Bicoca, la victoria más fácil

Hasta su reunificación en el último tercio del siglo XIX, Italia estuvo dividida en un conglomerado de reinos, ciudades-estado y territorios pertenecientes a las grandes potencias europeas. No eran extrañas las guerras y escaramuzas entre varias de las partes para conseguir la hegemonía, si no absoluta, sí al menos de una parte importante del territorio. Una de esas guerras fue la llamada “Guerra de los Cuatro Años”, que enfrentó por un lado a Francia y Venecia contra las tropas imperiales, inglesas y pontificias (el Papa era por aquel entonces un señor feudal más).

Carlos V retratado por Tiziano
La batalla más famosa de esta guerra fue sin duda la de Pavía (donde los españoles derrotaron completamente a los franceses, capturando a su rey). Hubo sin embargo otra batalla que pasó a la historia no sólo por ser importante en la guerra, sino también por la diferencia de bajas entre un bando y otro. Sucedió a las afueras de Milán, y sirvió para que las aspiraciones francesas sobre Lombardía quedaran definitivamente abortadas. Me refiero a la batalla de Bicoca, que tuvo lugar el 27 de abril de 1522.

La disputa en Italia

Carlos I de España y V de Alemania había llegado al trono español en 1516 y a la silla imperial en 1520, en disputa con Francisco I de Francia. Había heredado grandes territorios en España y América de sus abuelos. Uno de ellos era el Reino de Nápoles, al sur de Italia. El emperador veía con malos ojos que Francia controlara el Milanesado después de habérselo arrebatado a los Sforza en 1515. Venecia se había beneficiado del apoyo dado a Francia quedándose con vastos territorios lombardos, mientras que el Papa necesitaba aliarse con el Emperador en su lucha contra Lutero. Las condiciones para un conflicto estaban servidas.

Francisco I de Francia
La guerra comenzó con una invasión francesa de los Países Bajos en 1521 y el intento de Francisco I de apoyar a Enrique II de Navarra a recuperar su trono. La invasión fue repelida por las tropas imperiales, y rápidamente se firmó una alianza entre Carlos V, Enrique VIII de Inglaterra y el Papa León X en contra de Francia. Estos, por su parte, seguían contando con el apoyo nada desdeñable de la República de Venecia, por entonces los mejores navegantes del Mediterráneo. El teatro de operaciones se trasladó así a Italia, donde tanto el Emperador como el Papa buscaban expulsar del Milanesado a los franceses.

Un ejército papal al mando del Duque de Mantua se unió a tropas españolas procedentes de Nápoles y otros contingentes italianos más pequeños y se dirigió a Mantua. Allí esperaron a los refuerzos imperiales procedentes de Alemania. El problema era que estos refuerzos debían atravesar tierras venecianas para poder llegar, y podían ser detenidos por estos aliados de los franceses. Incomprensiblemente (o probablemente a causa de un soborno), las tropas imperiales cruzaron junto a Vallegio, en pleno territorio veneciano, sin ser molestadas. Reunido el ejército, quedó al mando de Próspero Colonna, condotiero italiano que a lo largo de su vida estuvo sucesivamente al servicio de Francia, los Estados Pontificios, España y el Sacro Imperio Romano Germánico. Frente a ellos, el ejército franco-veneciano, al mando del vizconde de Lautrec, se atrincheró en sus principales plazas fuertes. Contaba con un apreciable número de mercenarios suizos, considerada la mejor infantería de la época.

La caída de Milán y la muerte del Papa

Comenzó entonces una guerra de movimientos en la que el ejército imperial asediaba ciudades pero rehusaba presentar batalla, sabedor de su inferioridad numérica. No obstante, la táctica salió bien, pues hacia el otoño de 1521 el ejército francés empezó a tener deserciones masivas entre los mercenarios suizos, hartos de esperar su paga. Esto hizo que los imperiales forzaran la línea defensiva francesa.

Piqueros suizos, con su característica cruz blanca
El ejército francés, carente de infantería, se retiró a Milán confiando en estar a salvo allí a la espera de refuerzos. Sin embargo, Colonna siguió su avance y se presentó ante las puertas de la ciudad el 23 de noviembre, lanzando un ataque sorpresa que hizo que los franceses se retiraran a Cremona con 12.000 hombres. El castillo, no obstante, siguió en manos francesas, cosa que daría no pocos quebraderos de cabeza a Colonna.

El 1 de diciembre fallece León X. Sin embargo, el Colegio Cardenalicio, a la espera de elegir sucesor, decide continuar con el esfuerzo bélico. No obstante, da orden a su ejército de que asegure las plazas fuertes que interesan a los Estados Pontificios. Así, Giovanni de Medici se dirige con las tropas papales a Peruggia, abandonando el ejército imperial. No fue la última vez que este personaje dejaba a los imperiales colgados, pues más tarde se pasó al bando francés junto a sus tropas, conocidas como las “Bandas Negras”.

Cuando Tucídides tenía razón

En el siglo V a.C., el historiador y militar griego Tucídides dijo una de esas frases que parecen esculpidas en mármol:

La guerra no es cuestión de armamento, sino de dinero”.

Si bien la frase es verdad en todas las contiendas, fue en esta guerra donde adquirió mucho sentido.

Tucídides
Ambos bandos, conscientes de no poseer tropas suficientes, se lanzaron a una frenética carrera para contratar mercenarios que reforzaran sus respectivos ejércitos. Así, el bando imperial consigue reclutar 6.000 lansquenetes (mercenarios alemanes de vistosos uniformes) en el Tirol y el sur de Alemania. A mediados de febrero, después de esquivar a los venecianos en Bérgamo y provistos de un salvoconducto de la Liga Gris (una parte de los venecianos hostiles a Francia), logran unirse al ejército imperial, mandados por el desposeído Duque de Milán Francisco II Sforza.

Los franceses por su parte, disponiendo de más oro, contrataron a 16.000 mercenarios suizos. Además, se aseguraron que Giovanni de Medici, que hasta entonces mandaba el ejército papal, cambiara de bando y se pasara a los franceses junto a sus Bandas Negras. Viéndose con superioridad, los franceses se ponen en marcha atacando Novara y la estratégica Pavía, intentando provocar una batalla decisiva contra las tropas imperiales. Estos, sin embargo, no picaron el anzuelo y se limitaron a seguir a los franceses.

El camino a la batalla

Colonna se retiró a Certosa, al sur de Milán, fortificándose en su monasterio. Lautrec, el general francés, temía que un ataque frontal a las posiciones imperiales se saldara con una gran cantidad de bajas, así que optó por cortar las líneas de comunicaciones de Colonna. Barrió las posiciones entre Monza y Milán, haciendo que la ciudad quedara incomunicada con los Alpes. Esperaba así que el ejército imperial tuviera que retirarse y abandonar el Milanesado.

Lansquenetes alemanes
Sin embargo, los mercenarios suizos exigieron a Lautrec que atacara al ejército imperial de inmediato o abandonarían la lucha. La razón de tal exigencia era que se les adeudaba la paga desde que entraran en Lombardía y confiaban en una fácil victoria que les proporcionara un gran botín. El general francés, consciente de que los suizos formaban el grueso de sus tropas, no tuvo más remedio que acceder. El ejército se puso en marcha hacia Milán.

