Sin duda alguna, la guerra es algo muy serio. Posiblemente
sea el asunto más serio al que los hombres pueden enfrentarse. La guerra
siempre va acompañada de muerte y destrucción, y en no pocas ocasiones los
inocentes han pagado el precio de conflictos que poco tenían que ver con ellos
y que les fueron impuestos a la fuerza. Nada parece ser divertido en la guerra,
una situación en la que el miedo y el horror están demasiado presentes como
para ponernos a hacer chistes.
Gila, en su famoso sketch sobre la guerra |
El nudo gordiano
La historia de este nudo comienza en Frigia (actualmente
Anatolia, en Turquía). La leyenda cuenta que sus habitantes necesitaban elegir
un nuevo rey, así que consultaron el oráculo. Éste les dijo que el elegido para
el trono llegaría por la Puerta del Este sentado en un carro, y que un cuervo
se posaría sobre él. El primer hombre que cumplía todos estos requisitos
resultó ser un campesino llamado Gordias, cuyas únicas riquezas eran su carro y
los bueyes que de él tiraban. Los habitantes de Frigia hicieron caso al oráculo
y eligieron a Gordias como su nuevo rey.
Alejandro cortando el nudo gordiano |
Una de las medidas de su gobierno fue fundar la ciudad de
Gordion, en la que se estableció. Allí construyó un templo dedicado a Zeus, y
en agradecimiento a haber sido elegido rey, le ofreció su carro atando a él su
yugo y su lanza con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior. El nudo
era tan complicado que nadie podía desatarlo (a lo que ayudaba el hecho de que
no hubiera cabos visibles), y empezó a circular la leyenda de que aquél que
consiguiera hacerlo se convertiría en señor de toda Asia.
Muchos años más tarde (en el 333 a.C.), Alejandro Magno pasó
por Gordion en su camino para enfrentarse al Imperio Persa. Allí se le presentó
el problema de desatar el que ya era conocido como “nudo gordiano”. El
macedonio, tras pasarse un rato mirándolo, sacó su espada y lo cortó de un tajo
a la vez que pronunciaba la frase “Tanto
monta desatarlo como cortarlo” (que significa “Da lo mismo cortarlo que desatarlo”). Se cuenta que aquella noche
se desató (nunca mejor dicho) una gran tormenta de rayos y truenos, lo que se
interpretó como que Zeus aprobaba la manera de proceder de Alejandro.
Escudo de los Reyes Católicos |
Como curiosidad final, decir que Fernando el Católico tomó como
lema la frase que Alejandro pronunció mientras cortaba el nudo, acortándola a “Tanto monta”. Con esto, el monarca daba
a entender que lo importante era conseguir el objetivo sin importar el método
utilizado para ello, idea que sería posteriormente plasmada por Maquiavelo en
su famosa frase “El fin justifica los
medios”. Este lema se insertó en su escudo junto a un yugo y a unas flechas
desatadas (ignoro el porqué de las flechas, puesto que al carro de Gordias iba
atada una lanza). Un lema que constituye sin duda toda una declaración de intenciones.
Los antitanques de
la Antigüedad
Nada había más terrorífico en una batalla del mundo antiguo
que las unidades de elefantes. Dotados de una armadura natural (no en vano,
paquidermo significa “piel gruesa”),
estos animales estaban equipados además con corazas de cuero y metal que los
hacían prácticamente invulnerables a las flechas y venablos, a no ser que
fueran incendiarios. Su simple presencia a menudo desmoralizaba a las tropas
enemigas y hacía cundir el pánico entre las unidades que se les enfrentaban.
Eran los auténticos tanques del mundo antiguo.
