por decreto nunca funciona, por mucho que contar un chiste pudiese costar la prisión, el traslado a un campo de concentración o incluso la muerte. El humor fue una de las formas que los alemanes tuvieron de evadirse del sufrimiento de la guerra, y a veces de rebelarse contra la difícil situación en la que Hitler y su régimen los puso. En este artículo narramos algunas de esas manifestaciones de rebeldía en forma de chistes.

El humor contra el régimen

La Alemania nazi tuvo una relación con el humor contra ella bastante ambigua. Por un lado, se promulgaron leyes bastante duras en las que se reprimían los chistes contra el régimen y sus jerarcas (los chistes anti-Hitler podían ser castigados con la muerte). Por otro lado, los nazis se dieron cuenta de que los chistes eran válvulas de escape y no una forma de resistencia activa, por lo que en gran medida eran tolerados. Así, Rudolph Herzog, en su libro “Heil, Hitler. El cerdo está muerto” donde analiza el humor político bajo la Alemania nazi, sostiene que “aquel que ventilaba su rabia con bromas mordaces no se echaba a la calle ni desafiaba a la autoridad de otra manera”, por lo que muchos de los que contaban chistes y llegaban a los tribunales eran castigados de forma más bien leve.

Caricatura soviética de Hitler enviando tropas a la URSS
No obstante, sí que hubo algún caso de condenas duras. El caso más famoso es de Marianne Elise K, una viuda de guerra que durante una jornada de trabajo en una fábrica de armas le contó a su compañero el siguiente chiste: “Hitler y Goering están en la torre de radiodifusión de Berlín. Hitler dice que quiere darles una alegría a los berlineses. Goering le responde: salta de la torre”. El compañero de trabajo la denunció ante las autoridades, y el caso fue visto el 26 de junio de 1943 ante el Tribunal del Pueblo. La pobre Marianne fue condenada a muerte por el delito de “intentar socavar nuestra sólida moral de defensa”. Curiosamente, en la sentencia se menciona que la rea se comportó “como una checa, a pesar de ser alemana”.

Tribunal Popular del Reich
En este sentido la gente comentaba las bromas con frases como “esto son tres años de trabajos forzados…”. Cuando dos amigos se encontraban por la calle lo primero que hacían era mirar alrededor para comprobar que nadie pudiera escucharles, algo que pronto fue conocido por la Gestapo como “la mirada alemana”. Además, como tampoco se tenía la total seguridad de que el interlocutor no fuera a denunciarle, las conversaciones se terminaban con frases como “usted también ha dicho unas cuantas cosas…”, a lo que solía responderse “niego rotundamente haber hablado con usted”, con lo que ambos se curaban en salud. Y curiosamente, se contaban chistes sobre el miedo a contar chistes, como uno que decía que los alemanes no acudían al dentista porque tenían pánico de abrir la boca.

Los chistes contra los jerarcas nazis

Los blancos preferidos de los chistes políticos en Alemania durante ese periodo eran Hermann Goering y Joseph Goebbels, dos de los máximos dirigentes del partido nazi. Al primero, mariscal del Reich y jefe de la Luftwaffe (Fuerza Aérea Alemana), se le tenía por un gordo vanidoso al que le gustaba vestir excéntricos uniformes llenos de medallas. Al segundo, ministro de la Propaganda, se le tenía por un sátiro cojo y bajito que sólo decía mentiras. Los chistes sobre ambos aprovechaban esa imagen que se tenía de ellos, sobre todo por estar en las antípodas del ideal ario que el régimen preconizaba.

Goeebels y Hitler
Así, a Goebbels empezó a llamársele “Mahatma Propagandi”, “Enano venenoso” o “Teutón encogido y sin blanquear”. Se hacían muchos chistes sobre su incansable actividad sexual. Uno de ellos decía que la estatua de un ángel que remataba la Columna de la Victoria en Berlín era la única virgen de la ciudad, ya que Goebbels no podía subir hasta ella. Durante los últimos días de la guerra empezó a circular otra broma afirmando que Goebbels sería depuesto como gauleiter (líder de zona) de Berlín y sustituido por Rommel, ya que éste al menos conocía los desiertos. Como sea que en esa época Rommel ya se había suicidado hacía tiempo, el chiste es también un indicador de que los alemanes echaban de menos líderes capaces. En cuanto a la fama (justificada) de mentiroso y su tendencia a abrir mucho la boca cuando hablaba, circulaba uno sobre un inmenso poste que se había quitado de un parque de atracciones de Berlín para hacerle una armónica.

