María Cristina me quiere gobernar

… y yo le sigo, le sigo la corriente / porque no quiero que diga la gente / que María Cristina me quiere gobernar”. Esta popular canción, que todos hemos cantado (o al menos tarareado) alguna vez, fue una de la muchas que el pueblo español le dedicó a María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, que entre otras cosas fue la cuarta y última esposa de Fernando VII, la madre de Isabel II y la Regente de España entre 1833 y 1840. Protagonista de un importante periodo de la Historia española, esta reina es sin embargo una gran desconocida. Yo creo que es una lástima, porque su azarosa vida es una gran fuente de anécdotas, algunas buenas y otras no tanto.


María Cristina de Borbón y sus hijas
Y es que, además de que durante su regencia se produjo la Primera Guerra Carlista, esta reina protagonizó un segundo matrimonio secreto, fue exiliada en dos ocasiones, estuvo detrás de un intento de restaurar la monarquía en Ecuador, tuvo negocios de tráfico de esclavos (entre otros), fue acusada de enormes desfalcos a las arcas del reino, y gracias a ella se introdujeron en el idioma castellano dos palabras que aún se utilizan a día de hoy: guiri (como sinónimo de extranjero) y carca (como sinónimo de retrógrado y reaccionario). Todo eso, sin contar con la fama de mandona que siempre la acompañó, tal y como se deduce del título de este artículo. Aunque ya dimos algunos apuntes de ella en este artículo, conozcamos un poco mejor a esta “joya” de la monarquía española.

El trancazo y el matrimonio morganático

El 11 de diciembre de 1829 se produjo el matrimonio entre Fernando VII y su sobrina carnal (era hija de su hermana) María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. El novio tenía ya 45 años, tres matrimonios a sus espaldas, y era famoso por su ardor sexual y por tener una deformación genital llamada macrosomía que hacía que su miembro viril fuera monstruoso, tanto en forma como en tamaño. Sin embargo, a esas alturas era poco menos que un vejestorio comparado con la novia, de 23 primaveras y “ardiente e infatigable en sus juegos y escarceos amorosos”, por lo que cada vez que se producía un encuentro entre ambos el rey salía de la habitación resoplando y agotado. Posiblemente esto fue una de las causas de que Fernando VII enfermara gravemente y muriera el 29 de septiembre de 1833, no sin antes nombrar a su esposa Regente mientras la llamada a reinar Isabel II (que entonces tenía 3 años) llegara a la mayoría de edad.

Paseando con Fernando VII
Para cuando Fernando murió, María Cristina ya se había buscado un sustituto: un sargento de la Guardia de Corps llamado Agustín Fernando Muñoz y Sánchez (del que las malas lenguas decían que había entrado en el cuerpo gracias a un enchufe de su abuela paterna, que había sido nodriza de una de las hermanas del rey). La leyenda cuenta que se conocieron una noche en que María Cristina paseaba por el palacio y se fijó en él, que estaba de servicio. La reina le preguntó si no estaba cansado, y él le respondió “En servicio de Su Majestad no puedo cansarme nunca”. ¡No me digan que no es bonito!

Agustín Fernando Muñoz
No menos curiosa es esta otra anécdota. En ella se narra que una noche regresaba al lecho del dolor de su esposo después de visitar a su amante, y que su dama de confianza, conocedora de todo el asunto, le preguntó si no había perdido con el cambio, ya que en palacio era famoso el portentoso miembro viril del rey. María Cristina le contestó que no, ya que el sargento Muñoz “también tenía un buen trancazo”. Lo malo es que esa última frase la dijo mientras abría la puerta del dormitorio del monarca, y éste, que estaba enfermo pero no sordo, le pidió inmediatamente explicaciones. María Cristina, rápida de reflejos, le contestó que era así como se referían a los catarros en Tarancón, ciudad natal del sargento. El médico del rey, que también se encontraba presente, no se atrevió a desmentirlo; el término se difundió en palacio y de ahí a la calle, donde “trancazo” se convirtió en un sinónimo de resfriado.

La enfermedad de Fernando VII
Nada más morir el rey, María Cristina (que era muy religiosa) quiso casarse con Muñoz, pero había un problema: si se casaba con el sargento se produciría un matrimonio morganático y perdería todos sus privilegios. Así que optó por casarse religiosamente, pero en secreto. La boda fue oficiada por un amigo del novio recién ordenado sacerdote, y se produjo apenas tres meses después de que muriera Fernando VII. ¿Y qué es un matrimonio morganático? Es una unión entre personas de rango social desigual y recibe también el nombre de “matrimonio de la mano izquierda” (porque en este tipo de bodas el novio sostenía la mano de la novia con la mano izquierda, al contrario que en las bodas normales). Lo malo de este tipo de bodas es que el cónyuge noble pierde todos sus títulos y los hijos habidos en el matrimonio (llamados hijos morganáticos) no pueden por tanto heredarlos.

Carlos María Isidro
De modo que intentar mantener el secreto del matrimonio era vital para la flamante Regente. Claro que dicho secreto duró poco tiempo. Y es que el bueno de Muñoz le hizo a María Cristina nada menos 8 hijos. Ella trataba de disimular los embarazos vistiendo siempre vestidos anchos, pero la verdad es que la gente se dio cuenta enseguida. Esto dio lugar a chistes y coplillas varias. Por ejemplo, a Muñoz comenzaron a llamarlo “Fernando VIII”, y empezó a hacerse famoso un dicho: “La Regente, casada en secreto y embarazada en público”. Pero sin duda alguna la de mayor ingenio era un tonada que se cantaba en las calles y cuya letra decía “Clamaban los liberales que la reina no paría / y parió más muñoces que liberales había”.

Guiris y carcas

La Regencia de María Cristina no fue ningún camino de rosas. Sin duda el problema más importante al que tuvo que enfrentarse fue el de la Primera Guerra Carlista, iniciada por el infante Carlos María Isidro, que no aceptaba que el trono fuera para Isabel II y defendía que era él el que debía heredar la corona. Esta guerra civil duró hasta 1840 y desangró a la ya exhausta nación. No entraremos en detalle en ella, y nos limitaremos a explicar una frase que aparece en el libro “La Madre Naturaleza”, de Emilia Pardo Bazán: “En los intervalos en que no se disparaban tiros, los destacamentos divididos sólo por el ancho de una trinchera se insultaban festivamente, llamándose guiris y carcas”.

