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Desmontando bulos (IV): de un rey sucio y un mal estudiante

Continuamos con nuestra incansable labor de desmontar bulos históricos, y en esta ocasión traemos a la palestra dos de los más extendidos. Uno de ellos es el que cuenta la poca higiene que tenía el rey francés Luis XIV, del que se afirma insistentemente en foros de Historia y hasta en algún libro “serio” que sólo se bañó dos veces en toda su vida, y ambas por prescripción facultativa. El otro es la archiconocida afirmación de que Einstein era un mal estudiante y sacaba malas notas en el colegio. Como veremos, ambas afirmaciones son falsas: Luis XIV era una persona de lo más limpia y Einstein no sólo aprobaba, sino que incluso era un estudiante brillante.


El rey que no se bañaba

Luis XIV es la personificación del rey con un fuerte poder. Prototipo de la Monarquía Absoluta, su reinado supuso el establecimiento de Francia como potencia dominante en Europa (en detrimento de España), las colonias francesas en el exterior se multiplicaron (tomando posesión, por ejemplo, de la actual Luisiana) y limitó enormemente el poder del clero y la nobleza en su propio beneficio. Su voluntad se convirtió en ley, y no en vano fue llamado “vicediós” por el obispo Godeau. A pesar de que al final de su largo reinado (72 años, el más largo de la Historia europea) Francia había entrado en declive, su legado en el país fue inmenso. No obstante, y según una afirmación que a veces circula por las redes sociales, tenía un grave defecto: no era demasiado limpio.

Luis XIV
La afirmación en cuestión es rotunda. Basándose en los escritos de su médico de cámara Vallot, el monarca francés “sólo se bañó dos veces en su vida, y ambas por prescripción facultativa”. Dicha frase se encuentra recogida en “Le Journal de la santé de Louis XIV” (El diario de la salud de Luis XIV), un libro que detalla el día a día de las dolencias y tratamientos que el rey mostraba y recibía. Escrito entre los años 1647 y 1711, este escrito del ya citado A. Vallot, además de los otros médicos A. Daquin, y G.C. Fagon, constituye un inapreciable documento sobre las miserias que aquejaron al rey durante toda su vida. Lo malo es que esta afirmación es falsa, ya que se basa en una interpretación errónea de una frase escrita por el médico.

Le Journal de la Santé de Louis XIV
Y es que Vallot se refería a unos baños especiales que se le recetaron en dos ocasiones al rey como terapia contra algún achaque, no a los baños higiénicos normales. Dichos baños eran en agua muy fría y el monarca debía permanecer en la bañera durante dos horas, y además tenía que tomarlos dos veces al día. Así se desprende de un párrafo del libro citado anteriormente:

El séptimo día del mes de agosto, estando el rey bien preparado, comenzó los baños que le ordené para reafirmar su salud. Los ha continuado hasta el día 17, es decir que ha tomado 20 baños. Entraba por la mañana y hacia las 7 de la tarde. Permanecía dos horas de cada vez. El día 18 fue purgado con éxito

Como es natural, no era demasiado agradable estar quieto y sumergido en agua fría, aunque fuese por prescripción facultativa. De hecho, Luis XIV afirmaba que tales baños le producían vértigos y dolores de cabeza, por lo que se resistía a someterse a este tipo de tratamiento. Sin embargo, la verdad es que el rey francés era bastante limpio, y se bañaba de forma regular en un baño turco del Palacio de Versalles. Además, solía frotarse las manos con un paño mojado en vino, lo que constituía un excelente desinfectante, y (en contra de la creencia general) se cambiaba de ropa varias veces al día (un mínimo de tres veces, según varios testimonios).

Uno de los baños de Luis XIV
Ya de niño el monarca mostraba un gran placer en el baño, y numerosos testimonios dan fe de ello. Su criado La Porte relataba que saltaba de alegría cuando se reunía con su madre Ana de Austria para bañarse, y que incluso se enfadaba si se le prohibía por alguna razón. Bien es cierto que prefería hacerlo en el río o en algún canal, ya que era muy aficionado a nadar, incluso cuando hacía mal tiempo. Cuando no podía hacerlo por haber estado despachando asuntos de estado o cenando con algún cortesano importante, el monarca se bañaba en su cuarto de baño particular.

Jardines de Versalles
Y es que otra mentira histórica mil veces repetida es que el Palacio de Versalles era un lugar insalubre, que no contaba con cuartos de baño, y la gente iba haciendo sus cosas en el primer rincón que encontraban. En materia sanitaria, el Palacio estaba muy bien acondicionado y contaba con muchos cuartos de baño. Concretamente, el rey tenía uno con una bañera de mármol. Como al monarca le desagradaba el frío de la piedra, dicha bañera estaba recubierta con un paño. En este cuarto llegó a haber dos bañeras, ya que Luis XIV usaba una para enjabonarse y otra para aclararse. Dichas bañeras tenían dos grifos, uno de agua fría y otro de agua caliente (este último alimentado por agua procedente de un depósito especial). Como ya hemos mencionado antes, le gustaba también tomar un baño turco en otra habitación diseñada al efecto, con una gran bañera octogonal.

Jabones del siglo XVIII
El baño del rey era todo un ritual. Para empezar, al monarca le gustaba echar lavanda en el agua y usaba un jabón hecho a base de aceite de oliva. Una vez acabado el baño, un noble de alto rango se encargaba de secarlo (algo considerado un altísimo honor). El cabello se le secaba al fuego, y a menudo despachaba con sus ministros mientras tanto. Cuando el rey deseaba sólo bañarse los pies, unos criados llamados “Officiers de Fourriére” se encargaban de calentar agua y quemar aromas. De todo esto existen múltiples testimonios en documentos de la época, en donde se detallan cosas tales como la frecuencia con la que se llenaban los depósitos o inventarios de las toallas de baño.

