París, 1229; la primera huelga universitaria de la Historia

Durante la Alta Edad Media, el saber en la Europa cristiana se concentró en los monasterios y las abadías. Una de las tareas de los monjes era copiar los antiguos manuscritos para evitar que su contenido desapareciera. Estas instituciones preservaban sus bibliotecas con mucho celo, por lo que era extremadamente difícil que el saber contenido en ellas se esparciera por el mundo. Sólo en las escuelas organizadas alrededor de algunas de estas bibliotecas (como las escuelas catedralicias o las escuelas monásticas) se difundía el conocimiento, evitando que se perdiera. Esta situación cambió a partir del siglo XII, cuando empezaron a fundarse las primeras universidades y a proliferar por todo el continente europeo.

Profesores medievales
Estas instituciones gozaban de una serie de privilegios frente a las ciudades en las que se encontraban ubicadas. Además, la llegada de estudiantes de toda Europa para estudiar en ellas conllevaba no sólo evidentes beneficios económicos para dichas ciudades, sino que también traía como consecuencia tensiones con estudiantes y académicos, con lo que a menudo se producían choques entre los ciudadanos y los universitarios. Uno de esos choques se produjo en París en 1229. A raíz de un tumulto por una cuenta sin pagar en una taberna, se produjeron unos incidentes con varios muertos. Como consecuencia, se convocó una huelga en la Universidad de París que duró dos años. Esta es la historia de la primera huelga universitaria de la Historia.

El origen de las universidades medievales

El término Universidad proviene de la palabra en latín universitas, y en la Edad Media designaba un gremio corporativo. Así, por ejemplo, podemos hablar de la universidad de carpinteros o universidad de zapateros con el sentido de gremio de personas que tenían esos oficios. Uno de esos gremios corporativos era el de los maestros y estudiantes (universitas magistrorum et scholarium), gremio del que se derivaría con posterioridad el empleo del término como sinónimo de institución de enseñanza. En general, estos gremios contaban con privilegios concedidos a través de cartas legales  emitidas por príncipes, reyes, obispos o las propias ciudades en las que se encontraban.

Monjes copistas
Si bien ya había algunos precedentes en el mundo bizantino y musulmán, las universidades tal y como las conocemos fueron un fenómeno genuinamente europeo. Las primeras surgieron a partir del siglo XI, proliferando en los siglos siguientes por todo el continente (particularmente en Italia, Francia, España e Inglaterra). La mayoría nació de una de evolución de las escuelas catedralicias, palatinas y monásticas, aunque luego comenzaron a crearse instituciones, fundadas por autoridades, que ya nacían estructuradas como una institución de enseñanza superior. Los estudios que evolucionaron de escuelas, fueron llamados ex consuetudine; aquellos fundados por reyes o papas eran llamados ex privilegio. Aprovechando que el latín era el idioma común para la enseñanza, los docentes de las más prestigiosas eran animados a dar cursos en otras universidades; algo que se ha perpetuado hasta nuestros días en forma de libre intercambio de información entre universidades.

Mapa de las universidades medievales
Los estudiantes entraban en la universidad más o menos con 14 años, y en un plazo de unos 6 años conseguían el título de bachiller. Si continuaban sus estudios en alguna disciplina concreta podían llegar a graduarse. Sólo después de muchos más años se conseguía el título de doctor. Los estudios universitarios eran costosos y a menudo sólo estaban al alcance de las familias ricas, aunque existía un cierto número de estudiantes becados por algún potentado. La mayoría debía alternar sus estudios con la realización de un oficio que les permitiera pagar su estancia y manutención, además de sus bebidas y vicios. Un gran número de estudiantes se tonsuraban y vestían como monjes, ya que muchos pertenecían a alguna congregación religiosa. Caso particular eran los llamados goliardos, que no eran más que clérigos ociosos de vida licenciosa y estudiantes pícaros que proliferaron alrededor de las universidades, y que nos han dejado una rica muestra de poesía profana (como el Carmina Burana).

