Todos conocemos la historia de Robin Hood, el ladrón que robaba a los ricos para dar el botín a
los pobres. La importancia de su figura en el imaginario colectivo no se debe
sólo a que socorriera económicamente a los que nada tenían, sino que también representa
la lucha contra la rapacidad y la tiranía de unos gobernantes más preocupados
en acumular riquezas y poder que en ocuparse de aquellos a los que gobernaban.
Desde que la literatura y sobre todo el cine dieran a conocer la figura de este
bandido, sus andanzas se han convertido en el arquetipo de la lucha contra el
poder establecido.
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Estela romana que representa esclavos |
Roma tras la muerte
de Cómodo
Posiblemente, Cómodo fue uno de los peores gobernantes que
haya dado Roma. Este emperador (conocido por ser el malo de la película “Gladiator”) gobernó según sus caprichos
sin preocuparse demasiado de la política imperial. El imperio que asumió estaba
debilitado por la Peste Antonina, un
brote de viruela que se produjo entre los años 165 y 180 (durante el reinado de
su padre y predecesor Marco Aurelio) y que diezmó a la población romana
(cebándose sobre todo en las grandes ciudades y el ejército), pero fue durante
su reinado cuando se sentaron las bases de la profunda crisis que sacudiría
Roma durante todo el siglo siguiente. Dion Casio decía de él que “el reinado de Cómodo marcó la transición de
un reino de oro y plata a uno de óxido y hierro”.
Sin embargo, este emperador era popular al principio entre el
ejército y el pueblo. Esta popularidad se debía sobre todo a su generosidad,
que se materializaba en constantes juegos de gladiadores gratuitos para el
público y en los subsidios que tenían los ciudadanos por el simple hecho de serlo.
Estos subsidios, llamados alimenta,
permitían que una persona tuviera asegurada sus necesidades básicas, pero
estimulaba a muchos a no trabajar. No obstante, era en el Senado donde la
popularidad de Cómodo estaba bajo mínimos, debido en parte a su errática
política y en parte a la instauración de asfixiantes impuestos a los senadores
para poder financiar sus regalos y sus espectáculos.
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Busto de Cómodo caracterizado como Hércules |
Las relaciones entre Cómodo y el Senado se envenenaron
definitivamente cuando el emperador, de forma deliberada, cambió el orden de
los dos poderes del Estado. Así, el lema de Roma pasó de ser “Senatus Populusque Romanus” (“El Senado
y el pueblo de Roma”, el famoso SPQR)
a “Populus Senatusque Romanus” (“El
pueblo y el Senado de Roma”). Hacia el final de su reinado empezó a perder el
favor de aquellos que antes le adoraban. Entre las causas del descontento
estaban sus extravagancias (el hecho de participar en combates amañados de
gladiadores le suscitó el desprecio del ejército), una escasez de alimentos que
se produjo en el año 190, y un gran incendio que devastó Roma en el año 192.
Todo esto hizo que fuera asesinado el 31 de diciembre de dicho año,
sucediéndole Publio Helvio Pertinax.
Pertinax, que probablemente estaba implicado en la
muerte de Cómodo, se encontró con las arcas vacías. Para solucionar los
problemas financieros del imperio, inició una reforma de los subsidios,
restringiendo considerablemente los “alimenta”.
Además, intentó convencer a la Guardia Pretoriana de que el soborno que les
había prometido por hacerle emperador (sobornar a los pretorianos era un paso
necesario entonces para llegar a la púrpura imperial) lo pagaría a plazos.
Naturalmente, estas medidas le granjearon la antipatía inmediata del pueblo y
de los pretorianos, y esa fue su perdición. Tras sólo 86 días de reinado,
Pertinax fue asesinado por la Guardia Pretoriana el 28 de marzo del año 193.
Busto de Pertinax |
Los pretorianos, sintiéndose dueños de la situación,
subastaron directamente el trono imperial. El ganador de la puja fue el senador
Didio Juliano, que ofreció 25.000 sextercios a cada soldado de la guardia
(frente a su rival Tito Flavio Sulpiciano, suegro de Pertinax, que “sólo”
ofreció 20.000). Esta indecente subasta provocó la ira de algunos gobernadores
provinciales, que al mando de sus legiones se sublevaron y marcharon sobre
Roma. Así, Pescenio Niger (gobernador de Asia Menor), Clodio Albino (gobernador
de Britania) y Septimio Severo (gobernador de Panonia) se alzaron en armas
contra el nuevo emperador. Tras una breve guerra civil, el ganador fue Septimio
Severo, que se proclamó emperador el 9 de junio del año 193. Ese año se conoció
como “El año de los cinco emperadores”.
Como es natural, todos estos episodios agravaron una crisis
que ya estaba en marcha desde algunos años antes. Las consecuencias directas e
inmediatas de esta crisis fueron el descrédito de la clase dirigente y el hecho
de que la economía se transformó en autárquica, produciéndose una ruralización.
