Nunca reinó, pero firmó hasta el final de su vida como “Yo,
la reina”. No venció a sus enemigos, pero les sobrevivió a todos. Su padre la
amaba intensamente, pero eso no evitó que la traicionara para salvar su trono
frente a las ambiciones de los nobles. Sin duda, Juana de Trastámara es uno de
los personajes más injustamente tratados por la Historia. Llamada a ser reina
de Castilla, las intrigas de la corte la despojaron de su derecho y la
empujaron a una guerra contra dos reinos poderosos que jamás podría ganar.
Juana e Isabel, rivales por el trono |
Conocida como “La Beltraneja”, los rumores y bulos sobre ella
corrieron de boca en boca casi desde su mismo nacimiento. Ignorada por la misma
Historia que encumbró a su tía y rival Isabel la Católica, quedó relegada al
olvido víctima de las innumerables intrigas en su contra, hasta el punto de que
se llegaron a destruir muchos documentos históricos relacionados con ella.
Muerta en Lisboa en 1530, la injusticia con ella llega al extremo de que se
ignora donde se encuentran sus restos mortales.
El manifiesto de
Burgos
El 7 de marzo de 1462, una niña de 11 años sostenía en sus
brazos un bebé que iba a recibir el bautismo. La niña se llamaba Isabel y fue
conocida por la posteridad con el sobrenombre de “La Católica”. El bebé se
llamaba Juana y recibió el cruel apodo de “La Beltraneja”. Ambas, tía y
sobrina, lucharon años después en una guerra de sucesión al trono de Castilla,
pero entonces nada hacía presagiar que esto ocurriría.
Juana había nacido el 28 de febrero de 1462 en Madrid, hija
de Enrique IV y de su segunda esposa Juana de Portugal. Su padre fue apodado
por sus adversarios “El Impotente”, no tanto por no haber tenido descendencia
con su primera esposa Blanca de Navarra sino por ser conocida su manifiesta
dejación de las obligaciones matrimoniales (de hecho, ese matrimonio fue
anulado bajo el motivo de no haber sido nunca consumado). De ahí que desde un
primer momento las dudas sobre la legitimidad de la Infanta se pusieran de
manifiesto. El candidato a progenitor fue Beltrán de la Cueva, uno de los
privados del monarca, a pesar de que las fechas no cuadraban. No obstante las
dudas, Juana fue proclamada heredera en las Cortes de Madrid el 4 de mayo de
1462.
Beltrán de la Cueva |
Juana contaba dos años cuando los nobles, encabezados por
Juan Pacheco (Marqués de Villena), firmaron el llamado “Manifiesto de Burgos”,
por el que se ponía en duda la legitimidad de la princesa y tomaban partido por
Alfonso, medio hermano del rey (era hijo del segundo matrimonio de Juan II,
padre de Enrique IV). Enrique trató de solventar la situación acordando el
matrimonio de Juana y Alfonso, con lo que este se convertiría en el legítimo
heredero. Pero teniendo en cuenta que antes había concertado el matrimonio de
Juana con el Infante Juan, heredero al trono de Portugal, la situación desembocó
en uno de los más lamentables episodios de la Historia de España: La farsa de
Ávila.
El 5 de junio de 1465, la nobleza encabezada por el Marqués
de Villena, reunida en Ávila, arrojó al suelo la imagen del rey al grito de “a
tierra, puto” y puso la efigie de Alfonso en su lugar. Con ello querían
demostrar que defenderían los derechos de Alfonso hasta las últimas
consecuencias. El reino entero se levantó en armas, tratando de decidir sobre
legitimidad y derechos dinásticos. Los enfrentamientos acabaron con la
sospechosa muerte de Alfonso tres años después, posiblemente envenenado. Sin
embargo, la nobleza no desistiría en su empeño y puso los ojos en Isabel,
hermana de Alfonso. Mientras tanto, Juana y su madre vivían custodiadas por el
Conde de Tendilla en varios castillos.