Oficial carlista
Y es que el origen de ambas palabras se encuentra en este conflicto. Para empezar, los soldados que apoyaban a Isabel II (y por ende, a la Regente María Cristina) eran llamados cristinos por sus enemigos. Claro que éstos eran en su mayoría vascos, por lo que no pronunciaban correctamente el nombre y más bien decían “guiristinos”. Con el paso del tiempo, la palabra fue acortándose hasta que quedó en “guiri”. Además, para aquellos vascos todo el que no fuera de su región era forastero, de modo que el vocablo se extendió con el significado de extranjero. En cuanto a la palabra “carca”, proviene de “carcunda”, su origen es portugués y significa jorobado. Parece ser que era como las tropas liberales portuguesas llamaban así a los miguelistas, partidarios del infante Don Miguel (absolutista). Las tropas españolas que participaron en la contienda la adoptaron y a su vuelta empezaron a llamar carcundas a los carlistas. La palabra fue apocopándose hasta dar la actual carca.

El primer exilio

Para mantenerse en el poder y poder ganar la guerra, María Cristina hizo difíciles equilibrios en sus alianzas. Así, se rodeó de absolutistas y liberales moderados buscando hacer un frente común frente a los ultraabsolutistas que luchaban en el bando carlista. Claro que eso conllevaba frecuentes tensiones entre los que querían que todo siguiera como estaba haciendo mínimas concesiones y los que pretendían una apertura más amplia del país. Estas tensiones a veces desembocaban en cosas más serias, como la matanza de frailes en 1834 y el motín de los sargentos de La Granja de 1836, que volvió a poner en vigor la Constitución liberal de 1812 (conocida como “La Pepa”).

Motín de los sargentos de La Granja
Sin embargo, su verdadero propósito era mantenerse en el poder, así que tras la finalización de la guerra con el “Abrazo de Vergara” entre el isabelino Espartero y el carlista Maroto, buscó pactar con los carlistas para echar a los liberales del poder. Esta maniobra no sentó nada bien a éstos últimos, por lo que Espartero se sublevó y exigió que se constituyera un gobierno progresista. La reacción de María Cristina fue dimitir de la Regencia y exiliarse. Antes de partir al exilio, María Cristina le dijo a Espartero “Te hice Duque, pero no logré hacerte caballero”. La reacción del general fue hacer públicas las actas del matrimonio secreto de María Cristina. Claro que de poco le sirvió, ya que una de las primeras paradas del exilio de la ex-Regente fue Roma, donde después de mucho insistir el Papa Gregorio XVI bendijo su boda morganática.

Los oscuros negocios

Tras establecerse en París, donde compró el Palacio de la Malmaison (que había pertenecido a Josefina Bonaparte), María Cristina se pasaba el tiempo conspirando contra Espartero y haciendo todo tipo de negocios. Entre estos negocios destacaban los de ferrocarriles, el carbón, la sal (de la que tuvo el monopolio durante 5 años) y el comercio de esclavos. Se decía que “no había proyecto industrial en el que la Reina madre no tuviera intereses”. Aprovechando la información privilegiada de la que disponía, el matrimonio se enriqueció considerablemente. Un ejemplo de ello fue cuando se desprendieron de sus negocios siderúrgicos un año antes de que fuera promulgado el Real Decreto donde se rebajaban los aranceles sobre estos productos, provocando el desastre de la siderurgia española.

General Espartero
Claro que María Cristina ya iba forrada antes de salir de España. Durante su Regencia instauró un fondo del que sacaba mucho dinero, fundamentalmente para comprar voluntades, pero también para joyas. Así, se contabilizaron pagos de más de un millón de reales a un diamantista, o de más de 600.000 para comprar joyas a una viuda (de ese dinero, más de 460.000 eran para un solo collar). En total, la Regente sacó de las arcas públicas más de 37 millones de reales, una cantidad considerable para la época (para hacernos una idea, la asignación de Fernando VII en su último año de reinado fue de 40 millones, y con ellos tenía que mantener todo el Patrimonio Real).

Juan José Flores
La Regente también se embarcó en aventuras absurdas. La más sonada fue un intento en 1846 de restauración de la monarquía en Ecuador en la persona de su hijo Agustín Muñoz y de Borbón, Duque de Tarancón y que contaba por entonces 8 años. El plan contaba con la bendición del Primer Ministro del país Juan José Flores, e incluía la unión con Perú y Bolivia, creando el Reino Unido de Ecuador, Perú y Bolivia, con capital en Quito. El plan fracasó al ser depuesto Flores en la Revolución del 6 de marzo. Aun así, tanto Flores como María Cristina siguieron conspirando desde el exilio para reavivar el plan, sin resultado alguno.

María Cristina me quiere gobernar

Y vamos con la famosa canción que da título a este artículo. Durante la Primera Guerra Carlista, la tonada se hizo muy popular en el frente, donde los carlistas se la cantaban a los liberales (aunque otras teorías indican justo lo contrario). No está claro si la intención era burlarse de las tropas que apoyaban a la Regente o la letra hacía también mofa del segundo marido de María Cristina. Curiosamente, la canción se hizo muy popular, hasta el punto de que dos generaciones después se cantaba a otra María Cristina, la de Habsburgo, madre de Alfonso XIII, y también Regente de España hasta la mayoría de edad de su hijo.

Ñico Saquito
Al parecer, los emigrantes españoles la llevaron a La Habana, donde se hizo tremendamente conocida. Durante la Guerra de Independencia de Cuba, la canción se cantaba dedicada a la nueva Regente (que hemos mencionado antes). En los años 30 del siglo XX, el cantautor cubano Ñico Saquito la grabó añadiendo algunas estrofas, obteniendo un éxito inmediato. En España volvió a oírse en los años 50, y también se convirtió en un éxito apoteósico, aunque el origen de la canción se había ya olvidado.
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La leyenda del "Banquete de las Castañas", la mayor orgía vaticana

En el galimatías que representaba Italia en el Renacimiento, una familia de origen español fue una de las grandes protagonistas: los Borgia. Si bien no eran mejores ni peores que otras familias nobles de la época y el lugar, como los Orsini, los Sforza o los Medici, la leyenda negra de esta familia, acrecentada por la literatura posterior, los ha retratado como un cúmulo de maldades. Su fama de asesinos, envenenadores e incestuosos les ha perseguido a lo largo de los tiempos (en gran parte debido a libelos escritos por sus rivales) y ha dejado de lado, por ejemplo, su mecenazgo a las artes, su magnífica administración de los asuntos financieros de la Iglesia o su liderazgo político. No en vano, uno de los modelos de “El Príncipe” de Maquiavelo es César Borgia (el otro, curiosamente, es Fernando el Católico).