La gente huyó de las ciudades desabastecidas para irse a trabajar las tierras
de algún terrateniente en calidad de colonos, perdiendo algunos derechos a
cambio de protección. Este fue el germen de la posterior sociedad feudal. Pero
también se produjeron muchos casos de personas que, desesperados y sin nada que
perder, se lanzaron al bandidaje como modo de vida. Es en estas circunstancias
donde se producen las correrías de Bulla Felix.
Las andanzas de
Bulla Felix
Tras leer el epígrafe anterior, podemos tener claro que había
un grupo claro de personas de los que se nutría la delincuencia: los
desesperados. Según Estrabón, la pobreza y la dureza de la tierra era una razón
para que algunos se dedicaran al bandidaje. Sin embargo, este grupo no era el
único de donde se nutrían las filas del bandidaje. Así, también se pasaban
al lado oscuro inadaptados sociales y algunos que simplemente tenían una enorme avaricia y
veían en esta forma de vida una manera rápida de enriquecerse. Como curiosidad,
hay que decir que la palabra “bandido”
era un insulto que se lanzaban entre sí los miembros de las clases altas cuando
discutían entre ellos.
Apenas sabemos nada de Bulla Felix. Ni siquiera su verdadero
nombre, ya que la palabra “bulla”
hacía referencia a una pequeña bolsa con amuletos que llevaban los niños (y los
generales triunfantes), y la palabra “felix”
significa “afortunado, suertudo” (Bulla Felix sería entonces algo así como “el amuleto afortunado”). Curiosamente,
muchos generales romanos adoptaban ese sobrenombre, por lo que no sería de
extrañar que nuestro protagonista lo hubiera adoptado para parodiarlos. Tampoco
sabemos nada sobre su origen, pero lo más probable es que fuera un colono huido
de sus tierras o un militar retirado (incluso hay quien dice que podría ser un
desertor del ejército).
Bulla romana |
La principal fuente de información sobre sus andanzas es el
historiador Dion Casio, quien fecha sus correrías entre los años 205 y 207. Por
él sabemos que formó una banda de 600 miembros (entre los que había esclavos
fugados, antiguos libertos, colonos arruinados y soldados desertores) que se
dedicaba a asaltar las caravanas que circulaban entre Roma y Brundisium (Brindisi), un próspero
puerto al sureste de Italia por el que llegaban abundantes mercancías a la
capital. El número de 600 miembros no era casual, ya que éste era también el
número de miembros del Senado (lo que constituía también una parodia del poder de
Roma). Su forma de actuar era la siguiente: cuando asaltaba una caravana,
exigía el pago de una cantidad. Si pagaba, la caravana podía continuar su
camino, y si no lo hacía la banda de Bulla Felix se quedaba con la mercancía.
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Mosaico representando colonos romanos |
Las ganancias así obtenidas las repartía entre el pueblo y le servían para
ayudar a una población que ya no podía depender de los subsidios que antes
recibían del imperio. Esta forma de actuar le granjeó enormes simpatías entre
la gente, lo que hacía que nadie lo delatara a pesar de las recompensas que se
ofrecían por su captura. Eso, unido a su habilidad para ocultarse con su banda,
hizo que Dion Casio (dejando traslucir su admiración hacia él) dijera en su “Historia Romana”:
“Pues, aunque fue perseguido por muchos hombres y pese a que (Septimio) Severo siguió ansiosamente su rastro, nunca fue realmente visto cuando se le creía ver, nunca se le halló cuando se pensaba haberlo encontrado y nunca se le capturó cuando se creyó haberlo capturado, gracias a sus grandes sobornos e inteligencia”
Asimismo, el apoyo de la gente permitía que la banda contara
con una extensa red de espías que le informaba de los barcos con mejores
mercancías, las caravanas mejor surtidas y de los movimientos de tropas que se
destinaban a su captura.
La astucia del
bandido
Así pues, la banda de Bulla Felix asaltaba todo lo que podía
en las tres grandes vías que unían Brindisi a la capital (las vías Appia, la Regina Viarum y la Appia
Traiana), campando a sus anchas por el territorio. Sin embargo, y a pesar
de estar fuera de la ley y robar todo lo que se ponía a su alcance, Bulla Felix no era amigo de
la violencia. Cuando precisaba de algún servicio, y para evitar que trabajar
para él tuviera consecuencias legales, secuestraba a quien pudiera hacérselo y
una vez acabado dicho servicio, liberaba al secuestrado con una generosa recompensa. Entre
los “raptados” podía haber médicos que atendieran la enfermedad de alguno de
sus hombres, artesanos que le fabricaran o repararan algún objeto e incluso
músicos y actores para sus fiestas.