Goliardos
Eran frecuentes los conflictos entre estudiantes de distintos colegios y facultades, entre estudiantes procedentes de diferentes países de origen y entre estudiantes y población local. Como privilegio para estas instituciones, tenían un fuero especial que les eximía de los tribunales ordinarios de las ciudades en las que se encontraban, estando todos los miembros de la universidad sometidos a los tribunales eclesiásticos o incluso de la propia institución. Había universidades que contaban con policía propia e incluso cárceles. Esto conllevaba una nueva fuente de conflictos con las autoridades civiles de las ciudades en las que estas instituciones estaban enclavadas, ya que los tribunales de las universidades tendían a ser bastante indulgentes con sus miembros. Esto provocaba que muchos estudiantes (tunos, goliardos, etc.) llevaran una vida disipada sabedores de que podían salir prácticamente impunes de cualquier situación. En este contexto se engloban los disturbios en París que dieron lugar a la primera huelga universitaria de la Historia.

Los disturbios

La Universidad de París fue una de las primeras universidades de Europa. Fundada alrededor del año 1150 como complemento de la Escuela de Teología de Notre Dame, pronto alcanzó un gran prestigio por sus estudios en Filosofía y Teología. En el año 1200 fue reconocida por el rey francés Felipe II Augusto en una carta en la que, entre otras cosas, les otorga a sus integrantes el derecho de ser juzgados por un tribunal eclesiástico y no civil. Por cierto, este reconocimiento vino precedido por una amenaza de huelga provocada por unos disturbios parecidos a los narrados en este artículo. Posteriormente, en 1215, el Papa Inocencio III le otorga el título de Universidad mediante una bula. Su colegio más famoso fue el de La Sorbona, fundado en 1215, y que con el tiempo acabó dando nombre a toda la institución académica.

Clase universitaria medieval
Los disturbios comenzaron en el mes de marzo de 1229, durante el martes de Carnaval. Ese día, último de fiesta antes del miércoles de Ceniza y el inicio de la Cuaresma, los habitantes de París daban rienda suelta a su espíritu festivo disfrazándose y consumiendo grandes cantidades de alcohol. Entre ellos se encontraban los estudiantes de la universidad, siempre dispuestos a una buena juerga, tal como lo atestigua esta canción de taberna de la época:

Cuando estamos en la taberna / nos despreocupamos del mundo (…) / Nadie allí teme a la muerte / Y por Baco tientan la suerte” (poesía de estudiante Goliardo)

En una taberna del Barrio Latino de París se produjo una trifulca entre el tabernero y unos estudiantes. El motivo de la disputa, al parecer, era el impago de la cuenta por parte de los estudiantes. La discusión acabó en una gran pelea en la que el tabernero, ayudado por otros vecinos, dio una soberana paliza a los estudiantes y los echó del local. Al día siguiente, los estudiantes apalizados volvieron junto a varios compañeros de estudios armados con garrotes y cuchillos.

Plaza de la Sorbona
Tenían la intención de vengarse del tabernero. Al ser miércoles de Ceniza, la taberna estaba cerrada, pero eso no detuvo a los estudiantes, que forzaron la entrada, agredieron al tabernero y destrozaron el local. No contentos con todo eso, los estudiantes empezaron a destruir otras tiendas y locales aledaños, lo que provocó graves daños en todo el barrio. Los propietarios de los negocios destrozados, sabedores de que los estudiantes no podían ser juzgados por tribunales civiles, y temerosos también de que una acción demasiado enérgica podía desembocar en el traslado de ciudad de la universidad (tal y como había ocurrido con Cambridge, fundada por estudiantes y docentes descontentos de Oxford), elevaron una queja al Obispo de París a través del prior de San Marcel.

Maestros y alumnos en una clase
El Obispo había tenido un encontronazo con la universidad cuatro años atrás, cuando los estudiantes le pidieron que renovase sus privilegios. El prelado, que no estaba de acuerdo con dichos privilegios, convocó a los profesores y, sin darles la oportunidad de tomar la palabra, rompió el sello de la universidad, lo que significaba en la práctica negarle toda autonomía. Los estudiantes y profesores, indignados, asaltaron el palacio episcopal y el Obispo les excomulgó. Un mes después, los ochenta profesores excomulgados fueron absueltos, la autonomía universitaria restaurada y el Obispo puesto en ridículo. Ahora veía la ocasión perfecta para vengarse. Así que decidió quejarse directamente ante la Reina regente.