Entretanto, Colonna se había atrincherado en el parque de Bicoca, a seis kilómetros al norte de Milán. La posición escogida era formidable. Al oeste de la posición había un terreno pantanoso, mientras que al este estaba la carretera principal a Milán, por la que discurría un profundo dique que sólo podía cruzarse por un estrecho puente de piedra al sur del parque. En el lado norte, había una carretera hundida. Colonna la hundió un poco más haciendo que el talud para llegar hasta la posición imperial fuera más pronunciado, a la vez que construía un muro de tierra. La longitud del frente norte era de poco más de 500 metros, lo que permitía a las tropas imperiales estar concentradas.

Situación de Bicoca
Justo tras los muros, los imperiales colocaron cuatro filas de arcabuceros, respaldados por piqueros alemanes y españoles. El grueso de la caballería se situó al sur de la posición, mientras que aún más al sur se colocaba otra fuerza de caballería protegiendo el puente. La artillería, por su parte, se dispuso de forma que barriera el lado norte y partes de la carretera al este.

La tarde del 26 de abril de 1622 llegó el ejército francés. Un reconocimiento de la caballería informó que el terreno no era demasiado adecuado para maniobrar, pero eso no disuadió a los suizos. Al atardecer del día siguiente, Lautrec lanzó su ataque. La batalla de Bicoca había comenzado.

La batalla

Al frente del asalto estaban los mercenarios suizos, dispuestos en dos columnas de entre 4.000 y 7.000 hombres, mandados por Anne de Montmorency. Detrás de ellos, y a cierta distancia, se dispuso el ejército francés y más atrás el veneciano. Una parte de la caballería francesa se dirigió bordeando la carretera hacia el puente del sur, confiando en flanquear a los imperiales y atacarles por la retaguardia.

La batalla de Bicoca. En rojo, las tropas imperiales y
en azul, las francesas
Los suizos avanzaron con rapidez, dejando bastante atrás a la artillería francesa que habría de cubrir su avance. Pronto estuvieron al alcance de la artillería imperial, que empezó a disparar causando cuantiosas bajas. No obstante, los suizos siguieron avanzando… hasta que llegaron al terraplén. Este, de altura mayor que las picas suizas, impedía que estos lucharan desde abajo. Intentando trepar, los arcabuceros dispararon a discreción causando una enorme mortandad en las filas de los piqueros. Aun así, los suizos intentaron varias cargas para penetrar las líneas imperiales, que fueron todas rechazadas por los lansquenetes alemanes y los piqueros españoles. Los arcabuceros mientras tanto seguían disparando a discreción. Tras media hora de intentos, los suizos se retiraron en desorden. Era la primera vez en la historia que esto sucedía.

Anne de Montmorency, que mandaba las tropas suizas
Mientras todo esto pasaba al norte, la caballería francesa había llegado al puente y lo cruzó llegando al campamento imperial. La caballería española se puso en marcha y rechazó a los franceses, mientras las tropas de Sforza trataron de rodearles. Ante el peligro de verse cercados, los franceses decidieron huir hacia sus posiciones. El ejército francés, viendo fracasar sus ataques, se retiró de la batalla, mientras los imperiales renunciaron a perseguirlos en vista de que el grueso de las tropas francesas estaba intacto. Sobre el campo de batalla quedaron más de 4.000 suizos muertos, incluidos 22 de los 23 capitanes que los mandaban (sólo Montmorency sobrevivió). Los imperiales sólo sufrieron una baja, pero no fue causada por las armas suizas, sino por la coz de una mula. Fue el capitán Guinea, que dejó viuda y un hijo de nueve años.

Las consecuencias de la batalla

Los suizos desertaron del ejército sin esperar sus pagas y regresaron a sus hogares el 30 de abril. El ejército francés, privado de su mejor infantería, se retiró a tierras venecianas. Una vez alcanzada Cremona, su general Lautrec cabalgó sin escolta hacia Lyon para presentar el informe de la batalla al rey Francisco I. Su partida condujo al colapso al ejército francés, cosa que fue aprovechada por los imperiales para capturar Génova tras un breve asedio. No obstante, el ejército imperial también se vio en problemas cuando una parte de los mercenarios alemanes se amotinaron exigiendo su paga. El motín no pasó a mayores, pero impidió a Colonna ser más ambicioso al aprovechar la victoria.

Los venecianos llegaron a un acuerdo de paz por separado mientras el ejército francés abandonaba Italia y se dirigía a Francia. Los franceses intentaron recuperar Lombardía en dos ocasiones más. La última de ellas se dirimió en la célebre batalla de Pavía, en la que el ejército francés fue derrotado y el propio rey Francisco I hecho prisionero. Tras el Tratado de Madrid, el territorio quedaría en manos españolas.

Distintos tipos de arcabuces
Los suizos, por su parte, no sólo perdieron una gran cantidad de hombres sino también gran parte de su anterior audacia y arrogancia. Es llamativo que en la batalla de Pavía mostraran una grave falta de iniciativa, y esta fue una de las causas de la derrota francesa. El campo de batalla, hasta entonces dominado por las picas y la caballería pesada, pasó a ser patrimonio de las armas de fuego portátiles. De hecho, empezaron a formarse unidades llamadas de “pica y disparo”, combinando arcabuceros con piqueros. El máximo exponente de este tipo de unidades serían los Tercios españoles, que dominaron Europa en el siguiente siglo y medio. Este tipo de unidades no sufrió cambios sustanciales hasta la invención de la bayoneta. Asimismo, se cambió la mentalidad ofensiva de la época por una más defensiva y de fortificación, habida cuenta de que los asaltos frontales a posiciones bien guarnecidas se revelaron extremadamente costosos.

Por último, pero no por ello menos importante, la palabra “bicoca” pasó a los idiomas español y francés. Pero mientras en español se conoció como sinónimo de ganga o cosa conseguida con muy poco esfuerzo, en francés pasó a tener el significado de “casa en ruinas”. Sólo por eso se puede saber cómo le fue a cada bando en la batalla.
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Tsavo, el reinado del horror

Desde el inicio de los tiempos se han contado innumerables historias sobre terribles animales que devoraban seres humanos. Algunos de estos animales eran mitológicos y otros reales, pero todos tenían en común el gran terror que habían causado entre la gente, hasta el punto de que el relato de las matanzas había calado en el imaginario popular y las historias se contaban de generación en generación, a menudo adornadas y exageradas para darles realce y enfatizar el pánico que se había sentido.

Carátula en DVD de la película "Los demonios de la noche"
De todas estas historias, la de los leones de Tsavo es una de las más conocidas. Dio lugar a muchos libros y varias películas (la última “Los demonios de la noche”, protagonizada por Michael Douglas y Val Kilmer), y hasta hace bien poco los estudios combinados de varios científicos no han podido separar la realidad del mito. La historia lo tiene todo: unos terroríficos devoradores de hombres, un héroe que logra acabar con ellos y un aura de terror que sigue flotando sobre el lugar. Esta es la verdadera historia de los leones de Tsavo.

