Calicó Jack, el pirata más elegante del Caribe

No fue el pirata más famoso. Ni el más temido. Ni siquiera el de más éxito. Pero sin duda alguna Jack Rackham fue el pirata más elegante de la historia. Sus coloridas y extravagantes ropas de un tejido llamado calicó le supusieron que fuera conocido por los apodos de “Coloured Rackham” (Rackham el colorido) y sobre todo “Calicó Jack”. Pero este pirata no sólo ha pasado a la historia por las vestimentas que llevaba, sino también por un hecho que por aquel entonces se consideraba extraordinariamente de mal agüero: llevar entre la tripulación a mujeres.

Representación imaginaria de Anne Bonny, Mary Read y Jack Rackham
Autor del diseño de la bandera pirata más conocida entre nosotros, su fama está eclipsada por otros filibusteros contemporáneos suyos mucho más famosos, entre los que cabe destacar a Barbanegra. Sin embargo, pocos conocen que este (a su modo) elegante aventurero sirvió de inspiración a uno de los piratas de ficción más emblemáticos: Jack Sparrow, de la saga cinematográfica de “Piratas del Caribe”. Viajemos juntos a conocer la apasionante historia de este pirata de película.

La Edad de Oro de la Piratería

En la segunda mitad del siglo XVII el Caribe era una zona que España controlaba casi en su totalidad, al menos nominalmente. Suyas eran las tierras continentales (Venezuela, Costa Rica, Nicaragua, México y Panamá) además de las islas de Cuba y  Puerto Rico y de la parte oriental de La Española (lo que hoy se conoce como República Dominicana). No obstante, había territorios que pertenecían a otros países europeos. Así, la parte occidental de La Española (lo que hoy es Haití) pertenecía a Francia, Jamaica y las Bahamas pertenecían a Gran Bretaña, y más al este, se extendía un arco de islas entre Puerto Rico y la costa venezolana, donde había posesiones francesas, inglesas, holandesas y hasta alguna danesa. En esta situación, y ante el deseo manifiesto de las potencias europeas de acosar el dominio comercial español en América, surge en 1650 la figura del corsario.

Mapa del Caribe en la actualidad
Un corsario no es más que un pirata a sueldo de un gobierno que ataca buques de otros países con los que ese gobierno mantiene un conflicto, ya sea declarado o no. Dichos países otorgaban a determinadas personas un documento llamado “patente de corso”, por el que se legalizaban sus actividades de piratería contra los barcos enemigos. La mayoría tenía su base en una isla llamada Tortuga, muy cerca de La Española. Estos corsarios se dedicaban no sólo a atacar buques sino que también asaltaban y saqueaban ciudades (Cartagena, Panamá, Guatemala…). Sin embargo, hacia 1680 los gobiernos europeos dejan de extender las patentes de corso y poco a poco este estilo de vida se va perdiendo.

No obstante, el estallido de la Guerra de Sucesión Española en 1701 aviva de nuevo el fenómeno, sobre todo por parte británica, de forma que los corsarios ingleses vuelven a campar a sus anchas ante la falta de buques de guerra españoles y franceses que pudieran hacerles frente, pues la mayoría estaba en las operaciones bélicas europeas. Esta situación duró hasta 1712, año en que Inglaterra cesa sus hostilidades contra España. Muchos de los corsarios, ante el fin de su modo de vida, deciden pasarse directamente a la piratería. Algunos de ellos se dirigen a las poco pobladas Islas Bahamas y establecen su base en New Providence, la isla más grande del archipiélago. Comienza así un periodo de prosperidad para ellos conocido como “La Edad de Oro de la Piratería”, que abarcaría desde el año 1715 hasta el año 1725. El poder de los piratas en las Bahamas se hace incontestable, y entre ellos empiezan a destacar Edward Teach (más conocido como “Barbanegra”), Stede Bonnet, Samuel Bellamy, y uno de los protagonistas de nuestra historia: Charles Vane.

De contramaestre a capitán

Poco conocemos de los primeros años de vida de Jack Rackham, salvo que nació en algún lugar de Inglaterra entre 1680 y 1685. Las primeras noticias que tenemos de él son de 1718, y le sitúan como contramaestre del antes citado Charles Vane a bordo del buque “Treasure”. En aquel año, el Rey Jorge I de Inglaterra envía a las Bahamas al antiguo capitán pirata Woodes Rogers con un "Edicto de Perdón" para todos aquellos piratas que quisieran rehabilitarse, y cuatro barcos de guerra para perseguir a aquellos que se negaran a hacerlo. Uno de estos impenitentes resultó ser Charles Vane, que huyó hacia aguas abiertas y declaró la guerra a todos los piratas arrepentidos.

Charles Vane
Vane no era un buen capitán. Se narran de él crueldades sin fin, incluso cuando las tripulaciones del barco atacado ya se habían rendido sin luchar (se cuenta, por ejemplo, que ató de pies y manos al capitán de un barco capturado y lo colgó de un palo, haciendo que los hombres probaran puntería con él). Pero sin duda el peor pecado para su tripulación era el hecho de que no repartiera equitativamente el botín de sus andanzas. Su caída era cuestión de tiempo, y finalmente se produjo cuando huyó de un barco de guerra francés al que había intentado atacar. Jack Rackham, su contramaestre, acusó a Vane de cobardía e instó a la tripulación a amotinarse y elegirle a él como capitán, cosa que consiguió sin mucho esfuerzo. Vane fue abandonado junto a algunos hombres leales a él en una barca a la deriva.

El nuevo capitán sobresalía entre todos los piratas que merodeaban por aquellas aguas por algo muy peculiar: su forma de vestir. Tenía la costumbre de llevar camisa y pantalón de un tejido llamado calicó, que es una tela de algodón estampada de vivos colores. De ahí que fuera conocido con el apodo de “Calicó Jack”. Después de hacerse con el mando del “Treasure”, y consciente de que era buscado por la justicia, Rackham se dedicó a atacar pequeñas embarcaciones y barcos de pesca a lo largo de Jamaica, Cuba, el Paso de los Vientos y las Islas Leeward. Y la verdad es que no le fue del todo mal, pues obtuvo buenos beneficios de su estrategia. Sin embargo, su gran golpe de suerte llegó cuando abordó  un bergantín llamado “Kingston” cerca de Jamaica y encontró en él grandes riquezas. Por desgracia para él, la noticia corrió como la pólvora y pronto los mercaderes de Port Royal mandaron cazarrecompensas en busca de Rackham, que fue acorralado en la isla de Pinos (actualmente isla de la Juventud, en la parte suroccidental de Cuba). Este hecho (el que los piratas fueran robados por otros piratas) era habitual en aquellas peligrosas aguas, donde la única ley que parecía imperar era la del más fuerte.

Litografía de Jack Rackham
Atrapado, Rackham y su tripulación abandonaron su barco para esconderse en la selva, con lo que los navíos enviados contra ellos se hicieron con todo el botín acumulado. No obstante, la suerte no le abandonó del todo, pues logró mediante argucias apoderarse de un balandro inglés llamado “Revenge”, que había sido capturado por los guardacostas españoles. Nuevamente en el mar, y consciente de que la vida de pirata era sumamente peligrosa y que sólo era cuestión de tiempo que acabara al extremo de una soga, decidió poner rumbo a New Providence (en las Bahamas) y acogerse al "Perdón Real" ahora que todavía estaba a tiempo.

Flechazo en la taberna del puerto

Rackham regresó a New Providence y suplicó el Perdón Real a Woodes Rogers, que había sido nombrado gobernador de las Bahamas. Alegó que había sido su anterior jefe, Charles Vane, el que le había obligado a convertirse en pirata y que él no sentía inclinación por esa vida. No sabemos si por ingenuidad o por el odio que Rogers sentía hacia Vane, el caso es que el gobernador concedió finalmente el indulto a Rackham en 1719, librándole de todos los cargos de piratería que pendían sobre él.

Cuadro de Woodes Rogers y su familia
Mientras esperaba dicho indulto Rackham vivió en New Providence, y no teniendo nada mejor que hacer, se pasaba las noches en las tabernas del puerto contando sus aventuras. En una de esas cantinas, conoció en cierta ocasión a una mujer llamada Anne Bonny, e inmediatamente empezó a cortejarla. La mujer, famosa por su belleza y por su carácter violento, le correspondió y ambos iniciaron una relación. Rackham gastó mucho de su dinero en ella, y pronto Anne quedó embarazada. El asunto no debería haber tenido mayor trascendencia de no ser por un pequeño detalle: Anne Bonny estaba casada, y el adulterio era un delito muy serio en aquella época.