Elefantes de Pirro en Beneventum |
Sin embargo, estos animales presentaban un grave
inconveniente: si se asustaban y se desbandaban, no hacían distinción entre
amigos y enemigos. Con frecuencia, una estampida de estas bestias pisoteaba a
sus propias tropas y desbarataba sus filas, con lo que quedaban expuestas a la
acción de las tropas enemigas. De hecho, los jinetes de elefantes estaban
equipados con una estaca puntiaguda para clavarla a martillazos en la nuca del
animal llegado el caso. Con buen criterio, los generales preferían matar a los
elefantes antes de que aplastaran a sus propios soldados. Por tanto, la clave para
enfrentarse a estos animales estaba en asustarlos hasta hacerles perder el
control. Y no hay nada que asuste más a los elefantes que los chillidos
estridentes (de ahí la creencia de que temen a los ratones). Esto hizo que se
desarrollara un ruidoso antídoto contra estos paquidermos: los cerdos.
El primer caso en el que se utilizaron los cerdos para
combatir a los elefantes lo encontramos en el año 275 a.C., durante la Batalla
de Beneventum que enfrentó a Pirro de Épiro contra las tropas de una naciente
República Romana. Los romanos untaron a una piara de estos animales con pez
líquida en la espalda y les prendieron fuego, lanzándolos contra los elefantes.
Los chillidos de los cerdos asustaron a los paquidermos y se desbandaron presos
del pánico, causando innumerables destrozos y facilitando la victoria romana.
El hecho fue recogido por Plinio el Viejo en su “Historia Natural”. El segundo caso se dio en el año 266 a.C.
durante el asedio de la ciudad griega de Megara. El atacante, el rey macedonio
Antígono II Gonatas decidió utilizar los elefantes para debilitar las defensas
de la ciudad. Los sitiados hicieron lo mismo que los romanos nueve años antes:
prendieron fuego a un grupo de cerdos, abrieron las puertas y los lanzaron
contra los elefantes, que se dieron a la fuga pisoteando a una parte del
ejército macedonio. El episodio está recogido por Polieno en su libro “Estratagemas”.
Cerdos incendiarios contra elefantes |
No obstante, esta arma anti-elefantes también presentaba
algunos problemas. El primero es que los cerdos ardiendo se dispersaban en
todas direcciones, lo que hacía que a menudo se volvieran contra sus propias
filas. El segundo es que la vida de un cerdo en llamas es corta (unos 100
metros de carrera, más o menos), por lo que sólo podían usarse cuando los
elefantes estaban prácticamente encima. Estos inconvenientes se soslayaron (más
que nada por necesidad) en el año 544 durante el asedio de la ciudad bizantina
de Edesa por parte del rey persa Cosroes I. Los elefantes persas atacaron las
murallas de la ciudad, y el comandante defensor decidió repetir la estrategia
de los romanos contra Pirro y de Megara contra los macedonios; pero había un
inconveniente: sólo contaba con un cerdo. Así que ataron al animal cabeza abajo
y lo descolgaron por la muralla. Los chillidos del gorrino (algo molesto con la postura) eran tan estridentes
que los elefantes huyeron llevándose por delante a cuanto persa encontraron por
el camino. Una posterior salida de los bizantinos terminó de derrotar a los atacantes.
Este acontecimiento lo recoge Procopio de Cesarea en “De Bellis”.
Así que ya saben: si los elefantes fueron los primeros tanques, la primera arma antitanque de la Historia
fueron los cerdos.
Las leales mujeres de Weinsberg
Las leales mujeres de Weinsberg
Uno de los conflictos que durante toda la Edad Media sobrevoló
Europa fue el que enfrentó a los güelfos y a los gibelinos. Cada bando apoyaba
a un pretendiente distinto al trono del Sacro Imperio Romano-Germánico; además,
en Italia tuvo resonancias más profundas, pues los güelfos apoyaban al Papa en su
larga lucha contra el Emperador, apoyado por los gibelinos. Sin entrar en detalles, hay un episodio poco conocido que merece ser recordado: el protagonizado por las mujeres de la ciudad alemana de Weinberg.