La “Uganda Railway

A finales del siglo XIX África se encontraba dividida entre las potencias europeas. Gran Bretaña dominaba gran parte del continente, habiendo sido la única que había logrado conectar con sus colonias tres mares: el Mediterráneo por Egipto y el Atlántico y el Índico por Sudáfrica. Sus colonias africanas estaban todas unidas de norte a sur, algo que ninguna potencia europea había conseguido. En estas circunstancias, la construcción de infraestructuras y vías de comunicación eran prioritarias para los británicos.

Situación de Tsavo
Es en este contexto en el que se proyectó y empezó a construir en 1898 una línea de ferrocarril entre Mombasa (en Kenia, a orillas del Índico) y Kampala (en Uganda, a orillas del lago Victoria). Esta línea conectaría el más importante puerto del este de África con la perla de las ciudades británicas en el continente, atravesando el desierto de la tierra de las masai y salvando el desnivel de la falla del Rift. El proyecto recibió el nombre de “Uganda Railway”, aunque muchos lo consideraron tan descabellado que pronto empezó a llamársele “The Lunatic Express”. La obra empleaba a miles de trabajadores indios, que vivían en campamentos temporales diseminados a través de la línea ferroviaria, en condiciones muy precarias y cuidándose constantemente de la viruela y la malaria.

Coronel John Henry Patterson
La obra se encontró con un obstáculo formidable: el caudaloso río Tsavo. El ingeniero militar coronel John Henry Patterson fue el encargado en marzo de 1898 de idear y construir un puente que uniera las dos orillas del río y soportara el peso del ferrocarril. Patterson había servido en la India y tenía una amplia experiencia como cazador de tigres, algo que le resultaría muy útil en lo que estaba por venir. Tsavo significaba “lugar de matanza” en el idioma de los kamba, la tribu que poblaba esta zona, en recuerdo de las batallas entre ellos y sus vecinos masai

Fantasma y Oscuridad

Durante la construcción del puente, dos leones empezaron a sembrar el terror entre los trabajadores indios y los lugareños. Sacaban a los hombres de sus tiendas a rastras para devorarlos en la oscuridad cercana. Incluso atacaban de día, invisibles hasta el último momento entre los altos matorrales. En un principio, la astucia de los leones le hizo pensar a Patterson que se trataba de un complot de los trabajadores, que hablaban de demonios y huían de sus puestos, pero el descubrimiento de los restos devorados de algunos cuerpos le confirmó la presencia de los devoradores de hombres. Cuando halló el cuerpo de su criado Ungar Singh relataría:

“Todo el terreno está cubierto de sangre y fragmentos de huesos, aunque la cabeza del infortunado estaba intacta salvo por los agujeros que le habían producido los colmillos del león… Fue la visión más horripilante que he tenido en mi vida.”

Patterson nunca había visto leones como aquellos. No tenían melena, y eran sorprendentemente grandes a pesar de ser jóvenes. Ante el pánico reinante que amenazaba con que los trabajadores se sublevaran y la obra se paralizase, ordenó construir cercados de espinas (bomas) y barreras de fuego rodeando el campamento. Sin embargo, los leones lograban romper las cercas silenciosamente y entrar en el interior, cobrándose la siguiente víctima. Además, los felinos demostraron una sorprendente inteligencia para librarse de las trampas que Patterson les ponía. Se adelantaban a cada movimiento del coronel evadiendo las numerosas tentativas que hacía para cazarlos.

Construcción del puente sobre el río Tsavo
Entre los trabajadores africanos de la construcción empezó a crearse la superstición de que esos leones no eran normales, sino la reencarnación de antiguos guerreros muertos en la zona enviados allí por algún hechicero para paralizar las obras del ferrocarril. Se les bautizó como “Ghost” (Fantasma) y “Darkness” (Oscuridad). Se decía que no sólo cazaban para comer, sino también por diversión y para entrenarse. Aunque cada noche mataban a varios hombres, sólo arrastraban a uno fuera para devorarlo. El número de sus víctimas fue aumentando.

La construcción se paraliza

Sin un motivo aparente, los ataques desaparecieron de pronto. Quizás fue debido a un aumento de las presas salvajes en la zona o al acoso permanente a que estaban siendo sometidos, que en ocasiones les impedía devorar a sus presas con tranquilidad. Al cabo de un tiempo sin ataques, los trabajadores y el propio Patterson pensaron que los felinos se habían ido a otras áreas de caza. La vigilancia empezó a relajarse, algo que pronto se reveló fatal.

Una de las trampas de Patterson
Porque tal y como se fueron regresaron. Una noche, uno de los leones saltó limpiamente el vallado de tres metros que rodeaba el campamento y arrastró a uno de los hombres a través de las ramas de espino que formaban dicha valla. Fuera le esperaba el otro león, y allí mismo empezaron a devorar al infortunado, ante la impotencia de todos. Patterson revelaría estos actos de los leones como perturbadores, pues al horror de ver o escuchar cómo una persona era arrastrada por las fauces de un devorador de hombres, se sumaba la confianza que iban adquiriendo los leones, que devoraban a su presa cerca del lugar, sin que pudieran ser localizados en la oscuridad de la noche; asimismo, describe un crujido de huesos y un rumor que aseguró parecer como un placentero ronroneo, sonidos que tardarían tiempo en desaparecer de su cabeza.

Las deserciones de los trabajadores empezaron a contarse por centenares. Nadie quería quedarse por miedo a ser la siguiente víctima de los devoradores de hombres, ante el manifiesto fracaso de Patterson en acabar con ellos. La construcción se paralizó durante tres semanas, hasta que Patterson pudo por fin matarlos.

La muerte de los leones

Matar a los felinos que estaban poniendo en peligro la construcción de su puente empezó a convertirse en una obsesión para Patterson. A principios de diciembre de 1898, construyó un machan (especie de tarima sobre 4 postes verticales) apenas resistente desde el que divisaba la zona y pasó varias noches encaramado allí. Finalmente el 9 de diciembre, con un asno muerto por los propios leones como cebo, uno de ellos apareció.

Patterson con el primer león
Si Patterson se hubiera dormido sin duda habría sido la siguiente víctima. El león ignoró el cebo y fue directamente a por el cazador. Patterson logró herirle en los cuartos traseros pero el felino escapó. Al rato apareció de nuevo y Patterson le disparó varias veces más. Por la mañana le siguió el rastro y lo encontró muerto. Tenía 5 heridas de bala. El león medía tres metros de la cabeza a la cola y pesaba 225 kilos. Se necesitaron 8 hombres para transportarlo al campamento.

Segundo león
Tres semanas después, el 29 de diciembre, Patterson lograba herir al segundo león, al cual persiguió a lo largo de medio kilómetro con su porteador de armas, hasta que se encontró con el ataque fatal del animal. Tras dispararle 5 veces consecutivas, Patterson tuvo que huir a un árbol, donde ya se había refugiado su porteador. Disparó nuevamente al león, acertándole en el pecho y la cabeza, y finalmente cayó abatido. Según Patterson, el felino murió mordisqueando una rama de un árbol caído tratando de alcanzarle.