Anne Bonny
La relación se hizo pública y el gobernador amenazó con azotar a Anne por adúltera. Ante la situación, Anne convenció a Rackham de que la raptara, consiguiera una tripulación y robaran un barco para huir. El enamorado Rackham se dejó convencer y reclutó a un grupo de desocupados piratas para que les siguieran, robando una corbeta propiedad de un comerciante local llamado John Ham. Pusieron rumbo a Cuba, donde Anne dio a luz a un niño. Cuando se les acabó el dinero, Rackham (consciente de que la presencia de una mujer entre la tripulación era un signo de mal agüero entre los supersticiosos marineros) convenció a Anne de que dejaran al niño al cuidado de unos amigos de la mujer y se uniera a él en sus correrías, aunque disfrazada de hombre y con el nombre de Adam Bonny. Comenzaba así su segunda etapa como pirata, esta vez en pareja, y poco después de haber conseguido el indulto por las fechorías cometidas en la primera.

Mary Read aparece en escena

La estrategia de Rackham en esta ocasión fue muy similar a la que había seguido con anterioridad: asaltar pequeñas embarcaciones para hacerse con el poco botín que pudieran llevar. Su mayor premio fue atrapar en Cayo Esquivel a tres buques que llevaban en sus bodegas gran parte del oro y joyas de una rica familia española de Matanzas (Cuba). El astuto Rackham hundió dos de ellos después de emboscarlos y fue en persecución del navío principal, que a la vista de la bandera pirata se rindió en el acto. Sin embargo, Rackham desconfió de la maniobra y asaltó el barco con gran violencia, no dejando a nadie con vida. Se cuenta que desembarcó el tesoro y lo enterró en algún lugar no identificado de Cuba.

Mary Read
Durante varios meses, Rackham y su tripulación se convirtieron en la pesadilla de las aguas que corrían entre Cuba y Jamaica, sin que ninguno de los barcos enviados en su busca consiguiera dar con él. El tripulante Adam Bonny luchaba junto al resto de los miembros de la tripulación, y a menudo mejor que ellos. El hecho de que compartiera el dormitorio del capitán en el castillo de popa era algo que no tenía mayor importancia en vista de la bravura que demostraba en combate; a fin de cuentas todo el mundo tenía debilidades. Fue por aquel tiempo que asaltaron un mercante y se hicieron con su cargamento. Entre los tripulantes del mercante se encontraba un muchacho bien parecido que respondía al nombre de Mark Read, que pidió unirse a la tripulación de Rackham. Éste no puso impedimento (era una práctica habitual cuando los barcos piratas se iban quedando sin tripulación), pero aquel chico resultó no ser un chico, sino una mujer llamada Mary Read.

Anne descubrió el secreto de Mary y ambas se hicieron muy amigas, tanto que el celoso Rackham pronto pidió explicaciones a Anne sobre la cercanía que tenía con el nuevo tripulante. Mary confesó que era una mujer y Rackham la dejó quedarse junto al resto de la tripulación, en la que, al igual que Anne, demostró una bravura muchas veces superior a la de sus compañeros. Mary acabó enamorándose de uno de los miembros de la tripulación y se casaron según los ritos de la piratería.

La bandera pirata de Jack Rackham

Uno de los objetos que inmediatamente asociamos a los piratas es su bandera, que recibe el nombre de “Jolly Roger”. En principio, dichas banderas las utilizaban los corsarios y eran de color rojo (“Red Jack”) por orden del propio Almirantazgo británico, supuestamente para simbolizar la sangre que derramarían si el barco atacado no se rendía sin luchar. El color decía a las claras cuáles eran las intenciones de los corsarios: “No se perdonará ninguna vida, no se harán preguntas”. Sin embargo, pronto su color cambió a negro (aunque algunos piratas posteriores, como Christopher Moody, mantuvieron el rojo original).

Banderas de los principales piratas del Caribe
Prácticamente cada pirata tenía su Jolly Roger personal, pero sin duda el diseño más conocido es el que presenta una calavera con dos tibias cruzadas debajo, y que debemos al pirata Edward England. Sin embargo, no menos famosa era la bandera que enarbolaba Jack Rackham, que sustituía las dos tibias por dos sables cruzados. Esta Jolly Roger se ha convertido con el paso del tiempo en una de las banderas piratas por antonomasia, y es la que aparece en la saga “Piratas del Caribe” antes mencionada. En principio, podría parecer que no es buena idea mostrar una bandera así dejando bien claras las intenciones del barco que la llevaba; sin embargo, el hecho de ver aparecer una de estas banderas en el horizonte llenaba de terror a las tripulaciones de los buques atacados, que a menudo se rendían sin luchar ante la simple vista de una ellas. Estaríamos así ante uno de los primeros casos en la historia de guerra psicológica.

Jolly Roger de Jack Rackham
El origen del término Jolly Roger no está del todo claro, y para explicarlo se barajan varias teorías. Pero parece que la correcta es que es una variante de “Old Roger”, primer nombre que recibió dicha bandera. El término Old Roger hace referencia en el idioma inglés al Diablo. Como detalle final, y adelantando acontecimientos, decir que tras la muerte de Jack Rackham todas sus posesiones fueron heredadas por Anne Bonny, incluidos su barco y su bandera, y que cambió un poco el diseño de ésta sustituyendo uno de los sables por una pistola, en homenaje a su amiga Mary Read.

Captura y ejecución

Las correrías de Rackham (entre las que se encontraba la captura de la corbeta “William”, anclada en el puerto de Nassau en las Bahamas) provocaron que el gobernador de Jamaica, Richard Lawes, mandara en su busca a un cazador de piratas llamado Jonathan Barnet. En octubre de 1720, Barnet encontró el barco de Rackham en Nigril Bay (Jamaica) y los acorraló. Tras ser conminados a rendirse, el barco de Rackham respondió con un cañonazo a lo que Barnet contestó con una andanada que causó graves destrozos. Se dice que la mayoría de los tripulantes del barco de Rackham estaban borrachos y apenas opusieron resistencia a su captura, a excepción hecha de Anne Bonny y Mary Read, que lucharon como fieras antes de poder ser reducidas.

Cargos contra Rackham y su tripulación
Rackham y su tripulación fueron llevados a Spanish Town (capital por aquel entonces de Jamaica) y juzgados. Anne Bonny y Mary Read se libraron de ser sometidas a juicio alegando estar embarazadas (su argumento fue la antológica frase “abogamos por nuestros vientres, señor”). El 16 de noviembre de 1720 fueron todos condenados a la horca, y la sentencia se cumplió al día siguiente. A pesar de su condición de prisionera, Anne Bonny obtuvo permiso para visitar a Rackham en sus últimas horas, aunque las últimas palabras que le dirigió fueron las siguientes:

Siento verte así Jack, pero si hubieras luchado como un hombre, no te colgarían ahora como a un perro

Desaparecía así uno de los piratas más extravagantes y a la vez más típicos de la Historia. Tras su muerte, el cuerpo de Jack Rackham fue embreado y puesto en una jaula como advertencia a futuros piratas. El lugar donde fue expuesto se conoció desde entonces como Dead Man Cay (“Cayo del hombre muerto”), aunque con el tiempo pasó a llamarse Rackham Cay (“Cayo Rackham”). La leyenda cuenta que las últimas palabras de Jack Rackham fueron “Desdichado sea aquel que encuentre mis innumerables tesoros, ya que no habrá barco ninguno que encima pueda cargarlos todos”, aunque este hecho pertenece más al folklore que a un hecho comprobado.
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Guerra pintoresca

Sin duda alguna, la guerra es algo muy serio. Posiblemente sea el asunto más serio al que los hombres pueden enfrentarse. La guerra siempre va acompañada de muerte y destrucción, y en no pocas ocasiones los inocentes han pagado el precio de conflictos que poco tenían que ver con ellos y que les fueron impuestos a la fuerza. Nada parece ser divertido en la guerra, una situación en la que el miedo y el horror están demasiado presentes como para ponernos a hacer chistes.

Gila, en su famoso sketch sobre la guerra
A pesar de todo, en la guerra también se producen situaciones extrañas, graciosas o sencillamente ridículas. En un artículo anterior ya narramos la Batalla de Karánsebes, considerada por muchos la más absurda de la Historia; pero esta batalla no es el único caso, y a lo largo de los siglos se han sucedido hechos increíbles relacionados con los conflictos bélicos que parecían sacados de la cabeza de un cómico. Estos episodios nos hacen simpatizar con la frase que en cierta ocasión pronunció Georges Clemenceau, Primer Ministro francés: “La guerra es algo demasiado serio para dejarla en manos de los militares”. Estos son algunos de esos acontecimientos que parecen increíbles, pero que son rigurosamente ciertos.