Bañera octogonal de Luis XIV
¿De dónde viene entonces la afirmación de que Versalles era un lugar inmundo y sus habitantes unos guarros malolientes? Una combinación de factores ha contribuido  a esta mala imagen. En primer lugar Luis XV, bisnieto y sucesor de Luis XIV, ordenó derribar gran parte de los baños que existían en el palacio para sustituirlos por otras habitaciones o ampliar algunas ya existentes. En segundo lugar, el palacio no contaba con un sistema de alcantarillado sino que todas las aguas fecales se dirigían a fosas sépticas, que si bien se vaciaban regularmente, dejaban bastante mal olor en el ambiente. Y en tercer lugar, hay que decir que el excesivo uso de rapé contribuía al mal olor general, algo que intentaba disimularse con el uso masivo de perfumes.

Retrete de María Antonieta
En cuanto a un supuesto libro del año 1700 llamado “La Ética Galante”, que se cita con asiduidad como prueba de que en el Palacio de Versalles la gente iba haciéndose sus cosas en los pasillos, en las esquinas o en los jardines, y que dice que “es descortés saludar a alguien mientras esté orinando o defecando, y se ha de actuar como si no se le viese, disimulando las ventosidades tosiendo”, hemos de decir que no hemos sido capaces de encontrar un solo indicio que pruebe su existencia. Es más, algunos autores “serios” afirman que está escrito por Erasmo de Rotterdam, algo manifiestamente absurdo ya que el filósofo holandés falleció siglo y medio antes de la época de Luis XIV. Y es que no deben fiarse de lo que dicen algunas páginas de divulgación, que sólo se copian unas a otras y por tanto caen siempre en los mismos errores.

El Premio Nobel que suspendía en el colegio

Supongo que más de una vez todos hemos escuchado que Albert Einstein era un mal estudiante que suspendió las Matemáticas en el colegio. Puede que incluso el lector haya utilizado esta frase para justificar una mala nota ante sus padres. Incluso es posible que hayas leído que repitió curso en alguna ocasión, o que sus profesores no tenían demasiada buena opinión de sus capacidades y que uno de ellos llegó a afirmar que “este chico no llegará nunca a ningún sitio”. Pues bien, olvídate de todas estas afirmaciones, porque todo es mentira. Vayamos por partes.

Una de las más icónicas imágenes de Einstein
En primer lugar, la errónea idea de que Einstein repitió curso viene de que en 1895 realizó el examen de acceso al Instituto Politécnico Federal de Zurich, y lo suspendió. Parece ser que tal suspenso vino provocado porque dicho examen incluía una prueba de francés, que era un idioma que Einstein no dominaba. La razón de ello es que él y su familia se acababan de mudar a Suiza y no dominaba aún la lengua francesa. Así pues, se vio obligado a regresar a Secundaria, pero en ningún caso estaba repitiendo curso, sino que se preparaba de nuevo para el examen de ingreso.

Boletín de notas de Einstein
En segundo lugar, No es cierto que Einstein suspendiera o sacara malas notas en Matemáticas (ni en ninguna otra asignatura). Entre otras cosas porque no existía la asignatura de Matemáticas como tal, sino una serie de asignaturas relacionadas con ellas: Álgebra, Geometría y Geometría Descriptiva. La confusión viene de que al echarle un vistazo a su cuaderno de notas en su escuela Kantonsschule Baden se observa que la mejor calificación que sacaba era un 6. En cursos anteriores, las calificaciones eran de 1 o 2. Sin embargo, hay que decir que el sistema de notas que se seguía era dar al 1 la máxima calificación (y 6 la mínima), y que tiempo después se cambió al contrario, 6 como nota máxima y 1 como mínima, según el siguiente baremo:

6 = Muy bueno (sehr gut)
5 = Bueno (gut)
4 = Suficiente (genügend)
3 = Insuficiente (ungenügend)
2 = Malo (schlecht)
1 = Muy malo (sehr schlecht)

Si vemos el boletín de calificaciones de Einstein, observamos que sacó la máxima nota (un 6) en Física y en las asignaturas relacionadas con las Matemáticas, y un 5 en Química. Sus peores calificaciones fueron un 4 en Geografía y en las disciplinas relacionadas con el Dibujo (además del suspenso en Francés). Por tanto, olvidemos el mito de que Einstein era un mal estudiante.

Einstein en su época de estudiante
Por último, es cierto que algunos profesores no tenían buen concepto de Einstein como estudiante. Sin embargo, hay que decir que el sistema educativo de la época se basaba en la memorización, algo que Einstein odiaba (prefería deducir a memorizar). Asimismo, algunos se quejaban de que “reflexionaba demasiado” a la hora de responder una pregunta, y decían que era lento. Además, no acataba las órdenes con facilidad y no le gustaba practicar ningún deporte, por lo que tampoco era demasiado popular entre sus compañeros. La posteridad ha demostrado que los profesores del joven Einstein no estaban demasiado acertados.
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Las dos vidas del mariscal Ney

En un artículo anterior hablamos de la llegada a París desde Elba de Napoleón, dando comienzo al conocido como “Imperio de los 100 días”. Sin duda alguna, uno de los momentos más delicados (y a la vez más emocionantes) de toda la marcha sucedió en Auxerre cuando el Emperador y el mariscal Michel Ney, que había salido a capturarlo por orden de Luis XVIII, se fundieron en un abrazo. El paso de Ney y sus tropas al bando de Napoleón precipitó los acontecimientos posteriores, haciendo que el rey Borbón lo viera todo perdido y tomara la decisión de huir de París. Poco después, Napoleón recuperaba el trono.

El mariscal Michel Ney
La contribución de Ney no acabó aquí. En la subsiguiente guerra contra las potencias europeas comandó el ala izquierda del ejército francés y estuvo al mando, junto al propio Bonaparte, en la batalla de Waterloo. Tras la derrota francesa, Ney se entregó al restituido Luis XVIII, que lo condenó a muerte. Sin embargo, una leyenda empezó a surgir pocos años después de su fusilamiento: el mariscal Ney estaba vivo y residía en los Estados Unidos. Allí había llegado en 1819 un tal Peter Stewart Ney, de gran parecido físico con el mariscal. Y aunque estando sobrio negaba cualquier relación, cuando bebía confesaba ser el gran mariscal de Francia. Conozcamos en este artículo un poco más de esta curiosa leyenda.