El Banquete de las Castañas según la serie inglesa "Los Borgia"
Uno de los episodios legendarios que les atribuye dicha leyenda negra es el de “El Banquete de las Castañas” (también conocido como “El baile de las castañas”), una bacanal organizada por los Borgia en la víspera de la fiesta de Todos los Santos del año 1501. El episodio, del que se tienen serias dudas sobre su veracidad, ha pasado a lo largo de los años de boca en boca como la mayor orgía organizada jamás en el Vaticano. Y si bien la mayoría de los historiadores modernos descartan que tal orgía ocurriera (aunque sí admiten que pudo haber un banquete o una fiesta organizada por César Borgia a la que asistieron varios cardenales), la mala fama que ha perseguido a esta familia ha hecho que este suceso se haya repetido hasta la saciedad. Veamos qué hay de cierto en todo estos hechos.

La mala fama de los Borgia

Nombrar a la familia Borgia supone evocar historias de sexo, violencia, asesinato, incesto, simonía y perversión. De todo esto y más se acusó a la familia Borgia a lo largo de su vida e incluso después. Sin embargo, sus acciones no sólo han sido exageradas en el tiempo, sino que no constituyen una excepción en la convulsa Italia del Renacimiento, donde en las familias poderosas a menudo el asesinato era un elemento más para garantizar su poder. No había otra opción en esa época: o matabas o te mataban. A pesar de su fama de mecenas de las artes y de protectores de la cultura, la cosa no era muy diferente para los Medici o los Sforza, por poner dos ejemplos señeros. Incluso dentro de la Iglesia la situación era similar. Para hacernos una idea, el más casto de los Papas entre los dos que dio la familia Borgia fue Pío II, y eso que había tenido un hijo antes de ser nombrado.

Calixto III
La dinastía comenzó con Alfonso de Borja, que fue profesor de Derecho en la Universidad de Lérida. Dice una leyenda que en 1409, cuando el dominico, predicador y filósofo Vicente Ferrer estaba predicando, Alfonso de Borja mostraba tanto entusiasmo que en un momento dado Vicente Ferrer se le quedó mirando y dijo "Tú serás Papa y a mí me harás santo". Y sus palabras se cumplieron: en 1443 fue nombrado cardenal y en 1455 Papa, adoptando el nombre de Calixto III. Durante su papado promovió a su sobrino Rodrigo, nombrándolo cardenal con apenas 25 años, y posteriormente Vicecanciller (el hombre más importante de Roma tras el Papa), cargo que conservó en los papados sucesivos hasta conseguir él mismo la tiara papal en 1492, bajo el nombre de Alejandro VI.

Escudo de la familia Borgia
Rodrigo sentía gran atracción hacia el sexo femenino, y de hecho tuvo varios hijos después de ser ordenado cardenal. Lo escandaloso no era el asunto en sí, ya que todos lo hacían (el cardenal Bartolomeo Bonatti decía "Si todos los niños que nacieran en el término de un año llegaran vestidos como sus padres, es bien cierto que muchos de ellos llegarían vestidos de sacerdotes y cardenales"), sino que los reconociera con toda naturalidad. Dos de esos hijos forman parte de la leyenda negra de los Borgia: César y Lucrecia. César era un ambicioso joven que fue nombrado cardenal poco después de cumplir los 20 años, aunque renunció al cargo (uno de los pocos casos en la Historia) para conseguir el puesto que ambicionaba: capitán general de los ejércitos pontificios. Para ello, estuvo involucrado en el asesinato de su hermano Juan, anterior ocupante del cargo.

Supuesto retrato de Giulia Farnese, amante de Alejandro VI
En cuanto a Lucrecia, se han contado auténticas barbaridades de ella. Desde que era envenenadora hasta que mantenía relaciones incestuosas con su padre y su hermano. La realidad era bien distinta, y fue utilizada como un peón en las complejas alianzas que su padre trató de conseguir para cimentar el poder de la familia. Gran parte de la mala fama de esta mujer proviene de una obra de Victor Hugo, que dio lugar a una ópera escrita por Gaetano Donizetti. Para hacernos una idea, en la escena final se produce el asesinato de su propio hijo (junto a otras cinco personas). Alejandro Dumas padre abundó en la idea en su obra "Les crimes celebres", donde se refiere a Lucrecia como una mujer "de imaginación desenfrenada, atea por naturaleza, ambiciosa e intrigante" y afirma que fue amante de su padre y de su hermano que, según sus propias palabras, constituían "un trío diabólico".

Alejandro VI, Lucrecia y César Borgia
En este trasfondo histórico sucedió el hecho que narramos aquí, pero no debemos olvidar que la imagen que sus enemigos querían transmitir de los Borgia (y que ha llegado hasta nuestros días) era la de una familia que constituía el culmen de la depravación y la maldad. En gran parte, esta mala fama provenía por el hecho de ser españoles en un mundo donde reinaban los italianos. Más concretamente, les acusaban de “catalanes”, que tan mal recuerdo habían dejado durante la expansión militar aragonesa por el sur de Italia y Sicilia. No en vano, el posterior Papa Julio II (el mismo que escandalizó a Lutero por su vida licenciosa) calificaba a Alejandro VI como “un catalán, marrano y circunciso”. Llama la atención que ponga “catalán” al mismo nivel que los otros insultos (que equivalían a llamarlo judío converso).

El Banquete de las Castañas

En la noche del 30 de octubre del año 1501, víspera del día de Todos los Santos, el Papa Alejandro VI y su hijo César Borgia organizaron en el Palacio Apostólico Vaticano una gran fiesta. A dicha fiesta fueron invitados varios cardenales y obispos, además de las autoridades más importantes de Roma. Como era habitual en estas celebraciones, el banquete fue fastuoso y no se reparó en gastos, sirviéndose una gran variedad de comidas y bebidas para solaz de los allí presentes (aunque hay que decir que, debido a la fama de envenenadores de los anfitriones, muchos llevaron a su propio catador de alimentos). No obstante, y a pesar de que las viandas eran fabulosas, lo mejor estaba por llegar.

Palacio Apostólico Vaticano en el siglo XVI
Y es que una vez terminados los postres, y ante la sorpresa de los invitados, César Borgia dio orden de que se recogieran las mesas y se dispusieran varios candelabros por el suelo. Acto seguido, entraron en la estancia unas cincuenta cortesanas (eufemismo por aquel entonces para prostitutas de lujo) que empezaron a danzar de forma sensual en torno a ellos. Conforme iban bailando, se fueron desnudando lentamente y al compás de la música, mientras sus alargadas sombras se proyectaban por las paredes de la sala. Sin embargo, y a pesar de que el ambiente se iba caldeando, la cosa no había hecho más que empezar.

Alejandro VI
César Borgia ordenó que ataran las manos de las mujeres a la espalda, y a continuación mandó arrojar un buen número de castañas al suelo. Los frutos quedaron esparcidos entre los candelabros, y César ordenó a las cortesanas que los recogieran tal y como estaban; es decir, con las manos atadas a la espalda. Esa circunstancia obligaba a las mujeres a recogerlos con la boca, de forma que tenían que adoptar posturas lascivas ya que al agacharse enseñaban sus grupas a los invitados. Todo esto hizo que la temperatura se caldeara aún más de lo que ya estaba. Tanto se calentó el ambiente, que los más excitados no pudieron refrenarse y se lanzaron a por las prostitutas.