El nudo gordiano

La historia de este nudo comienza en Frigia (actualmente Anatolia, en Turquía). La leyenda cuenta que sus habitantes necesitaban elegir un nuevo rey, así que consultaron el oráculo. Éste les dijo que el elegido para el trono llegaría por la Puerta del Este sentado en un carro, y que un cuervo se posaría sobre él. El primer hombre que cumplía todos estos requisitos resultó ser un campesino llamado Gordias, cuyas únicas riquezas eran su carro y los bueyes que de él tiraban. Los habitantes de Frigia hicieron caso al oráculo y eligieron a Gordias como su nuevo rey.

Alejandro cortando el nudo gordiano
Una de las medidas de su gobierno fue fundar la ciudad de Gordion, en la que se estableció. Allí construyó un templo dedicado a Zeus, y en agradecimiento a haber sido elegido rey, le ofreció su carro atando a él su yugo y su lanza con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior. El nudo era tan complicado que nadie podía desatarlo (a lo que ayudaba el hecho de que no hubiera cabos visibles), y empezó a circular la leyenda de que aquél que consiguiera hacerlo se convertiría en señor de toda Asia.

Muchos años más tarde (en el 333 a.C.), Alejandro Magno pasó por Gordion en su camino para enfrentarse al Imperio Persa. Allí se le presentó el problema de desatar el que ya era conocido como “nudo gordiano”. El macedonio, tras pasarse un rato mirándolo, sacó su espada y lo cortó de un tajo a la vez que pronunciaba la frase “Tanto monta desatarlo como cortarlo” (que significa “Da lo mismo cortarlo que desatarlo”). Se cuenta que aquella noche se desató (nunca mejor dicho) una gran tormenta de rayos y truenos, lo que se interpretó como que Zeus aprobaba la manera de proceder de Alejandro.

Escudo de los Reyes Católicos
Como curiosidad final, decir que Fernando el Católico tomó como lema la frase que Alejandro pronunció mientras cortaba el nudo, acortándola a “Tanto monta”. Con esto, el monarca daba a entender que lo importante era conseguir el objetivo sin importar el método utilizado para ello, idea que sería posteriormente plasmada por Maquiavelo en su famosa frase “El fin justifica los medios”. Este lema se insertó en su escudo junto a un yugo y a unas flechas desatadas (ignoro el porqué de las flechas, puesto que al carro de Gordias iba atada una lanza). Un lema que constituye sin duda toda una declaración de intenciones.

Los antitanques de la Antigüedad

Nada había más terrorífico en una batalla del mundo antiguo que las unidades de elefantes. Dotados de una armadura natural (no en vano, paquidermo significa “piel gruesa”), estos animales estaban equipados además con corazas de cuero y metal que los hacían prácticamente invulnerables a las flechas y venablos, a no ser que fueran incendiarios. Su simple presencia a menudo desmoralizaba a las tropas enemigas y hacía cundir el pánico entre las unidades que se les enfrentaban. Eran los auténticos tanques del mundo antiguo.

Elefantes de Pirro en Beneventum
Sin embargo, estos animales presentaban un grave inconveniente: si se asustaban y se desbandaban, no hacían distinción entre amigos y enemigos. Con frecuencia, una estampida de estas bestias pisoteaba a sus propias tropas y desbarataba sus filas, con lo que quedaban expuestas a la acción de las tropas enemigas. De hecho, los jinetes de elefantes estaban equipados con una estaca puntiaguda para clavarla a martillazos en la nuca del animal llegado el caso. Con buen criterio, los generales preferían matar a los elefantes antes de que aplastaran a sus propios soldados. Por tanto, la clave para enfrentarse a estos animales estaba en asustarlos hasta hacerles perder el control. Y no hay nada que asuste más a los elefantes que los chillidos estridentes (de ahí la creencia de que temen a los ratones). Esto hizo que se desarrollara un ruidoso antídoto contra estos paquidermos: los cerdos.

El primer caso en el que se utilizaron los cerdos para combatir a los elefantes lo encontramos en el año 275 a.C., durante la Batalla de Beneventum que enfrentó a Pirro de Épiro contra las tropas de una naciente República Romana. Los romanos untaron a una piara de estos animales con pez líquida en la espalda y les prendieron fuego, lanzándolos contra los elefantes. Los chillidos de los cerdos asustaron a los paquidermos y se desbandaron presos del pánico, causando innumerables destrozos y facilitando la victoria romana. El hecho fue recogido por Plinio el Viejo en su “Historia Natural”. El segundo caso se dio en el año 266 a.C. durante el asedio de la ciudad griega de Megara. El atacante, el rey macedonio Antígono II Gonatas decidió utilizar los elefantes para debilitar las defensas de la ciudad. Los sitiados hicieron lo mismo que los romanos nueve años antes: prendieron fuego a un grupo de cerdos, abrieron las puertas y los lanzaron contra los elefantes, que se dieron a la fuga pisoteando a una parte del ejército macedonio. El episodio está recogido por Polieno en su libro “Estratagemas”.

Cerdos incendiarios contra elefantes
No obstante, esta arma anti-elefantes también presentaba algunos problemas. El primero es que los cerdos ardiendo se dispersaban en todas direcciones, lo que hacía que a menudo se volvieran contra sus propias filas. El segundo es que la vida de un cerdo en llamas es corta (unos 100 metros de carrera, más o menos), por lo que sólo podían usarse cuando los elefantes estaban prácticamente encima. Estos inconvenientes se soslayaron (más que nada por necesidad) en el año 544 durante el asedio de la ciudad bizantina de Edesa por parte del rey persa Cosroes I. Los elefantes persas atacaron las murallas de la ciudad, y el comandante defensor decidió repetir la estrategia de los romanos contra Pirro y de Megara contra los macedonios; pero había un inconveniente: sólo contaba con un cerdo. Así que ataron al animal cabeza abajo y lo descolgaron por la muralla. Los chillidos del gorrino (algo molesto con la postura) eran tan estridentes que los elefantes huyeron llevándose por delante a cuanto persa encontraron por el camino. Una posterior salida de los bizantinos terminó de derrotar a los atacantes. Este acontecimiento lo recoge Procopio de Cesarea en “De Bellis”.

Así que ya saben: si los elefantes fueron los primeros tanques, la primera arma antitanque de la Historia fueron los cerdos.

Las leales mujeres de Weinsberg

Uno de los conflictos que durante toda la Edad Media sobrevoló Europa fue el que enfrentó a los güelfos y a los gibelinos. Cada bando apoyaba a un pretendiente distinto al trono del Sacro Imperio Romano-Germánico; además, en Italia tuvo resonancias más profundas, pues los güelfos apoyaban al Papa en su larga lucha contra el Emperador, apoyado por los gibelinos. Sin entrar en detalles, hay un episodio poco conocido que merece ser recordado: el protagonizado por las mujeres de la ciudad alemana de Weinberg.

En los albores del conflicto, el Emperador Conrado III puso sitio a la ciudad de Weinberg. Tan numantina fue la resistencia de la población, que las tropas imperiales tuvieron que desviar el curso de un río e impedir que los pájaros pasaran por la ciudad para forzar la rendición por hambre de la plaza. Y tan furioso estaba Conrado con la resistencia de Weinberg, que juró matar a todos los habitantes y saquear la ciudad. La ira de Conrado era lógica, pues no eran tiempos para tener un ejército entretenido ante una población mientras los rivales campaban a sus anchas por el resto del territorio.

Conrado III y las leales mujeres de Weinberg
El 21 de diciembre de 1140, la ciudad finalmente capituló pidiendo a Conrado benevolencia. El Emperador prometió perdonar a las mujeres, que podrían salir de la ciudad con todo lo que pudieran cargar en sus hombros, pero se mantuvo firme en el castigo a los hombres, a los que pretendía encerrar después de que los soldados saquearan la ciudad. La sorpresa del Emperador fue mayúscula cuando, a la mañana siguiente, las mujeres salieron de Weinberg con los hombres cargados a sus hombros; cada una llevaba a su espalda a su marido, sus hijos o su padre. Conrado, atado a la palabra dada, tuvo que permitir que se marcharan y perdonó a la ciudad, que finalmente no fue saqueada. La historia se recoge en los Annales de Paderborg, contemporánea de los hechos, bajo el título de "Las leales mujeres de Weinberg".

Vencerá el que la tenga más grande

Durante los primeros años del Renacimiento italiano, los distintos territorios que componían la Península Itálica estaban enfrascados en constantes guerras entre sí. Una de estas guerras enfrentó a la ciudad de Florencia contra la República de Venecia por el control del comercio. Sin embargo, los contendientes pronto empezaron a cansarse de batallar entre ellos, así que empezaron a negociar los términos de la paz. Después de mucho hablar, se llegó a uno de los acuerdos más extraños de todos los tiempos: ganaría aquella ciudad que poseyera, en el promedio de sus habitantes, el pene más largo.