El pacto de los
Toros de Guisando
El 23 de agosto de 1468, Enrique firma en Cadalso de los
Vidrios un documento por el que reconocía a su hermanastra Isabel como heredera
al trono, desheredando así a su hija Juana. Este documento fue ratificado el 19
de septiembre en el llamado “Pacto de los Toros de Guisando”. En este pacto,
entre otras cosas, se estipulaba que Isabel sólo se casaría con la aceptación
de Enrique. Sin embargo, Isabel incumplió la cláusula al desposarse en 1469 con
Fernando de Aragón en secreto y sin esperar la aprobación del rey.
Recreación del Pacto de los Toros de Guisando en la serie "Isabel" de TVE |
Enrique montó en cólera. Había negociado el matrimonio de
Isabel con Alfonso V, rey de Portugal. En las negociaciones se había
introducido una cláusula interesante: si Isabel se negaba, Enrique apoyaría una
invasión portuguesa de Castilla a cambio del compromiso del monarca portugués
de casarse con Juana. Se ponía de manifiesto de nuevo el carácter artero de
Enrique, que no dudaba en traicionar con su mano izquierda lo que la derecha
había firmado. Las negociaciones, finalmente, no prosperaron.
En 1470 Juana fue puesta bajo la protección de Juan Pacheco,
Marqués de Villena. Enrique recibe al Conde de Boulogne, representante del
Duque de Guyena, hermano del Rey de Francia, quien viene a pedir la mano de su
hija. En Medina del Campo se firman las capitulaciones matrimoniales. El 26 de
octubre, a petición de Pacheco y de los embajadores franceses, revoca el Pacto
de los Toros de Guisando mediante la Declaración de Valdelozoya y se procede al
enlace. Previamente, Enrique y su esposa juran solemnemente que Juana es hija
suya. Juana es nuevamente declarada como su sucesora y heredera al trono. La
princesa cuenta con ocho años y el Cardenal de Albi es el encargado tomar
juramento a los reyes y de verificar el enlace por poderes -el Conde de
Boulogne representa al Duque de Guyena- para el rey francés.
La muerte de Enrique
IV
El enlace se desbarató al fallecer el Duque de Guyena en
1472. Enrique trató entonces de iniciar negociaciones con distintos reinos
para casar a Juana y procurarle así el apoyo que necesitaría más adelante.
Contactó con Portugal para tratar de casarla con el rey Alfonso V o con su hijo
Juan, con Aragón para casarla con el infante Enrique e incluso con Nápoles para
casarla con el infante Fadrique. Nada fructificó.
Enrique IV de Castilla |
En octubre de 1474 falleció el Marqués de Villena, uno de
los principales artífices del rumor de que Juana no era hija del rey. Su
sucesor, Diego López Pacheco, toma sin embargo partido por Juana. Dos meses más
tarde, el 11 de diciembre, Enrique muere repentinamente, al parecer envenenado
con arsénico.
Los partidarios de Isabel hicieron correr la voz de que el
rey había muerto sin testar. Sin embargo, no era verdad. El testamento estaba
custodiado por un clérigo de Madrid, que huyó a Portugal con él. Ya al final de
su vida, Isabel conoció el paradero del documento y mandó que se lo trajeran.
Llegó pocos días antes de su fallecimiento, y según Galíndez de Carvajal,
testigo de los hechos, fue quemado por Fernando el Católico.
Comienza la guerra
de sucesión
Dos días después de la muerte del rey, Isabel se autoproclama
en Segovia reina de Castilla. Sin embargo, otras ciudades como Madrid, Sevilla
o las gallegas apoyan a Juana. Casi toda la nobleza toma partido por Isabel, es
decir, por la alianza entre Castilla y Aragón. Sin embargo, a Juana no le
faltan apoyos. Son afines a ella el nuevo Marqués de Villena, el de Cádiz, el
Duque de Arévalo, el Maestre de la Orden de Santiago y el Arzobispo de Toledo.
No obstante, la poderosa familia Mendoza, que siempre la había apoyado, había
cambiado de bando.