César Borgia
Esa fue la señal de salida. Comenzó entonces una orgía de proporciones bíblicas (si se me permite la expresión). Durante varias horas, todos los presentes (incluidos los cardenales y los obispos) se entregaron a la fornicación más extrema. Para rizar el rizo, el Papa anunció que habría grandes premios (lujosos zapatos, caros ropajes y joyas) para aquellos que fueran capaces de yacer con más cortesanas. Para evitar que nadie hiciera trampa, un grupo de criados llevaba la cuenta de cuantas veces había eyaculado cada uno de los invitados. La bacanal duró hasta bien entrada la madrugada, de forma que el Papa no pudo asistir al día siguiente a las ceremonias del Día de Todos los Santos; esto hizo que el escándalo se acrecentara aún más.

Las fuentes y su dudosa veracidad

Si bien el acontecimiento es lo bastante atractivo como para que haya ido pasando de boca en boca a lo largo de los siglos, y que es muy probable que los Borgia hayan participado en eventos parecidos en el transcurso de sus vidas, parece ser que es falso (o al menos bastante exagerado). Y esta afirmación se basa en que las dos fuentes que recogen el episodio tienen una veracidad más que dudosa. Por una parte, tenemos la llamada “Carta a Salvelli”, una misiva anónima supuestamente enviada a un noble romano en la corte austriaca. Por otra parte, contamos con el “Liber Notarum”, una especie de dietario y registro secreto de celebraciones papales escrito por Johann Burchard, sacerdote y maestro de ceremonias del Vaticano en aquella época, y que apareció misteriosamente en América mucho tiempo después.

Cena de Alejandro VI
Por lo que respecta a la “Carta a Salvelli”, un documento anónimo aparecido en Tarento y al parecer dirigido a Silvio Salvelli, un noble romano refugiado en la corte austriaca, baste decir que también se la conoce como “Lettera Antiborgiana” (Carta contra los Borgia), ya que narra multitud de episodios donde pone de manifiesto la maldad y la depravación de esta familia, comparándolos literalmente a Calígula y Nerón. Sin duda alguna es uno de los ataques más despiadados contra los Borgia, de entre todos los panfletos y libelos contra ellos que circularon por Europa en esa época. Parece ser que la carta buscaba desprestigiar a la familia Borgia ante la corte austriaca y evitar que se produjera una alianza entre estos y el emperador Maximiliano I.

Banquete de las Castañas, según Milo Manara
Para ello, en la misiva (supuestamente compuesta por el literato napolitano Gerolamo Mancione) se exageran e inventan todo tipo de acciones, desde esta y otras orgías hasta los supuestos incestos de Alejandro VI y César Borgia con Lucrecia. Durante mucho tiempo se consideró una fuente fidedigna y fue uno de los principales sustentos de la leyenda negra contra los Borgia. Con respecto a este banquete, señala:

“¿Quién no se escandaliza al escuchar los relatos de la monstruosa lujuria que se practica abiertamente en el Vaticano, desafiando a Dios y a toda la decencia humana? ¿Quién no siente rechazo por la perversión, el incesto y la obscenidad del hijo y la hija del Papa y de las hordas de cortesanas que hay en el palacio de San Pedro? No existe casa de perversión o burdel que no sea menos respetable. El primero de noviembre, la Fiesta de Todos los Santos, cincuenta cortesanas fueron invitadas a un banquete en el palacio pontificio y su actuación ahí fue de lo más repugnante. Rodrigo Borgia es un abismo de vicios y un destructor de toda justicia, humana o divina.

No obstante, su veracidad es más que dudosa, ya que muchos de los hechos que narra están desmentidos por fuentes contemporáneas y posteriores. Además, algunos de los episodios que cuenta son posteriores a su fecha (15 de noviembre de 1501), como la marcha de Lucrecia a Ferrara o la conquista de Urbino y Camerino por César Borgia, por lo que es imposible que el autor los supiera. La teoría más aceptada hoy en día es que esta carta fue un libelo encargado por los Colonna, familia rival de los Borgia.

Lucrecia Borgia y Alejandro VI
En cuanto al “Liber Notarum”, es importante señalar que su autor, Johann Burchard, era un enemigo declarado de los Borgia. En el libro se exageran (o directamente se inventan) acusaciones de toda clase contra la familia del Papa, y se incluyen descripciones de las supuestas fechorías de todos los miembros de la familia. Y si bien incluye una muy vívida y detallada descripción de este banquete, la opinión más general es que muchas de las cosas que se cuentan son exageradas. Es revelador lo que su sucesor escribía de Burchard:

(…) Les pido que en este comienzo, mientras estoy escribiendo y explicando las acciones de tantos prelados, los detractores malintencionados no se rían de mis escritos, especialmente mi colega Johannes Burchard, que es mucho más un asociado en mi oficina que mi amigo en la caridad, de la que no hay nada en él. Porque cuando se dio cuenta de que yo aspiraba a su trabajo, desde ese momento (…) se esforzó por hacer que me despidieran.

En resumen, es muy probable que en la víspera de Todos los Santos de 1501 se celebrase un festín en el Palacio Apostólico Vaticano, y que incluso hubiera en él cortesanas que amenizaran la velada con música y danza; pero es muy improbable que una orgía como la descrita se produjera, y que el acontecimiento sólo sea un episodio más de la leyenda negra contra una familia que suscitaba envidias por su poder y riqueza, pero sobre todo por ser española (para ellos, catalana) en un avispero lleno de italianos.
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El "Titanic" y la teoría de la conspiración

Todas las generaciones han vivido episodios que les han hecho sentir que la Historia del mundo se dividía en un antes y un después. Son hechos que marcan a una gran cantidad de gente, hasta el punto de que las personas recuerdan con exactitud qué estaban haciendo justo en el instante en que se enteraron del acontecimiento. En mi caso, quizá el momento más impactante fue el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, pero otras personas de más edad tal vez recuerden como si fuera ayer la llegada del hombre a la Luna. Y si nos remontamos un poco más allá en el tiempo, sin duda un acontecimiento de este tipo fue el hundimiento del Titanic.

El Titanic a la salida de puerto
La fascinación que este barco ejerce sobre el imaginario colectivo es enorme. A más de 100 años de su hundimiento seguimos devorando todas las nuevas noticias que salen sobre él. Cada 14 de abril, los medios tradicionales e internet se inundan de artículos rememorando la tragedia. Pero como no podía ser de otro modo, también aparecen distintas teorías de la conspiración que tratan de explicar a su modo el porqué del hundimiento. No es algo nuevo: cualquiera de los otros acontecimientos que he nombrado antes comparte esas mismas características y casi los mismos chiflados que afirman que la versión oficial es falsa y vivimos engañados. En este artículo repasaremos algunas de las más desatinadas hipótesis que se han dado sobre el tema.