Caricatura de Goebbels y Hitler
Sin embargo, el blanco favorito de las bromas era Goering y su vanidad. Por ejemplo, se decía que Berlín se quedaba sin gasolina cuando mandaba sus uniformes a la tintorería (tal era la cantidad de ellos que tenía). En cuanto a su afición a coleccionar medallas, circulaba uno que afirmaba que había mandado hacer las medallas de goma para poder llevarlas cuando se bañaba, y otro que decía que había diseñado una de una flecha a la derecha para poder ponerse más a la espalda. Con respecto a su afición a la buena mesa frente al racionamiento que sufría la población civil, al final de la guerra se decía que ésta acabaría “cuando Goering quepa en los pantalones de Goebbels”. Había también chistes sobre su megalomanía, como el siguiente: “Goering es enviado al Vaticano en una delicada misión diplomática para intentar atraer a la Iglesia al bando nazi. Una vez en Roma, Goering manda el siguiente telegrama a Hitler: ‘Misión cumplida. Papa depuesto. La tiara me queda perfectamente. Firmado: tu santo padre’.”

Goering
De Hitler también se contaban algunos chascarrillos, aunque no tantos como de los dos anteriores. Al contrario de Goebbels, la sexualidad de Hitler era inexistente, por lo que en la campaña de pleno empleo se contaba que apretaba su gorra contra su bajo vientre para “proteger al último desempleado de Alemania”. Un chiste muy revelador sobre lo que pensaban algunos alemanes es el que dice que “Hitler y Goering van en un barco y se hunde, ¿quién se salva? Alemania”. Otro de los blancos favoritos de las bromas era Musssolini y los italianos, que más que aliados eran auténticos estorbos para las fuerzas alemanas. Por ejemplo, se decía que las medallas italianas se llevaban en la espalda para mostrar el valor al huir, o que los tanques italianos tenían 5 marchas hacia atrás y una para adelante, y ésta era por si atacaban por la retaguardia.

Caricatura de Goering
Las SS causaban tal temor que apenas se hicieron bromas sobre ellos. Paradójicamente, en el seno de la propia organización empezaron a circular chistes de humor negro sobre ellos, los judíos y los campos de concentración. Uno de ellos decía que un guardián de un campo le ofreció a un judío perdonarle la vida si adivinaba cuál de sus ojos era de cristal y el judío respondió enseguida que el derecho; el asombrado guardián preguntó como lo había sabido tan rápido y el judío contestó que “era el único en el que había un destello de bondad”. Los propios judíos hicieron también gala de humor negro sobre el tema. Algunos de los chistes que se contaban entre ellos es que cuando les cambiaban la pena de fusilamiento por la de horca era buena señal, ya que indicaba que a los alemanes se les estaban acabando las balas, o que a Hitler le daría un infarto cuando le llegara la factura del gas.

Los chistes y la guerra

Conforme la guerra iba avanzando y la suerte de las armas de la Wermacht se volvía más adversa, los alemanes iban haciendo gala de un humor cada vez más sombrío. Así, mientras que en la campaña de Francia de 1940 se contaba que “los franceses plantan árboles en los lados de las carreteras para que los soldados alemanes puedan descansar” (haciendo alusión a la fácil victoria alemana), en la posterior defensa contra la invasión aliada de Normandía los soldados decían que “si en el cielo se ve un avión verde es británico, si es plateado es americano, y si no se ve ningún avión es alemán” (haciendo alusión al absoluto dominio del aire de los aliados). Y ante la ineficaz acción de los aviones alemanes, los soldados se mofaban de las supuestas armas milagrosas que Hitler prometía constantemente diciendo “Entre el arsenal de nuevas armas supersecretas del Reich están los aviones invisibles de la Luftwaffe”.

Caricatura rusa de Mussolini
Los bombardeos que sufrieron las ciudades alemanas fueron un fecundo caldo de cultivo para que la población civil sacara su humor negro. Anthony Beevor, en su libro “Berlín, la caída”, cuenta que en la Navidad de 1944 los alemanes se felicitaban con la frase “Sea práctico, regale un ataúd”. Otro bastante popular era interpretar las siglas LSR (Luftschutzraum o refugio antiaéreo) como “Lernt schnell Russich” (Aprenda ruso enseguida). Y también se contaba el chiste de alguien magullado al que le preguntaban qué le había pasado, si había sido una bala, la metralla o los escombros; el hombre contestaba “Nada de eso, entré a un refugio antiaéreo y grité Heil Hitler”.