Blanca de Castilla
Esta reina regente era nada menos que Blanca de Castilla, hija de Alfonso VIII el de las Navas, y una mujer de armas tomar. Su padre había fundado en Palencia la primera universidad española, en 1212, y quizá Blanca de Castilla no conservaba buen recuerdo del bullicio estudiantil en su ciudad natal. Aprovechando que ejercía la regencia durante la minoría de edad de su hijo Luis IX (que luego sería llamado “El Santo” o San Luis), dio órdenes tajantes de que los responsables del tumulto fueran arrestados y castigados. Los prebostes de la ciudad no dieron con ellos, así que tomaron la decisión de buscar un chivo expiatorio como fuera y agredieron con gran violencia a un grupo de estudiantes que se encontraban descansando en las afueras de la ciudad. La agresión tuvo como resultado dos muertos, un estudiante flamenco y otro normando, ambos muy estimados en la universidad, y al parecer inocentes en todo el asunto.

La huelga

Los docentes, al enterarse de la muerte de estos estudiantes, decretaron la suspensión de las clases. Además, a través de un portavoz, pidieron a la reina, al Obispo y al delegado pontificio que se hiciera justicia. Se previno a la reina de que si para la Pascua de abril no se había solucionado todo el asunto, desagraviado a la universidad y castigado a los culpables, se tomaría la decisión de una huelga general. Como fuere que ninguno de los interpelados hizo mucho caso (es más, se tomaron bastante a mal el ultimátum), el cuerpo de maestros decretó la disolución de la universidad por un plazo de seis años. Los estudiantes se fueron. Unos regresaron a su lugar de origen, otros abandonaron los estudios y la mayoría se trasladó a otras universidades como Reims, Orleans, Angers, Toulouse. El rey Enrique III de Inglaterra aprovechó la ocasión para ofrecer facilidades a docentes y estudiantes de París para trasladarse a Oxford y Cambridge.

Monjes escuchando la lección del profesor
Las consecuencias económicas no tardaron en hacerse notar, sobre todo en el Barrio Latino y en la Montaña Sainte-Geneviève, lugares de residencia habitual de los estudiantes, y cuya economía dependía en gran medida de los servicios que les prestaban. Sin embargo, el único que se dio cuenta en un principio de la gravedad del asunto fue el Papa Gregorio IX, antiguo alumno de la universidad. Dirigió una carta a la reina Blanca y al Obispo de París en la que tomaba partido a favor de los estudiantes y profesores y exhortando a ambos para que hicieran los esfuerzos necesarios para que las aguas volvieran a su cauce. La reina hizo caso de la misiva, y empezó entonces una dura negociación para que la universidad de París volviera a abrir sus puertas.

Gregorio IX
Tras dos años de conversaciones, se llegó a un acuerdo y el Papa promulgó la bula Parens Scientiarum el 13 de abril de 1231. En esta bula se renovaban los privilegios de la universidad y se garantizaba la autonomía de la misma ante las autoridades locales, ya fueran seculares o eclesiásticas. Ponía a la institución directamente bajo la autoridad papal, y le confería el título de “Madre de las Ciencias”. Posteriormente, esta bula se ha considerado la verdadera Carta Magna de la Universidad de París. Las clases se reanudaron, los estudiantes y docentes volvieron y todo regresó a la normalidad. Acababa así la primera huelga universitaria de la Historia, tras un pulso que duró dos años y que puso de manifiesto que las universidades, a partir de entonces, se convertirían en una de las instituciones más importantes de Europa. Y a la postre, de todo el mundo.
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El indestructible Michael Malloy

Los tópicos son algo asombroso. Son capaces de definir a un individuo o a un grupo de gente en pocas palabras; y como afirmaciones universalmente aceptadas, todos los que los oyen murmuran palabras de aprobación mientras asienten con la cabeza. Y eso que la mayoría son manifiestamente injustos, cuando no directamente falsos. Aun así, hoy me gustaría recordar dos de ellos; el primero es ese que dice que, cuando se trata de irlandeses, no podemos poner en la misma frase las palabras “alcohol” y “demasiado”, y el segundo es el que proclama que los italianos son unos ventajistas que te sacarán los ojos si ven la menor oportunidad. Ninguno de ellos es verdad, pero no podemos entender la historia que vamos a contar sin tenerlos en cuenta.