La culpa fue de una momia

Una de las teorías más delirantes sobre el naufragio del Titanic es la que afirma que todo se debió a la maldición que pesaba sobre una momia egipcia que viajaba en el barco. La momia en cuestión era la de una princesa-sacerdotisa llamada Amen-Ra que vivió en tiempos de Akhenaton, y cuyo sarcófago fue descubierto a finales de la década de 1890 en Luxor por cuatro personas. Dicho sarcófago tenía una inscripción con la figura de Osiris y un texto con una terrible maldición para los que osaran perturbar su descanso:

Despierta de tu postración y el rayo de tus ojos aniquilará a todos aquellos que quieran adueñarse de ti

Y parece ser que esta maldición se puso pronto en marcha, ya que todos los que entraron en contacto con el sarcófago sufrieron alguna inexplicable calamidad. Uno de sus descubridores se adentró en el desierto y nunca apareció, otro recibió el disparo accidental de un sirviente y perdió un brazo, otro se arruinó, y el que quedaba sufrió una extraña enfermedad y acabó sus días vendiendo cerillas en la calle.

Noticia del hundimiento
El sarcófago fue entonces adquirido por un empresario que sufrió también una desgracia tras otra: tres miembros de su familia tuvieron un terrible accidente de tráfico y murieron, y la casa en que vivía ardió. Así que decidió donarlo al Museo Británico para librarse de ella, pero ni aun así se acabaron las tragedias: el camión que lo transportaba se puso en marcha de forma accidental y atropelló a un transeúnte, uno de los operarios que lo llevaba se rompió una pierna y otro murió a los pocos días aquejado por una enfermedad desconocida. Una vez colocado en la sala egipcia del museo los vigilantes escuchaban gritos, golpes, arañazos y sollozos que venían del interior del sarcófago y que rompían el silencio de la noche.

Sarcófago de Amen-Ra
Pero no acaba aquí la cosa: los objetos amanecían cambiados de sitio, uno de los vigilantes nocturnos murió e incluso uno de los visitantes del museo que se había atrevido a tocar el sarcófago perdió un hijo al día siguiente de la visita. Para terminar, uno de los conservadores falleció de forma fulminante y su ayudante enfermó gravemente. Ante tal cúmulo de desastres, el Museo Británico la puso a la venta y la compró un particular, que consultó a la famosa ocultista Madame Blavatsky. Blavatsky le dijo que la momia estaba maldita y conminó al dueño a que se deshiciera de ella, así que dicho particular se la vendió a un arqueólogo y coleccionista norteamericano, que la embarcó en el Titanic. Pero la momia siguió haciendo de las suyas y en la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 realizó la travesura definitiva: hundió el barco para descansar por fin a 4.000 metros de profundidad en mitad del Atlántico.

Madame Blavatsky
Una bonita y terrorífica historia, como pueden ver. Lo malo es que es absolutamente falsa. Para empezar, Madame Blavatsky murió en 1891, así que es imposible que pudiera echarle un vistazo a la momia. Para continuar, no existe en el manifiesto de carga del Titanic ninguna referencia a un sarcófago o a una momia (ni a un tesoro, como dicen algunas variantes de la leyenda). Y para terminar, contamos con el testimonio de alguien que vio lo que pasó en realidad. Al parecer, un periodista (y aficionado al espiritismo) llamado William T. Stead inventó una historia sobre una momia maldita del Museo Británico. Dicho periodista viajaba en el Titanic, y en la cena del 12 de abril la relató en el contexto de una velada en la que se contaron historias de miedo. A partir de aquí, la imaginación de algunos hizo el resto.

William T. Stead
Y no me resisto a contarles lo que afirma la versión más absurda de la leyenda: después de que el Titanic se hundiera, el contenedor que contenía el sarcófago flotó y fue recogido por un barco, que lo trasladó a Estados Unidos. Como quisieron devolverlo al Museo Británico, lo cargaron en el buque Empress of Ireland, que casualmente también naufragó con gran número de víctimas. Lo más increíble es que el sarcófago volvió a flotar, fue recuperado y comprado por un alemán que se lo regaló al Kaiser. Pocos días después se declaró la Primera Guerra Mundial. Y es que hay maldiciones más tercas que una mula.

El Titanic fue hundido por un submarino alemán

Otra teoría sobre el hundimiento del Titanic afirma que el trasatlántico fue torpedeado y hundido por un submarino alemán. Dicha teoría dice que Gran Bretaña estaba preparándose para la inminente guerra con Alemania y envió a Estados Unidos un cargamento de lingotes de oro en el Titanic. El oro tendría como finalidad comprar armas y persuadir voluntades para que los norteamericanos se sumaran a su causa. Los alemanes se enteraron de todo el asunto y no podían consentirlo, así que enviaron a uno de sus flamantes submarinos U-Boats para hundir el trasatlántico y desbaratar todo el tinglado. A favor de esta teoría están los testimonios de algunos supervivientes que afirman que oyeron explosiones después de chocar contra el iceberg, y de marineros del RMS Californian que dicen haber visto luces de un barco a poca distancia del Titanic antes de que ellos llegaran.

Submarino de la Primera Guerra Mundial
Ni que decir tiene que la teoría hace aguas (nunca mejor dicho) por todos lados. En primer lugar, Gran Bretaña fabricaba todas las armas que necesitaba y no había razón alguna para comprarlas en Estados Unidos. En segundo lugar, si los alemanes hundían el Titanic para evitar que Estados Unidos entrara en guerra contra ellos, lo más probable es que consiguieran justo el efecto contrario (tal y como se demostró cuando el hundimiento en 1915 del Lusitania por parte, esta vez sí, de un submarino alemán, provocó en Estados Unidos una gran reacción antialemana que significaría a la postre su entrada en la guerra). En tercer lugar, una explosión producida por un torpedo habría sido lo bastante fuerte como para haber sacudido el barco de tal manera que no cabría duda alguna de que estaban siendo atacados.

RMS Californian
Queda el asunto de las luces del barco misterioso a poca distancia del Titanic. Los partidarios de esta teoría dicen que eran las del submarino alemán, que habría salido a explorar si su ataque había tenido éxito. En realidad, y según se supo bastantes años después del naufragio, las luces pudieron provenir del barco ballenero Samson, que andaba por la zona dedicándose a la caza ilegal de focas y ballenas. Cuando los tripulantes del ballenero vieron las bengalas del Titanic, creyeron que era la Guardia Costera de Estados Unidos y huyeron del lugar pensando que les confiscarían el cargamento. Al parecer, su capitán Henrik Naess confesó la verdad poco antes de morir.