Viñeta satírica sobre "Los tipos arios"
El cada vez más reducido Reich, embutido entre el avance angloamericano en el oeste y el soviético en el este, fue objeto también de burlas por parte de los alemanes. Se contaba que Goering tendría que ponerse a dieta para caber entre los frentes occidental y oriental. Incluso entre los mandos alemanes se hacían bromas al respecto, ya que cuando Hitler llegó a Berlín el 16 de enero de 1945 para dirigir la defensa, un coronel de las SS dijo “Berlín será el más práctico de nuestros cuarteles generales, ya que pronto podremos ir en tranvía al frente del Este y al frente del Oeste”. Todos, incluso Hitler, celebraron el chiste con una carcajada. Y uno de los más conocidos era uno en el que un amigo le preguntaba a otro qué hará cuando termine la guerra. “Me tomaré unas vacaciones y haré un viaje en bicicleta por la Gran Alemania”, contestaba el primero. “¿Y qué harás por la tarde?”, respondía el primero.

Caricatura británica sobre Hitler
La desesperada defensa de Berlín por parte de tropas de niños y ancianos también tuvo su lugar en el ácido humor berlinés. Así, un hombre llamado a filas para la defensa pregunta al médico que le reconoce a qué rama del ejército debería optar; el médico le pregunta donde sirvió en la anterior guerra (la Primera Guerra Mundial) y el hombre contesta “Oh, entonces no me llamaron. Era demasiado viejo”. Asimismo, se contaba que el mariscal Hindenburg (héroe de la Primera Guerra Mundial) bajó del cielo para intentar arreglar la situación, y cuando llegó le dijeron: “Rápido mariscal huya, están llamando a los de la quinta de 1847”. Por último, a las barricadas que se preparaban para intentar detener el ataque soviético se las llamaba “las barricadas de las dos horas y cinco minutos”, ya que las tropas rusas estaban dos horas riéndose al verlas y tardaban cinco minutos en desmantelarlas. Y acabo con una muestra típica de humor negro alemán, que desgraciadamente fue cierta en algunas partes: “Disfrute de la guerra, la paz será terrible”.
spacer

Desmontando bulos (IV): de un rey sucio y un mal estudiante

Continuamos con nuestra incansable labor de desmontar bulos históricos, y en esta ocasión traemos a la palestra dos de los más extendidos. Uno de ellos es el que cuenta la poca higiene que tenía el rey francés Luis XIV, del que se afirma insistentemente en foros de Historia y hasta en algún libro “serio” que sólo se bañó dos veces en toda su vida, y ambas por prescripción facultativa. El otro es la archiconocida afirmación de que Einstein era un mal estudiante y sacaba malas notas en el colegio. Como veremos, ambas afirmaciones son falsas: Luis XIV era una persona de lo más limpia y Einstein no sólo aprobaba, sino que incluso era un estudiante brillante.


El rey que no se bañaba

Luis XIV es la personificación del rey con un fuerte poder. Prototipo de la Monarquía Absoluta, su reinado supuso el establecimiento de Francia como potencia dominante en Europa (en detrimento de España), las colonias francesas en el exterior se multiplicaron (tomando posesión, por ejemplo, de la actual Luisiana) y limitó enormemente el poder del clero y la nobleza en su propio beneficio. Su voluntad se convirtió en ley, y no en vano fue llamado “vicediós” por el obispo Godeau. A pesar de que al final de su largo reinado (72 años, el más largo de la Historia europea) Francia había entrado en declive, su legado en el país fue inmenso. No obstante, y según una afirmación que a veces circula por las redes sociales, tenía un grave defecto: no era demasiado limpio.

Luis XIV
La afirmación en cuestión es rotunda. Basándose en los escritos de su médico de cámara Vallot, el monarca francés “sólo se bañó dos veces en su vida, y ambas por prescripción facultativa”. Dicha frase se encuentra recogida en “Le Journal de la santé de Louis XIV” (El diario de la salud de Luis XIV), un libro que detalla el día a día de las dolencias y tratamientos que el rey mostraba y recibía. Escrito entre los años 1647 y 1711, este escrito del ya citado A. Vallot, además de los otros médicos A. Daquin, y G.C. Fagon, constituye un inapreciable documento sobre las miserias que aquejaron al rey durante toda su vida. Lo malo es que esta afirmación es falsa, ya que se basa en una interpretación errónea de una frase escrita por el médico.