Alfonso V de Portugal |
Los partidarios de Juana, comprendiendo que la desigualdad de
fuerzas les perjudicaba, pidieron ayuda a Alfonso V, rey de Portugal, y le
propusieron que se casara con la princesa. Esto lo convertiría automáticamente
en rey de Castilla. Alfonso aceptó, y cruzó la frontera al mando de un
ejército. Avanzó por Extremadura y llegó a Plasencia, donde se le unieron el
Marqués de Villena y el duque de Arévalo, y se desposó con Juana, que a la
sazón contaba con 12 años, el 25 de mayo de 1475. Inmediatamente se dirigió al
Papa para pedir la correspondiente dispensa para el matrimonio consanguíneo, y
a Isabel y Fernando conminándoles a que renunciaran a la corona si no querían
la guerra.
Los desposados fueron proclamados reyes de Castilla y
Portugal, y enviaron cartas a las ciudades reclamando su fidelidad. Juana,
tratando de evitar una guerra civil, propone que sea el voto de las ciudades el
que decida sobre la cuestión. “Luego por
los tres estados de estos dichos mis reinos, e por personas escogidas dellos de
buena fama e conciencia que sean sin sospecha, se vea libre e determine por
justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos
rigores e rompimientos de guerra”. Este gesto fue inútil, puesto que Isabel
y Fernando se estaban preparando para la inminente guerra.
De Plasencia a la
batalla de Toro
Alfonso cometió la torpeza de permanecer inactivo, dando
tiempo a Isabel y Fernando de prepararse. En julio sale por fin de Arévalo y se
apodera de Toro y Zamora. Un intento de Fernando de reconquistar Toro fracasa,
desbandándose su ejército. Mientras tanto, los nobles castellanos que le apoyaban
no podían prestarle su ayuda, pues bastante hacían con defender sus posesiones
de Galicia, Villena y Calatrava. Las cosas no iban del todo bien para el bando
de Juana. Los soldados castellanos veían con disgusto tener que combatir bajo
bandera portuguesa. Además, continuas incursiones en Portugal de caballería
ligera extremeña y andaluza causaban una gran desolación. Los nobles
portugueses se quejaban de no poder volver a defender su país.
Isabel estaba dispuesta a conceder una gran cantidad de
dinero al rey portugués para que depusiera las armas. Sin embargo, este quería
además Galicia y las ciudades de Toro y Zamora. Como Isabel no estaba dispuesta
a ceder ni un palmo de terreno, la lucha continuó.
Fernando el Católico |
El punto de inflexión de la guerra se produjo frente a
Burgos. El castillo estaba en poder de Íñigo de Zúñiga, partidario de Juana.
Fernando lo sitió y Alfonso se puso en marcha para socorrer a la guarnición. No
obstante, después de tomar Baltanás y Cantalapiedra, decidió volver sobre sus
pasos para no alejarse de la frontera de Portugal. La guarnición se rindió
finalmente el 28 de enero de 1476. El prestigio de Alfonso sufrió un duro
golpe.
Fernando aprovechó la situación y puso cerco a Zamora.
Alfonso, esta vez sí, acudió en ayuda de la ciudad y cercó a su vez a Fernando.
Tras dos semanas de lluvias, y con sus tropas ateridas y empapadas, decidió replegarse
a Toro, siendo perseguido hasta allí por el ejército de Fernando. Los dos
ejércitos se enfrentaron el 1 de marzo, en una batalla donde ambos bandos se
proclamaron vencedores. Por un lado las tropas de Alfonso fueron derrotadas,
pero por otro su hijo Juan desbarató totalmente el ala derecha del ejército
castellano quedando dueño del campo de batalla. Fernando, sin embargo, tiene la
habilidad de despachar inmediatamente cartas a todas las ciudades anunciando su
victoria, con lo que estas lo toman como vencedor.
Las consecuencias
políticas de la batalla
Poco después de la batalla, se produjeron varios hechos
desfavorables a la causa de Juana. Por un lado, se rindieron los defensores de
Zamora y Madrid (excepto unos pocos que se refugiaron en el Alcázar), además
del Duque de Arévalo, del Maestre de Calatrava y del Conde de Ureña. No
obstante, y perdiendo también las tropas de su hijo Juan (que volvieron a
Portugal a reforzar las fronteras), Alfonso siguió con su ejército durante tres
meses y medio más lanzando incursiones en la zona de Salamanca e intentando
secuestrar a Fernando el Católico en Cantalapiedra y a Isabel en Medina del
Campo.
