Diógenes de Sínope, un filósofo singular

Quizás una de las anécdotas más conocidas de la Historia de la Filosofía es la que narra que Alejandro Magno, cuando se disponía a ir a Asia junto a sus ejércitos a luchar contra el imperio Persa, pasó por Corinto y solicitó conocer al filósofo que “vivía con los perros”. Cuando Alejandro llegó, vio a un hombre semidesnudo acostado en el suelo y que vivía en condiciones lamentables: dormía en una tinaja rodeado de una jauría de perros y apenas tenía bienes materiales; así que le preguntó si podía hacer algo por él. El filósofo, algo irritado por la interrupción de su meditación, le dijo con malos modos “Apártate, me tapas el Sol”. Alejandro no sólo no se tomó a mal la respuesta, sino que declaró que “De no ser Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes”.

Diógenes en "La Escuela de Atenas"
Y es que el filósofo en cuestión se llamaba Diógenes de Sínope y era el máximo exponente de la escuela cínica, una corriente filosófica que consideraba despreciables los usos y costumbres de la sociedad y propugnaba vivir con lo mínimo imprescindible, despreciando los placeres mundanos. La vida de Diógenes es una fuente de anécdotas, muchas de ellas apócrifas, coleccionadas siglos después por otros autores (particularmente un historiador del siglo III llamado Diógenes Laercio). Y si bien cabe preguntarse si muchas de ellas son ciertas, nos dan una idea de la filosofía y la forma de vida que este filósofo propugnaba. En este artículo veremos algunas de ellas.

Exiliado de Sínope

De los primeros años de Diógenes se sabe bastante poco. Nacido en el 412 a.C. en la colonia griega de Sínope, a orillas del mar Negro, era hijo de un banquero llamado Hicesias. Ambos fueron desterrados de su ciudad natal al estar mezclados en un fraude de moneda falsa, algo corroborado por la arqueología, ya que se han descubierto allí una gran cantidad de monedas falsas fabricadas con un gran formón y otras monedas con el nombre de Hicesias (al parecer, este fraude se perpetró más por motivos políticos que económicos, ya que había una gran disputa entre las facciones pro-persa y pro-griega en la ciudad).

Encuentro de Diógenes y Alejandro
El exilio lo llevó a Atenas, donde tomó contacto con las distintas corrientes filosóficas de la ciudad. Sin embargo, pronto se sintió decepcionado con la superficialidad de sus ciudadanos, ya que en su opinión no se preocupaban de lo que realmente estaba mal sino de lo que socialmente se consideraba malo. Esto le llevó a contactar con Antístenes, uno de los más fieles discípulos de Sócrates (estuvo presente durante su suicidio), fundador de una escuela filosófica en Cinosargo (palabra que significa “perro ágil o veloz”) y que por ello recibió el nombre de escuela cínica (“iguales a los perros”). Precisamente de este encuentro se narra una de las primeras anécdotas de Diógenes (aunque muy probablemente sea falsa).

Antístenes
La anécdota cuenta que Antístenes rechazó a Diógenes ya que no admitía discípulos. Diógenes insistió, pero Antístenes no dio su brazo a torcer e incluso le amenazó con el bastón. Ante esa actitud, Diógenes le dijo: “no hay un bastón lo bastante duro para que me aparte de ti, mientras piense que tengas algo que decir”. Digo que la anécdota es con toda probabilidad falsa porque Antístenes sí que admitía discípulos, pero sólo jóvenes de clases desfavorecidas que no podían pagarse ir a otro tipo de escuelas. En cualquier caso, Diógenes puso en práctica de forma radical las enseñanzas de su maestro, que se basaban en prescindir de todo lo superfluo como forma de alcanzar la felicidad y la sabiduría.

Como curiosidad, cuando Diógenes llegó a Atenas lo hizo acompañado de un esclavo llamado Manes. Este esclavo terminó abandonándolo, sin embargo Diógenes se lo tomó bien y declaró: “Si Manes puede vivir sin Diógenes, ¿por qué Diógenes no va a poder sin Manes?”. Esta anécdota es una muestra de la filosofía que llevaría a lo largo de su vida.

El perro como sinónimo de libertad ante las convenciones sociales

Como ya hemos mencionado, Diógenes puso en práctica de forma radical las ideas de su maestro Antístenes. Para ello, utilizó la ironía y la burla como una forma de poner en evidencia aquello que consideraba como errores e hipocresías de sus conciudadanos. Creía que el comportamiento de los animales era una metáfora perfecta de la liberación frente a la sociedad, y de este modo, haciendo suya la forma despectiva con la que llamaban a sus ideas (cínicas, iguales que los perros) se hizo rodear de una jauría de esos animales y declaraba ser como ellos: “Halago a los que dan, ladro a los que no lo hacen y muerdo a los malos”. Consideraba que para ser hombre debía librarse de las convenciones sociales, y para eso debía primero comportarse como un perro.