Retrato de Poggio Bracciolini
Uno de los miembros (nunca mejor dicho) de la delegación florentina, el pensador Poggio Bracciolini, se levantó y dijo que sin duda los triunfadores serían los venecianos. Ante el atónito silencio que le rodeó, Bracciolini continuó sin inmutarse:

Es evidente, que son los mejores dotados, puesto que su miembro viril posee tal longitud que llega a cubrir enormes distancias. ¿Cómo se explica de otra manera que, cuando pasan varios años a cientos de millas de su hogar a causa de sus viajes, encuentren a su retorno que son padres de varias criaturas?

Ni que decir tiene que los ofendidos venecianos continuaron con la guerra.

Las moscas que pican y el Himno español

La Guerra de los Siete Años (1756-1763) puede considerarse la primera guerra a escala mundial de la Historia. En ella se enfrentaron las principales potencias europeas entre sí, involucrando a sus colonias americanas y asiáticas. Hubo enfrentamientos en tres continentes, y terminó con el Tratado de París de 1763. Uno de los contendientes fue el Reino de Prusia, comandado por Federico II El Grande.

Tropas prusianas
Un día, los austriacos lanzaron un terrible ataque que desbarató por completo las filas prusianas lideradas por el propio rey. Las balas silbaban con tanta insistencia en torno al monarca que uno de sus generales, Serbelloni, intentó calmarlo diciéndole: “Tranquilo señor, sólo son moscas”. La respuesta de Federico ha pasado a la Historia:

Sí, pero éstas son de las que pican

Y hablando de Federico el Grande, no podemos dejar pasar la siguiente anécdota. Los ejércitos de Prusia habían obtenido unos éxitos tan enormes y rápidos que todas las cortes europeas enviaron embajadas a Prusia para descubrir el secreto de su efectividad. Cuando el representante español, Juan Martín Álvarez de Sotomayor, se entrevistó con Federico, éste no pudo ocultar la sorpresa de que fueran precisamente los españoles los que le preguntaran, pues gran parte de las innovaciones que había introducido se debían a una obra nuestra: “Reflexiones Militares”, del Marqués de Santa Cruz del Marcenado, cuyos once tomos estaban bien visibles en el despacho del monarca.

Federico II El Grande
El representante español, avergonzado, tuvo que admitir que en España casi nadie conocía esa obra. Cuentan que el rey prusiano vio tan azorado a Álvarez de Sotomayor, que para compensarle y que no se fuera con las manos vacías, cedió al rey de España una marcha de granaderos. Esta marcha (que algunas fuentes atribuyen a la pluma del propio Federico), con el tiempo se convirtió en el actual Himno de España.

La no-batalla de la Isla de Guam

Al estallar la Guerra entre España y Estados Unidos en 1898, el crucero estadounidense USS Charleston, al mando del capitán Henry Glass, recibió la orden de dirigirse a la Isla de Guam y conquistarla. El 20 de junio arribó a la isla y dio orden de disparar contra ella con tres de sus baterías, con tan mala puntería que los proyectiles pasaron por encima de la isla sin hacer blanco. Estaban corrigiendo el tiro cuando vieron acercarse al barco una lancha con una delegación española formada por el oficial al mando del puerto, un médico y un intérprete. Cuando esta delegación subió a bordo del Charleston, dieron la bienvenida al crucero y se disculparon por no haber respondido a sus salvas de saludo, pues los cuatro cañones de que disponían eran de hierro fundido y hacía más de un siglo que no se disparaban, por lo que eran inseguros hasta para disparar salvas.

USS Charleston
Y es que por aquel entonces las comunicaciones no estaban demasiado desarrolladas, así que el último cable recibido en la isla procedente del Gobierno español era del 14 de abril (un mes antes de estallar el conflicto) y en él se manifestaba la posibilidad de un acercamiento diplomático para evitar las hostilidades. De modo que nadie en Guam sabía que había una guerra. La primera reacción de los americanos fue echarse a reír. La segunda, fue enviar de vuelta a los delegados con la orden de que debían rendirse antes de las 10 de la mañana del día siguiente.

Al día siguiente, en efecto, el gobernador de Guam, Juan Marina, se rendía ante el capitán del Charleston no sin antes hacer constar lo siguiente:

Sin defensas de ninguna clase, ni elementos que oponer con probabilidad de éxito a los que usted trae, me veo en la triste decisión de rendirme, bien que protestando por el acto de fuerza que conmigo se verifica y la forma en que se ha hecho, pues no tengo noticia de mi Gobierno de haberse declarado la guerra entre nuestras dos naciones

Las tropas estadounidenses desarmaron a los escasos y mal equipados militares españoles, que fueron embarcados a bordo del barco Ciudad de Sidney como prisioneros de guerra, y la bandera de las barras y las estrellas ondeó en la isla. Los barcos norteamericanos, sin la dotación suficiente como para dejar una guarnición en Guam, partieron rumbo a Manila.

Posesiones españolas en el Pacífico
No obstante, y en un nuevo giro de incompetencia militar, hay que decir que Glass había cumplido al pie de la letra las órdenes que recibió (rendir la Isla de Guam) sin que nadie cayera en la cuenta de que esta isla era la capital de la demarcación de las Islas Marianas, con lo que el resto del archipiélago (que no se rindió) siguió formando parte de la soberanía española. Este hecho permitió que España pudiera vender en 1899 las Marianas (a excepción de Guam) a Alemania por 25 millones de pesetas de las de entonces, con evidentes consecuencias en las guerras que enfrentaron a alemanes y norteamericanos en el siglo siguiente.

Y no quisiera terminar sin contar que los funcionarios españoles de la isla, que a diferencia de los militares no habían sido hechos prisioneros, volvieron a hacer ondear la bandera española en cuanto el Charleston se perdió en el horizonte.

La rendición en una moneda

El 16 de diciembre de 1944, el infierno se desató en las Ardenas. Los alemanes, viendo que la guerra en el oeste se estaba perdiendo, lanzaron una gran ofensiva contra las tropas aliadas a través de esa región a caballo entre Bélgica, Holanda y Luxemburgo. El éxito inicial alemán se vio favorecido por el hecho de que nadie esperaba que por allí se lanzara ningún ataque, dado que las condiciones meteorológicas (un intenso frío, nieve y nieblas espesas) y del terreno (densos bosques y colinas) no favorecían una ofensiva con blindados. Así pues, como un ataque por allí era inconcebible para los mandos aliados, la región de las Ardenas se había convertido en una especie de destino de descanso de las unidades más castigadas en los seis meses de combates anteriores.

Soldados alemanes en las Ardenas
La llamada “Batalla de las Ardenas” se saldó finalmente con la victoria aliada, después de recuperarse de la sorpresa inicial y lograr recomponer sus tropas. En el curso de los duros combates que se produjeron, muchas unidades de ambos bandos se vieron aisladas y sin comunicación con sus superiores. La mayoría de ellas optó por atrincherarse y combatir al enemigo esperando la llegada de los suyos o morir en el intento.

No fue este el caso de un pelotón estadounidense, que al mando de un sargento, decidieron ponerse en marcha y avanzar en busca del grueso de su ejército. Después de andar durante varios días por los bosques, desorientados por la niebla, helados de frío, sin apenas comida y con la moral bajo mínimos, tomaron la determinación de rendirse a la primera unidad alemana que vieran. Poco después divisaron una patrulla de la Wehrmacht (las fuerzas armadas de Alemania), y tal como habían decidido, tiraron las armas y levantaron los brazos.

Batalla de las Ardenas
La sorpresa de todos fue mayúscula cuando vieron que los alemanes ¡hacían lo mismo! Al parecer, se trataba de una patrulla germana que estaba en la misma situación que los norteamericanos y habían tomado idéntica decisión. Así pues, los unos se rindieron a los otros y los otros a los unos. Naturalmente, eso no podía ser; sólo una de las patrullas podía rendirse, así que tuvieron que decidir cuál de ellas lo haría. Y no se les ocurrió mejor manera de hacerlo que… a cara o cruz.

Ganaron los estadounidenses, que hicieron prisioneros a los alemanes. Poco después, los norteamericanos fueron localizados y lograron contactar con sus tropas. Los mandos aliados felicitaron al sargento y su pelotón por la captura de los prisioneros. Y todo porque tuvieron la suerte de que la moneda cayera de su lado.