Le Journal de la Santé de Louis XIV
Y es que Vallot se refería a unos baños especiales que se le recetaron en dos ocasiones al rey como terapia contra algún achaque, no a los baños higiénicos normales. Dichos baños eran en agua muy fría y el monarca debía permanecer en la bañera durante dos horas, y además tenía que tomarlos dos veces al día. Así se desprende de un párrafo del libro citado anteriormente:

El séptimo día del mes de agosto, estando el rey bien preparado, comenzó los baños que le ordené para reafirmar su salud. Los ha continuado hasta el día 17, es decir que ha tomado 20 baños. Entraba por la mañana y hacia las 7 de la tarde. Permanecía dos horas de cada vez. El día 18 fue purgado con éxito

Como es natural, no era demasiado agradable estar quieto y sumergido en agua fría, aunque fuese por prescripción facultativa. De hecho, Luis XIV afirmaba que tales baños le producían vértigos y dolores de cabeza, por lo que se resistía a someterse a este tipo de tratamiento. Sin embargo, la verdad es que el rey francés era bastante limpio, y se bañaba de forma regular en un baño turco del Palacio de Versalles. Además, solía frotarse las manos con un paño mojado en vino, lo que constituía un excelente desinfectante, y (en contra de la creencia general) se cambiaba de ropa varias veces al día (un mínimo de tres veces, según varios testimonios).

Uno de los baños de Luis XIV
Ya de niño el monarca mostraba un gran placer en el baño, y numerosos testimonios dan fe de ello. Su criado La Porte relataba que saltaba de alegría cuando se reunía con su madre Ana de Austria para bañarse, y que incluso se enfadaba si se le prohibía por alguna razón. Bien es cierto que prefería hacerlo en el río o en algún canal, ya que era muy aficionado a nadar, incluso cuando hacía mal tiempo. Cuando no podía hacerlo por haber estado despachando asuntos de estado o cenando con algún cortesano importante, el monarca se bañaba en su cuarto de baño particular.

Jardines de Versalles
Y es que otra mentira histórica mil veces repetida es que el Palacio de Versalles era un lugar insalubre, que no contaba con cuartos de baño, y la gente iba haciendo sus cosas en el primer rincón que encontraban. En materia sanitaria, el Palacio estaba muy bien acondicionado y contaba con muchos cuartos de baño. Concretamente, el rey tenía uno con una bañera de mármol. Como al monarca le desagradaba el frío de la piedra, dicha bañera estaba recubierta con un paño. En este cuarto llegó a haber dos bañeras, ya que Luis XIV usaba una para enjabonarse y otra para aclararse. Dichas bañeras tenían dos grifos, uno de agua fría y otro de agua caliente (este último alimentado por agua procedente de un depósito especial). Como ya hemos mencionado antes, le gustaba también tomar un baño turco en otra habitación diseñada al efecto, con una gran bañera octogonal.

Jabones del siglo XVIII
El baño del rey era todo un ritual. Para empezar, al monarca le gustaba echar lavanda en el agua y usaba un jabón hecho a base de aceite de oliva. Una vez acabado el baño, un noble de alto rango se encargaba de secarlo (algo considerado un altísimo honor). El cabello se le secaba al fuego, y a menudo despachaba con sus ministros mientras tanto. Cuando el rey deseaba sólo bañarse los pies, unos criados llamados “Officiers de Fourriére” se encargaban de calentar agua y quemar aromas. De todo esto existen múltiples testimonios en documentos de la época, en donde se detallan cosas tales como la frecuencia con la que se llenaban los depósitos o inventarios de las toallas de baño.

Bañera octogonal de Luis XIV
¿De dónde viene entonces la afirmación de que Versalles era un lugar inmundo y sus habitantes unos guarros malolientes? Una combinación de factores ha contribuido  a esta mala imagen. En primer lugar Luis XV, bisnieto y sucesor de Luis XIV, ordenó derribar gran parte de los baños que existían en el palacio para sustituirlos por otras habitaciones o ampliar algunas ya existentes. En segundo lugar, el palacio no contaba con un sistema de alcantarillado sino que todas las aguas fecales se dirigían a fosas sépticas, que si bien se vaciaban regularmente, dejaban bastante mal olor en el ambiente. Y en tercer lugar, hay que decir que el excesivo uso de rapé contribuía al mal olor general, algo que intentaba disimularse con el uso masivo de perfumes.

Retrete de María Antonieta
En cuanto a un supuesto libro del año 1700 llamado “La Ética Galante”, que se cita con asiduidad como prueba de que en el Palacio de Versalles la gente iba haciéndose sus cosas en los pasillos, en las esquinas o en los jardines, y que dice que “es descortés saludar a alguien mientras esté orinando o defecando, y se ha de actuar como si no se le viese, disimulando las ventosidades tosiendo”, hemos de decir que no hemos sido capaces de encontrar un solo indicio que pruebe su existencia. Es más, algunos autores “serios” afirman que está escrito por Erasmo de Rotterdam, algo manifiestamente absurdo ya que el filósofo holandés falleció siglo y medio antes de la época de Luis XIV. Y es que no deben fiarse de lo que dicen algunas páginas de divulgación, que sólo se copian unas a otras y por tanto caen siempre en los mismos errores.