La cueva de los leones

Patterson encontró la cueva de Fantasma y Oscuridad y se horrorizó ante la gran cantidad de huesos humanos que había. Parecía que los leones los coleccionaban como trofeo. Este comportamiento no es propio de estos felinos, ya que devoran sus presas y abandonan sus restos en campo abierto. Fue algo muy controvertido entre los científicos, más aún después de no encontrar la cueva que Patterson fotografió. En 1997 fue redescubierta, pero lo encontrado allí no permite sacar conclusiones definitivas. Muchos dicen que lo que el coronel encontró fueron restos de enterramientos de las tribus locales.

Fotografía de Patterson de la cueva de los leones

La misma cueva en 1997
Las pieles de los leones sirvieron como alfombras en la casa de Patterson durante 26 años, hasta que en 1924 las vendió por 5.000 dólares al Museo Field de Historia Natural de Chicago. También les vendió los cráneos. En el Museo, las pieles fueron preparadas para montar la figura de dos leones que todavía siguen expuestos al público. Entre que las pieles no llegaron en demasiado buen estado y que la reconstrucción es manifiestamente mejorable, el aspecto de los dos felinos es más grotesco que terrorífico. Patterson publicó en 1907 el libro “Los devoradores de hombres de Tsavo”, donde narraba su versión de los hechos.

La compañía documentó 28 casos de trabajadores muertos por los leones. Probablemente hubo más, ya que de las muertes de los lugareños no se guardaba expediente alguno. Recientes estudios han demostrado que uno de los leones comió el equivalente a 11 personas y otro 24, un total de 35 personas devoradas. Patterson daba una cifra (con seguridad exagerada) de 140 víctimas. La cifra real puede ser mayor que los 35 de los últimos estudios, si atendemos los testimonios de la época de que los leones mataban a varias personas cada noche pero sólo se comían a una.

Fantasma y Oscuridad en el Museo Field de Chicago
Con la muerte de Fantasma y Oscuridad sólo se acabó un capítulo de la historia de los devoradores de Tsavo. De hecho, apenas transcurridos dos meses de la construcción del puente, en marzo de 1899, el ingeniero de carreteras O’Hara era víctima de un nuevo devorador. Esa noche había salido de su tienda, tras avisarle su esposa de la presencia de un león. Sin embargo, volvió a ella pensando que tan sólo había sido un susto propiciado por un asno. Como hacía mucho calor y pensando que no existía peligro alguno, dejó la tienda abierta y siguió durmiendo. De pronto, una leve sensación como si le retiraran la almohada despertó a la señora O’Hara: su marido no estaba. Al salir fuera de la tienda, lo encontró muerto a 2 metros de ella, y a su lado un enorme león la miraba. El devorador había hecho presa en su cabeza penetrándole el cráneo con sus colmillos hasta el cerebro, provocándole una muerte instantánea y silenciosa con la que el felino pretendía llevarse su cuerpo. El disparo de un rifle ahuyentaría al felino, que regresaría a los 10 minutos en busca de su presa, pasándose la noche rondando la tienda del desafortunado ingeniero a pesar de los disparos que intentaban herirle. El león sería abatido varias semanas después con un dardo envenenado.

Las razones de que mataran hombres

Los leones de Tsavo tienen fama de ser los más peligrosos y agresivos del continente. A veces no dudan en saltar sobre un todoterreno de turistas y golpear sus ventanas o morder las ruedas. Su aspecto difiere bastante del león nubio, el más estudiado y que campa por Tanzania, Etiopía y gran parte de Kenia a pesar de pertenecer ambos a la misma especie. Podemos destacar su gran tamaño, ya que pueden superar los 3 metros de longitud y pesar hasta 50 kilos más que sus parientes de la sabana. Por otra parte, los machos participan tan activamente o más que las hembras en la caza. Además, generalmente no poseen melena, o en su caso, está formada por una rala cresta y enmarañadas patillas. Expertos naturalistas y científicos han estudiado estos leones llegando algunos a la conclusión de que podrían ser una subespecie primitiva emparentada con los extintos leones del Norte de América y Europa (leones cavernarios), teoría que se ve reforzada por sus notables diferencias morfológicas y la inusual tendencia de esta especie a vivir en cuevas.

El estudio de los cráneos de estos dos felinos verificó que se trataban de leones sanos; y aunque Fantasma tenía un colmillo roto y su cráneo había sufrido una deformación en la primera fase de su vida, se descartó que fuera motivo alguno para inutilizarlo pues igual siguió alimentándose de presas salvajes. El estudio de sus dientes demostró que no devoraban sólo a seres humanos, tan sólo era una presa más que se incluía en su menú habitual de búfalos, cebras, impalas o facóqueros.
 
Diversas fotografías hechas por Patterson (A, C, E)
y fotografías actuales de los dientes de los leones (B, D)
Este estudio, publicado en la revista “Proceedings”, llegaba a algunas conclusiones sorprendentes. Por ejemplo, la dieta de uno de los leones estaba compuesta casi al 50% de humanos, siendo el resto herbívoros de otras clases; sin embargo, el otro león apenas estaba interesado en comer carne humana, aunque la probaba de vez en cuando. A pesar de eso, ambos animales trabajaban en equipo, ya sea para cazar hombres o cualquier otra presa. Este es un comportamiento extremadamente inusual, y más con presas fáciles como las personas.

Queda la incógnita de cómo se aficionaron a la carne humana. Es muy probable que lo hicieran cazando a los enfermos y débiles que las caravanas de esclavos con destino a Zanzíbar dejaban atrás, y que en su ruta tenían que cruzar el río Tsavo. Otra posible explicación es que se vieran atraídos por los restos de las cremaciones hindúes de los trabajadores del ferrocarril.

En cualquier caso, el “reinado del horror” (como lo bautizó Patterson) dio lugar como dije al principio a varios libros y películas. La última de ellas se tituló en España “Los demonios de la noche”, con Val Kilmer como Patterson. Y no puedo despedir el artículo sin decir que el cazador americano interpretado por Michael Douglas es un personaje creado para la ocasión y no existió realmente. Claro que la misión del cine no es ser riguroso históricamente, sino entretener; y esta película cumple esa misión.
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Tulipomanía, la locura de los tulipanes

Cuando mencionamos las palabras “burbuja especulativa”, la mayoría piensa en la crisis del ladrillo, en Lehman Brothers y en rescates bancarios. Muchos pueden que piensen también en el gran crack del 29. Lo que a casi nadie le vendrá a la cabeza es la tulipomanía, un periodo especulativo que se produjo en Holanda en el siglo XVII y que debe su nombre a que el objeto de especulación eran los bulbos de tulipán. Los precios de dichos bulbos llegaron a alcanzar niveles que, en el mejor de los casos, sólo pueden calificarse de extravagantes.

La locura de los tulipanes (Jean Gerome Leon)
Considerado uno de los primeros fenómenos especulativos de los que se tienen noticia, la tulipomanía causó una grave crisis económica y social en los Países Bajos e ilustra muy bien el comportamiento de una burbuja financiera. El relato del auge y caída de los precios de esta exótica flor fue popularizado por un periodista escocés llamado Charles Mackay en un libro titulado “Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes” (1841).