Para acabar

No, las guerras no son graciosas ni divertidas. Pero a lo largo de los siglos, unas extrañas combinaciones de suerte, incompetencia y testarudez han dado lugar a episodios que, al conocerlos, no tenemos más remedio que reírnos. Algo así como el sketch del programa de los Monty Pithon’s El chiste más gracioso del mundo, ambientado en la Segunda Guerra Mundial, y que animo a todos los lectores que lo lean (hay un resumen muy bueno en la Wikipedia).


Espero que las historias que les he contado aquí les hayan servido para pasar un buen rato. Puede que haya un segundo artículo sobre el mismo tema próximamente (las situaciones absurdas en las guerras se cuentan por centenares). Pero nunca lo olviden: la guerra nunca será graciosa.
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El año de los cuatro Emperadores

En junio del año 68 d.C., a la muerte de Nerón, Roma sufrió una crisis política sin precedentes. Con el trono imperial vacante, sucesivos aspirantes lo fueron ocupando brevemente para ser depuestos por la fuerza poco después. Durante el año siguiente, cuatro emperadores se sucedieron unos a otros hasta que, finalmente, Vespasiano tomó la púrpura imperial y estabilizó la situación. Es por eso que al año 69 se le conoce como “El año de los cuatro emperadores”.

Los 4 Emperadores del año 69
La forma en que cada uno de los sucesivos aspirantes tomó el poder dio carta de naturaleza a una práctica que ya venía insinuándose en años anteriores: los sobornos a las tropas por un lado, y la lealtad del ejército (o de una parte importante de él) hacia el aspirante por otro. Esta última consideración hizo que los gobernadores de las provincias con ejércitos a su cargo decidieran en lo sucesivo quién sería el nuevo Emperador. A partir de entonces, y salvo contadas excepciones, sólo los que tuvieran asegurada la fidelidad de los soldados, aunque fuera a base de sobornos, podrían vestir la púrpura imperial.

El final del reinado de Nerón

Los últimos tiempos del gobierno de Nerón fueron muy convulsos. El Emperador se había dedicado en los últimos años a eliminar a cuantos rivales reales o imaginarios se le ocurrían, siempre con la inestimable ayuda de Tigelino, jefe de sus espías. Particularmente cruel fue con los miembros que quedaban de la dinastía de Augusto, a los que veía como rivales que buscaban sustituirle. Esa actitud tal vez se debía a que él mismo no era un miembro de la familia Julia-Claudia en sí, sino que era hijo de un Senador (Cneo Domicio) y había sido adoptado por Claudio al casarse con su madre Agripinila. De hecho, su verdadero nombre no era ese sino Lucio Domicio, adoptando el sobrenombre de Nerón (que significa “persona de gran valor y fuerza”) poco después de entrar a formar parte de la familia imperial. Así pues, las dudas sobre su legitimidad siempre estuvieron presentes.

Sin embargo, esta política de eliminación de rivales no hizo más que agravar el problema dinástico. Al no quedar con vida ningún candidato claro a la sucesión, los distintos gobernadores con mando en plaza podrían arrogarse el derecho a la dignidad imperial apoyándose en las tropas a sus órdenes. Ésto aumentaba en mucho la cantidad de gente a vigilar, y para una personalidad tan paranoica como la de Nerón eso constituía un grave quebradero de cabeza. A estos problemas había que añadir que se vivían graves carencias de suministros en la ciudad y que Nerón tenía el sueño secreto de convertir Roma en una monarquía de corte helenístico apoyándose en el pueblo, que creía a su favor. Por supuesto, esta pretensión contaba con la fuerte oposición del Senado.

Nerón
En este ambiente de conspiraciones constantes, el gobernador de la Galia Lugdunensis se sublevó contra el Emperador. Su nombre era Cayo Julio Vindex, y era un noble aquitano romanizado. Consciente de que Roma jamás le aceptaría como Emperador por el hecho de ser extranjero, Vindex propuso para el cargo imperial al gobernador de la Hispania Citerior Servio Sulpicio Galba. La rebelión contaba con el apoyo del gobernador de la Lusitania, Marco Salvio Otón, que puso a disposición de Galba las tropas de su provincia y reclutó una legión nueva. No obstante la rebelión en la Galia fue un desastre, y las experimentadas tropas de Germania, comandadas por Lucio Verginio Rufo, derrotaron y mataron a Vindex cerca de Vesontio (la actual Besançon). Todo parecía perdido e incluso Galba consideró la posibilidad de suicidarse.

Sin embargo, poco después el Senado declaró a Nerón persona non grata, reconociendo a Galba como Emperador. Las tropas del Rin comandadas por Rufo se unieron a la rebelión, quizá pensando que así se colocarían en el bando ganador. La única oposición que podía surgir era la del prefecto de los pretorianos Ninfidio Sabino y la del gobernador de Siria, Licinio Murciano. Ambos renunciaron explícitamente al trono y el camino de Galba parecía expedito. Incluso Sabino prometió a los pretorianos una abundante recompensa en nombre de Galba si le apoyaban, algo que sería un grave error, como se verá más adelante. Nerón, abandonado por los suyos, optó por suicidarse. La paz parecía volver a Roma.

El reinado de Galba

Galba tenía 72 años cuando accedió al trono, y contaba con una larga experiencia en puestos de la administración romana. Había sido Cónsul, gobernador en la Galia, en Hispania y en África, y había tenido el mando de las legiones en Germania. Se le consideraba un buen administrador y un valiente soldado, y contaba con el respeto de casi todas las personas importantes del Imperio. Particularmente, tenía el apoyo de Otón, gobernador de la Lusitania y un hombre muy rico. Sin embargo, Galba tenía fama de ser austero hasta el punto de rayar la tacañería. Eso sería su perdición.

Galba
Se cuentan dos anécdotas de Galba que dan una muestra de su carácter. La primera ocurrió durante el reinado de Calígula; se produjo un desfile militar en Lyon, y tras dicho desfile, Calígula reunió a los mandos de las tropas (entre los que se encontraba Galba). Después de arengarles sobre la importancia de dar ejemplo a los soldados, les hizo correr detrás de su carroza 32 kilómetros cargados con todo el equipo militar. Al final de la carrera, sólo Galba quedaba en pie. Calígula le preguntó si prefería volver junto a él en la carroza o andando, y Galba respondió que le era indiferente y que estaba acostumbrado a las penurias como buen soldado. Calígula le hizo volver andando, pero al día siguiente lo nombró comandante militar de las legiones del Rin. La segunda ocurrió cuando condenó a la crucifixión a un maestro que había asesinado a su pupilo con el fin de obtener su herencia. Al protestar el condenado que era ciudadano romano y no podía ser crucificado, Galba hizo que su cruz fuera la más alta y además la pintó de blanco, como "muestra de deferencia".

Una vez nombrado emperador, Galba inició la marcha hacia Roma. En su camino hizo pagar grandes cantidades de dinero a algunas ciudades como sanción a lo que él consideraba una traición, pues no lo habían aceptado de inmediato. A algunas de ellas las destruyó sin más como castigo. A su llegada a la capital, las cosas no fueron mucho mejores, puesto que una de sus primeras medidas fue anular el pago prometido a los pretorianos. Para intentar controlarlos, relevó de su mando a su prefecto Sabino y lo sustituyó por Otón, que lo había apoyado desde el principio. Asimismo, destituyó al general al mando de las legiones germanas Rufo y lo sustituyó por Aulo Vitelio. Estas medidas empezaron a hacerle perder el apoyo de una parte importante del ejército.

Al igual que Nerón, Galba también tenía un irracional miedo a las conspiraciones y mandó ejecutar sin pruebas a numerosos senadores y equites (nobles de segundo rango). Asimismo, nombró a muchos cargos del gobierno basándose sólo en su amistad personal con ellos. Para intentar paliar la desastrosa situación financiera que Nerón había dejado, elevó los impuestos y creó algunos nuevos, además de recortar todos los gastos que consideraba superfluos (ésta fue la razón de que anulara el pago a los pretorianos). Todo esto contribuyó a que su popularidad fuera decreciendo rápidamente, tanto entre el pueblo como entre la nobleza. De forma ingenua, pensó que aumentaría su popularidad nombrando un sucesor, y para ello adoptó públicamente a Lucio Calpurnio Pisón. Esto terminó de sellar su destino ya que Otón, que aspiraba a dicho honor, se sintió profundamente insultado. Galba pronto iba a comprender que era mejor no ofender al prefecto de los pretorianos si se quería continuar en el trono.
 