El Premio Nobel que suspendía en el colegio

Supongo que más de una vez todos hemos escuchado que Albert Einstein era un mal estudiante que suspendió las Matemáticas en el colegio. Puede que incluso el lector haya utilizado esta frase para justificar una mala nota ante sus padres. Incluso es posible que hayas leído que repitió curso en alguna ocasión, o que sus profesores no tenían demasiada buena opinión de sus capacidades y que uno de ellos llegó a afirmar que “este chico no llegará nunca a ningún sitio”. Pues bien, olvídate de todas estas afirmaciones, porque todo es mentira. Vayamos por partes.

Una de las más icónicas imágenes de Einstein
En primer lugar, la errónea idea de que Einstein repitió curso viene de que en 1895 realizó el examen de acceso al Instituto Politécnico Federal de Zurich, y lo suspendió. Parece ser que tal suspenso vino provocado porque dicho examen incluía una prueba de francés, que era un idioma que Einstein no dominaba. La razón de ello es que él y su familia se acababan de mudar a Suiza y no dominaba aún la lengua francesa. Así pues, se vio obligado a regresar a Secundaria, pero en ningún caso estaba repitiendo curso, sino que se preparaba de nuevo para el examen de ingreso.

Boletín de notas de Einstein
En segundo lugar, No es cierto que Einstein suspendiera o sacara malas notas en Matemáticas (ni en ninguna otra asignatura). Entre otras cosas porque no existía la asignatura de Matemáticas como tal, sino una serie de asignaturas relacionadas con ellas: Álgebra, Geometría y Geometría Descriptiva. La confusión viene de que al echarle un vistazo a su cuaderno de notas en su escuela Kantonsschule Baden se observa que la mejor calificación que sacaba era un 6. En cursos anteriores, las calificaciones eran de 1 o 2. Sin embargo, hay que decir que el sistema de notas que se seguía era dar al 1 la máxima calificación (y 6 la mínima), y que tiempo después se cambió al contrario, 6 como nota máxima y 1 como mínima, según el siguiente baremo:

6 = Muy bueno (sehr gut)
5 = Bueno (gut)
4 = Suficiente (genügend)
3 = Insuficiente (ungenügend)
2 = Malo (schlecht)
1 = Muy malo (sehr schlecht)

Si vemos el boletín de calificaciones de Einstein, observamos que sacó la máxima nota (un 6) en Física y en las asignaturas relacionadas con las Matemáticas, y un 5 en Química. Sus peores calificaciones fueron un 4 en Geografía y en las disciplinas relacionadas con el Dibujo (además del suspenso en Francés). Por tanto, olvidemos el mito de que Einstein era un mal estudiante.

Einstein en su época de estudiante
Por último, es cierto que algunos profesores no tenían buen concepto de Einstein como estudiante. Sin embargo, hay que decir que el sistema educativo de la época se basaba en la memorización, algo que Einstein odiaba (prefería deducir a memorizar). Asimismo, algunos se quejaban de que “reflexionaba demasiado” a la hora de responder una pregunta, y decían que era lento. Además, no acataba las órdenes con facilidad y no le gustaba practicar ningún deporte, por lo que tampoco era demasiado popular entre sus compañeros. La posteridad ha demostrado que los profesores del joven Einstein no estaban demasiado acertados.
spacer

Mayerling, la tragedia que hizo tambalear un imperio

El 30 de enero de 1889 tres personas derribaron nerviosas la puerta de un dormitorio situado en un pabellón de caza en Mayerling, a pocos kilómetros de Viena. Dos de ellas eran el conde Hoyos y Felipe de Sajonia, amigos personales del heredero al trono del imperio Austro-Húngaro el príncipe Rodolfo de Habsburgo; el otro era Johann Loschek, ayuda de cámara del príncipe. Cuando entraron en la habitación, se encontraron el cadáver de Rodolfo tumbado al borde de la cama, y a su lado el cuerpo de la baronesa María Vetsera, amante del príncipe. El cuerpo del heredero todavía estaba caliente, no así el de la baronesa, lo que significaba que ésta había muerto al menos una hora antes que el príncipe. 


El Emperador y la Emperatriz ante el cadáver de su hijo
A partir de ese momento se dispararon las hipótesis, los rumores y las teorías conspiratorias. El secretismo con el que la casa imperial austriaca llevó todo el asunto alimentó las especulaciones. ¿Suicidio? ¿Asesinato? Demasiadas cosas no cuadraban y la propia casa imperial contribuyó a la confusión difundiendo versiones contradictorias. El episodio, conocido como “la tragedia de Mayerling” (y también, reveladoramente, como “el crimen de Mayerling”) sigue sin ser completamente esclarecido más de un siglo después de que sucediera. En este artículo haremos un repaso de los hechos y expondremos las teorías más aceptadas; y después el lector quizá pueda responder a la gran pregunta: ¿qué pasó esa noche en Mayerling?