La Edad de Oro holandesa

Durante las primeras décadas del siglo XVII, y en paralelo a la Guerra de los 30 Años (1618-1648), Holanda adquirió una pujanza económica extraordinaria. La mayoría de los países europeos acusaban un fuerte intervencionismo y procuraban minimizar el intercambio comercial con los países vecinos. Holanda sin embargo redujo aranceles, abrió sus fronteras y se lanzó de un modo innovador al comercio internacional. Desarrolló además un sistema financiero ágil, eficiente y abierto. En el Banco de Ámsterdam (fundado en 1609) realizaban depósitos en metálico tanto nobles como comerciantes, e incluso extranjeros. El dinero era abundante y había una fuerte sensación de riqueza.

Portada del libro de Charles Mackay
El Estado holandés era tolerante y permitió a cualquier extranjero instalarse en el país. Eso trajo consigo que artistas, pensadores y científicos se afincaran allí en busca de la libertad que no tenían en su país de origen. También dio asilo a perseguidos por cuestiones religiosas, entre los que estaban los hugonotes franceses o los sefardíes españoles. La prosperidad económica y el ambiente de libertad intelectual y artística hicieron que los holandeses desarrollaran un gran gusto por la belleza. En ese gusto se incluían las flores exóticas, que se convirtieron en un símbolo de riqueza.

El tulipán

Esta flor se introdujo en Europa hacia 1544 procedente de Turquía (su nombre proviene del francés turban, que significa “turbante”). El responsable de ello fue el embajador austriaco en Estambul Ogier Ghislain de Busbecq. En 1559 el botánico Carolus Clusius (nombre latinizado de Charles de L’Écluse) lo introdujo en Holanda plantándolo en un terreno en Leiden que tenía dedicado al cultivo de plantas tropicales y especias. Clusius los mantenía guardados; sin embargo, una noche robaron sus bulbos y la flor empezó a extenderse por el país, donde su terreno arenoso ganado al mar se reveló como ideal para el cultivo de esta planta.

Campo de tulipanes
Las flores empezaron a venderse en los mercados de Holanda y los nobles, maravillados por sus vívidos colores, los compraban para adornar sus casas. Al ser una flor escasa, su precio era alto y empezó a convertirse en un símbolo de riqueza y estatus social. Fue en ese momento cuando entró en escena una enfermedad de la flor producida por un virus llamado “virus mosaico”, que causaba en las flores líneas aleatorias de colores y explosiones de pigmentos, con lo que esta enfermedad se convirtió en un golpe de fortuna. El virus hizo a los tulipanes enfermos aún más atractivos, y teniendo en cuenta que las flores afectadas por el virus eran raras, pasaron a ser un símbolo perfecto de diferenciación y su precio subió aún más. Paralelamente, algunos aristócratas franceses comenzaron a interesarse por estas flores, y empezó a crearse la opinión de que los nobles de Francia extenderían la moda por toda Europa. Esto atrajo a inversores y especuladores.

Sin embargo, la flor del tulipán florece en una semana y se marchita con rapidez. A esto hay que añadir que sus semillas tardan entre siete y doce años en dar una flor, lo que hacía que no se dieran las condiciones para un mercado especulativo. No obstante, los tulipanes podían también reproducirse a través de sus bulbos, que se formaban en el interior de los capullos. Un bulbo, convenientemente cultivado, daba una flor que a su vez daba nuevos bulbos. Además, los virus mosaico se contagiaban de una flor a otra a través de los bulbos, pero no de las semillas. Las condiciones para la especulación ya estaban sobre la mesa: ésta no se haría con la flor o con las semillas del tulipán, sino con sus bulbos.

El mercado de los tulipanes

Había dos periodos de venta de tulipanes que podríamos denominar de “venta al público” y de “productores”. El primero se daba al iniciarse la primavera y consistía en vender la flor en los mercados de las ciudades al consumidor final que pudiera permitírselo. El segundo se producía durante el verano y no se comerciaba con las flores, sino con los bulbos. Estos se arrancaban de la flor y se plantaban para que crecieran nuevas plantas. Al estar enterrados, no podían pasar de unas manos a otras, así que lo que se vendían eran los derechos sobre el futuro tulipán. Hoy en día esta práctica es habitual y se llama “contratos de futuros”, pero por aquel entonces era una auténtica innovación.

Dibujo de un tulipán "Semper Augustus"
Lo que pasaba era más o menos lo siguiente: un primer comprador contactaba con el jardinero y le ofrecía un dinero por el bulbo enterrado. Se daba una señal a cuenta y el resto se pagaría a la entrega de la planta. Toda la transacción se hacía mediante un contrato que un notario refrendaba. Este primer comprador se dirigía entonces a un segundo comprador y vendía el contrato de compraventa por el mismo mecanismo (una cantidad a cuenta y el resto a la entrega), y así sucesivamente. Ni que decir tiene que el precio de la transacción aumentaba en cada operación y con cada intermediario. Todo se hacía pensando que el precio que pagaría el comprador final (el noble que pondría la flor en su mansión) compensaría toda esta especulación. Si esto pasaba, dicho comprador final financiaría los beneficios en cascada de todos los compradores intermedios.

Viene ahora otro factor que hizo que los contratos de futuro aumentaran aún más los precios y en el que los holandeses se adelantaron a su tiempo: inventaron las marcas. Los primeros tulipanes se clasificaban básicamente por su color (rosen, violetten, bizarden…), pero a los tulipanes enfermos (los más caros y raros) no se les podía poner “contaminados”, “infectados” ni nada similar. Así que los holandeses echaron mano de su imaginación y empezaron a ponerles nombres como “Almirante”, “General”, “Alejandro Magno” o “Escipión”. Incluso a algunas variedades empezó a ponérseles “Almirante de Almirantes” o “General de Generales”. Los contratos de futuro sobre todas estas variedades empezaron a subir como la espuma. Los holandeses acababan de inventar el concepto de branding.

Alimentando la burbuja

Durante los años 20 del siglo XVII el precio de los bulbos de las variedades más raras empezó a subir con rapidez. Un bulbo de alguna variedad rara podía venderse por 1.000 florines. Se llegaron a registrar transacciones tales como una mansión en el centro de Ámsterdam a cambio de un solo bulbo de la variedad “Semper Augustus”. El récord lo marcó una flor de esta variedad que se vendió a 6.000 florines. Pero fue a partir de 1630 cuando todo el mundo se lanzó a la euforia, en vista de que los precios no paraban de subir.

En octubre de 1636 un derecho sobre un bulbo de tulipán normal se vendía a 20 florines. A mediados de noviembre el precio se disparó a 50 florines y a finales de ese mes el precio se dobló: se pagaban 100 florines por un tulipán. Para hacernos una idea de la enormidad del precio, hay que decir que el salario medio de un trabajador holandés era de unos 150 florines anuales, y que por 100 florines se podía comprar ¡una tonelada de mantequilla! Además, no se comerciaba con un solo bulbo sino con varios, así que empezaron a moverse cantidades muy importantes de dinero. Las transacciones tenían lugar en las tabernas aledañas a los mercados. Todos se agolpaban para entrar en los locales, de dónde podía verse salir a eufóricos ciudadanos que acababan de ganar en unos minutos el salario de varios años. Los precios subían por semanas, por días, incluso por horas.