Imperio Romano en el año 69 (Fuente: Wikipedia)
Después de una cena con Galba, Otón se dirigió al campamento de los pretorianos y con la promesa de una generosa recompensa se hizo aclamar Emperador. A toda esta situación se unió que las tropas de Germania se habían negado a renovar el juramento de lealtad a Galba y proclamaron también a su comandante Vitelio como nuevo Emperador. La situación no podía ser más caótica, con un Emperador en palacio (Galba), otro en el campamento de los pretorianos cerca de Roma (Otón) y otro marchando sobre la capital al mando de las legiones del Rin (Vitelio). Galba, enterado del inminente golpe de estado, salió a la calle tratando de que el pueblo se pusiera de su lado, pero nadie lo hizo. Fue finalmente asesinado en el Foro por los pretorianos, que lo decapitaron, le cortaron los brazos y piernas y finalmente pasearon su tronco por la ciudad. Era el 15 de enero del año 69, y había reinado durante 6 meses y 7 días. El Senado reconoció inmediatamente a Otón como nuevo emperador.

Dos emperadores al mismo tiempo

Ninguno de los dos emperadores que quedaban en pie era un dechado de virtudes. Por un lado, Otón era rico y sin escrúpulos, lo que le permitía sacar mucho rendimiento a su dinero. Para hacerse nombrar Emperador por los pretorianos, les prometió un soborno doble al que se les había prometido anteriormente por apoyar a Galba e hizo extensivo el “donativo” a las legiones del Danubio, que hasta ese momento se habían mantenido neutrales. Paradójicamente, una de sus primeras medidas fue restituir la memoria de Nerón, del que había sido muy amigo en vida. Por otro lado, de Vitelio se contaba que comía y bebía sin medida, que dormía hasta bien entrado el día y que se pasaba las noches persiguiendo con malos (o buenos, según se mire) fines a las esclavas de su palacio gubernamental. Como ven, dos joyas al frente del mayor Imperio de la antigüedad.

Otón
Otón había sido reconocido por el Senado, pero él sabía que eso no significaba nada si no contaba con el apoyo de un ejército fuerte capaz de sofocar la rebelión de Vitelio. Sabiéndose en inferioridad, mandó un mensaje a su rival ofreciéndole la paz a cambio de adoptarle y nombrarlo su heredero. Vitelio no picó el anzuelo convencido como estaba de que sus bien entrenadas tropas serían superiores a las de Otón. Sin embargo, sus cálculos tal vez pecaban de excesivo optimismo, pues Otón contaba con dos legiones traídas de Hispania y la formidable fuerza que suponía la Guardia Pretoriana, además de una tropa de 50.000 gladiadores. A esto había que unir que se estaban realizando levas apresuradas para aumentar sus fuerzas.

Ambos ejércitos se encontraron en Bedriacum, cerca de la actual Cremona, y Vitelio ganó la batalla. Sin embargo, el resultado no puede considerarse decisivo por el gran número de pérdidas de ambos bandos. Otón contaba con numerosas reservas y podría haber opuesto mucha mayor resistencia a su rival, que luchaba lejos de sus bases y no tenía forma de enjugar sus bajas. Por eso resulta bastante incomprensible su decisión de suicidarse tras la derrota. Cuentan que antes de hacerlo, dijo “es mucho más justo morir uno por todos que todos por uno”. Nada en su disipada vida hacía presagiar que tomaría esa decisión para salvar a Roma de una guerra civil, y se dice que conmovió tanto a sus hombres que muchos de ellos decidieron inmolarse en su pira funeraria. Había reinado 91 días.

El reinado de Vitelio

Vitelio, que al ver el cadáver de Otón pronunció su famosa frase “El cadáver de un enemigo siempre huele bien, y mejor aún si es un conciudadano”, dio muestras desde el comienzo de su carácter disoluto y amoral. Esperó la llegada de las legiones danubianas, que no habían venido a tiempo de enfrentarse a él y que ahora (vistas las circunstancias) estaban más que dispuestas a aclamarle, e hizo crucificar en el mismo lugar a la mayoría de sus centuriones. Al parecer, estaba molesto con ellos por el hecho de que no le hubieran apoyado desde el principio. Una vez en Roma, disolvió a los pretorianos para evitar que se rebelaran en un futuro (aunque más tarde los rehabilitó), y organizó numerosas fiestas, juegos y banquetes (hasta tres en un día, cuenta Suetonio) para celebrar su victoria. Para resaltar su triunfo, se hizo nombrar a partir de entonces “Germánico”.

Vitelio
Naturalmente, con tanta celebración la tesorería imperial entró más temprano que tarde en bancarrota. Pronto las deudas empezaron a asfixiar al emperador y los prestamistas comenzaron a solicitar que se les devolviera el dinero. Para evitar pagar, Vitelio recurrió a métodos expeditivos: mandó torturar y asesinar a todo aquel que se atreviera a demandar una deuda contra él. Para eliminar los que él consideraba rivales, los invitaba a cenar con la promesa de ofrecerles algún cargo y luego los hacía matar. En el colmo de su crueldad, ordenó asesinar a todos aquellos que se llamasen como él o su heredero. No obstante, no todo fueron sombras durante su reinado: acabó con la corrupción imperante a la hora de asignar los altos cargos administrativos, y los abrió a los equites.

En una sociedad tan supersticiosa como la romana, el que Vitelio hubiese sido nombrado Pontífice Máximo en la misma fecha que el desastre de Alia no era un signo de buen augurio. Y en efecto, un problema se avecinaba, pues existía una parte del ejército que aún no había dicho su última palabra: las legiones de Oriente. Estas tropas se encontraban por entonces en Judea aplastando la gran rebelión judía, y en vista de la situación aclamaron a su comandante Tito Flavio Vespasiano como nuevo Emperador. Rápidamente, el gobernador de Siria Murciano apoyó la elección, y las tropas de Oriente marcharon sobre Roma. La guerra contra los judíos quedó al mando de su hijo Tito, que años después le sucedería en el trono.

Vespasiano pone fin a la locura

Vespasiano se había distinguido como general en Britania y Germania bajo el mando de Claudio. Tenía fama de hombre justo que aspiraba a regenerar Roma. Sin embargo, en los últimos tiempos su sempiterna falta de tropas hacía que no pudiera conformarse con nada más que controlar a los díscolos judíos. Ahora, sin embargo, la situación se tornaba favorable. Con más tropas a su mando para aplastar la rebelión judía y con el apoyo que obtuvo inmediatamente de las legiones del Danubio (que era la tercera vez que cambiaban de bando), se sintió fuerte para aspirar él mismo al trono imperial.

Vespasiano se dirigió a Egipto, el gran granero del imperio. Lo hizo por dos razones complementarias, pues a la vez que se aseguraba el suministro de alimentos para él lo negaba a su rival. Las tropas que marcharon sobre Roma estaban al mando de su lugarteniente Marco Antonio Primo. Éste esperó la llegada de los refuerzos del Danubio y marchó hacia Italia. Vitelio, que viendo la situación estaba que no le llegaba la camisa (o la toga) al cuerpo, trató de salvarse nombrando a Vespasiano heredero, y viendo que la argucia no funcionaba, afirmó que había aceptado el trono contra su voluntad y que estaba dispuesto a abdicar en favor suyo.

Vespasiano
Nada de esto caló en la pétrea personalidad de Vespasiano. Los dos ejércitos volvieron a encontrarse en Bedriacum (donde 8 meses antes se habían enfrentado las tropas de Vitelio y Otón) y el ejército de Vespasiano obtuvo una rotunda victoria. Vitelio no se encontraba en la batalla por estar ocupado en un gran banquete en Roma, algo que da buena muestra de su carácter. Lo más curioso de todo es que esta segunda batalla de Bedriacum se decidió por un saludo. En efecto, las tropas de Vespasiano, al amanecer del segundo día de batalla (que hasta entonces transcurría igualada), hicieron su tradicional gesto de saludar al Sol. Las tropas de Vitelio, que desconocían esa costumbre, creyeron que saludaban la llegada de refuerzos desde el este, así que comenzó a cundir el pánico y empezaron a huir en desbandada. Una muestra más de la importancia de los pequeños gestos.

Detalle del Arco de Tito, donde se muestra la conquista de Jerusalén
Tras recibir la noticia de la derrota, Vitelio trató de ganar apoyos en la ciudad. Sobornó y prometió poder a todo aquel que creía que podría ayudarle. A la vez, y para ganar tiempo, mandó una embajada a Vespasiano acompañada de vírgenes vestales (figuras sagradas en Roma). Los emisarios volvieron con la noticia de que las tropas de Vespasiano estaban a las puertas de la ciudad. Pequeños grupos penetraron en Roma y lo primero que hicieron fue asesinar al hermano de Vitelio, que había sido nombrado comandante de los pretorianos. Después, se pusieron a cazar al propio Vitelio.