De comerciante de licores a mariscal de Francia

Hijo de un tonelero, Michel Ney vino al mundo el 10 de enero de 1769 en la fronteriza región del Sarre. Su padre había sido militar, por lo que el joven Ney tuvo la oportunidad de conocer el modo de vida de un soldado a través de las historias que su progenitor le contaba. Un detalle importante es que hablaba perfectamente el alemán, ya que era la lengua de origen de su madre. Recibió su educación con los agustinos, pero desde niño comenzó a trabajar como aprendiz de un comerciante de licores del Sarre, y poco después como vendedor de una fundición. Sin embargo con 18 años, y contraviniendo los deseos de su padre, decidió alistarse en el ejército, concretamente en el 5º Regimiento de Húsares.

Carga de húsares
Ney empezó pronto a destacar. Además de ser un soldado valiente, generoso y querido por sus compañeros, demostró desde el primer momento una gran inteligencia. Estas cualidades hicieron que fuera nombrado teniente en 1792, capitán en 1794 y general de brigada en 1796, al destacarse en las guerras contra la Francia Revolucionaria. Sus compañeros empezaron a llamarle “el infatigable”, pero el mote que más arraigó fue “le rougeaud” (el rubicundo). Ney destacaba en todas las batallas en las que participaba. Recibió varias heridas, pero siempre se negaba a darse de baja. En 1799 se casó con Aglaé Auguié, una íntima amiga de Hortensia de Beauharnais, hija de la esposa de un prometedor general llamado Napoleón Bonaparte. Esta amistad influyó poderosamente en su carrera.

Hortensia de Beauharnais
Y es que poco después se produjo el golpe de Estado del 18 de brumario (9 de noviembre de 1799), que llevaría al general Bonaparte al poder. A través de Aglaé, Ney y Napoleón se conocieron y quedaron impresionados el uno del otro. Desde ese momento, a Ney se le empezaron a otorgar más y más responsabilidades, hasta que en 1804 recibió el bastón de mariscal. A partir de entonces destacaría en todas las campañas napoleónicas, recibiría el título de duque de Elchingen, y en agosto de 1808 fue enviado a España. Pero donde su estrella se haría más brillante sería en la campaña de Rusia, donde se ganó el respeto y la admiración de todos.

De Moscú a París

Al igual que en campañas anteriores, Ney se distinguió en Rusia, en especial en Borodinó. Tras esta batalla Napoleón le nombró Príncipe del Moscova. Las tropas francesas llegaron hasta Moscú, pero el incendio de la ciudad (provocado por los propios rusos) y las dificultades de abastecimiento hicieron que los franceses tomaran la decisión de retirarse. Ney fue puesto al mando de la retaguardia. Durante 40 días protegió la retirada del acoso de la caballería cosaca, logrando mantener unido al ejército a costa de miles de bajas. Pero sin duda su mayor hazaña la realizó en el río Berezina, donde junto a sólo 12 soldados logró retrasar el ataque ruso permitiendo que parte del ejército francés cruzara antes de que los ingenieros volaran los puentes.

Ney en el puente de Kovno
Napoleón desconocía si Ney había podido salvarse, por lo que cuando éste se presentó ante él pocas horas después informándole que había cruzado el puente justo antes de ser volado, y que por tanto era el último francés que se había retirado de Rusia, un emocionado emperador dijo:

Francia está llena de hombres valientes, pero ciertamente Ney es el más valiente de entre los valientes

Tras esta retirada y la posterior derrota en la “Batalla de las Naciones” de Leipzig, la suerte de Napoleón estaba echada. Los aliados invadieron Francia y París se rindió ante los prusianos. Los principales mariscales redactaron un manifiesto por el que pedían a Napoleón que abdicara, y Ney fue el encargado de entregárselo. Tras leerlo, Napoleón exclamó “¡Los soldados obedecerán a su Emperador!”, a lo que Ney replicó "Sire, los soldados obedecerán a sus generales”. Poco después el emperador abdicó y aceptó exiliarse a Elba. El 29 de abril de 1814 Ney se presentó ante el nuevo rey Luis XVIII, que le ratificó en todos sus títulos y le nombró Par de Francia. Sin embargo, Ney se sentía incómodo, pues los nobles franceses se burlaban a sus espaldas de su modesto origen.

Los 100 Días, Waterloo y el fusilamiento

Tras el desembarco de Napoleón en Francia el 1 de marzo de 1815 y su marcha hacia París, Ney fue convocado por Luis XVIII, que le encargó detener a Bonaparte a toda costa. Ney respondió: “Traeré a Napoleón en una jaula de hierro”. Sin embargo, tras recibir una carta de puño y letra del emperador en términos afectuosos, decidió pasarse a su bando, no sin antes advertirle que le abandonaría si tenía la menor tentación de convertirse en un tirano. Napoleón entró en París el 19 de marzo entre aclamaciones y lanzando mensajes de paz al resto de potencias europeas. A pesar de ello, se formó la Séptima Coalición contra Bonaparte antes incluso de que éste recuperara el trono. Todos los esfuerzos diplomáticos fracasaron y Francia se dispuso de nuevo para la guerra.

Carga en Waterloo
Ney recibió el mando del ala izquierda francesa. El 16 de junio de 1815 entabló combate contra los británicos en Quatre Bras, obligándoles a retirarse a Waterloo. Dos días después se produjo allí la célebre batalla del mismo nombre, en la que los británicos (ayudados por la llegada de los prusianos) derrotaron a los franceses. La actuación de Ney en esta batalla fue muy criticada, ya que lanzó 4 cargas de caballería consecutivas contra los cuadros ingleses sin haberlos debilitado previamente con la artillería. Sin embargo, y haciendo honor a su fama de valiente, Ney luchó en primera línea como un soldado más. Es significativo que, cuando vio todo perdido, lanzó una última carga contra los ingleses al grito de “¡Venid y ved cómo muere un Mariscal de Francia!”. Poco después fue capturado cuando, lleno de rabia e impotencia, golpeaba con su sable el lateral de un cañón inglés.

