Sin duda alguna, uno de los oficios peor vistos a lo largo de
la historia ha sido el de verdugo. Aunque los verdugos han estado presentes a
lo largo de los tiempos (y en algunos países lo siguen estando), su labor
conllevaba generalmente el desprecio y el odio de sus conciudadanos hasta el
punto de que se evitaba tener contacto alguno con ellos. Por ejemplo, en la
Edad Media no podían tocar los alimentos en el mercado y debían señalar lo que
querían comprar con una vara, y era costumbre santiguarse tres veces después de
recibir dinero de uno de ellos. Su trabajo era hereditario, produciéndose
auténticas dinastías de verdugos en las que el oficio pasaba de padres a hijos.
No es extraño que muchos de ellos, agobiados por el trabajo que realizaban y el
odio y desprecio de sus vecinos, se dieran a la bebida y fueran seres huraños y
taciturnos.
Ejecución por mazzatello |
No obstante, en toda regla hay excepciones, y una de ellas es
la que hoy traemos aquí. Durante 69 años (fue el verdugo con la carrera más
larga de la Historia) Giovanni Battista Bugatti fue el encargado de ajusticiar
a aquellos que eran condenados a muerte por los Papas y los tribunales
eclesiásticos, y aunque se podría pensar que esa dedicación le habría hecho un
hombre violento o de mal carácter, la verdad es que era una persona apacible que
ayudaba a su mujer confeccionando y pintando sombrillas que luego vendían a los
turistas. Conocido como “Mastro Titta”, su apodo se convirtió en sinónimo de su
oficio en Roma y sus alrededores. Solía ser amable con aquellos a los que ajusticiaba,
consolándoles en sus últimos instantes y llegando incluso a ofrecerles tabaco.
Se hizo tan popular, que aún a día de hoy se encuentran en Roma muchos
establecimientos que llevan su nombre. Esta es la historia de este verdugo.
Cuando Mastro Titta
cruzaba el puente
Aunque a muchos pueda parecerle extraño, no fue hasta 1969
que el Vaticano abolió la pena de muerte. Hasta entonces, era posible ser
ejecutado por delitos tales como el intento de asesinato del Papa, por ejemplo.
La pena capital fue apoyada por numerosos teólogos desde los comienzos de la
Iglesia, incluidos San Agustín y Santo Tomás de Aquino. Y es que muchas veces
se olvida que el Papado fue un poder temporal más dentro de Europa y que como
tal se comportaba, participando en toda suerte de intrigas y luchas por el
poder. De hecho, la última ejecución llevada a cabo en este territorio fue en
el no tan lejano año de 1870, dos meses antes de que las tropas de Saboya
entraran en la ciudad culminando la reunificación italiana. Y como es natural,
esas penas de muerte tenían que ser ejecutadas por un verdugo.
Casa donde vivía Mastro Titta |
Uno de esos verdugos fue Giovanni Battista Bugatti. En 1796,
a la edad de 17 años entró en el oficio al servicio del Papa Pío VI. Era de
baja estatura, aunque con el tiempo se fue haciendo más corpulento y fornido. Durante
los primeros cinco años de su trabajo apenas tuvo que ajusticiar a 6 personas
(todas por decapitación). Sin embargo, a partir de 1801 los Estados
Pontificios caen bajo dominación francesa y pasan a ser delitos capitales
algunos que antes no lo eran, como por ejemplo conspirar contra Francia.
Estando como estaban bajo administración militar, muchas veces la mera sospecha
era suficiente para ser condenado a muerte. Así pues, al verdugo se le fue
acumulando el trabajo: muchas veces salía a una ejecución diaria, lo que era
una barbaridad incluso para una administración militar de ocupación.
Mastro Titta ofreciendo tabaco a un reo |
Bugatti era conocido también como Maestro de Giustizia (“Maestro de Justicia”), de donde derivó su
apodo: Mastro Titta. Vivía en el barrio del Borgo (concretamente en el callejón
de la Campanile, en una casa que aún se conserva), de donde no podía salir para
preservar su propia seguridad, y en donde se dedicaba a ayudar a su esposa a
fabricar y pintar sombrillas y paraguas para vendérselas a los turistas. Claro
que esto era entre ejecución y ejecución. El día que tenía que cumplir con su
trabajo, se ponía una capa escarlata con capucha, cogía sus herramientas y
cruzaba el Puente de Sant’Angelo camino de la Piazza del Popolo o el Campo dei
Fiori, lugares donde habitualmente se instalaban los cadalsos. Esta forma de
proceder se hizo famosa en Roma, donde la expresión “Mastro Titta passa ponte” (Mastro Titta cruza el puente) se
convirtió en sinónimo de una ejecución inminente. Además, se corría rápidamente
la voz, de modo que la gente se arremolinaba alrededor de los cadalsos sabiendo
que ese día habría ejecución. En bastantes ocasiones había tumultos buscando el
mejor sitio.