La novela premonitoria

En 1898, el escritor Morgan Robertson publicó una novela titulada “Futility, or the wreck of the Titan” (Futilidad, o el hundimiento del Titán), en la que se narra un naufragio parecido al que sufriría el Titanic 14 años más tarde. Las similitudes entre los barcos no acaban en el nombre, ya que en la novela el Titán tiene unas características técnicas similares al Titanic: 243 metros de largo (el Titanic tenía 268), 40.000 caballos de potencia (frente a los 46.000 del Titanic), y 2 mástiles, tres hélices y capacidad para 3.000 pasajeros (estos tres datos son idénticos en ambos barcos). Además, el Titán se hunde después de chocar con un iceberg en mitad del Atlántico mientras realizaba su viaje inaugural, lo mismo que el Titanic.

Portada de la novela
Pero no acaban aquí las coincidencias: ambos barcos naufragan en una noche de abril, navegando a una velocidad similar (25 nudos el Titán, 23 el Titanic), los botes salvavidas eran menos de la mitad de los necesarios y tanto uno como otro eran considerados insumergibles (aunque como cuenta Jesús García Barcala en este artículo, éste era otro mito más atribuido al Titanic). La historia se redondea con la afirmación de que el autor de la novela era espiritista y solía escribir en estado de trance (algo que por cierto no le sirvió para aumentar la calidad literaria de su obra, bastante aburrida de leer. De hecho, la novela estaría en el rincón del olvido de no ser por las increíbles coincidencias antes narradas). No cabe duda de que estamos ante una casualidad imposible, al menos a simple vista.

Morgan Robertson
Y es que, además de que ambos naufragios son muy parecidos pero no exactamente iguales (el Titán se hunde en condiciones meteorológicas adversas y el Titanic no, uno iba de Europa a Estados Unidos y el otro en dirección contraria,…), cuando empezamos a rascar un poco las cosas se van aclarando. Para empezar, el 17 de septiembre de 1892 se publicó en el periódico The New York Times una nota en la que se anunciaba que la compañía White Star Line había encargado la construcción de un gran trasatlántico que recibiría el nombre de Gigantic y enumeraba sus características técnicas. Estas características resultaron ser similares a las que posteriormente tendría el Titanic. Nombres como Titán o Titania eran comunes en grandes barcos de la época, por lo que la elección del nombre en la novela no es tan extraño (Por ejemplo, el 4 de noviembre de 1880, The New York Times informaba de que un vapor de nombre Titan había llegado a Halifax tras encontrarse con “un terrible huracán”).

Nota de The New York Times sobre el Gigantic
Además, las alertas por iceberg eran usuales en el Atlántico Norte en aquella época del año, debido al deshielo del Ártico en primavera. Como bien dice el matemático y lógico Martin Gardner, la compañía White Star Line solía acabar los nombres de sus barcos en “ic” (en 1898 tenía en servicio el Oceanic, el Britannic, el Teutonic y el Majestic), por lo que un nombre lógico para un futuro buque sería Titanic. De hecho, en 1902 se publicó otra novela titulada “A twentieth-century cinderella or $20,000 reward” (Una cenicienta del siglo XX o la recompensa de 20.000 dólares), en la que el escritor William Winthrop habla de un Titanic de la compañía White Star Line (aunque el barco no naufraga). Como ven, el nombre no era tan difícil de adivinar. Queda el asunto de los botes salvavidas, pero baste decir que el barco cumplía la normativa de la época (es más, dicha normativa le exigía menos botes de los que llevaba). Así pues, más que una profecía, la novela parece una consecuencia lógica de las circunstancias de la época.

La traca final: el Titanic NO se hundió

He dejado para el final la madre de todas las conspiraciones, la que niega la premisa mayor. Esta teoría afirma nada menos que el barco que se hundió en la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 no era el Titanic, sino su gemelo Olympic. Esta descabellada teoría, fruto de la imaginación del “investigador” Robin Gardiner, afirma que se produjo un cambio de barcos durante la estancia del Olympic en Belfast. Pero vayamos por partes.

El Olympic y el Titanic juntos
Todo comenzó el 20 de septiembre de 1911, cuando el Olympic (comandado por el capitán Edward John Smith, el mismo del Titanic) tuvo un incidente con el buque de guerra HMS Hawke, que se acercó demasiado a las turbulencias de la hélice del trasatlántico y acabó chocando con él. La investigación oficial determinó que la culpa de todo la tenía el Olympic, de modo que el seguro se negó a hacerse cargo de los gastos de reparación. Así pues, la compañía decidió hacer trampa y cobrar lo que el seguro le negaba. Y para ello, nada mejor que cambiar los dos barcos, hundir el Olympic (camuflado como el Titanic) en mitad del Océano Atlántico y a otra cosa.

Capitán Edward John Smith
Ambos barcos eran casi idénticos (de hecho, había un tercer gemelo de nombre Britannic). Sólo el ojo experto podría distinguirlos, ya que tenían la misma estructura, los mismos materiales y un aspecto bastante similar. Así pues, durante la estancia en Belfast del Olympic para ser reparado, se pagó a algunos trabajadores para que cambiaran los rótulos, los botes salvavidas (tenían distintos letreros) y otros detalles. Una vez hecho esto, el falso Titanic partiría a su trágico destino. Gardiner va más allá y afirma que la única misión del Californian (un buque del mismo dueño) era estar preparado para rescatar a los náufragos, pero algo salió mal y su posición no era la prevista. Otros detalles de la teoría afirman que algunos botes salvavidas llevaban inscrito el nombre Olympic y que en el famoso documental submarino de James Cameron que filmó el pecio se observan en el casco las letras M y P (de Olympic).

Comparativa del Titanic y el Olympic
Atractiva teoría, ¿verdad? Lo malo es que las discordancias son abrumadoras. Para empezar, los barcos eran similares pero no idénticos. Existían importantes diferencias entre ellos, como la distribución de las ventanas de los camarotes e incluso su forma (en uno de los buques eran redondas, en el otro rectangulares). Unos cambios demasiado importantes como para que no se notaran. Ni que decir tiene que era muy difícil (por no decir imposible) que todo el cambiazo se llevara en secreto, más cuando tanta gente estaba involucrada. Además, el valor del seguro por hundimiento era de 5 millones de $, inferior a lo que había costado construir el Titanic (7,5 millones de $), y sólo un idiota aseguraría un barco por menos de lo que le costó construirlo si su intención era acabar hundiéndolo. Para acabar, la reputación de la White Star Line después de un  naufragio con tan enorme cantidad de víctimas cayó por los suelos; ¿de verdad merecía la pena hacer algo así sólo para vengarse de una compañía de seguros? Como ven, la lógica más elemental nos dice que esta teoría no es más que una descabellada fantasía.