El heredero díscolo

Hijo del emperador Francisco José I y su esposa Isabel de Baviera (la muy famosa Sissi), Rodolfo de Habsburgo había recibido una educación muy distinta a la que su padre había planeado para él. El emperador, ferviente absolutista, deseaba que su hijo y heredero siguiera sus pasos; sin embargo, la influencia de su madre (de ideas mucho más abiertas) hizo que sus más de 50 preceptores lo inclinaron a ideales liberales, burgueses y anticlericales. Al parecer, su padre desconocía que su hijo tuviera esas inclinaciones y Rodolfo se guardó muy mucho de hacérselas conocer, pero sus continuas críticas privadas al clero y a la nobleza le aislaron en la conservadora corte austriaca.

Rodolfo de Habsburgo
En su vida personal las cosas tampoco iban demasiado bien. Casado en 1880 con la princesa belga Estefanía de Lieja, su matrimonio no era nada feliz. A pesar de que en 1883 había nacido una hija del matrimonio, Rodolfo nunca renunció a sus amantes y a sus aventuras amorosas. Y más después de que Estefanía se negara a tener vida marital con su marido, dolida porque tras el nacimiento de su hija éste le había contagiado una enfermedad venérea que había hecho que quedara estéril. La situación era mucho más grave de lo que parecía, ya que en Austria estaba vigente la Ley Sálica (que impedía reinar a las mujeres) y eso implicaba que Rodolfo no tendría un heredero directo. Sin embargo, el príncipe seguía a lo suyo, alternando las intrigas políticas con sus líos amorosos con múltiples mujeres (aunque tenía una amante más o menos estable en la bailarina húngara Mizzi Kaspar).

Estefanía de Bélgica
Y es que la derrota ante Prusia en 1866 había reducido considerablemente la influencia austriaca sobre los distintos estados alemanes, por lo que Rodolfo se convenció de que el futuro del anquilosado imperio estaba en el este. Atraído por Hungría (que había recuperado el status de reino en 1867 por influencia de la emperatriz Sissi, tras haberlo perdido en 1849), empezó a considerar la idea de que el futuro del imperio pasaba por expandirse hacia el este y contrarrestar la influencia rusa en la zona. El plan era que Austria se convirtiera en una federación de diferentes nacionalidades con él a la cabeza, absorber Rumanía, convertirse en protector de Serbia, Bosnia y Albania y finalmente firmar tratados militares con Grecia y Bulgaria.

Francisco José I en su juventud
Este plan muy posiblemente llevaría a una escalada bélica con el Imperio Ruso, pero Rodolfo estaba convencido de que la guerra contra los zares era inevitable (como finalmente así fue) y prefería afrontarla al frente de una amplia confederación de países controlada por él. El príncipe heredero trazó incluso un plan para derrocar a su padre, pero éste se adelantó y lo mandó de viaje al Adriático en los primeros días de 1889, en principio para algunas semanas. Sin embargo el recurso no funcionó, ya que Rodolfo regresó a Viena el 11 de enero dispuesto a seguir adelante con su conjura, pero también por otra razón: había conocido a una joven llamada María Vetsera y se había enamorado locamente. A partir de aquí se precipitarían los acontecimientos.

La aparición de María Vetsera

María Vetsera era hija de un diplomático húngaro y de la heredera de una familia de banqueros turcos. Su familia era inmensamente rica, y además pertenecía a la pequeña nobleza gracias al título de barón que ostentaba su padre. Una amiga suya escribió de ella: “No era muy alta, pero su figura sinuosa y el seno exuberante la hacían parecer más que adulta a sus 17 años. Coqueta por instinto, inconscientemente inmoral en sus actitudes, casi una oriental en su sensualidad y, sin embargo, una dulce criatura. Había nacido para el amor, y desde luego que lo descubrió con un oficial inglés a los 16 años, conocía el fuego de la pasión”.

María Vetsera
Conoció al príncipe a finales de 1888 cuando una prima de Rodolfo les presentó en una carrera de caballos, e inmediatamente ambos quedaron prendados el uno del otro. El asedio del heredero a la joven baronesa empezó de inmediato. El primer encuentro entre ellos se produjo en noviembre de 1888 y hubo más de 20 en los tres meses siguientes. Finalmente, el cortejo parece que dio sus frutos el 13 de enero de 1889. Al día siguiente, María escribió a su institutriz diciendo “Estuve anoche con él desde las siete hasta las nueve. Ambos hemos perdido la cabeza. Ahora nos pertenecemos por completo”. Rodolfo le regaló un anillo con las iniciales ILVBIDT, es decir, “In Liebe Vereint Bis In Dem Tode” (Unidos por el amor hasta en la muerte). Una muestra de que el príncipe consideraba aquella relación como algo más que una simple aventura.