El vagón de los locos, de Flora Malle
Entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre los precios se estabilizaron en 100 florines, pero el día 12 los bulbos pasaron a valer 150. El beneficio era tal que muchos veían absurdo dedicarse a trabajar pudiendo doblar el patrimonio en pocas horas comprando y vendiendo contratos sobre bulbos. Los tulipanes entraron en el mercado de valores, y las transacciones se hacían sobre catálogos que empezaron a imprimirse por aquel entonces (¿les suena ésto de algo?). Entre enero y febrero de 1637 los precios siguieron aumentando, llegando el día 3 de febrero a 200 florines. Se producían transacciones de 100.000 florines por varias decenas de bulbos. Como no todo el mundo disponía del suficiente dinero en efectivo, se llegó a pactar el pago con propiedades. Así, se conoce un pacto de compraventa de un bulbo de “Semper Augustus” por 12 acres de tierra (5 hectáreas) y otro de un bulbo de un “Viceroy” a cambio de ¡2 carros de trigo, 2 carros de centeno, 4 bueyes, 8 cerdos, 12 ovejas, 2 barricas de vino, 4 barriles de cerveza, 2 toneladas de mantequilla, 1.000 libras de queso, 1 cama doble, 1 baúl lleno de ropa y 1 copa de plata!

Entre las anécdotas de la época, Charles Mackay cuenta que un marinero fue encarcelado 6 meses por comerse un bulbo de tulipán al confundirlo con una cebolla. El dueño del tulipán (otro “Semper Augustus”) había pagado 3.000 florines por él, así que la cárcel fue el mal menor del marinero, que de otro modo podría haber sido linchado.

El hundimiento del mercado

Era en ese mes de febrero cuando se empezaban a poner a la venta los bulbos a los que tocaba florecer ese año. Todos se frotaban las manos esperando pingües beneficios. Sin embargo, las cosas no fueron tan bien como esperaban. Se barajan dos posibles causas para ello. Por un lado, un brote de peste bubónica había reducido la actividad en el mercado Haarlem. Por otro lado, los precios habían subido demasiado, lo que desanimaba al comprador final. Pagar 200 florines por una flor que sólo tenía una función ornamental y que únicamente servía para exhibirse ante las visitas, cuando podía conseguirse el mismo efecto con una pintura, un concierto privado o un traje nuevo (cosas mucho más baratas) era demasiado. Con 200 florines podían comprarse muchos lujos en la Holanda del siglo XVII. En cualquier caso, al haberse producido toda la especulación fuera del mercado final, se confiaba en que sería este el que financiara los beneficios en cadena de los especuladores, con lo que si este fallaba toda la cadena se derrumbaría.

Evolución del precio de los tulipanes (1636-1637)
Ante la falta de compradores, los vendedores de los mercados tuvieron que empezar a bajar los precios. El pánico empezó a extenderse, sobre todo en los que tenían contratos con vencimientos para los 2 o 3 años siguientes y todavía no los habían revendido. Buscaban desesperadamente alguien a quién transferirle los futuros derechos, pero nadie los quería. El precio se desplomó. Las discusiones fueron terribles. Hubo personas que firmaron contratos de futuros tanto en posición compradora como en posición vendedora, a precios y vencimientos diferentes. La gente se reclamaba el cumplimiento de los contratos que ellos mismos se negaban a cumplir cuando les tocaba asumir el pago. Muchos llegaron a las manos y había denuncias cruzadas todos los días.

Fin de la historia

Las autoridades intervinieron y declararon que los contratos sobre bulbos era una pura venta de humo (windhandel, ‘negocio de aire’). En algunos casos, faltaban años para la entrega de los bulbos, así que el gobierno holandés pensó que lo mejor era declarar esas ventas como sencillamente inexistentes. Esta solución no contentó a nadie, ni a los que esperaban cobrar mucho por los bulbos plantados ni a los que habían pagado señales que no habían podido recuperar.

Portada de un catálogo de tulipanes
Se ideó entonces una solución salomónica. El gobierno holandés estableció que los precios pactados eran absurdos, pero que tampoco podía dejarse sin compensación al propietario del bulbo. Así pues, se acordó que la solución sería que quién poseyera contratos podría abstenerse de ejercer la compra en el momento de su vencimiento, estando obligado a abonar el 10% del importe pactado. En esto nuevamente los holandeses se adelantaron a su tiempo: acababan de inventar las opciones de compra. Sin embargo, tampoco esta solución dejó satisfecho a nadie. Los tenedores de bulbos recibieron sólo el 10% de lo que pensaban cobrar, mientras que los tenedores de contratos se vieron obligados a pagar cantidades exorbitantes (puesto que el 10% de una cantidad disparatada suele seguir siendo una cantidad disparatada).

No existe un acuerdo entre los historiadores sobre la repercusión que esta crisis tuvo en la economía holandesa. Algunos hablan de colapso de los mercados financieros, quiebras y bancarrotas. Otros sin embargo dicen que el fenómeno sólo afectó a un reducido grupo de comerciantes, artesanos y nobles. Es muy probable que esta sea la verdad, ya que la mayor parte de las entregas de tulipanes no llegaron a materializarse y estaríamos por tanto ante una sucesión de promesas de compra y venta: una burbuja de contratos. Sólo las señales de compra pasaron efectivamente de mano en mano y nadie asumió el pago del resto del contrato.

Dibujo de varias variedades de tulipán
En cualquier caso, fue la primera constatación del daño que puede producirse en una burbuja especulativa. Con el paso del tiempo, Holanda se ha convertido en un país experto en tulipanes, cuya venta supone una parte importante de su economía. Se calcula que en la actualidad concentra el 87% de ese mercado. Los holandeses dedican al cultivo de esta flor unas 12.000 hectáreas y producen 4.000 millones de bulbos al año. Aunque eso sí, ahora los venden a precio de tulipanes.
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Juana, la Reina sin trono

Nunca reinó, pero firmó hasta el final de su vida como “Yo, la reina”. No venció a sus enemigos, pero les sobrevivió a todos. Su padre la amaba intensamente, pero eso no evitó que la traicionara para salvar su trono frente a las ambiciones de los nobles. Sin duda, Juana de Trastámara es uno de los personajes más injustamente tratados por la Historia. Llamada a ser reina de Castilla, las intrigas de la corte la despojaron de su derecho y la empujaron a una guerra contra dos reinos poderosos que jamás podría ganar.

Juana e Isabel, rivales por el trono
Conocida como “La Beltraneja”, los rumores y bulos sobre ella corrieron de boca en boca casi desde su mismo nacimiento. Ignorada por la misma Historia que encumbró a su tía y rival Isabel la Católica, quedó relegada al olvido víctima de las innumerables intrigas en su contra, hasta el punto de que se llegaron a destruir muchos documentos históricos relacionados con ella. Muerta en Lisboa en 1530, la injusticia con ella llega al extremo de que se ignora donde se encuentran sus restos mortales.