Pecio del Titanic
Existen muchas más teorías de la conspiración asociadas al Titanic. Aquí sólo hemos reseñado las que nos han parecido más interesantes, pero una rápida búsqueda en internet nos acerca a algunas otras. Eso sí, aguanten la risa, y si les apetece vean después la famosa película de James Cameron. Al menos ahí todo se debió a un iceberg.
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Victor Lustig, el hombre que vendió la Torre Eiffel dos veces

Imaginen a alguien con una capacidad asombrosa para aprender idiomas y con una facilidad de palabra rayana en la hipnosis. Imaginen que ese alguien pone esos talentos al servicio de la estafa. Imaginen ahora que esa persona es capaz de vender la Torre Eiffel, y además repite la hazaña poco después. Imaginen también a una persona que se permite el lujo de timar a Al Capone y que además el gángster le queda agradecido después de ser estafado. Imaginen a un hombre que fue detenido justo cuando estaba a punto de hacer colapsar a la economía de los Estados Unidos con billetes falsos. Y ahora dejen de imaginar; porque ese hombre existió, y se llamaba Victor Lustig.

Victor Lustig
Victor Lustig es uno de esos hombres de cuya vida podría hacerse una película de lo más apasionante; lo malo es que por muy fiel que seamos a su biografía dicha película nos parecería sin duda exagerada. Y es que la lista de hazañas de este hombre es interminable, llegando a ser uno de los hombres más buscados de Europa cuando sólo contaba con 30 años. Su biografía desprende ese aura de simpatía que siempre han tenido los pillos para casi todos (naturalmente, el “casi” es porque se excluyen sus víctimas, que no creo que les tengan en mucho aprecio). Sumerjámonos en la increíble vida del hombre que vendió la Torre Eiffel ¡dos veces!

La caja de dinero rumana

El que llegaría a ser el mayor estafador de todos los tiempos nació en 1890 en Hostinné, que actualmente pertenece a la República Checa pero que por aquel entonces formaba parte del Imperio Austrohúngaro. Desde muy pequeño empezó a dedicarse a pequeños hurtos y robos (aunque, según él, únicamente robaba a personas malvadas y avariciosas). Poco a poco fue perfeccionando sus métodos. Fue sobreviviendo con pequeños hurtos y estafas a la vez que aprendió en sus ratos libres trucos de magia con cartas, lo que le permitió sacarse un dinero extra. A los 19 años recibió un navajazo de un novio celoso, lo que hizo que tuviera una cicatriz en lado izquierdo de la cara que, a juzgar por los resultados, le hizo aún más carismático.

Cartel de "Se Busca" de Lustig
Pronto salió de su país y se dirigió a Europa occidental, donde comenzó su carrera como estafador. Su principal campo de operaciones eran los trasatlánticos de vapor que hacían la ruta entre París y Nueva York. Su encanto natural y su facilidad para hablar con fluidez varios idiomas hacían que los pasajeros de clase alta le aceptaran como uno de los suyos, y por tanto se convirtieran en presas fáciles. También actuaba en París y en diversas ciudades de Estados Unidos, siempre presentándose con un alias (a lo largo de su vida llegó a usar hasta 47 distintos). Esta etapa acabó cuando estalló la Primera Guerra Mundial, puesto que se suspendieron las rutas de trasatlánticos entre ambas ciudades.

Interior de la "caja de dinero rumana"
Una de sus primeras estafas era “la caja de dinero rumana”. El timo consistía en presentar una supuesta caja de imprimir dinero en la que Lustig previamente había introducido tres billetes auténticos de 100 dólares. Hacía una presentación a sus víctimas en la que, naturalmente, se producía una copia exacta de un billete. Lustig explicaba entonces que la única pega era que se necesitaban 6 horas para producir cada billete. Los clientes hacían cuentas, y viendo que la máquina se amortizaría en muy poco tiempo, la compraban por un alto precio (normalmente más de 30.000 dólares). Durante las siguientes 12 horas, la máquina producía dos billetes más de 100 dólares, pero después sólo salía papel en blanco. Era el momento en que la víctima se daba cuenta de que había sido estafada; claro que, a esas alturas, Lustig ya había desaparecido con el dinero de la venta.

La compra de la granja

Al finalizar la guerra, Lustig se trasladó a Estados Unidos. Era la época de los felices años 20 y el dinero corría a raudales. Además, la Ley Seca daba grandes oportunidades de negocio a personas que no temieran arriesgarse y carecieran de escrúpulos. Lustig vio enormes oportunidades, y se dedicó a hacer timos por más de 40 ciudades norteamericanas. Entre ellas destacaron estafas tales como las falsas carreras de caballos o inversiones mobiliarias. Todas ellas le dieron grandes dividendos, pero si hay una que destacó fue la compra de la granja de Missouri. Veamos qué pasó.

Billete falso fabricado por Lustig
En 1922, el “Conde Victor Lustig”  llegó a la ciudad y anunció que tenía interés en comprar una granja. La propiedad en cuestión estaba en poder de un banco, que se la había quedado como pago de una hipoteca que no se había saldado. Nadie estaba interesado en la granja, y el banco no sabía qué hacer para quitársela de encima. Lustig relató a los banqueros la triste historia de que su familia en Austria había perdido todas sus posesiones a causa de la guerra y que había emigrado a América deseando comenzar una nueva vida. Esta nueva vida pasaba, según él, por trabajar en el campo y así poder comenzar de nuevo.

Ficha policial de Lustig
Debido a la elocuencia de Lustig, los banqueros se tragaron todo el cuento. Ofreció como pago acciones de la empresa Liberty por valor de 22.000 dólares, y el banco las aceptó sin rechistar, ya que las acciones eran auténticas. Acto seguido, Lustig les pidió que le prestaran 10.000 dólares para poder iniciar su actividad, poniendo como garantía la propia granja que acababa de adquirir, y los banqueros aceptaron nuevamente encantados. No se dieron cuenta de que en el transcurso de la transacción Lustig cambió los sobres, de modo que salió del banco con el dinero en efectivo y con las acciones.

Lustig detenido
Cuando se dieron cuenta de que habían sido timados, los banqueros contrataron un detective privado para encontrar al supuesto conde. Lo más curioso de todo el asunto es que Lustig no intentó escapar; de hecho, el detective lo encontró esperándolo tranquilamente en un hotel de Nueva York. Ambos se embarcaron en un tren con destino a Missouri. Al llegar a la ciudad lo llevaron a entrevistarse con los banqueros, y Lustig les argumentó que si presentaban cargos en su contra, los inversores desconfiarían de un banco que podía ser engañado tan fácilmente y retirarían su dinero. Increíblemente, los banqueros se convencieron y no sólo le dejaron irse, sino que además le dieron más dinero para que no revelara la historia.