Supuesto retrato de Isabel la Católica |
Los Reyes Católicos iniciaron entonces la guerra naval,
intentando atacar la fuente de financiación portuguesa: el oro de Guinea. Este
fue el acontecimiento que precipitó la retirada final del ejército portugués el
13 de junio de 1476. Con esta retirada, la causa de Juana quedaba
definitivamente hundida.
La guerra continuó durante 3 años más, produciéndose
enfrentamientos tanto marítimos como terrestres. Isabel y Fernando fueron
rindiendo las últimas fortalezas del bando de Juana a la vez que negociaban el
perdón de los nobles rebeldes. Por otra parte, la armada portuguesa conseguía
victorias sobre la castellana en Ceuta, Gran Canaria y sobre todo en Guinea.
Paralelamente, el Papa anuló la dispensa del matrimonio de Juana con Alfonso, y
el rey de Francia reconoció a Isabel como reina de Castilla. Juana se encontraba
sin marido y con su causa perdida, aunque las victorias de Alfonso en el mar le
dieron a este gran poder negociador para acabar la guerra.
El fin de la guerra
Los Tratados de Tercerías de Moura y Alcaçovas ponen fin al
conflicto. Entre las cláusulas figuraba que Alfonso V reconocía a Isabel y
Fernando como reyes de Castilla y renunciaba a la mano de Juana. A esta se le
daban 6 meses para elegir entre casarse con el primogénito de los Reyes
Católicos (cuando este cumpliera la mayoría de edad) o retirarse a un convento
en Portugal. La primera opción era demasiado humillante para ella, con lo que
eligió tomar los votos en el monasterio de Santa Clara en Coimbra. Contaba
entonces con apenas 18 años.
A pesar de haber tomado los votos, Juana recibió a lo largo
de los años varias propuestas de matrimonio. Entre otros, le ofreció casamiento
el propio Fernando el Católico, quien después de enviudar de Isabel en 1504,
buscaba así contrarrestar la influencia de los Austrias en Castilla. Por
supuesto, Juana se negó: no podía dar su mano a quién la había despojado de su
derecho a reinar en Castilla.
Representación portuguesa de Juana, "la Excelente Señora" |
La "Religiosa de Coimbra" (como la conocían los
castellanos), o la "Excelente Señora" (como la llamaban los portugueses) testó en
1522 declarando heredero del trono de Castilla a Juan III de Portugal. Firmó
como “Yo, la Reina”, tal y como haría hasta el final de su vida. Murió el 12 de
abril de 1530, siendo enterrada en Lisboa. El gran terremoto de 1755 destruyó
gran parte de la ciudad, perdiéndose sus restos.
La injusticia se cebó en esta mujer, llamada a ser reina de
Castilla, y a la que los rumores y las habladurías privaron de cumplir su
destino. La desaparición de sus restos hace imposible ninguna prueba que aclare
la veracidad o no de dichos rumores. En cualquier caso, y llevados por el ansia
de salvaguardar la legitimidad de Isabel y la versión oficial de la Historia,
muchos “historiadores” se dedicaron a destruir en los siglos XIX y XX numerosos
documentos sobre Juana. Esta fue la última injusticia que sufrió.
(Esta entrada está dedicada a otra gran mujer luchadora: Carolina Rodríguez Cariño. Va por ti, Carol)
(Esta entrada está dedicada a otra gran mujer luchadora: Carolina Rodríguez Cariño. Va por ti, Carol)
Estupendo Juan Manuel.
ResponderEliminarBravo 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
ResponderEliminarMuy interesante. Me considero un analfabeto de la Historia. La semana pasada visité El Monasterio de El Escorial y Ávila y me he propuesto conocer mejor la Historia de nuestro país.
ResponderEliminarEste post me ha venido genial junto varios vídeos que he encontrado por youtube.
Un saludo