Pabellón de caza de Mayerling
Pero la prueba definitiva de que Rodolfo iba en serio con la baronesa fue que escribiera a la Santa Sede pidiendo que se anulara su matrimonio con Estefanía de Lieja. Enterado el emperador, llamó a su hijo a una reunión el día 26 de enero donde se intercambiaron duras palabras. No sólo estaba el asunto de María Vetsera y la petición de anulación matrimonial, sino que también el emperador reprochó al príncipe sus intentos de conjura contra él. Una hora después de empezada la reunión, Rodolfo abandonó la estancia visiblemente alterado. Una prueba de la gran tensión de la entrevista es que el general Margutti, ayudante de campo de Francisco José I, entró después en el salón y se lo encontró sin sentido.

Las muertes

El 28 de enero Rodolfo y María llegaron al pabellón de caza que el heredero tenía en Mayerling, a pocos kilómetros de Viena. La baronesa iba en secreto, ya que Rodolfo había planeado con ella un falso secuestro (y de hecho la condesa Larisch, prima del príncipe y una de las que estaba en el ajo, había informado personalmente al jefe de policía de Viena de la desaparición de la baronesa). Al día siguiente por la mañana temprano llegaron al pabellón otras dos personas invitadas por el heredero, el conde Hoyos y Felipe de Sajonia. Ambos desayunan con el príncipe, pero ignoran que María también se encuentra en el lugar. Posteriormente Rodolfo se excusa de ir de caza pretextando un resfriado.

Conde Hoyos
Por la noche Felipe de Sajonia regresó a Viena, y el príncipe y el conde Hoyos cenaron solos. Rodolfo se retiró a eso de las 9 (pretextando nuevamente un resfriado) y el conde Hoyos se fue a dormir una hora más tarde. Rodolfo y María, en sus habitaciones, estuvieron de fiesta junto a Josef Bratfisch, cochero de confianza del príncipe. Los tres estuvieron cantando y María y Rodolfo lo pasaron estupendamente oyendo silbar a Bratfisch, que al parecer “silbaba maravillosamente”. Al día siguiente, Rodolfo fue a las siete y media a la habitación de su ayuda de cámara Johann Loschek para pedirle que le despertara una hora más tarde para desayunar. Esa fue la última vez que se le vio vivo.

Johann Loschek
Tal y como se le había ordenado, Loschek fue a las ocho y media a despertar al príncipe, pero nadie contestó a sus llamadas. Alarmado, avisó al conde Hoyos, quien quiso derribar la puerta, pero vaciló al enterarse de que estaba con una mujer (hasta ese momento, no sabía que María Vetsera se encontraba también en Mayerling). Felipe de Sajonia, que había regresado de Viena, ordenó que se echara la puerta abajo, encontrando los cuerpos de Rodolfo y la baronesa. Inmediatamente se dio aviso a Viena y el emperador se hizo cargo de la situación.

La versión del suicidio

Lo primero que hizo Francisco José I fue hacer jurar a todos que guardarían silencio sobre las circunstancias de las muertes. Acto seguido, se organizó discretamente el funeral de María Vetsera y se difundió una primera versión oficial: Rodolfo había muerto de una apoplejía (de la baronesa no se dijo nada). Sin embargo, pronto se empezaron a disparar los rumores y la casa imperial cambió su versión: el príncipe heredero se había suicidado en un momento de “enajenación mental”. Claro que esto presentaba otro problema, ya que la Iglesia Católica no permitiría que un suicida fuera enterrado en tierra sagrada. El emperador tuvo que mandar un telegrama al Papa (del que se desconoce su contenido) para desbloquear la situación y permitir que Rodolfo fuera enterrado en la cripta de los Habsburgo, tras una investigación del Vaticano.

Felipe de Sajonia
Rodolfo fue enterrado con todos los honores el 5 de febrero (la baronesa había sido enterrada discretamente unos días antes en la Abadía de Heiligenkreuz). Desde entonces, la hipótesis de un pacto de suicidio fue la dominante: el príncipe habría disparado a la baronesa y luego se habría suicidado pegándose un tiro en la sien. La razón, además de un amor enfermizo del uno por el otro (amor imposible a la vista de la situación), sería el insoportable deshonor para Rodolfo al saberse descubierto en sus intrigas para derrocar a su padre. Y hay diversas circunstancias que apoyan esta esta hipótesis.