El manifiesto de Burgos

El 7 de marzo de 1462, una niña de 11 años sostenía en sus brazos un bebé que iba a recibir el bautismo. La niña se llamaba Isabel y fue conocida por la posteridad con el sobrenombre de “La Católica”. El bebé se llamaba Juana y recibió el cruel apodo de “La Beltraneja”. Ambas, tía y sobrina, lucharon años después en una guerra de sucesión al trono de Castilla, pero entonces nada hacía presagiar que esto ocurriría.

Juana había nacido el 28 de febrero de 1462 en Madrid, hija de Enrique IV y de su segunda esposa Juana de Portugal. Su padre fue apodado por sus adversarios “El Impotente”, no tanto por no haber tenido descendencia con su primera esposa Blanca de Navarra sino por ser conocida su manifiesta dejación de las obligaciones matrimoniales (de hecho, ese matrimonio fue anulado bajo el motivo de no haber sido nunca consumado). De ahí que desde un primer momento las dudas sobre la legitimidad de la Infanta se pusieran de manifiesto. El candidato a progenitor fue Beltrán de la Cueva, uno de los privados del monarca, a pesar de que las fechas no cuadraban. No obstante las dudas, Juana fue proclamada heredera en las Cortes de Madrid el 4 de mayo de 1462.

Beltrán de la Cueva
Juana contaba dos años cuando los nobles, encabezados por Juan Pacheco (Marqués de Villena), firmaron el llamado “Manifiesto de Burgos”, por el que se ponía en duda la legitimidad de la princesa y tomaban partido por Alfonso, medio hermano del rey (era hijo del segundo matrimonio de Juan II, padre de Enrique IV). Enrique trató de solventar la situación acordando el matrimonio de Juana y Alfonso, con lo que este se convertiría en el legítimo heredero. Pero teniendo en cuenta que antes había concertado el matrimonio de Juana con el Infante Juan, heredero al trono de Portugal, la situación desembocó en uno de los más lamentables episodios de la Historia de España: La farsa de Ávila.

El 5 de junio de 1465, la nobleza encabezada por el Marqués de Villena, reunida en Ávila, arrojó al suelo la imagen del rey al grito de “a tierra, puto” y puso la efigie de Alfonso en su lugar. Con ello querían demostrar que defenderían los derechos de Alfonso hasta las últimas consecuencias. El reino entero se levantó en armas, tratando de decidir sobre legitimidad y derechos dinásticos. Los enfrentamientos acabaron con la sospechosa muerte de Alfonso tres años después, posiblemente envenenado. Sin embargo, la nobleza no desistiría en su empeño y puso los ojos en Isabel, hermana de Alfonso. Mientras tanto, Juana y su madre vivían custodiadas por el Conde de Tendilla en varios castillos.

El pacto de los Toros de Guisando

El 23 de agosto de 1468, Enrique firma en Cadalso de los Vidrios un documento por el que reconocía a su hermanastra Isabel como heredera al trono, desheredando así a su hija Juana. Este documento fue ratificado el 19 de septiembre en el llamado “Pacto de los Toros de Guisando”. En este pacto, entre otras cosas, se estipulaba que Isabel sólo se casaría con la aceptación de Enrique. Sin embargo, Isabel incumplió la cláusula al desposarse en 1469 con Fernando de Aragón en secreto y sin esperar la aprobación del rey.

Recreación del Pacto de los Toros de Guisando en la serie "Isabel" de TVE
Enrique montó en cólera. Había negociado el matrimonio de Isabel con Alfonso V, rey de Portugal. En las negociaciones se había introducido una cláusula interesante: si Isabel se negaba, Enrique apoyaría una invasión portuguesa de Castilla a cambio del compromiso del monarca portugués de casarse con Juana. Se ponía de manifiesto de nuevo el carácter artero de Enrique, que no dudaba en traicionar con su mano izquierda lo que la derecha había firmado. Las negociaciones, finalmente, no prosperaron.

En 1470 Juana fue puesta bajo la protección de Juan Pacheco, Marqués de Villena. Enrique recibe al Conde de Boulogne, representante del Duque de Guyena, hermano del Rey de Francia, quien viene a pedir la mano de su hija. En Medina del Campo se firman las capitulaciones matrimoniales. El 26 de octubre, a petición de Pacheco y de los embajadores franceses, revoca el Pacto de los Toros de Guisando mediante la Declaración de Valdelozoya y se procede al enlace. Previamente, Enrique y su esposa juran solemnemente que Juana es hija suya. Juana es nuevamente declarada como su sucesora y heredera al trono. La princesa cuenta con ocho años y el Cardenal de Albi es el encargado tomar juramento a los reyes y de verificar el enlace por poderes -el Conde de Boulogne representa al Duque de Guyena- para el rey francés.

La muerte de Enrique IV

El enlace se desbarató al fallecer el Duque de Guyena en 1472. Enrique trató entonces de iniciar negociaciones con distintos reinos para casar a Juana y procurarle así el apoyo que necesitaría más adelante. Contactó con Portugal para tratar de casarla con el rey Alfonso V o con su hijo Juan, con Aragón para casarla con el infante Enrique e incluso con Nápoles para casarla con el infante Fadrique. Nada fructificó.

Enrique IV de Castilla
En octubre de 1474 falleció el Marqués de Villena, uno de los principales artífices del rumor de que Juana no era hija del rey. Su sucesor, Diego López Pacheco, toma sin embargo partido por Juana. Dos meses más tarde, el 11 de diciembre, Enrique muere repentinamente, al parecer envenenado con arsénico.

Los partidarios de Isabel hicieron correr la voz de que el rey había muerto sin testar. Sin embargo, no era verdad. El testamento estaba custodiado por un clérigo de Madrid, que huyó a Portugal con él. Ya al final de su vida, Isabel conoció el paradero del documento y mandó que se lo trajeran. Llegó pocos días antes de su fallecimiento, y según Galíndez de Carvajal, testigo de los hechos, fue quemado por Fernando el Católico.

Comienza la guerra de sucesión

Dos días después de la muerte del rey, Isabel se autoproclama en Segovia reina de Castilla. Sin embargo, otras ciudades como Madrid, Sevilla o las gallegas apoyan a Juana. Casi toda la nobleza toma partido por Isabel, es decir, por la alianza entre Castilla y Aragón. Sin embargo, a Juana no le faltan apoyos. Son afines a ella el nuevo Marqués de Villena, el de Cádiz, el Duque de Arévalo, el Maestre de la Orden de Santiago y el Arzobispo de Toledo. No obstante, la poderosa familia Mendoza, que siempre la había apoyado, había cambiado de bando.

Alfonso V de Portugal
Los partidarios de Juana, comprendiendo que la desigualdad de fuerzas les perjudicaba, pidieron ayuda a Alfonso V, rey de Portugal, y le propusieron que se casara con la princesa. Esto lo convertiría automáticamente en rey de Castilla. Alfonso aceptó, y cruzó la frontera al mando de un ejército. Avanzó por Extremadura y llegó a Plasencia, donde se le unieron el Marqués de Villena y el duque de Arévalo, y se desposó con Juana, que a la sazón contaba con 12 años, el 25 de mayo de 1475. Inmediatamente se dirigió al Papa para pedir la correspondiente dispensa para el matrimonio consanguíneo, y a Isabel y Fernando conminándoles a que renunciaran a la corona si no querían la guerra.