En los albores del conflicto, el Emperador Conrado III puso
sitio a la ciudad de Weinberg. Tan numantina fue la resistencia de la población, que las tropas
imperiales tuvieron que desviar el curso de un río e impedir que los pájaros
pasaran por la ciudad para forzar la rendición por hambre de la plaza. Y tan
furioso estaba Conrado con la resistencia de Weinberg, que juró matar a todos
los habitantes y saquear la ciudad. La ira de Conrado era lógica, pues no eran tiempos para tener un ejército entretenido ante una población mientras los rivales campaban a sus anchas por el resto del territorio.
Conrado III y las leales mujeres de Weinberg |
El 21 de diciembre de 1140, la ciudad finalmente capituló
pidiendo a Conrado benevolencia. El Emperador prometió perdonar a las mujeres,
que podrían salir de la ciudad con todo lo que pudieran cargar en sus hombros,
pero se mantuvo firme en el castigo a los hombres, a los que pretendía encerrar
después de que los soldados saquearan la ciudad. La sorpresa del Emperador fue mayúscula cuando, a la mañana
siguiente, las mujeres salieron de Weinberg con los hombres cargados a sus hombros; cada una llevaba a su espalda a su marido, sus hijos o su padre. Conrado, atado a la
palabra dada, tuvo que permitir que se marcharan y perdonó a la ciudad, que
finalmente no fue saqueada. La historia se recoge en los Annales de Paderborg, contemporánea de los hechos, bajo el título de "Las leales mujeres de Weinberg".
Vencerá el que la
tenga más grande
Durante los primeros años del Renacimiento italiano, los
distintos territorios que componían la Península Itálica estaban enfrascados en
constantes guerras entre sí. Una de estas guerras enfrentó a la ciudad de
Florencia contra la República de Venecia por el control del comercio. Sin
embargo, los contendientes pronto empezaron a cansarse de batallar entre ellos,
así que empezaron a negociar los términos de la paz. Después de mucho hablar,
se llegó a uno de los acuerdos más extraños de todos los tiempos: ganaría
aquella ciudad que poseyera, en el promedio de sus habitantes, el pene más
largo.
Retrato de Poggio Bracciolini |
Uno de los miembros (nunca mejor dicho) de la delegación
florentina, el pensador Poggio Bracciolini, se levantó y dijo que sin duda los
triunfadores serían los venecianos. Ante el atónito silencio que le rodeó,
Bracciolini continuó sin inmutarse:
“Es evidente, que son los mejores dotados, puesto que su miembro viril posee tal longitud que llega a cubrir enormes distancias. ¿Cómo se explica de otra manera que, cuando pasan varios años a cientos de millas de su hogar a causa de sus viajes, encuentren a su retorno que son padres de varias criaturas?”
Ni que decir tiene que los ofendidos venecianos continuaron
con la guerra.
Las moscas que pican
y el Himno español
La Guerra de los Siete Años (1756-1763) puede considerarse
la primera guerra a escala mundial de la Historia. En ella se enfrentaron las
principales potencias europeas entre sí, involucrando a sus colonias americanas
y asiáticas. Hubo enfrentamientos en tres continentes, y terminó con el Tratado
de París de 1763. Uno de los contendientes fue el Reino de Prusia, comandado
por Federico II El Grande.
Tropas prusianas |
Un día, los austriacos lanzaron un terrible ataque que
desbarató por completo las filas prusianas lideradas por el propio rey. Las
balas silbaban con tanta insistencia en torno al monarca que uno de sus generales,
Serbelloni, intentó calmarlo diciéndole: “Tranquilo
señor, sólo son moscas”. La respuesta de Federico ha pasado a la Historia:
“Sí, pero éstas son de las que pican”
Y hablando de Federico el Grande, no podemos dejar pasar la
siguiente anécdota. Los ejércitos de Prusia habían obtenido unos éxitos tan
enormes y rápidos que todas las cortes europeas enviaron embajadas a Prusia
para descubrir el secreto de su efectividad. Cuando el representante español,
Juan Martín Álvarez de Sotomayor, se entrevistó con Federico, éste no pudo
ocultar la sorpresa de que fueran precisamente los españoles los que le
preguntaran, pues gran parte de las innovaciones que había introducido se
debían a una obra nuestra: “Reflexiones
Militares”, del Marqués de Santa Cruz del Marcenado, cuyos once tomos
estaban bien visibles en el despacho del monarca.