Funeral de Rodolfo
En primer lugar, Rodolfo tenía un carácter depresivo y con tendencias suicidas, quizá agravado por el tratamiento contra la sífilis de la que fue objeto. Posiblemente, la imposibilidad de su amor con la baronesa y el mazazo de saberse descubierto lo podrían haber llevado a decidir quitarse la vida junto a María Vetsera. En segundo lugar, Rodolfo escribió una serie de cartas que daban a entender que iba a suicidarse. Así, a su esposa le decía: “Ya te ves libre de mi funesta presencia. Sé buena con la pobre pequeña (su hija), ella es todo lo que queda de mí. Voy tranquilo hacia la muerte”; a su hermana pequeña: “Muero a pesar mío”; a un amigo húngaro le daba las razones de su suicidio; y finalmente a su ayuda de cámara Loschek le daba instrucciones de que quería ser enterrado junto a la baronesa.

Cadáver de Rodolfo
Por su parte, María Vetsera también había escrito una carta a su madre diciéndole: “Querida mamá: perdóname lo que he hecho. No puedo resistir el amor. De acuerdo con él, quiero ser enterrada a su lado en el cementerio de Alland. Soy más feliz en la muerte que en la vida. Tu Mary”. Asimismo, estaba el anillo que Rodolfo le había regalado el 13 de enero con la leyenda “Unidos en el amor hasta la muerte”, además del hecho de que ese mismo día había redactado su testamento. Finalmente, había dejado escrito con tinta violeta en un cenicero la frase “El revólver es mejor que el veneno, más seguro”.

La hipótesis del asesinato

A pesar de todo lo dicho anteriormente, existen muchos cabos sueltos en la explicación del suicidio. Eso hizo que desde el primer momento empezara a cobrar forma la hipótesis de que Rodolfo y su amante habían sido asesinados. En primer lugar, María Vetsera presentaba un tiro en la cabeza (tal y como se puso de manifiesto cuando se exhumaron sus restos en 1959); sin embargo, varios testigos afirmaron que su cuerpo presentaba también indicios de haber recibido una paliza. En segundo lugar, el cuerpo de Rodolfo también presentaba cortes y heridas de sable (entre ellas la falta de dos dedos de la mano derecha, algo que se trató de disimular con un guante relleno de paja); además, el revólver encontrado en la habitación no era suyo y se habían efectuado con él 6 disparos; por si fuera poco, la herida de bala se encontraba en la sien izquierda, a pesar de que el príncipe era diestro.

Féretro de María Vetsera
A todo esto hemos de añadir los testimonios de personas contemporáneas de los hechos. Por ejemplo, el embajador alemán en Viena escribió a Bismarck que “Las heridas no están en los lugares indicados oficialmente”. La nieta del embajador del imperio en Roma (encargado de descifrar el telegrama mandado al Papa) declaró que su abuelo le confesó que en dicho telegrama se hablaba de asesinato. Asimismo, el conde Hoyos (testigo presencial de los hechos) dijo años más tarde que “Su Alteza está muerto. Es todo lo que puedo decir. No me pidáis que os dé más detalles; es demasiado terrible. He dado mi palabra al emperador de no decir nada de lo que he visto”. El hijo de Eduard Graf von Taaffe, que era Primer Ministro en ese momento, dijo que “Las circunstancias de Mayerling son mucho peores de lo que se piensa”.

Habitación del príncipe en Mayerling
Finalmente, la que fuera emperatriz de Austria Zita de Borbón-Parma declaró en 1983: “Se han escrito muchas leyendas. Lo que se ha contado se limita a sospechas e hipótesis. La verdad es que el archiduque Rodolfo fue asesinado y que este asesinato fue político. En nuestra familia, siempre hemos sabido la verdad, pero Francisco José hizo jurar a todos los que estaban al corriente del crimen que nunca dirían nada”. Afirmaba también que los asesinos venían en parte del extranjero, y posteriormente dijo que el instigador del asesinato fue Georges Clemenceau, por entonces director del diario “La Justice” y más tarde Primer Ministro francés. No obstante, hay que decir que el propio hijo de Zita desmintió las palabras de su madre.

Sarcófago de Rodolfo
¿Fueron los sucesos de Mayerling un asesinato político, bien de los servicios secretos franceses, bien de los austriacos? Posiblemente nunca lo sepamos; al menos, hasta que algún día pueda exhumarse el cadáver de Rodolfo. Lo que sí sabemos es que la muerte del heredero abrió una crisis dinástica sin precedentes en el imperio, ya que el heredero pasó a ser el sobrino del emperador (el archiduque Francisco Fernando), alguien al que Francisco José I detestaba y cuyo asesinato en Sarajevo fue el detonante del estallido de la Primera Guerra Mundial.
spacer