Éste, sabiéndose perdido, no pudo evitar la tentación de visitar el palacio por última vez antes de intentar huir. Allí fue localizado por los soldados de Vespasiano (escondido en la garita de un portero), sacado del edificio y ejecutado. Su cuerpo fue arrojado al río Tíber, mientras su cabeza era paseada por la ciudad clavada en una lanza. Era el 20 de diciembre del año 69, y Vitelio había reinado durante 8 meses y 5 días. Al día siguiente, Vespasiano fue reconocido por el Senado. En ese año 69 se habían sucedido cuatro emperadores uno tras otro, hasta que finalmente se impuso el más fuerte. Roma volvía a la tranquilidad con Vespasiano, fundador de una nueva dinastía: los Flavios.

Post Scriptum

Según cuenta Tácito, después de la muerte de Vitelio se sucedieron durante varios días saqueos, pillajes y violaciones por toda Roma. A pesar de las protestas de su lugarteniente Marco Antonio Primo, Vespasiano se negó a entrar en la ciudad con el grueso de sus tropas para volver a imponer el orden. Se dice que zanjó la cuestión con una frase de Terencio que se ha convertido en lapidaria:
Amantium irae amoris integratio est ("Las peleas de enamorados reavivan el amor")
Una muestra de que Vespasiano era tan cruel como sus antecesores, aunque otros quizá prefieran verlo como hijo de su tiempo. Un tiempo despiadado, donde había que acabar con los enemigos antes de que ellos acabaran contigo. De lo que no cabe duda es que fue uno de los mejores Emperadores romanos, y de que con él Roma volvió a ser algo parecido a lo que había sido con Augusto.
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Du Guesclin, el hombre feo que ayudó a su señor

Bertrand du Guesclin, conocido en España como Beltrán Duguesclín y Mosén Beltrán de Claquín, fue un general francés héroe de su país en la Guerra de los Cien Años. Sin embargo, también ha pasado a la historia española por un oscuro episodio ocurrido en Montiel en 1369: la muerte de Pedro I (llamado “el Cruel” por sus enemigos y “el Justiciero” por sus adeptos) a manos de su hermanastro Enrique II de Trastámara. Prototipo perfecto del aventurero francés que vivía de la guerra y la rapiña amparado en el caos provocado por la Guerra de los Cien Años entre franceses e ingleses, sus aventuras se siguen contando hoy en día a los niños del país vecino, siendo su fama en Francia comparable a la del Cid en España.
 
Muerte de Pedro I el Cruel
Autor de la conocida frase “ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi señor”, du Guesclin tuvo una vida que sólo puede calificarse de novelesca. De fealdad legendaria (hasta el punto de que él decía de sí mismo: “Yo soy muy feo para ganarme el afecto de las mujeres; pero en cambio sé hacerme temer por mis enemigos”), este soldado mercenario que llegó a ser Condestable de Francia creó una doctrina militar que le sobrevivió, aunque paradójicamente fuera menos aprovechada por los franceses que por sus enemigos ingleses. Esta es la historia de su vida.

Infancia y juventud

Bertrand du Guesclin nació entre 1314 y 1320 (no se sabe con exactitud) en Bretaña. Era el mayor de los seis hijos que tuvo Roberto II du Guesclin, señor de la Motte-Broons (un señorío bretón). De niño se distinguió por ser testarudo, caprichoso y pendenciero, y se contaba de él que siempre estaba dispuesto a reñir con cualquiera. Un cronista de la época lo definió como el niño más feo entre Rennes y Dinant, amigo de vagabundear con otros muchachos y al que nunca se le logró hacer aprender ni una sola letra. Su fuerza era enorme, manejaba las armas con destreza y era duro y violento. Con un carácter así, no es de extrañar que a los 16 años escapara de casa para probar fortuna en las guerras que se sucedían a su alrededor.

Retrato de du Guesclin
Pronto empezó a ganarse reputación de buen guerrero. En un torneo derribó a varios caballeros, lo que le valió mucha fama. La primera guerra en la que se vio envuelto fue la de sucesión del Ducado de Bretaña (1341-1364), entre las familias Monfort y Blois. En principio parecía un mero problema interno bretón (Bretaña no formaba por entonces parte del reino de Francia); sin embargo, este conflicto estaba enmarcado en la sangrienta Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, por lo que ambos bandos decidieron apoyar a distintos pretendientes. Los ingleses dieron su apoyo a Juan de Monfort y los franceses hicieron lo propio con Carlos de Blois.

A pesar de luchar por dinero, du Guesclin era un entusiasta defensor de su país, e inmediatamente empezó a luchar en el bando de los Blois. Su táctica era la guerra de guerrillas, atacando destacamentos aislados y convoyes de suministros al mando de unos pocos hombres. Este sistema era poco conocido por entonces en Francia, y sus éxitos hicieron que du Guesclin empezara a forjarse una sólida reputación de buen general. Al frente de las llamadas Compañías Blancas, hizo que el poderío militar inglés en aquella zona de Francia se viera seriamente debilitado. Lo más curioso es que dichas Compañías Blancas estaban mayoritariamente formadas por bretones e ingleses que luchaban por dinero y no por intereses patrióticos, y que eran tan capaces de combatir en batalla como de asaltar una granja para procurarse suministros.

Inscripción que recuerda el combate entre du Guesclin y Cantorbery
Particularmente conocido es el episodio que se desarrolló en Rennes. Estaba esta ciudad sitiada por los ingleses al mando del Duque de Lancaster, y du Guesclin, en pleno día y al mando de sólo 100 hombres, asaltó el campamento inglés, incendió las tiendas y se apoderó de un convoy de 200 carros. Poco después mató en singular combate a un caballero inglés, famoso entre los suyos por su fuerza y destreza, que se atrevió a retarlo. Los ingleses terminaron levantando el sitio a la ciudad en 1357, tras fracasar en todas sus tentativas de tomar la plaza por asalto. Igualmente, en Dinan, venció en singular combate al caballero inglés Tomás de Cantorbery, que se atrevió a retarlo (una inscripción en una piedra marca aún el lugar de tal acontecimiento). Ese mismo año fue nombrado caballero.

Al servicio del Rey de Francia

A pesar de los éxitos de du Guesclin en Bretaña, la guerra distaba mucho de ir bien para los intereses franceses. Las sucesivas derrotas en Crécy en 1346 y Poitiers en 1356 (donde fueron capturados el rey Francés Juan II El Bueno y su heredero) habían dejado a los franceses en una posición muy débil. Por el Tratado de Bretigny de 1.360, Francia cedía numerosos territorios a Inglaterra (entre los que se encontraba Aquitania) a cambio de la liberación del Rey. Su sucesor, Carlos V, se dedicó a una amplia tarea de reconstrucción entorpecida por las numerosas incursiones inglesas, que arrasaban gran parte del territorio desde sus bases aquitanas y bretonas. El nuevo rey decide nombrar Condestable de Francia a du Guesclin y le confía el mando de sus tropas, que obtienen una importante victoria en Cocherel en 1364 contra el ejército navarro de Carlos El Malo, que se había lanzado a la invasión de Bretaña apoyado por tropas inglesas. Esta victoria permitió a Carlos V llegar a Reims y ser coronado Rey de Francia.

Carlos V de Francia
Ese mismo año las tropas francesas son derrotadas en Auray a manos de los ingleses y el propio du Guesclin es capturado. Su rescate se fijó en 100.000 ducados, cantidad exorbitante para la época (hay que tener en cuenta que el rescate del rey Juan II y de su heredero fue fijado en 3.000.000 de ducados). Sin embargo, los franceses no dudan en pagarlo y du Guesclin vuelve a estar a las órdenes del rey Carlos V. Éste le encomienda entonces reunir a sus Compañías Blancas (que después del Tratado de Bretigny antes mencionado estaban sin ocupación y se encontraban en Chalons, dedicándose a saquear todo cuanto encontraban a su paso) y ponerse al servicio de Enrique de Trastámara, que por aquel entonces libraba una guerra civil en Castilla contra su hermano, el rey Pedro I.

Du Guesclin en España

Castilla se encontraba sumida en una guerra civil entre el rey Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara (ambos hijos de Alfonso XI, pero de madre distinta). El desencadenante fue la extrema dureza del rey librándose de los que él consideraba sus rivales, entre los que se encontraban los hijos que su padre había tenido con su amante, Leonor de Guzmán. Uno de esos hijos era Enrique, que viendo asesinados a sus hermanos, se alzó en armas contra el rey. Cada bando trató de conseguir la ayuda de algunas potencias europeas. Así, Pedro I obtuvo el apoyo de Navarra e Inglaterra, que envió tropas al mando del Príncipe de Gales (conocido como el Príncipe Negro), mientras Enrique consiguió el apoyo de Aragón y que Francia le enviara las Compañías Blancas para engrosar su ejército. El apoyo de Francia e Inglaterra no era gratuito, pues además de exigir que cada rival castellano pagara los gastos de las tropas que les prestaban, contaban con atraerse para sí mismos el apoyo de la por entonces poderosa flota castellana.