Capa y hacha de Mastro Titta |
Utilizaba varios métodos para las ejecuciones. Aunque su herramienta
favorita era el hacha, usaba también la horca, el mazzatello (véase epígrafe siguiente), y a partir de la ocupación
francesa, la guillotina. Solía tratar de forma amable a los condenados,
dándoles palabras de consuelo e incluso una última pizca de tabaco. De hecho,
llamaba a los condenados “sus pacientes”
y a las ejecuciones “tratamientos”.
Una vez realizado el trabajo, Bugatti exhibía su cabeza a la multitud (tal y
como mandaba la ley). A veces, cuando el crimen del condenado era
particularmente execrable, lo descuartizaba y distribuía los pedazos por el
cadalso. Terminada la ejecución, volvía a su barrio del Borgo a ayudar a su
mujer con las sombrillas.
Pío IX, que jubiló a Mastro Titta |
No debemos sin embargo juzgar a Bugatti sin tener en cuenta
el contexto de la época. Por aquel entonces, las ejecuciones públicas eran
habituales y la gente iba a verlas acompañados de sus familias. Se cuenta que
los padres romanos daban una bofetada a sus hijos coincidiendo con el momento
en que la cuchilla o el hacha caían sobre el condenado, para recodarles las
consecuencias de cometer delitos. Bugatti realizaba un trabajo que de todas
formas alguien haría. En este sentido, es esclarecedora la frase que pronunció
otro verdugo, Charles Henri Sanson (famoso por ser el que decapitó a Luis XVI):
“Si los verdugos somos una vergüenza, no
deberíamos existir. Y si somos necesarios, que se nos trate con el respeto de
tales. Por favor”. Bugatti era un personaje famoso en la ciudad, al que se
le dedicaron canciones y poemas.
Mastro Titta mostrando una cabeza cortada |
Se jubiló en 1865, tras 69 años al servicio de seis Papas
distintos (el último, Pío IX). Fue uno de los verdugos con más años de
permanencia en su puesto, y dejó tras de sí la cifra de 516 ejecuciones. Su
pensión de jubilación fue generosa para la época (30 escudos anuales), teniendo
en cuenta que por cada trabajo cobraba sólo 3 céntimos de lira. El apodo que
tuvo (Mastro Titta) se convirtió en sinónimo de su profesión, y aún a día de
hoy pueden verse muchos establecimientos de Roma que se llaman así. Murió en
Roma el 18 de junio de 1869, a la edad de 89 años.
El mazzatello
Tal y como hemos comentado antes, uno de los métodos
empleados por Bugatti en sus ejecuciones era el mazzatello. Este método se utilizó sobre todo durante el siglo
XVIII y parte del siglo XIX y sólo en los Estados Pontificios. Para ejecutarlo
se utilizaba una maza (de ahí el nombre), con mango largo y cabeza de hierro,
con el que se golpeaba al reo en la sien o en el centro de la cabeza. El
procedimiento era del siguiente modo: El condenado era llevado al cadalso
acompañado de un sacerdote y del verdugo, donde era puesto en posición. El
sacerdote empezaba una oración por su alma, y en el momento de acabarla, el
verdugo levantaba la maza, le daba un giro en el aire para darle más fuerza y
la descargaba contra la cabeza del condenado. Acto seguido, lo degollaba y lo
metía en un ataúd.
Maza usada en las ejecuciones |
Se dieron casos de que el reo no moría, a pesar del golpe y
de la degollación, con lo que al cabo de unas horas se despertaba y se
encontraba enterrado vivo. Precisamente por este método se llevó a cabo la
última ejecución en los Estados Pontificios en 1870, dos meses antes de que
los Estados Pontificios pasaran a estar bajo administración de la Casa de
Saboya. Muchos historiadores consideran que de esta forma de ajusticiamiento
proviene la expresión “A Dios rogando y
con el mazo dando”, debido a que el golpe con la maza se descargaba justo
en el momento en que el sacerdote que acompañaba al reo terminaba la oración
por su eterno descanso.