Fotografías policiales de los miembros de la banda
Y es que este artículo trata de un irlandés borracho y de unos italianos que trataron de matarlo. La peculiaridad de todo el asunto es que el irlandés en cuestión se resistía a morir por más que los malvados italianos trataban de que pasara a mejor vida. Naturalmente, el asunto no acabó nada bien: Malloy finalmente murió (aunque no sin antes ganarse los apodos de “Iron Mike” y “el indestructible Malloy”) y los italianos fueron detenidos, condenados y algunos ejecutados en la silla eléctrica. Esta es el increíble relato de un irlandés con un hígado excepcionalmente resistente, de la banda que trató de matarle y del que posiblemente sea el asesinato más torpe de todos los tiempos. Bienvenidos a la historia de la muerte de Michael Malloy.

Dinero fácil

A principios de 1933 la vida no era sencilla en el Bronx de Nueva York. Estábamos en plena Gran Depresión, el paro rondaba el 50% y había una alarmante falta de oportunidades. Esta situación hacía que muchos no tuvieran escrúpulos en utilizar cualquier método para llenarse los bolsillos, sin importar lo criminal que fuera dicho método. Uno de ellos era abrir un “speakeasy” (una taberna clandestina), ya que la Ley Seca todavía estaba vigente. Sin embargo este tipo de negocio también era problemático, ya que sus clientes solían ser personas sin trabajo ni dinero, por lo que el cobro de las cuentas a veces era complicado. A esto se unía que el suministro de bebidas quedaba cortado en ocasiones por las redadas del gobierno. No, la vida en esa época no era sencilla, ni siquiera para los que se dedicaban a delinquir.

Vaciado de licor en la alcantarilla durante la Ley Seca
Al propietario de uno de esos bares clandestinos y a algunos de sus amigos se les ocurrió que podía haber un modo más fácil y directo de hacer mucho dinero: obligar a firmar a alguno de sus clientes borrachuzos seguros de vida con ellos como beneficiarios, y a continuación matarlos de modo que pareciera una muerte natural. La banda que ideó esta forma de hacer caja la formaban Anthony Marino, propietario de un speakeasy del Bronx, su barman Joseph "Red" Murphy, el enterrador Francis Pasqua (cerebro de la banda), el taxista Hershey Green y el frutero Daniel Kriesberg. Pero antes de poner en práctica su idea, decidieron hacer primero una prueba con la novia de Marino, Betty Carlsen, cuyo seguro de vida le tenía como beneficiario.

Garito de Marino
Así pues, una noche la emborracharon hasta que perdió el conocimiento y la llevaron a su cuarto. Una vez allí la desnudaron, le arrojaron agua fría por encima y la dejaron en él con las ventanas abiertas, en una noche gélida con temperaturas de varios grados bajo cero. A la mañana siguiente Betty había fallecido y un forense dictaminó como causa de la muerte "neumonía asociada al alcoholismo". Marino cobró los 800 dólares del seguro, y posiblemente le pareció el dinero más fácil de ganar de toda su vida. La prueba había sido un éxito, así que decidieron repetirla con alguno de los habituales clientes del bar clandestino. Fue entonces cuando se cruzaron con Michael Malloy.

La víctima perfecta

Malloy parecía la víctima perfecta. Inmigrante irlandés que había llegado a Estados Unidos a finales del siglo XIX, había trabajado como bombero hasta que su alcoholismo hizo que lo despidieran. Desde entonces se había convertido en vagabundo y sobrevivía con empleos esporádicos de conserje, barrendero, pulidor de ataúdes y hasta de limpiador de tumbas, y por las noches se dejaba caer por los bares clandestinos donde conseguía copas a base de su encanto irlandés, a sus buenas anécdotas y a barrer el suelo de vez en cuando. Casi sexagenario y sin familia, la banda pensó que sería la elección propicia, ya que a nadie le extrañaría que muriera en una noche de borrachera y no tenía ningún familiar que pudiera echarle de menos. Además, pensaron que su avanzado estado de alcoholismo haría que unas cuantas noches bebiendo sin parar acabaran con él.