Representación de Diógenes
De hecho, respondía a los que llamaban así haciendo gala de un comportamiento similar a los perros. Una vez unos hombres le tiraron unos cuantos huesos mientras se reían de él; Diógenes mantuvo la calma, se acercó a ellos y les orinó encima. En otra ocasión contestó a los que se burlaban de él llamándole “perro” mientras comía en el ágora (la plaza principal de la ciudad) gritándoles “¡Perros vosotros, que me rondáis mientras como!”. Asimismo, cuando Platón lo llamó así le contestó “Sí, ciertamente soy un perro, pues regreso una y otra vez junto a los que me vendieron”. Finalmente, decía de él mismo que era “un perro de los que reciben elogios, pero con el que ninguno de los que lo alaban quiere salir a cazar”.

Diógenes en su tinaja
Las polémicas con Platón eran constantes. Éste lo definió como un “Sócrates delirante” y Diógenes estaba atento a lo que Platón enseñaba para ridiculizarlo. En cierta ocasión, enterado de que Platón había definido al hombre como un “bípedo sin plumas”, Diógenes cogió una gallina, la desplumó y la soltó en mitad en los muros de la Academia diciendo “aquí tenéis al hombre de Platón”. Sin embargo, éste fue rápido de reflejos y modificó su definición: “El hombres es un bípedo sin plumas y de uñas anchas”. En otra ocasión, Platón encontró a Diógenes lavando unas lechugas en una fuente para comérselas, y le dijo “¡Diógenes, si tú sirvieras a Dionisio, de seguro no tendrías que lavar lechugas para comer!”. Diógenes, sin alterarse, se acercó a Platón y le susurró al oído: “Y si tú lavaras lechugas, Platón, de seguro no tendrías que servir a Dionisio para comer”.

La pobreza extrema como denuncia

Uno de los rasgos más conocidos de Diógenes es su renuncia a los bienes materiales, como forma de poner de manifiesto la vanidad humana. Sus únicas posesiones eran un zurrón, un bastón, la tinaja en la que vivía, un plato en el que comía y una escudilla con la que bebía agua. Aun así, vio una vez a un niño beber agua con sus manos y dijo “este niño me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas”, por lo que decidió desprenderse de ella. Asimismo, vio a otro niño poner las lentejas de su comida en un trozo de pan, por lo que también tiró su plato. Iba siempre descalzo, y en verano se revolcaba en arenas ardientes y en invierno se abrazaba a las estatuas cubiertas de nieve para, según él, acostumbrarse a los rigores.

Platón
Este desprecio a las posesiones le llevaba a menudo a utilizar los bienes materiales como instrumento de sus puyas. Por ejemplo, en una ocasión en que alguien puso un candil a la entrada de su tinaja, lo usó a plena luz del día diciendo que “buscaba un hombre honesto”, dando a entender a todos con los que se cruzaba que ellos no lo eran. Otra vez vio como los sacerdotes de un templo llevaban a alguien que había robado una vasija perteneciente al tesoro y dijo: “Los ladrones grandes llevan preso al pequeño”. Finalmente, un hombre rico le invitó cierto día a cenar en su casa; mientras le enseñaba las riquezas de su mansión le prohibió que escupiera en el suelo, a lo que Diógenes respondió escupiéndole en la cara, ya que “era el sitio más sucio que había encontrado”.

Muerte de Sócrates
Mendigaba con frecuencia, ya que dependía de la caridad para comer; lo curioso es que lo hacía mientras gritaba a los transeúntes “Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo”. Solía decir también que la gente daba limosna a los mendigos pero no a los filósofos porque “piensan que, algún día, pueden llegar a ser inválidos o ciegos, pero filósofos, jamás”. En cierta ocasión se le vio mendigar a una estatua, y cuando le preguntaron por qué lo hacía repuso: “Me ejercito en fracasar”. Otra vez pidió limosna a un hombre famosos por su mal carácter; cuando éste le dijo que le daría algo si lograba convenecerle, Diógenes le contestó “Si fuera capaz de persuadirte, lo haría para que te ahorcaras”.
  
Otra representación de Diógenes y Alejandro
Una de las cosas que solía afirmar es que las cosas de mucho valor tenían poco precio y que las cosas caras eran poco valiosas, y ponía como ejemplos las altas cantidades que se pagaban por algo tan superfluo como una estatua frente a lo poco que se pagaba por la harina o el pan. Es irónico que en la actualidad se denomine “Síndrome de Diógenes” a la acumulación incontrolada de todo tipo de cosas, incluida basura, cuando el filósofo que le da nombre se distinguió precisamente por renunciar a todos los bienes materiales.