Fusilamiento de Ney
Tras la derrota, Ney fue procesado en un Consejo de Guerra y declarado culpable de traición. Condenado a muerte, en la lectura de la sentencia interrumpió al secretario judicial mientras leía los cargos diciéndole “Sí, sí. Pasad ese párrafo y decid sólo: Michel Ney, y pronto un poco de polvo”. El 7 de diciembre de 1815 fue llevado al muro trasero de los Jardines de Luxemburgo para ser fusilado. Se negó a vendarse los ojos y se le concedió el privilegio de dar la orden de disparar. Antes de dar dicha orden dijo “¡Soldados, rechazo ante Dios y ante la Patria el juicio que me condena! He luchado cien veces por Francia y nunca contra ella. Apelo ante los hombres, ante la posteridad, ante Dios. Apuntad directo al corazón. ¡Viva Francia!”. Moría así un bravo soldado, al que Víctor Hugo dedicó unas sentidas palabras en “Los Miserables”:

¡Ah, desdichado Ney! Tantas veces expuesto a balas enemigas, estabas destinado a balas francesas

Sin embargo, pronto surgió la leyenda de que en realidad no había muerto, sino que estaba en Estados Unidos bajo una nueva identidad. Comenzaba el mito de Peter Stewart Ney.

La leyenda de Peter Stewart Ney

En 1819 apareció un tal Peter Stewart Ney en Florence, Carolina del Sur. Su parecido físico con el mariscal Ney era sorprendente. Dominaba perfectamente el alemán (recordemos que el mariscal también, ya que su madre era originaria de Alemania), y aunque decía no hablar francés, en numerosas ocasiones se le vio consultando libros en ese idioma sobre las campañas de Napoleón. Pero no acababan ahí las coincidencias: era un experto esgrimista (dominaba sobre todo el sable) y montaba a caballo a la perfección. Este Peter Stewart Ney residió sus últimos años entre las dos Carolinas dando clases (llegó a hacerlo en el prestigioso Davidson College, del que diseñó su actual escudo) y murió en 1846.

Monumento a Ney
Si bien estando sobrio este hombre negaba ser otra cosa que un profesor, cuando empezaba a beber “confesaba” ser el auténtico mariscal Ney. Durante sus borracheras contaba detalles de las batallas de Napoleón en las que había participado. Explicaba que se había salvado del fusilamiento al ser hermano de masonería del duque de Wellington, que le hizo llegar a través del embajador británico una botella llena de líquido rojo. Los soldados dispararon por encima de su cabeza, él hizo explotar la botella de líquido contra su pecho y poco después tomó la identidad de Peter Fox. Unos años después, se embarcó para América, en la que se presentó bajo el nombre por el que ahora le conocían todos.

Muerte de Napoleón
A lo largo de su vida en América se contaban episodios que parecían confirmar que aquel maestro era el mariscal Ney. Por ejemplo, en una ocasión se cayó del caballo al intentar montar, y al ir sus acompañantes a ayudarle a montar de nuevo exclamó: “¿Vais a ayudar a montar al mariscal Ney, al viejo húsar?”. Asimismo, en 1821 un alumno llevó a su clase un periódico que contaba la muerte de Napoleón en Santa Elena; el profesor se desmayó y tuvo que ser llevado a su casa, donde intentó suicidarse. Además, tras un reconocimiento, el médico que le atendió declaró que tenía las mismas heridas que había sufrido el mariscal Ney en los campos de batalla de Europa. Asimismo, un examen grafológico hecho tras su muerte desveló que la letra de ambos era coincidente. Finalmente, se encontró un poema suyo compuesto en 1835 llamado “Gone with their glories, gone” que decía:

Aunque yo fui el bravo entre los bravos, mi pluma y mi bastón se fueron

Peter Stewart Ney murió el 15 de noviembre de 1846 con 77 años (la misma edad del mariscal de haber estado vivo). En su lecho de muerte dijo “Bessières ha muerto, la vieja guardia ha muerto, por favor, dejadme morir en paz”, y sus últimas palabras fueron “Yo soy el mariscal Michel Ney de Francia”. En su tumba hay una placa que reza: “A la memoria de Peter Stewart Ney. Nativo de Francia y soldado de la Revolución francesa bajo Napoleón Bonaparte”.

Placa en la tumba de Peter Stewart Ney
¿Puede ser verdad que el profesor y el mariscal fueran la misma persona? Algunos detalles indican que la hipótesis es verosímil. Por ejemplo, tras la ejecución el cuerpo del mariscal fue retirado apresuradamente del lugar (algo contrario a las ordenanzas) y no se le dio el tiro de gracia. Fue enterrado sin presencia de su esposa ni de sus familiares directos en una discreta tumba de París; sin embargo, al abrirse su féretro en 1903 se comprobó que el ataúd estaba vacío. Asimismo, un marinero del navío que lo llevó a Estados Unidos, antiguo soldado de Napoleón, declaró años después que lo había reconocido en el barco como el mariscal Ney.

Letra del mariscal Ney
Probablemente nunca lo sepamos; al menos hasta que se exhume el cuerpo del profesor y se haga un análisis de ADN comparándolo con los descendientes directos del mariscal. En cualquier caso poco importa, ya que la leyenda de Peter Stewart Ney no necesita ser cierta para seducir a los amantes de las conspiraciones; basta sólo con que sea verosímil.
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Los Cien Días: de Elba a París a través de los titulares de un periódico

Tras el fracaso de la campaña de Rusia (donde casi 400.000 hombres de la Grande Armée murieron) y la derrota en Leipzig ante la Sexta Coalición, el destino de Napoleón Bonaparte estaba sellado. Las fuerzas aliadas de Rusia, Austria y Prusia invadieron Francia y tras vencer una última y desesperada resistencia en la Batalla de París, sus tropas desfilaron por la capital francesa. Despojado días antes del título de Emperador por el Senado, el 6 de abril de 1814 Napoleón abdicó sin condiciones. El hombre que durante cerca de 20 años había dominado los campos de batalla de Europa parecía acabado. Los vencedores debatieron entonces qué hacer con Napoleón. 

