Los otros 300 espartanos

Cuando oímos la expresión “300 espartanos”, nuestra imaginación vuela hasta las Termópilas y a la heroica batalla que allí sucedió. Gracias a la magia del cine, el nombre de Leónidas y las hazañas de su cuerpo de guardia en su lucha contra el Imperio Persa de Jerjes se han convertido en materia de conocimiento común, muchas veces tergiversado por las mismas películas que lo han dado a conocer (por ejemplo, no hubo sólo 300 griegos en la batalla, ni el ejército persa era de un millón de hombres, ni el cuerpo de élite persa conocido como “los Inmortales” llevaban máscaras japonesas a la batalla, ni…). La Batalla de las Termópilas, ocurrida en el año 480 a.C. en el desfiladero del mismo nombre, se ha convertido así en un icono de la valentía y el sacrificio de unos hombres que han pasado a la Historia como el prototipo de guerrero perfecto.

Combate entre hoplitas
Sin embargo, es poco conocido que unos 65 años antes tuvo lugar otro combate en el que 300 guerreros espartanos se enfrentaron a muerte a 300 guerreros de la ciudad de Argos. Enmarcada en una época en la que el Imperio persa aún no era una amenaza y las ciudades griegas combatían constantemente entre sí, esta batalla (conocida como “la Batalla de los Campeones”) tuvo un desenlace discutido por los dos bandos, y sus consecuencias marcaron el comienzo del dominio de Esparta sobre todo el Peloponeso a costa de la ciudad de Argos, hasta entonces considerada la más poderosa de la región, y que después de este episodio empezó a declinar. Esta es la historia de esos otros 300 espartanos.

Esparta y Argos

En el siglo VI a.C. las distintas ciudades griegas no constituían una unidad política y a menudo andaban combatiendo entre ellas. Existía una cultura común, pero eso no era inconveniente para que cada ciudad tratara de prevalecer sobre las otras, bien solas bien agrupadas por alianzas, con el fin de obtener supremacía territorial o comercial sobre las demás. Ese poso cultural que todos compartían sería muy útil en las posteriores guerras Médicas contra los persas, pero por aquel entonces éstos se hallaban conformando el que sería su gran imperio bajo el mando de Ciro el Grande y no constituían un enemigo inmediato. Así pues, los combates y escaramuzas entre las ciudades-estado (polis) griegas se encontraban a la orden del día.

Dos de esas ciudades que se disputaban el dominio del Peloponeso (la península situada al sur de Grecia) eran Argos y Esparta. Argos estaba considerada la ciudad más antigua de la Hélade (fue ocupada por primera vez al final del segundo milenio antes de Cristo, y Homero afirmaba que de allí era el mítico Agamenón), y por aquel entonces era una gran potencia desde que en el siglo VII a.C. su rey Fidón se había convertido en tirano y había conseguido el dominio sobre la celebración de los Juegos Olímpicos. Por su parte, Esparta no era aún la gran ciudad guerrera que sería tiempo después, aunque ya formaba una sociedad netamente militar desde las reformas legales que el mítico Licurgo había realizado en el siglo VIII a.C., en las que ponía las bases de lo que después sería la sociedad y el sistema de gobierno espartano.

Mapa del Peloponeso
Ambas ciudades se disputaban el control de los llanos de Tirea, una región con un alto valor estratégico. Si la dominaban los argivos, mantendrían lejos a Esparta y podrían asegurarse la supremacía sobre el Peloponeso. Si lo dominaban los espartanos, tendrían una posición desde la que poder asaltar Argos a la menor ocasión propicia. Así pues, dicho valle constituía un territorio que actuaba de tapón entre las regiones en las que estaban situadas esas dos ciudades, Laconia (región donde se situaba Esparta) y la Argólida (región donde estaba Argos). Además, los llanos de Tirea ofrecían una salida al mar que era muy valiosa en un pueblo comercial y explorador como el griego.