Enrique de Trastámara
Du Guesclin pasó a España en 1365, no sin antes haber saqueado la sede papal de Avignon (el Papa se avino a pagar parte del coste de las tropas a cambio de que se fueran). En Barcelona fue recibido por el rey aragonés Pedro IV el Ceremonioso, que le nombró conde de Borja. Después, se unió a las tropas de Enrique, que gracias a ellas tuvo una campaña triunfal siendo proclamado rey en Calahorra y coronado en Valladolid (1366). Seguro de su victoria, Enrique licenció a las Compañías Blancas, quedando sólo du Guesclin con él al mando de un reducido grupo de bretones.

Pedro I el Cruel
Sin embargo, Pedro I estaba muy lejos de haber sido derrotado definitivamente. Junto al Príncipe Negro entró en España por Navarra y obtuvo una importante victoria en Nájera (10 de abril de 1367). Enrique se salvó por muy poco de ser capturado; sin embargo, du Guesclin no tuvo tanta suerte y fue hecho prisionero por las tropas inglesas. Una curiosidad de este cautiverio fue que a du Guesclin le pareció insultante la exigua cantidad que se pedía por su rescate, por lo que él mismo fijó el precio. A pesar de que la cantidad era muy alta, Francia la pagó y du Guesclin volvió al ejército de Enrique, que se había refugiado en Francia.

El Príncipe Negro
No obstante, la guerra dio un brusco giro cuando el Príncipe Negro, harto de los incumplimientos en el pago a sus tropas por parte de Pedro I, abandonó en agosto España y volvió a Francia. Pedro se vio nuevamente solo, con la única ayuda del Rey de Granada y en clara inferioridad frente a su rival. Enrique, enterado de la noticia, entró nuevamente en la península junto a du Guesclin. Conquistó gran parte del reino, pero no pudo derrotar completamente al rey, que se refugió en Andalucía ayudado por tropas que le envió el reino de Granada. Esta situación se mantuvo estacionaria hasta principios de 1369.

La muerte de Pedro I

El equilibrio se rompió cuando Enrique puso sitio a la ciudad de Toledo. El rey Pedro, consciente de la importancia de la plaza, se puso en camino para socorrer a la ciudad. Sin esperar el contingente de 1.500 jinetes moros del Reino de Granada, guarneció la fortaleza de Carmona y partió hacia Alcántara, donde esperaba reunirse con tropas de refuerzo procedentes del norte. Sin embargo, Enrique no se mantuvo ocioso y evolucionó con su ejército rápidamente, sorprendiendo a Pedro en Montiel con sus tropas dispersas y sin estar preparado para el combate. La subsiguiente batalla (14 de marzo de 1369) fue una rotunda victoria del bando de Enrique, y Pedro I tuvo que refugiarse en el castillo de Montiel, llamado castillo de la Estrella.

Castillo de la Estrella, en Montiel
El castillo, a pesar de disponer de varios cañones, no estaba preparado para un largo asedio y el rey lo sabía. Pedro, a través de su fiel Men Rodríguez de Sanabria, trató de sobornar a du Guesclin para que se pasase a su bando y le facilitase la huida. Sin embargo, el francés rechazó la oferta y comunicó el intento a Enrique, que se apresuró a igualar la suma si atraía a Pedro a una trampa. Du Guesclin accedió y comunicó a Pedro que podría huir. Con engaños, en la noche del 22 al 23 de marzo lo atrajo a una tienda donde le estaba esperado Enrique. A partir de aquí, la historia y la leyenda se confunden.

Parece ser que Pedro fue apresado por los capitanes mercenarios. Presentándose Enrique en la tienda, se produjo el siguiente diálogo (con perdón):

“- ¿Dónde está ese judío hideputa?" – dijo Enrique.

- ¡El hideputa seréis vos, pues yo soy hijo legítimo del buen rey Alfonso!" - respondió inmediatamente Pedro.

Ambos hermanos empezaron a pelear armados de sus puñales. Pedro, mucho más grande y fuerte que su rival, pronto obtuvo ventaja y se situó encima de Enrique dispuesto a apuñalarlo. Fue en ese momento cuando, según cuentan las crónicas, du Guesclin agarró a Pedro por una pierna y le hizo perder el equilibrio. Este hecho fue aprovechado por Enrique para ponerse sobre él y clavarle su puñal en el corazón.

Muerte de Pedro I, según un grabado del S. XVIII
La ayuda que du Guesclin prestó al nuevo rey le supuso al francés los títulos de Condestable de Castilla, Duque de Molina y los señoríos de Soria, Atienza y Almazán. Sin embargo, su acción poco caballerosa le granjeó no pocas críticas, incluso dentro del bando del propio Enrique. Para defenderse de esas críticas, soltó su frase más famosa:

Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”.

En cualquier caso, en una Europa imbuida de principios caballerescos, esta acción supuso que Pedro cosechara las alabanzas que de otro modo no habría recibido. Por su parte, Enrique y du Guesclin recibieron duras críticas, pero a fin de cuentas su condición de vencedores les puso a salvo de las consecuencias de sus actos. Du Guesclin siguió combatiendo junto al ya rey Enrique II (conocido más adelante como el de las Mercedes) hasta que en 1370 volvió a su país para ponerse nuevamente a las órdenes de Carlos V de Francia, llevándose a sus mercenarios. Su aventura en España había finalizado, no sin antes ayudar a instaurar en España una dinastía que gobernó hasta principios del siglo XVI.

Regreso a Francia

Tras su retorno a Francia, du Guesclin recibió de manos del rey Carlos V el título de Condestable de Francia, algo así como jefe de los ejércitos del rey. Inmediatamente comenzó una nueva serie de campañas contra los ingleses, a los que fue expulsando paulatinamente del país. No obstante, no todo fueron parabienes para du Guesclin, ya que el hecho de que luchara a favor del rey de Francia en contra de los intereses bretones hizo que en su propia tierra fuera tratado de traidor y abandonado por sus parientes y amigos. El propio du Guesclin censuraba la actitud del rey con respecto a su tierra, pero obedecía órdenes como buen y disciplinado soldado que era.

Nombramiento de du Guesclin como Condestable de Francia
La desaprobación de du Guesclin a la política del monarca hizo que éste sospechara de él, lo que conllevó que du Guesclin renunciara a su dignidad de Condestable y se preparara para volver a España y ponerse al servicio de Enrique II. En el camino se paró en el castillo de Randan, que estaba siendo sitiado por los franceses, y tomó el mando del asedio. Se cuenta que el gobernador inglés de la fortaleza prometió rendirla en un día determinado si para entonces no le habían llegado refuerzos, pero du Guesclin murió varios días antes del plazo fijado a causa de la disentería. A pesar de todo, en la fecha señalada el gobernador inglés se presentó en el campo francés con toda su guarnición y depositó las llaves del castillo sobre el féretro de du Guesclin. Según las crónicas, sus últimas palabras fueron: “Nunca olvides, dondequiera que hagas la guerra, que el clero, las mujeres, los niños y los pobres no son tus enemigos”. Era el 13 de julio de 1380.

Estatua de du Guesclin en Dinant
Moría así un gran general, al que la mayoría de las representaciones lo muestran con una espada aunque él prefería llevar una gran hacha en batalla, que revolucionó la guerra en Francia y que fue sumamente incomprendido en Bretaña, su tierra natal, hasta el punto de que los nacionalistas bretones le han considerado siempre un traidor por atacar la región al mando de las tropas de Francia, de la que finalmente Bretaña pasó a formar parte. No obstante, este héroe nacional francés tiene en su país una fama y reputación comparable a la que El Cid tiene en España, y durante mucho tiempo fue objeto de leyendas y cantares populares.

Muerte de du Guesclin
La importancia de la doctrina militar de du Guesclin, basada en una táctica de “tierra quemada” para hacer inviable la presencia de tropas extranjeras invasoras y luego hostigarlas con grupos pequeños, profesionales y altamente móviles, fue paradójicamente mejor aprovechada por sus enemigos ingleses que por sus compatriotas. La prueba está en que en la batalla de Agincourt de 1415, los franceses prefirieron un ejército pesadamente armado en batalla abierta frente a las tropas ligeras y móviles inglesas, lo que a la postre significó la estrepitosa derrota francesa.
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