Salida de Napoleón de Elba
Tanto Austria como Prusia querían alejarlo de Europa, pero Rusia lo impidió. Finalmente, en el Tratado de Fontainebleau se acordó que Bonaparte se iría a la isla de Elba en calidad de príncipe, con un séquito de 400 personas y con una pensión anual vitalicia de dos millones de francos. Parecía que Europa se había librado por fin del gran corso. Sin embargo, un año después Napoleón regresó a Francia y reclamó su trono, iniciándose el Imperio de los 100 días. En este artículo narraremos desde su salida de Elba hasta su llegada a París; y lo haremos a través de unos supuestos titulares del periódico “Le Moniteur Universel”, reseñados por Alejandro Dumas en un libro publicado en 1840. La singularidad de estos titulares radica en que pasan de un tono despectivo a otro servil a medida que Napoleón se acerca a París; y aunque sin duda son ficticios, dan buena muestra del cambio de ánimo de ciertos sectores ante el regreso de Bonaparte.

La huida de Elba

Tras la salida de Napoleón al exilio el 28 de abril de 1814, en Francia se reinstauró la monarquía borbónica en la figura de Luis XVIII. Como en el Tratado de Fontainebleau el país no había sido maltratado (se le reconocieron las fronteras de 1792 y se le eximió de pagar indemnizaciones de guerra), el nuevo rey pudo dedicarse a tratar de recuperar a Francia de un cuarto de siglo de guerras, y dando muestras de su carácter progresista, juró una Constitución que convertía a Francia en una monarquía parlamentaria. Sin embargo, la tarea no era fácil. Algunos de sus allegados conspiraban para restablecer el Absolutismo. A estos problemas, se añadía el descontento de los veteranos del ejército de Napoleón, que o bien habían sido licenciados o bien estaban sin destino y cobrando media paga. El ambiente de guerra civil empezó a calar.

Abdicación en Fontainebleau
Napoleón seguía con atención todos estos acontecimientos. Además de ver con agrado que sus antiguos soldados brindaban “a la santé du petit caporal” ("A la salud del pequeño cabo", nombre cariñoso que le dieron sus hombres) y anhelaban su vuelta, una serie de problemas personales le predisponían a regresar a Francia. No se le permitió asistir al funeral de su primera esposa Josefina, y tampoco le dejaban visitar a su segunda esposa y a su hijo. Por otra parte había dejado de recibir su pensión, por lo que empezaba a pasar dificultades financieras. Y para terminar, las noticias que le llegaban del Congreso de Viena eran inquietantes: algunos proponían alejarle de Europa y trasladarle a las Azores o más allá, e incluso había quien propugnaba por asesinarle.

Cruce del Inconstant y el Zéphir
Así las cosas, Napoleón aprovechó un descuido de la guardia francesa y británica y el 26 de febrero de 1815 embarcó junto a 600 hombres en el navío “L’Inconstant” rumbo a Francia. Cuando subió a bordo hizo gala de su sentido teatral y pronunció la famosa frase de Julio César: “La suerte está echada”. Un día después, y ondeando la bandera tricolor a modo de desafío, su barco se cruzó con el pequeño mercante “Zéphir”, que ondeaba la bandera blanca de los Borbones. Dumas afirma que el titular de “Le Moniteur Universel” de ese día fue:

 El Antropófago ha salido de su guarida

Finalmente, el 1 de marzo Napoleón llega a Golfe-Juan, cerca de Antibes. Según Dumas, “Le Moniteur Universel” tituló al día siguiente:

El ogro de Córcega acaba de desembarcar en Golfe-Juan

Como se ve, el ánimo en este periódico era declaradamente hostil a Bonaparte en estos días.

Evitando la Provenza

Nada más desembarcar, se distribuyó una proclama de la guardia imperial instando al ejército y a la población a unirse a la causa de Napoleón (“El águila con los colores nacionales volará de campanario en campanario hasta las torres de Notre Dame”). Sin embargo, Bonaparte no las tenía todas consigo; sus tropas eran escasas y le quedaba un largo camino hasta París en el que podía pasar cualquier cosa. Además, debía evitar en su marcha pasar por la región de Provenza, mayoritariamente leal a los Borbones. Así pues, decidió tomar primero una ruta por los Alpes que le llevara a Gap y a Grenoble (esta ruta sería posteriormente conocida como Route Napoleón). El 2 de marzo inició la marcha.

Napoleón es aclamado por las tropas enviadas a detenerle
Durante los primeros días Bonaparte fue recibido en los sitios por los que pasaba con una mezcla de calma y resignación. Sin embargo, el 5 de marzo Napoleón llegó a Gap, donde le recibieron entre aclamaciones. Al día siguiente, y siempre según Dumas, el titular fue:

El tigre ha llegado a Gap

También el 6 de marzo se informa por fin a Luis XVIII de la situación. El rey y su gobierno reaccionan con calma, ya que creen contar con la lealtad de los mandos del ejército. Ordena que todas las tropas de los alrededores acudan a impedir la marcha del corso. Y en efecto, el 7 de marzo la columna de Napoleón es interceptada cerca de Grenoble por un batallón del ejército. Los soldados de ambos lados forman en orden de batalla; pero Napoleón se adelanta a sus tropas, y abriéndose la casaca grita: “¡Si alguno de vosotros es capaz de disparar a su emperador, hacedlo ahora!”. Todos tiran las armas y le rodean vitoreándolo. Su pequeño ejército empieza a ver engordadas sus filas. Ese mismo día entra en Grenoble entre aclamaciones, y el supuesto titular fue:

El monstruo ha dormido en Grenoble

Al día siguiente Napoleón parte hacia Lyon en la siguiente etapa de su viaje (bautizado como “El vuelo del águila”). A su paso sale el 7º Regimiento de Línea, aparentemente para interceptarlo; sin embargo, oficiales y tropa se unen al emperador. Dos días después entra en Lyon, donde todas las instituciones le juran fidelidad. Según Dumas, el titular de “Le Moniteur Universel” fue el siguiente:

El tirano ha atravesado Lyon

La bravata de Ney

Napoleón continúa su marcha hacia París. Luis XVIII empieza a alarmarse por la situación, y junto a los representantes de Austria, Inglaterra, Rusia, Prusia, España y Suecia, emite una declaración en la que proclama a Bonaparte “enemigo de la paz mundial y forajido fuera de la ley”, ordenando a todas las tropas su inmediato arresto. Mientras tanto, Napoleón prosigue su marcha. El día 15 de marzo Bonaparte duerme en Autun, a algo menos de 300 kilómetros de París. El periódico, según Dumas, tituló:

El usurpador ha sido visto a 60 leguas de la capital

Mientras tanto, el mariscal Ney, antiguo colaborador de Napoleón que se había pasado al bando de los Borbones, y que había prometido traer “al usurpador de vuelta a París en una jaula de hierro”, recibe el 14 de marzo una carta de puño y letra del mismísimo emperador. En ella, Napoleón le pide en términos cariñosos que se una a su causa. Tras pasar la noche en vela, decide hacerlo junto a sus 6.000 hombres. No obstante, contesta con otra carta en la que advierte a Bonaparte que no tenga tentaciones de gobernar como un tirano. Ambos hombres se encuentran el 17 de marzo en Auxerre, a 150 kilómetros de París. Entre vítores, se abrazan públicamente. Y según Dumas, el titular de esa fecha fue:

Bonaparte avanza rápidamente, pero no entrará nunca en París

El mariscal Ney
La línea editorial del periódico parecía estar cambiando: del odio de los primeros días a un calculado y prudente desprecio. Pero quizá lo más llamativo de la situación es el cartel que ese mismo día cuelga un bromista anónimo en la plaza de Vendôme de París, en el que puede leerse: “De Napoleón a Luis XVIII: mi querido amigo, no es necesario que mandes más tropas, ya tengo suficientes”. Bonaparte estaba casi a la vista de París, y Luis XVIII empezaba a darse cuenta de que todo estaba perdido.

La llegada a París

La capital francesa estaba ya casi al alcance del corso. Los pueblos por donde pasaba la comitiva y las cada vez más numerosas tropas de Napoleón tocaban las campanas con alegría cuando veían acercarse la columna del emperador. Bonaparte se deshacía en promesas de reformas, ya que era consciente de que el pueblo francés no toleraría una vuelta a la tiranía. Y mientras tanto, y siempre según Dumas, “Le Moniteur Universel” iba virando del odio y el calculado desprecio a una posición más neutral. Fruto de ello fue el titular del 19 de marzo:

Napoleón estará mañana frente a nuestros baluartes

Y es que se mantenía la duda de si Luis XVIII trataría de defender París del avance de Napoleón, de ahí que el periódico actuara con cautela.

Napoleón es aclamado en París
Ese mismo día Napoleón entra en Fontainebleau, algo que recoge el siguiente titular del periódico: 


El emperador ha llegado a Fontainebleau

Obsérvese que Napoleón ya no es el ogro, ni el monstruo, ni el tigre; ni siquiera se le nombra con el impersonal “Bonaparte”. Ahora es “el emperador”, lo que indica que “Le Moniteur Universel” cambiaba de bando rápidamente. Y es que Luis XVIII había desoído el consejo de su ministro Chateubriand de esperar a Napoleón “sentado en el trono y con el título real en la mano”. “No estoy de humor para eso”, dijo el rey mientras preparaba su huida de París a Gante con toda su corte, buscando refugio. Luis XVIII dejaba el campo libre a Napoleón y se marchaba sin ofrecer una última resistencia, algo que le valió el desprecio del resto de los países europeos. Los aristócratas y los monárquicos de la capital francesa, junto a muchos clérigos, empezaron a reunir sus pertenencias para huir rápidamente, imitando al rey.

Luis XVIII
El 20 de marzo Napoleón entra triunfalmente en el palacio de la Tullerías. Las calles se llenas de gente cantando “La Marsellesa” y gritando consignas a favor de Bonaparte y de la Revolución. Y según Dumas, “Le Moniteur Universel” completa su viraje y titula:

Su Majestad Imperial y Real hizo ayer su entrada en su palacio de las Tullerías en medio de sus fieles súbditos

Napoleón era de nuevo el dueño de Francia. Había llegado desde Elba hasta París sin disparar un solo tiro. Acababa de nacer “el Imperio de los 100 días”. Sin embargo, sabe que pese a las apariencias cuenta con pocos apoyos y se verá obligado a gobernar junto a antiguos colaboradores que le traicionaron, como Fouché; de ahí su sorprendente declaración: “No guardo rencor a nadie”. Sabe también que las dificultades que le esperan serán máximas, puesto que muchos de los que estaban ahora de su lado empezarían a conspirar contra él en poco tiempo. A eso se une que las autoridades de la región de la Vendée movilizan a la población contra él.

Viñeta satírica sobre el regreso de Napoleón
Pero sobre todo sabe que su retorno se basa en una endeble promesa de paz y mano tendida a sus enemigos externos que no podrá cumplir. En efecto, el 25 de marzo Austria, Rusia, Prusia y el Reino Unido forman la Séptima Coalición contra él, comprometiéndose a poner en el campo de batalla 150.000 soldados. No sabemos si el deseo de paz de Napoleón era sincero o si sólo deseaba ganar tiempo para realizar reformas que le consolidaran y poder enfrentarse a sus enemigos más adelante. En cualquier caso, Bonaparte se vio obligado a reunir a toda prisa un ejército con el que tomar la iniciativa y derrotar a sus poderosos enemigos. Como ya conocemos, su empeño no tuvo éxito y sería definitivamente derrotado el 18 de junio de ese mismo año en Waterloo. Pero eso quizá sea tema de un próximo artículo.
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Diógenes de Sínope, un filósofo singular

Quizás una de las anécdotas más conocidas de la Historia de la Filosofía es la que narra que Alejandro Magno, cuando se disponía a ir a Asia junto a sus ejércitos a luchar contra el imperio Persa, pasó por Corinto y solicitó conocer al filósofo que “vivía con los perros”. Cuando Alejandro llegó, vio a un hombre semidesnudo acostado en el suelo y que vivía en condiciones lamentables: dormía en una tinaja rodeado de una jauría de perros y apenas tenía bienes materiales; así que le preguntó si podía hacer algo por él. El filósofo, algo irritado por la interrupción de su meditación, le dijo con malos modos “Apártate, me tapas el Sol”. Alejandro no sólo no se tomó a mal la respuesta, sino que declaró que “De no ser Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes”.