La venta de la Torre Eiffel

En mayo de 1925 Lustig regresó a París. La ciudad se encontraba en pleno auge, por lo que el ambiente era propicio para alguien como él. En un periódico encontró un artículo donde hablaba del deterioro que sufría la Torre Eiffel. Este monumento, construido para la Exposición Universal de 1889, no estaba previsto que fuera permanente, pero el alto coste de desmontarla hacía que todavía siguiera en pie (aunque en 1909 estuvo a punto de ser retirada). El artículo explicaba que el coste de la pintura y el mantenimiento era excesivo, por lo que la torre se había convertido en un monumento descuidado, y además los parisinos la veían como algo feo e inútil.

Exposición Universal de 1889
Lustig vio en este artículo una gran oportunidad. Contactó con un falsificador para que le facilitara una serie de documentos que pudiera hacer pasar por oficiales, y a continuación invitó a 6 importantes comerciantes de chatarra a una reunión en el Hotel de Crillon para ofrecerles un negocio. En dicha reunión, Lustig se presentó como director adjunto del Ministerio de Correos y Telégrafos y les explicó que el gobierno había decidido desmontar y vender como chatarra la Torre Eiffel, debido a su alto coste de mantenimiento. Les dijo a los empresarios que habían sido seleccionados en base a su buena reputación, y que todo el asunto debía llevarse en el más absoluto secreto. Acto seguido, llevó a los empresarios a la torre en una limusina para hacer una visita de inspección. Se despidió de ellos recordándoles la obligación de guardar secreto y anunciando que la licitación sería al día siguiente.

Recorte de periódico con Lustig
Sin embargo, Lustig ya había decidido que aceptaría la oferta de André Poisson, un comerciante que deseaba entrar en el círculo de grandes hombres de negocios de París. No obstante, la esposa de Poisson sospechaba de todo el asunto, así que Lustig organizó una reunión sólo con él. En ella le explicó que su sueldo de funcionario no daba para el estilo de vida que quería y que necesitaba ingresos extras, que debía conseguir de forma discreta; en resumen, le estaba pidiendo un soborno. Ante esa afirmación, Poisson desestimó todas sus dudas y no sólo le dio el soborno, sino también el dinero de la licitación de la torre.

Prisión de Alcatraz, donde Lustig murió
Esa misma noche, Lustig partió en tren hacia Viena con una maleta llena de dinero. Confiaba así en escapar de la inevitable búsqueda policial. Sin embargo, y para su sorpresa, en Francia nadie le buscaba. Poisson se sentía tan humillado por haber sido estafado de esa manera que jamás acudió a la policía. De modo que, al cabo de un mes volvió a París dispuesto a repetir la hazaña. Y casi lo consigue, sólo que esta vez la víctima sí que acudió a la policía y Lustig logró escapar por los pelos de ser arrestado. Su siguiente destino serían los Estados Unidos de nuevo.

Al Capone, los billetes falsos y la detención

De vuelta en América, Lustig intentó la que sería su estafa más peligrosa. Contactó con el conocido gángster Al Capone y le propuso un negocio a medias. Le pidió que participara con 50.000 dólares en una estafa que estaba preparando, prometiendo duplicar su dinero en 60 días. Capone le dio el dinero, no sin antes advertirle de lo que le pasaría si intentaba engañarle. Nada más conseguir el dinero, Lustig lo ingresó en un banco y esperó tranquilamente a que pasara el plazo. Cuando los 60 días se agotaron, sacó el dinero y se lo devolvió a Capone, diciéndole que había cancelado la operación porque no le parecía fiable. Capone se quedó tan impresionado por la honradez y la integridad de Lustig, que le regaló 5.000 dólares.

Al Capone
Pero Lustig deseaba dar un golpe que lo pudiera retirar, así que en 1930 se asoció con un químico llamado Tom Shaw, experto en fabricar placas para falsificar billetes. Fabricaron miles de ellos tan buenos que engañaban incluso a los cajeros de los bancos, y ambos organizaron una red para hacerlos circular. La policía se alarmó, pues una falsificación en tan gran escala podía hundir la economía del país. Sin embargo, Lustig se mantuvo en la sombra y ni siquiera sus subordinados conocían su identidad. Tuvo éxito hasta el 10 de mayo de 1935, cuando fue arrestado por agentes federales después de recibir una llamada anónima. Más tarde se supo que dicha llamada había sido realizada por su amante Billy May, que estaba celosa tras descubrir una infidelidad de Lustig.

Lustig siendo interrogado
A Lustig se le encontró una llave, pero se negó a decir qué era lo que abría. Varias semanas más tarde, los investigadores descubrieron que era la llave de una taquilla de la estación de metro de Times Square. En ella, se encontraron 51.000 dólares en billetes falsos y las placas de impresión. Lustig fue llevado a juicio, pero un día antes logró escapar de su celda del centro de detención de Manhattan. Los policías sólo encontraron en la celda vacía una nota con un pasaje de “Los Miserables”. Fue vuelto a capturar 27 días después en Pittsburg, y esta vez sí que fue juzgado. Se declaró culpable y fue condenado a 20 años de cárcel en Alcatraz. Allí murió el 11 de marzo de 1947, dos días después de contraer una neumonía.

Certificado de defunción de Lustig
Sin embargo, aún dejó dos jugadas más después de muerto. La primera era que en su certificado de defunción, en el espacio dedicado a ocupación, se escribió “aprendiz de vendedor”. La segunda ocurrió muchos años después, en 2015; un historiador trató de encontrar algún documento en su ciudad natal en que apareciera. No encontró ninguno, de modo que no hay ninguna evidencia documental de que Lustig existiera (al menos con ese nombre). Fue la última jugada de un hombre que dejó escrito el siguiente catálogo para estafadores:

1.  Escucha con paciencia (por eso, y no por hablar deprisa, triunfan los golpes de un estafador).
2.  Nunca parezcas aburrido.
3.  Espera a que la otra persona manifieste cualquier opinión política, luego muéstrate de acuerdo con ella.
4.  Deja que la otra persona revele sus creencias religiosas, luego afirma tener las mismas.
5.  Insinúa una conversación sexual, pero no la sigas a menos que la otra persona muestre un gran interés.
6.  Nunca hables de enfermedades, a menos que el otro muestre alguna preocupación especial.
7.  Nunca curiosees en las circunstancias personales del otro (al final te lo contarán todo).
8.  Nunca alardees. Sólo deja que tu importancia resulte silenciosamente obvia.
9.  Nunca vayas desaliñado.
10. Nunca te emborraches.

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