Federico II El Grande |
El representante español, avergonzado, tuvo que admitir que
en España casi nadie conocía esa obra. Cuentan que el rey prusiano vio tan
azorado a Álvarez de Sotomayor, que para compensarle y que no se fuera con las
manos vacías, cedió al rey de España una marcha de granaderos. Esta marcha (que
algunas fuentes atribuyen a la pluma del propio Federico), con el tiempo se
convirtió en el actual Himno de España.
La no-batalla de la
Isla de Guam
Al estallar la Guerra entre España y Estados Unidos en 1898,
el crucero estadounidense USS Charleston,
al mando del capitán Henry Glass, recibió la orden de dirigirse a la Isla de
Guam y conquistarla. El 20 de junio arribó a la isla y dio orden de disparar
contra ella con tres de sus baterías, con tan mala puntería que los proyectiles
pasaron por encima de la isla sin hacer blanco. Estaban corrigiendo el tiro
cuando vieron acercarse al barco una lancha con una delegación española formada
por el oficial al mando del puerto, un médico y un intérprete. Cuando esta
delegación subió a bordo del Charleston,
dieron la bienvenida al crucero y se disculparon por no haber respondido a sus
salvas de saludo, pues los cuatro cañones de que disponían eran de hierro
fundido y hacía más de un siglo que no se disparaban, por lo que eran inseguros
hasta para disparar salvas.
USS Charleston |
Y es que por aquel entonces las comunicaciones no estaban
demasiado desarrolladas, así que el último cable recibido en la isla procedente
del Gobierno español era del 14 de abril (un mes antes de estallar el
conflicto) y en él se manifestaba la posibilidad de un acercamiento diplomático
para evitar las hostilidades. De modo que nadie en Guam sabía que había una
guerra. La primera reacción de los americanos fue echarse a reír. La segunda,
fue enviar de vuelta a los delegados con la orden de que debían rendirse antes
de las 10 de la mañana del día siguiente.
Al día siguiente, en efecto, el gobernador de Guam, Juan
Marina, se rendía ante el capitán del Charleston
no sin antes hacer constar lo siguiente:
“Sin defensas de ninguna clase, ni elementos que oponer con probabilidad de éxito a los que usted trae, me veo en la triste decisión de rendirme, bien que protestando por el acto de fuerza que conmigo se verifica y la forma en que se ha hecho, pues no tengo noticia de mi Gobierno de haberse declarado la guerra entre nuestras dos naciones”
Las tropas estadounidenses desarmaron a los escasos y mal
equipados militares españoles, que fueron embarcados a bordo del barco Ciudad de Sidney como prisioneros de
guerra, y la bandera de las barras y las estrellas ondeó en la isla. Los barcos
norteamericanos, sin la dotación suficiente como para dejar una guarnición en
Guam, partieron rumbo a Manila.
Posesiones españolas en el Pacífico |
No obstante, y en un nuevo giro de incompetencia militar, hay
que decir que Glass había cumplido al pie de la letra las órdenes que recibió
(rendir la Isla de Guam) sin que nadie cayera en la cuenta de que esta isla era
la capital de la demarcación de las Islas Marianas, con lo que el resto del
archipiélago (que no se rindió) siguió formando parte de la soberanía española.
Este hecho permitió que España pudiera vender en 1899 las Marianas (a
excepción de Guam) a Alemania por 25 millones de pesetas de las de entonces,
con evidentes consecuencias en las guerras que enfrentaron a alemanes y
norteamericanos en el siglo siguiente.
Y no quisiera terminar sin contar que los funcionarios
españoles de la isla, que a diferencia de los militares no habían sido hechos
prisioneros, volvieron a hacer ondear la bandera española en cuanto el Charleston se perdió en el horizonte.