Diógenes en "La Escuela de Atenas"
Y es que el filósofo en cuestión se llamaba Diógenes de Sínope y era el máximo exponente de la escuela cínica, una corriente filosófica que consideraba despreciables los usos y costumbres de la sociedad y propugnaba vivir con lo mínimo imprescindible, despreciando los placeres mundanos. La vida de Diógenes es una fuente de anécdotas, muchas de ellas apócrifas, coleccionadas siglos después por otros autores (particularmente un historiador del siglo III llamado Diógenes Laercio). Y si bien cabe preguntarse si muchas de ellas son ciertas, nos dan una idea de la filosofía y la forma de vida que este filósofo propugnaba. En este artículo veremos algunas de ellas.

Exiliado de Sínope

De los primeros años de Diógenes se sabe bastante poco. Nacido en el 412 a.C. en la colonia griega de Sínope, a orillas del mar Negro, era hijo de un banquero llamado Hicesias. Ambos fueron desterrados de su ciudad natal al estar mezclados en un fraude de moneda falsa, algo corroborado por la arqueología, ya que se han descubierto allí una gran cantidad de monedas falsas fabricadas con un gran formón y otras monedas con el nombre de Hicesias (al parecer, este fraude se perpetró más por motivos políticos que económicos, ya que había una gran disputa entre las facciones pro-persa y pro-griega en la ciudad).

Encuentro de Diógenes y Alejandro
El exilio lo llevó a Atenas, donde tomó contacto con las distintas corrientes filosóficas de la ciudad. Sin embargo, pronto se sintió decepcionado con la superficialidad de sus ciudadanos, ya que en su opinión no se preocupaban de lo que realmente estaba mal sino de lo que socialmente se consideraba malo. Esto le llevó a contactar con Antístenes, uno de los más fieles discípulos de Sócrates (estuvo presente durante su suicidio), fundador de una escuela filosófica en Cinosargo (palabra que significa “perro ágil o veloz”) y que por ello recibió el nombre de escuela cínica (“iguales a los perros”). Precisamente de este encuentro se narra una de las primeras anécdotas de Diógenes (aunque muy probablemente sea falsa).

Antístenes
La anécdota cuenta que Antístenes rechazó a Diógenes ya que no admitía discípulos. Diógenes insistió, pero Antístenes no dio su brazo a torcer e incluso le amenazó con el bastón. Ante esa actitud, Diógenes le dijo: “no hay un bastón lo bastante duro para que me aparte de ti, mientras piense que tengas algo que decir”. Digo que la anécdota es con toda probabilidad falsa porque Antístenes sí que admitía discípulos, pero sólo jóvenes de clases desfavorecidas que no podían pagarse ir a otro tipo de escuelas. En cualquier caso, Diógenes puso en práctica de forma radical las enseñanzas de su maestro, que se basaban en prescindir de todo lo superfluo como forma de alcanzar la felicidad y la sabiduría.

Como curiosidad, cuando Diógenes llegó a Atenas lo hizo acompañado de un esclavo llamado Manes. Este esclavo terminó abandonándolo, sin embargo Diógenes se lo tomó bien y declaró: “Si Manes puede vivir sin Diógenes, ¿por qué Diógenes no va a poder sin Manes?”. Esta anécdota es una muestra de la filosofía que llevaría a lo largo de su vida.

El perro como sinónimo de libertad ante las convenciones sociales

Como ya hemos mencionado, Diógenes puso en práctica de forma radical las ideas de su maestro Antístenes. Para ello, utilizó la ironía y la burla como una forma de poner en evidencia aquello que consideraba como errores e hipocresías de sus conciudadanos. Creía que el comportamiento de los animales era una metáfora perfecta de la liberación frente a la sociedad, y de este modo, haciendo suya la forma despectiva con la que llamaban a sus ideas (cínicas, iguales que los perros) se hizo rodear de una jauría de esos animales y declaraba ser como ellos: “Halago a los que dan, ladro a los que no lo hacen y muerdo a los malos”. Consideraba que para ser hombre debía librarse de las convenciones sociales, y para eso debía primero comportarse como un perro.

Representación de Diógenes
De hecho, respondía a los que llamaban así haciendo gala de un comportamiento similar a los perros. Una vez unos hombres le tiraron unos cuantos huesos mientras se reían de él; Diógenes mantuvo la calma, se acercó a ellos y les orinó encima. En otra ocasión contestó a los que se burlaban de él llamándole “perro” mientras comía en el ágora (la plaza principal de la ciudad) gritándoles “¡Perros vosotros, que me rondáis mientras como!”. Asimismo, cuando Platón lo llamó así le contestó “Sí, ciertamente soy un perro, pues regreso una y otra vez junto a los que me vendieron”. Finalmente, decía de él mismo que era “un perro de los que reciben elogios, pero con el que ninguno de los que lo alaban quiere salir a cazar”.

Diógenes en su tinaja
Las polémicas con Platón eran constantes. Éste lo definió como un “Sócrates delirante” y Diógenes estaba atento a lo que Platón enseñaba para ridiculizarlo. En cierta ocasión, enterado de que Platón había definido al hombre como un “bípedo sin plumas”, Diógenes cogió una gallina, la desplumó y la soltó en mitad en los muros de la Academia diciendo “aquí tenéis al hombre de Platón”. Sin embargo, éste fue rápido de reflejos y modificó su definición: “El hombres es un bípedo sin plumas y de uñas anchas”. En otra ocasión, Platón encontró a Diógenes lavando unas lechugas en una fuente para comérselas, y le dijo “¡Diógenes, si tú sirvieras a Dionisio, de seguro no tendrías que lavar lechugas para comer!”. Diógenes, sin alterarse, se acercó a Platón y le susurró al oído: “Y si tú lavaras lechugas, Platón, de seguro no tendrías que servir a Dionisio para comer”.

La pobreza extrema como denuncia

Uno de los rasgos más conocidos de Diógenes es su renuncia a los bienes materiales, como forma de poner de manifiesto la vanidad humana. Sus únicas posesiones eran un zurrón, un bastón, la tinaja en la que vivía, un plato en el que comía y una escudilla con la que bebía agua. Aun así, vio una vez a un niño beber agua con sus manos y dijo “este niño me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas”, por lo que decidió desprenderse de ella. Asimismo, vio a otro niño poner las lentejas de su comida en un trozo de pan, por lo que también tiró su plato. Iba siempre descalzo, y en verano se revolcaba en arenas ardientes y en invierno se abrazaba a las estatuas cubiertas de nieve para, según él, acostumbrarse a los rigores.