La burla como forma de transmitir sus ideas

Al igual que con Platón, Diógenes se servía de la burla para ridiculizar las ideas de otros filósofos. En cierta ocasión escuchaba a un discípulo de Zenón de Elea negar el movimiento, y en respuesta se levantó y empezó a andar. Cuando alguien que le escuchaba le reprochó “Te dedicas a la Filosofía y nada sabes”, Diógenes le contestó “Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía”. En una ocasión un joven le pidió ser su discípulo; Diógenes le dio un atún y le ordenó seguirlo donde fuera. Como al poco rato se cansó de hacer el ridículo, el joven tiró el atún y se fue. Cuando un tiempo después se volvieron a encontrar, Diógenes le dijo riéndose: “Un atún ha echado a perder nuestra amistad”.

Estatua de Diógenes
Pero no sólo los filósofos eran objeto de sus burlas. Cierta vez se acercó a un orador de nombre Anaxímenes, que era muy gordo, y le dijo “Concede a nosotros, mendigos, parte de tu estómago; nosotros saldremos ganando y para ti será un gran alivio”. Además, en cierta ocasión en que este orador daba un discurso se puso a agitar un pescado entre la multitud; como sea que Anaxímenes perdió el hilo y dio por terminado el discurso, Diógenes exclamó “Un pescado de un óbolo desbarató el discurso de Anaxímenes” (el óbolo era una moneda griega).

Buscando un hombre honesto
Claro que a él tampoco le gustaba que no le prestaran atención. Cierta vez que disertaba sobre un tema para él muy serio y nadie le hacía caso, se puso a trinar. La gente, extrañada, empezó a congregarse alrededor suyo, y él les reprochó que se apresuraran ante los que hacían tonterías y no escucharan los temas serios. Los que le conocían se extrañaban de que todos los días saludara cordialmente a un músico que al parecer era muy malo; Diógenes respondía que le respetaba porque “Como es, toca”. Se burlaba de todo y de todos. Y si bien los que le escuchaban a menudo también se burlaban de él, a la vez le temían y le respetaban.

La provocación y el desprecio de las convenciones sociales

A estas alturas ya deberíamos tener claro que Diógenes despreciaba profundamente las convenciones sociales de sus conciudadanos, y buscaba ridiculizarlas. Para ello hizo gala de un comportamiento antisocial y subversivo que a través de la provocación. Una de sus conductas más provocadoras consistía en hacer sus necesidades y masturbarse en público. Argumentaba que ambas cosas eran naturales y por tanto no deberían requerir privacidad, y a quienes le reprochaban su conducta les respondía “¡Ojalá, frotándome el vientre, el hambre se extinguiera de una manera tan dócil!”.

Estatua de Diógenes en Estocolmo
Repetía incesantemente que prefería la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues “los cuervos devoran a los muertos; los aduladores, a los vivos”. Azote de supersticiosos, a una mujer que estaba postrada rezando a los dioses le dijo que su postura era ridícula, pues si los dioses estaban en todas partes podía estar en ese momento detrás de ella y su postura resultaría irreverente. Se divertía estornudando a la izquierda de los que sabía que creían en supersticiones (algo de mal agüero), y a los que veía consultar el significado de algún sueño, les reprochaba que se preocuparan más por lo que hacían dormidos que por su conducta estando despiertos.

En su tinaja
Poco se sabe de la muerte de Diógenes. Circularon varias versiones: la ingestión de un pulpo vivo, la caída de un caballo… Incluso hubo quién afirmó que se suicidó aguantando la respiración (algo biológicamente imposible). Parece ser que sus últimas palabras fueron “Cuando me muera, echadme a los perros. Ya estoy acostumbrado”. Filósofos posteriores le admiraron, e incluso Epicteto le recordó como modelo de sabiduría. En la ciudad de Corinto le recordaron con una columna de mármol que coronaba la figura de un perro descansando.
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3 comentarios:

  1. Sin duda uno de mis filósofos preferidos y que mas respeto

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  2. Tomás Garcia Lopez dijo una vez que Diogenes de Sinope habia falsificado monedas en su ciudad natal. Dr ser eso cierto habria que poner en duda el.desprecio a los biene que se le atribuye.

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    1. Lo de las monedas fue mucho ántes de conocer el cinismo. De hecho, nació el cinismo cuando se dió cuenta de la naturaleza del ratón

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