Falange griega
Tradicionalmente esta región había sido del dominio de Argos, pero Esparta había realizado diversos intentos de ocuparla en tiempos anteriores aunque sin éxito. Los argivos habían derrotado a Esparta en la Batalla de Hisias (hacia el 669 a.C.) gracias a que el ejército de Argos había adoptado una formación que poco después se convertiría en seña de identidad de todos los ejércitos griegos: la falange. La palabra “falange” deriva de phalangos, que significa “dedo”, y es una formación de combate en la que sus integrantes (los hoplitas) juntaban sus escudos, poniendo las lanzas encima de éstos apuntando hacia delante. De esta forma, se presentaba al enemigo un frente infranqueable de escudos erizados de lanzas, ya que la formación permitía que estuvieran activas varias filas de guerreros y no sólo la primera. Una falange avanzando por terreno llano era prácticamente invencible de frente (aunque muy vulnerable por los flancos y por retaguardia, además de por un terreno quebrado).

Esta batalla de Hisias, enmarcada en las llamadas Guerras Mesenias, había dado ventaja a Argos en la región, ya que los espartanos no eran todavía ni de lejos la gran potencia militar que fue luego. Pero Esparta se fue recuperando hasta el punto de que alrededor del año 545 a.C. volvió a ocupar gran parte de esos llanos. Por supuesto, Argos no iba a tolerar esta insolencia, y se preparó para desalojar de nuevo a los espartanos de allí. Es en este contexto donde se desarrollará la “Batalla de los Campeones”.

La batalla

Los dos ejércitos contendientes eran aproximadamente iguales, de unos 10.000 hombres cada uno. Sin embargo, los dos bandos estaban bastante cansados de guerras y no podían permitirse una carnicería (hay que tener en cuenta que los hoplitas que integraban los ejércitos griegos eran ciudadanos libres que podían pagarse su equipamiento, así que no era nada fácil reemplazar a los muertos y mutilados en combate). Así pues, los comandantes acordaron una tregua para reunirse y decidieron que, en lugar de entablar una batalla con todo el ejército, la lucha se decidiría en un duelo entre los 300 mejores soldados de cada bando. Acordaron también que el resto de los dos ejércitos se retiraría del campo de batalla, para que nadie cediera a la tentación de socorrer a sus campeones si perdían.

Hoplita espartano
La lucha sería a muerte, y ganaría quien al final de la jornada quedara dueño del campo de batalla. No habría atención médica para los heridos ni descanso para los contendientes. Sería una lucha sin cuartel ni piedad entre los mejores de cada ejército, y se quedaría con los llanos de Tirea el bando que consiguiera mantener al último hombre en pie una vez caída la noche. Ambos comandantes pensaban que el acuerdo les favorecía, ya que estaban convencidos de que sus campeones serían los mejores y que el resultado del combate le sería propicio, lo que no sólo le supondría el control de la zona en conflicto, sino que además lo haría con muchas menos pérdidas que si se libraba una batalla campal al uso.

Heródoto, la principal fuente de este encuentro, nos narra en sus “Nueve libros de Historia” que los dos ejércitos se retiraron a sus ciudades y que el día fijado para la batalla los 600 contendientes (300 por cada ejército) se presentaron allí. Después de las ofrendas y sacrificios propiciatorios, ambos bandos empezaron la lucha. No fue una batalla de dos ejércitos en miniatura luchando el uno contra el otro, sino que el encuentro fue una sucesión de duelos singulares en los que cada perdedor resultaba muerto y cada vencedor se aprestaba a combatir contra otro enemigo. No hubo descanso para nadie. Al final del día, sólo dos argivos quedaban en pie. Sus nombres eran Alcenor y Cromio. Agotados, los dos guerreros de Argos hicieron una rápida inspección del campo de batalla para asegurarse de que no quedaba ningún espartano vivo y regresaron corriendo a su ciudad para llevar la buena noticia: Argos había vencido, y los llanos de Tirea volvían a estar bajo el dominio de los argivos. O al menos, eso creían ellos.

El espartano vivo

Pero Alcenor y Cromio habían pasado por alto que no todos los guerreros espartanos estaban muertos. Uno de ellos, de nombre Otríades, aún vivía, aunque muy gravemente herido. Según Heródoto, al irse los dos soldados de Argos, Otríades se levantó, y con muchas dificultades despojó a los argivos muertos de sus armas y las llevó a su campo, permaneciendo en él de pie esperando la llegada del alba (algunas versiones afirman que, en un postrero esfuerzo, colocó también a sus compañeros caídos en su sitio junto a él, aunque es poco probable dada la gravedad de las heridas que sufría). Allí se quedó hasta que a la mañana siguiente las delegaciones de ambas naciones llegaron al campo de batalla. Cuando Otríades vio que sus compañeros espartanos habían vuelto, se quitó la vida con su propia espada delante de todos ante la vergüenza de ser el único de sus compañeros que había sobrevivido, siguiendo la tradición espartana.