La rendición en una
moneda
El 16 de diciembre de 1944, el infierno se desató en las
Ardenas. Los alemanes, viendo que la guerra en el oeste se estaba perdiendo,
lanzaron una gran ofensiva contra las tropas aliadas a través de esa región a
caballo entre Bélgica, Holanda y Luxemburgo. El éxito inicial alemán se vio
favorecido por el hecho de que nadie esperaba que por allí se lanzara ningún
ataque, dado que las condiciones meteorológicas (un intenso frío, nieve y
nieblas espesas) y del terreno (densos bosques y colinas) no favorecían una
ofensiva con blindados. Así pues, como un ataque por allí era inconcebible para
los mandos aliados, la región de las Ardenas se había convertido en una especie
de destino de descanso de las unidades más castigadas en los seis meses de
combates anteriores.
Soldados alemanes en las Ardenas |
La llamada “Batalla de
las Ardenas” se saldó finalmente con la victoria aliada, después de
recuperarse de la sorpresa inicial y lograr recomponer sus tropas. En el curso
de los duros combates que se produjeron, muchas unidades de ambos bandos se
vieron aisladas y sin comunicación con sus superiores. La mayoría de ellas optó
por atrincherarse y combatir al enemigo esperando la llegada de los suyos o
morir en el intento.
No fue este el caso de un pelotón estadounidense, que al
mando de un sargento, decidieron ponerse en marcha y avanzar en busca del
grueso de su ejército. Después de andar durante varios días por los bosques,
desorientados por la niebla, helados de frío, sin apenas comida y con la moral
bajo mínimos, tomaron la determinación de rendirse a la primera unidad alemana
que vieran. Poco después divisaron una patrulla de la Wehrmacht (las fuerzas
armadas de Alemania), y tal como habían decidido, tiraron las armas y levantaron
los brazos.
Batalla de las Ardenas |
La sorpresa de todos fue mayúscula cuando vieron que los
alemanes ¡hacían lo mismo! Al parecer, se trataba de una patrulla germana que
estaba en la misma situación que los norteamericanos y habían tomado idéntica
decisión. Así pues, los unos se rindieron a los otros y los otros a los unos.
Naturalmente, eso no podía ser; sólo una de las patrullas podía rendirse, así
que tuvieron que decidir cuál de ellas lo haría. Y no se les ocurrió mejor
manera de hacerlo que… a cara o cruz.
Ganaron los estadounidenses, que hicieron prisioneros a los
alemanes. Poco después, los norteamericanos fueron localizados y lograron
contactar con sus tropas. Los mandos aliados felicitaron al sargento y su
pelotón por la captura de los prisioneros. Y todo porque tuvieron la suerte de
que la moneda cayera de su lado.
Para acabar
No, las guerras no son graciosas ni divertidas. Pero a lo
largo de los siglos, unas extrañas combinaciones de suerte, incompetencia y
testarudez han dado lugar a episodios que, al conocerlos, no tenemos más
remedio que reírnos. Algo así como el sketch del programa de los Monty Pithon’s
“El chiste más gracioso del mundo”,
ambientado en la Segunda Guerra Mundial, y que animo a todos los lectores que
lo lean (hay un resumen muy bueno en la Wikipedia).
Espero que las historias que les he contado aquí les hayan
servido para pasar un buen rato. Puede que haya un segundo artículo sobre el
mismo tema próximamente (las situaciones absurdas en las guerras se cuentan por
centenares). Pero nunca lo olviden: la guerra nunca será graciosa.
Hola, Juan Manuel
ResponderEliminarLas Flechas (F) y el Yugo (Ysabel) serían las iniciales de los Reyes Católicos. Por eso aparecen en su escudo, nada que ver con Gordias.
Me encantan tus artículos. Es un trabajo estupendo
Gracias. En efecto, forman sus iniciales y esa fue la principal razón de que se pusieran. Pero también hacían referencia al nudo gordiano y a la figura mítica de Alejandro
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