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Situación de Brindisi |
Dos anécdotas dan buena cuenta de la astucia y la valentía de
este bandido. La primera ocurrió cuando dos de sus hombres fueron capturados y
condenados a morir a manos de las fieras (Damnatio
ad bestias). Bulla Felix se presentó en la cárcel donde estaban, disfrazado
de enviado imperial. Una vez allí, solicitó que le dieran algunos hombres para
un trabajo duro. Para que no sospechasen de él, no pidió directamente a sus
hombres, sino que dijo que los hombres que necesitaba debían tener unas determinadas
características (que naturalmente se ajustaban como un guante a los miembros
detenidos de su banda). Su argumentación fue tan convincente, que los
guardianes de la prisión le entregaron a sus hombres sin rechistar.
La segunda anécdota ocurrió cuando la recompensa que se
ofrecía por su cabeza era ya muy alta. Un centurión andaba recorriendo la
región buscando a alguien que estuviera dispuesto a delatarle. Bulla Felix se
acercó a él fingiendo ser un alguien del lugar resentido con la banda y le
ofreció conducirlo al lugar donde se ocultaba su jefe. Cuando iban hacia ese
supuesto escondite, el centurión cayó en una emboscada de los hombres del
bandido. Bulla Felix se vistió a la manera de los magistrados y sometió al
centurión a juicio. Naturalmente, dicho centurión fue condenado a muerte; sin
embargo, Bulla Felix graciosamente le conmutó la pena por la de raparle
parcialmente la cabeza (al igual que se hacía con los esclavos). Acto seguido
lo dejó en libertad con un mensaje para sus superiores: “Dile a tus amos que alimenten mejor a sus esclavos si quieren evitar que
se conviertan en bandidos”.
La captura
Por regla general no se invertían muchos recursos para
capturar a los criminales. La lucha contra la delincuencia estaba a cargo de
las autoridades locales, que veían su labor muy entorpecida por la ausencia de
una fuerza organizada de policía. Sólo en los casos en que el problema
alcanzara una gran dimensión o hubiera un odio personal, los gobernantes
locales pedían tropas a Roma para atajar el problema. Estas pudieron ser las
causas de que se empezaran a dedicar más recursos para capturar a Bulla Felix.
Se dice que el emperador Septimio Severo, que había empezado una serie de
exitosas campañas militares para estabilizar las fronteras del imperio, se
indignó ante la noticia de que le estaban robando ante sus propias narices y
nadie hacía nada para evitarlo.
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Busto de Septimio Severo |
Así pues, se envió a un tribuno militar al mando de numerosas
tropas para capturar a la banda de Bulla Felix. Esas tropas incluían
caballería, lo que nos da un indicio de la importancia que Severo dio a esta
operación. Además, el emperador dejó claro que los responsables lo pagarían
caro si fracasaban en su misión. No obstante, la simpatía con la que contaba el
bandido entre la población civil le permitió eludir los intentos de capturarle.
No había nadie que estuviera dispuesto a delatarlo o traicionarlo. Sin embargo
acabó por caer, y como ocurre en muchas ocasiones, por culpa de una mujer.
Bulla Felix mantenía una relación furtiva con una fémina. El
problema era que esa fémina estaba casada. El esposo acabó enterándose y obligó
a su mujer a confesar dónde y cuándo sería la próxima cita (el modo en que se obtuvo la información es mejor no saberlo). A continuación, el engañado
marido y la llorosa esposa acudieron al tribuno imperial para darles dicha
información a cambio de inmunidad para ambos. Cuando el día y la hora
llegaron, los soldados capturaron desprevenido a Bulla Felix. Inmediatamente
fue llevado a Roma, donde fue interrogado por el prefecto de los pretorianos que le preguntó por qué se había hecho bandido. Bulla Felix contestó: “Bueno, ¿por qué eres tú prefecto?”,
dejando claro que no había diferencia entre ellos, pues si él robaba fuera de
la ley, el prefecto lo hacía dentro de ella.
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Soldado pretoriano |
El diálogo puede ser perfectamente inventado, pues existen
variaciones sobre esta misma conversación en otros momentos y con distintos
personajes. Así, se cuenta que Alejandro Magno preguntó a un pirata capturado
lo que lo llevó a tener esa vida, y el hombre respondió: "Lo mismo que yo hago con un barquito y me
llaman bandido, lo haces tú con una flota grande y te llaman emperador".
Asimismo, una historia similar fue contada sobre el esclavo fugitivo Clemens, que
se hacía pasar por Agripa Póstumo y dirigía una banda de rebeldes, cuando fue capturado
y llevado ante Tiberio. El emperador le preguntó cómo se había convertido en impostor y jefe de criminales y él contestó: "Del mismo modo que tú
te convertiste en César".
Bulla Felix fue condenado a morir a manos de las fieras del
circo. La generosidad que él había demostrado no la obtuvo de sus captores.
Privados de su líder, su banda no tardó en disolverse. Las rutas entre Roma y
Brindisi volvían a ser seguras.