Otríades moribundo, de Sergel (Louvre)
Existen otras versiones de este momento concreto. Así, algunas fuentes señalan que, al irse los dos soldados de Argos, Otríades avisó a sus ilotas (esclavos que le portaban el equipo en la marcha y que eran sus asistentes) para que le ayudaran a levantarse y poder escribir la situación en su escudo con su propia sangre. Otras fuentes afirman que el suicidio de Otríades no se debió a la vergüenza que sentía al ser el único superviviente entre sus compañeros, sino que lo más probable es que sus heridas fueran muy graves y que no tuviera posibilidades de llegar con vida a Esparta, por lo que se le indicó que debía matarse. Este gesto es de una gran relevancia, pues con él demostraba que moría por su propia mano y no por una espada argiva. De este modo, Argos no podría utilizar el argumento de que iba a morir de todos modos a consecuencia de las heridas recibidas en el combate, ya que los espartanos siempre podrían argumentar que su suicidio fue debido a estar avergonzado de haber sobrevivido y que era una tradición de su ciudad.

En cualquier caso, el desenlace de la batalla había sido lo bastante confuso como para que ambos bandos se atribuyeran la victoria. Argos argumentaba que había tenido más supervivientes. A esto Esparta respondía que en realidad el último hombre que quedó vivo en el campo de batalla era de sus filas pues los dos guerreros argivos lo habían abandonado mientras Otríades aún seguía vivo, lo que podría ser considerado una huida. Las discusiones fueron subiendo de tono hasta que al final ambas delegaciones llegaron a las manos. Finalmente se separaron, proclamando los dos bandos a lo largo y ancho de toda Grecia su victoria.

Las consecuencias del combate

La “Batalla de los Campeones”, que debía poner punto y final al conflicto que Argos y Esparta sostenían, en realidad no decidió nada. Ambas partes reivindicaban como suya la victoria, pero Esparta fue un paso más allá erigiendo en el lugar donde Otríades se había suicidado un altar a Niké, diosa de la Victoria. Naturalmente, Argos no se tomó nada bien este gesto, así que salió con todo su ejército dispuesta a darle a Esparta una lección y a zanjar el tema de una vez por todas. Los espartanos les estaban esperando, y en la batalla posterior (esta vez sí que participaron todos) Esparta venció gracias a su mejor uso de la falange y a sus superiores soldados. Los llanos de Tirea pasaron entonces al dominio de Esparta de forma definitiva.

El vaso de Chigi, primera representación de combate entre hoplitas
Heródoto narra que los argivos, que tenían hasta entonces la costumbre de llevar el pelo largo, decidieron cortárselo y no dejarlo crecer mientras que Tirea no fuese recobrada (asimismo, se prohibió que ninguna mujer llevase alhajas de oro), mientras que los espartanos que tenían la costumbre contraria (es decir, llevar el pelo corto) se lo dejaron crecer desde entonces, no cortándoselo hasta obtener una victoria en batalla. En realidad, esta costumbre proviene de muy atrás, pues el pelo largo es un distintivo de nobleza (el mismo Aristóteles sostenía que pelo largo y trabajo manual no eran demasiado compatibles), pero es un detalle bonito para contar.

Argos y Esparta siguieron odiándose durante muchos años. Esparta fue conquistando nuevos territorios y consolidándose como la potencia hegemónica en el Peloponeso. En el año 505 a.C. ambas ciudades entraron nuevamente en guerra tras la decisión argiva de imponer una multa a las ciudades de Egina y Sición, aliadas de Esparta. Aunque los espartanos no lograron tomar la ciudad (según la leyenda, porque sus mujeres la defendieron con valor ante la ausencia de los hombres), finalmente derrotaron al ejército de Argos en la batalla de Sepea en el año 494 a.C. con más de 6.000 bajas argivas (más de dos tercios de su población masculina adulta). El ejército espartano llevó a cabo posteriormente un brutal exterminio de todos los hombres de Argos para asegurarse de que nunca más la ciudad volviera a ser una molestia. Y para terminar, decir que en el trascurso de las Guerras del Peloponeso (hacia el 420 a.C.), Argos desafió a Esparta a una nueva Batalla de Campeones. Como es natural, Esparta lo rechazó, al tener mucho más que perder que los argivos.
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