Una ejecución de
Mastro Titta narrada por Charles Dickens
Tanto Lord Byron como Charles Dickens tuvieron la ocasión de
presenciar en vivo una ejecución llevada a cabo por Mastro Titta. Concretamente
éste último, en su libro “Estampas de
Italia” (de 1846), la describe del siguiente modo:
“Un domingo por la mañana
(el 8 de mayo) decapitaron aquí a un hombre. Había atacado nueve o diez meses
antes a una condesa bávara que peregrinaba a Roma (…) le robó cuanto llevaba y
la mató a palos con su propio cayado de peregrina. El hombre se había casado
hacía poco y regaló algunos vestidos de la víctima a su esposa, diciéndole que
se los había comprado en una feria. Pero la mujer había visto pasar por el
pueblo a la condesa peregrina y reconoció algunas prendas. El marido le explicó
entonces lo que había hecho. Ella se lo contó a un sacerdote en confesión, y
cuatro días después del asesinato apresaron al hombre.
No hay fechas fijas
para la administración de la justicia ni para su ejecución en este país
incomprensible; y el hombre había permanecido en la cárcel desde entonces. (…)
La decapitación estaba fijada para las nueve menos cuarto de la mañana. Me
acompañaron dos amigos. Y como sólo sabíamos que acudiría muchísima gente,
llegamos a las siete y media. (…) Era un objeto tosco (el patíbulo), sin
pintar, de aspecto desvencijado y unos diez palmos de altura, en el que se
alzaba un armazón en forma de horca, con la cuchilla (una masa impresionante de
hierro, dispuesta para caer), que resplandecía al sol matinal cuando este
asomaba de vez en cuando tras una nube.
Dieron las nueve y las
diez y no pasó nada. (…) Dieron las once y todo seguía igual. Recorrió la
multitud el rumor de que el reo no se confesaría; en cuyo caso, los sacerdotes
le retendrían hasta la hora del avemaría (el atardecer); pues tienen la
misericordiosa costumbre de no apartar hasta entonces el crucifijo de un hombre
en semejante trance, como el que se niega a confesarse y, por lo tanto, es un
pecador abandonado del Salvador. La gente empezó a retirarse poco a poco. Los
oficiales se encogían de hombros y se mostraban dubitativos. (…) Se oyó de
pronto ruido de trompetas. Los soldados de a pie se pusieron firmes, desfilaron
hacia el patíbulo y lo rodearon en formación. La guillotina se convirtió en el
centro de un bosque de puntas de bayonetas y de sables brillantes. La gente se
acercó más, por el flanco de los soldados. Un largo río de hombres y muchachos
que habían acompañado al cortejo desde la prisión desembocó en el claro.
Capa, hacha y ornamentos de Mastro Titta |
Se arrodilló enseguida
debajo de la cuchilla. Colocó el cuello en el agujero hecho en un travesaño
para tal fin y lo cerraron también por arriba con otro, igual que una picota.
Justo debajo de él había una bolsa de cuero, a la que cayó inmediatamente su
cabeza. El verdugo la agarró por el pelo, la alzó y dio una vuelta al patíbulo
mostrándosela a la gente, casi antes de que uno se diera cuenta de que la
cuchilla había caído pesadamente con un sonido vibrante. Cuando ya había pasado
por los cuatro lados del patíbulo, la colocó en un palo delante: un trozo
pequeño de blanco y negro para que la larga calle lo viera y las moscas se
posaran en él. Tenía los ojos hacia arriba, como si hubiera evitado la visión
de la bolsa de cuero y mirado hacia el crucifijo. Todos los signos vitales
habían desaparecido de ella. Estaba apagada, fría, lívida y pálida. Y lo mismo
el cuerpo.
Había muchísima sangre.
Dejamos la ventana y nos acercamos al patíbulo, estaba muy sucio; uno de los
dos hombres que echaba agua en el mismo se volvió a ayudar al otro a alzar el
cuerpo y meterlo en una caja, y caminaba como si lo hiciera por el fango.
Resultaba extraña la aparente desaparición del cuello. La cuchilla había
cercenado la cabeza con tal precisión que parecía un milagro que no le hubiera
cortado la barbilla o rebanado las orejas; y tampoco se veía en el cuerpo, que
parecía cortado a ras de los hombros.
Nadie se preocupaba ni
se mostraba afectado en absoluto. No vi ninguna manifestación de dolor,
compasión, indignación o pesar. Me tantearon los bolsillos vacíos varias veces
cuando estábamos entre la multitud delante del patíbulo mientras colocaban el
cadáver en su ataúd. Era un espectáculo desagradable, sucio, descuidado y
nauseabundo; no significaba nada más que carnicería aparte del interés
momentáneo para el único desdichado actor. ¡Sí! Un espectáculo así tiene un
significado y es una advertencia. (…) El verdugo, que no se atrevía, por su
vida, a cruzar el puente de Sant’Angelo más que para cumplir su cometido, se
retiró a su guarida, y el espectáculo acabó”.
alguien tenía que hacerlo...........
ResponderEliminarY tan popular que es la iglesia católico hoy día, y tanta gente que la defiende sin conocer su historia.
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