Platón
Este desprecio a las posesiones le llevaba a menudo a utilizar los bienes materiales como instrumento de sus puyas. Por ejemplo, en una ocasión en que alguien puso un candil a la entrada de su tinaja, lo usó a plena luz del día diciendo que “buscaba un hombre honesto”, dando a entender a todos con los que se cruzaba que ellos no lo eran. Otra vez vio como los sacerdotes de un templo llevaban a alguien que había robado una vasija perteneciente al tesoro y dijo: “Los ladrones grandes llevan preso al pequeño”. Finalmente, un hombre rico le invitó cierto día a cenar en su casa; mientras le enseñaba las riquezas de su mansión le prohibió que escupiera en el suelo, a lo que Diógenes respondió escupiéndole en la cara, ya que “era el sitio más sucio que había encontrado”.

Muerte de Sócrates
Mendigaba con frecuencia, ya que dependía de la caridad para comer; lo curioso es que lo hacía mientras gritaba a los transeúntes “Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo”. Solía decir también que la gente daba limosna a los mendigos pero no a los filósofos porque “piensan que, algún día, pueden llegar a ser inválidos o ciegos, pero filósofos, jamás”. En cierta ocasión se le vio mendigar a una estatua, y cuando le preguntaron por qué lo hacía repuso: “Me ejercito en fracasar”. Otra vez pidió limosna a un hombre famosos por su mal carácter; cuando éste le dijo que le daría algo si lograba convenecerle, Diógenes le contestó “Si fuera capaz de persuadirte, lo haría para que te ahorcaras”.
  
Otra representación de Diógenes y Alejandro
Una de las cosas que solía afirmar es que las cosas de mucho valor tenían poco precio y que las cosas caras eran poco valiosas, y ponía como ejemplos las altas cantidades que se pagaban por algo tan superfluo como una estatua frente a lo poco que se pagaba por la harina o el pan. Es irónico que en la actualidad se denomine “Síndrome de Diógenes” a la acumulación incontrolada de todo tipo de cosas, incluida basura, cuando el filósofo que le da nombre se distinguió precisamente por renunciar a todos los bienes materiales.

La burla como forma de transmitir sus ideas

Al igual que con Platón, Diógenes se servía de la burla para ridiculizar las ideas de otros filósofos. En cierta ocasión escuchaba a un discípulo de Zenón de Elea negar el movimiento, y en respuesta se levantó y empezó a andar. Cuando alguien que le escuchaba le reprochó “Te dedicas a la Filosofía y nada sabes”, Diógenes le contestó “Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía”. En una ocasión un joven le pidió ser su discípulo; Diógenes le dio un atún y le ordenó seguirlo donde fuera. Como al poco rato se cansó de hacer el ridículo, el joven tiró el atún y se fue. Cuando un tiempo después se volvieron a encontrar, Diógenes le dijo riéndose: “Un atún ha echado a perder nuestra amistad”.

Estatua de Diógenes
Pero no sólo los filósofos eran objeto de sus burlas. Cierta vez se acercó a un orador de nombre Anaxímenes, que era muy gordo, y le dijo “Concede a nosotros, mendigos, parte de tu estómago; nosotros saldremos ganando y para ti será un gran alivio”. Además, en cierta ocasión en que este orador daba un discurso se puso a agitar un pescado entre la multitud; como sea que Anaxímenes perdió el hilo y dio por terminado el discurso, Diógenes exclamó “Un pescado de un óbolo desbarató el discurso de Anaxímenes” (el óbolo era una moneda griega).

Buscando un hombre honesto
Claro que a él tampoco le gustaba que no le prestaran atención. Cierta vez que disertaba sobre un tema para él muy serio y nadie le hacía caso, se puso a trinar. La gente, extrañada, empezó a congregarse alrededor suyo, y él les reprochó que se apresuraran ante los que hacían tonterías y no escucharan los temas serios. Los que le conocían se extrañaban de que todos los días saludara cordialmente a un músico que al parecer era muy malo; Diógenes respondía que le respetaba porque “Como es, toca”. Se burlaba de todo y de todos. Y si bien los que le escuchaban a menudo también se burlaban de él, a la vez le temían y le respetaban.

La provocación y el desprecio de las convenciones sociales

A estas alturas ya deberíamos tener claro que Diógenes despreciaba profundamente las convenciones sociales de sus conciudadanos, y buscaba ridiculizarlas. Para ello hizo gala de un comportamiento antisocial y subversivo que a través de la provocación. Una de sus conductas más provocadoras consistía en hacer sus necesidades y masturbarse en público. Argumentaba que ambas cosas eran naturales y por tanto no deberían requerir privacidad, y a quienes le reprochaban su conducta les respondía “¡Ojalá, frotándome el vientre, el hambre se extinguiera de una manera tan dócil!”.

Estatua de Diógenes en Estocolmo
Repetía incesantemente que prefería la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues “los cuervos devoran a los muertos; los aduladores, a los vivos”. Azote de supersticiosos, a una mujer que estaba postrada rezando a los dioses le dijo que su postura era ridícula, pues si los dioses estaban en todas partes podía estar en ese momento detrás de ella y su postura resultaría irreverente. Se divertía estornudando a la izquierda de los que sabía que creían en supersticiones (algo de mal agüero), y a los que veía consultar el significado de algún sueño, les reprochaba que se preocuparan más por lo que hacían dormidos que por su conducta estando despiertos.

En su tinaja
Poco se sabe de la muerte de Diógenes. Circularon varias versiones: la ingestión de un pulpo vivo, la caída de un caballo… Incluso hubo quién afirmó que se suicidó aguantando la respiración (algo biológicamente imposible). Parece ser que sus últimas palabras fueron “Cuando me muera, echadme a los perros. Ya estoy acostumbrado”. Filósofos posteriores le admiraron, e incluso Epicteto le recordó como modelo de sabiduría. En la ciudad de Corinto le recordaron con una columna de mármol que coronaba la figura de un perro descansando.
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