Los desposados fueron proclamados reyes de Castilla y Portugal, y enviaron cartas a las ciudades reclamando su fidelidad. Juana, tratando de evitar una guerra civil, propone que sea el voto de las ciudades el que decida sobre la cuestión. “Luego por los tres estados de estos dichos mis reinos, e por personas escogidas dellos de buena fama e conciencia que sean sin sospecha, se vea libre e determine por justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos rigores e rompimientos de guerra”. Este gesto fue inútil, puesto que Isabel y Fernando se estaban preparando para la inminente guerra.

De Plasencia a la batalla de Toro

Alfonso cometió la torpeza de permanecer inactivo, dando tiempo a Isabel y Fernando de prepararse. En julio sale por fin de Arévalo y se apodera de Toro y Zamora. Un intento de Fernando de reconquistar Toro fracasa, desbandándose su ejército. Mientras tanto, los nobles castellanos que le apoyaban no podían prestarle su ayuda, pues bastante hacían con defender sus posesiones de Galicia, Villena y Calatrava. Las cosas no iban del todo bien para el bando de Juana. Los soldados castellanos veían con disgusto tener que combatir bajo bandera portuguesa. Además, continuas incursiones en Portugal de caballería ligera extremeña y andaluza causaban una gran desolación. Los nobles portugueses se quejaban de no poder volver a defender su país.

Isabel estaba dispuesta a conceder una gran cantidad de dinero al rey portugués para que depusiera las armas. Sin embargo, este quería además Galicia y las ciudades de Toro y Zamora. Como Isabel no estaba dispuesta a ceder ni un palmo de terreno, la lucha continuó.

Fernando el Católico
El punto de inflexión de la guerra se produjo frente a Burgos. El castillo estaba en poder de Íñigo de Zúñiga, partidario de Juana. Fernando lo sitió y Alfonso se puso en marcha para socorrer a la guarnición. No obstante, después de tomar Baltanás y Cantalapiedra, decidió volver sobre sus pasos para no alejarse de la frontera de Portugal. La guarnición se rindió finalmente el 28 de enero de 1476. El prestigio de Alfonso sufrió un duro golpe.

Fernando aprovechó la situación y puso cerco a Zamora. Alfonso, esta vez sí, acudió en ayuda de la ciudad y cercó a su vez a Fernando. Tras dos semanas de lluvias, y con sus tropas ateridas y empapadas, decidió replegarse a Toro, siendo perseguido hasta allí por el ejército de Fernando. Los dos ejércitos se enfrentaron el 1 de marzo, en una batalla donde ambos bandos se proclamaron vencedores. Por un lado las tropas de Alfonso fueron derrotadas, pero por otro su hijo Juan desbarató totalmente el ala derecha del ejército castellano quedando dueño del campo de batalla. Fernando, sin embargo, tiene la habilidad de despachar inmediatamente cartas a todas las ciudades anunciando su victoria, con lo que estas lo toman como vencedor.

Las consecuencias políticas de la batalla

Poco después de la batalla, se produjeron varios hechos desfavorables a la causa de Juana. Por un lado, se rindieron los defensores de Zamora y Madrid (excepto unos pocos que se refugiaron en el Alcázar), además del Duque de Arévalo, del Maestre de Calatrava y del Conde de Ureña. No obstante, y perdiendo también las tropas de su hijo Juan (que volvieron a Portugal a reforzar las fronteras), Alfonso siguió con su ejército durante tres meses y medio más lanzando incursiones en la zona de Salamanca e intentando secuestrar a Fernando el Católico en Cantalapiedra y a Isabel en Medina del Campo.

Supuesto retrato de Isabel la Católica
Los Reyes Católicos iniciaron entonces la guerra naval, intentando atacar la fuente de financiación portuguesa: el oro de Guinea. Este fue el acontecimiento que precipitó la retirada final del ejército portugués el 13 de junio de 1476. Con esta retirada, la causa de Juana quedaba definitivamente hundida.

La guerra continuó durante 3 años más, produciéndose enfrentamientos tanto marítimos como terrestres. Isabel y Fernando fueron rindiendo las últimas fortalezas del bando de Juana a la vez que negociaban el perdón de los nobles rebeldes. Por otra parte, la armada portuguesa conseguía victorias sobre la castellana en Ceuta, Gran Canaria y sobre todo en Guinea. Paralelamente, el Papa anuló la dispensa del matrimonio de Juana con Alfonso, y el rey de Francia reconoció a Isabel como reina de Castilla. Juana se encontraba sin marido y con su causa perdida, aunque las victorias de Alfonso en el mar le dieron a este gran poder negociador para acabar la guerra.

El fin de la guerra

Los Tratados de Tercerías de Moura y Alcaçovas ponen fin al conflicto. Entre las cláusulas figuraba que Alfonso V reconocía a Isabel y Fernando como reyes de Castilla y renunciaba a la mano de Juana. A esta se le daban 6 meses para elegir entre casarse con el primogénito de los Reyes Católicos (cuando este cumpliera la mayoría de edad) o retirarse a un convento en Portugal. La primera opción era demasiado humillante para ella, con lo que eligió tomar los votos en el monasterio de Santa Clara en Coimbra. Contaba entonces con apenas 18 años.

A pesar de haber tomado los votos, Juana recibió a lo largo de los años varias propuestas de matrimonio. Entre otros, le ofreció casamiento el propio Fernando el Católico, quien después de enviudar de Isabel en 1504, buscaba así contrarrestar la influencia de los Austrias en Castilla. Por supuesto, Juana se negó: no podía dar su mano a quién la había despojado de su derecho a reinar en Castilla.

Representación portuguesa de Juana, "la Excelente Señora"
La "Religiosa de Coimbra" (como la conocían los castellanos), o la "Excelente Señora" (como la llamaban los portugueses) testó en 1522 declarando heredero del trono de Castilla a Juan III de Portugal. Firmó como “Yo, la Reina”, tal y como haría hasta el final de su vida. Murió el 12 de abril de 1530, siendo enterrada en Lisboa. El gran terremoto de 1755 destruyó gran parte de la ciudad, perdiéndose sus restos.

La injusticia se cebó en esta mujer, llamada a ser reina de Castilla, y a la que los rumores y las habladurías privaron de cumplir su destino. La desaparición de sus restos hace imposible ninguna prueba que aclare la veracidad o no de dichos rumores. En cualquier caso, y llevados por el ansia de salvaguardar la legitimidad de Isabel y la versión oficial de la Historia, muchos “historiadores” se dedicaron a destruir en los siglos XIX y XX numerosos documentos sobre Juana. Esta fue la última injusticia que sufrió.

(Esta entrada está dedicada a otra gran mujer luchadora: Carolina Rodríguez Cariño. Va por ti, Carol)
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