Interior de un bar clandestino
Así pues, le invitaron a unas copas y le prometieron que podía seguir bebiendo cuanto quisiera. Sólo tendría que firmar unos papeles de nada. Malloy creía estar firmando el apoyo a la candidatura de Marino como concejal, pero en realidad la banda le estaba haciendo suscribir tres seguros de vida por un total de 3.500 dólares. Cuando hubo firmado, le dieron de beber hasta que el irlandés se fue dando tumbos. La sorpresa fue general cuando al día siguiente reapareció y pidió una copa. Estuvieron así varios días, e incluso una noche lo sacaron del local y lo tumbaron en el suelo con una almohada pensando que la fría noche de invierno acabaría el trabajo, pero invariablemente Malloy reaparecía al día siguiente con más sed que nunca y pedía más copas.

Noticias del juicio
Ante la sobrehumana resistencia de Malloy, la banda empezó a alarmarse. Especialmente Marino, que veía que el gasto en licor se estaba empezando a disparar. Así pues, Murphy sugirió ponerle veneno en la bebida, y esa noche añadieron anticongelante a la copa de Malloy. Éste tomó un trago, alabó la suavidad de la bebida, y acto seguido se derrumbó en el suelo. Pasqua le tomó el pulso, anunció que era débil y que probablemente estaría muerto en pocas horas. Sin embargo, tres horas después, y mientras la banda lo celebraba, Malloy se levantó, pidió perdón por su desmayo y declaró tener una sed de mil demonios, así que le dijo a Marino que le sirviera una copa. En los días posteriores, la banda incrementó la dosis de anticongelante en la bebida de Malloy, y en vista de que la cosa no funcionaba, pasaron al aguarrás, al linimento para caballos y hasta al raticida. Pero nada le hacía efecto, y el resistente irlandés seguía apareciendo noche tras noche en el bar de la banda.

Cambiando el método

Asombrados ante la falta de resultados, la banda decidió incrementar la dosis de veneno. El problema era que no podían hacerlo en las bebidas porque las copas eran veneno casi en su totalidad (algunas de ellas eran anticongelante en un 90%), por lo que decidieron invitar al irlandés a comer y añadir el veneno en la comida. Así pues, Marino le preparó un plato de ostras a las que añadió metanol. A Malloy, después de comerse dos docenas, no sólo el veneno no le hizo ningún efecto sino que alabó al chef y le recomendó que abriera un restaurante. La noche siguiente le dieron a comer un bocadillo de sardinas en mal estado, salpimentado con virutas de estaño y hasta pequeños clavos, todo acompañado con una copa con anticongelante y raticida; si no moría por un coma etílico, lo haría de una hemorragia intestinal. La sorpresa de todos fue mayúscula cuando la combinación no sólo no le hizo ningún daño, sino que además a Malloy pareció gustarle el tentempié.

Relato del intento de asesinato
La banda pensó que era el momento de tomar medidas más drásticas, y decidieron repetir lo que habían hecho con la novia de Marino. A la noche siguiente le dieron de beber a Malloy hasta que perdió el conocimiento, lo montaron en el taxi de Green y lo llevaron hasta Claremont Park. Allí lo desnudaron de cintura para arriba, vertieron agua sobre él y lo arrojaron sobre la nieve. Estaban seguros de que los 26 grados bajo cero de la noche harían el resto del trabajo. Imagínense la cara de todos cuando, a la noche siguiente, Malloy volvió a aparecer en el bar mejor vestido que el día anterior y dispuesto a seguir bebiendo. Y es que una patrulla de policía lo había encontrado tumbado en la nieve, lo habían llevado a un albergue y allí había pasado la noche. Incluso la beneficiencia le había proporcionado un traje nuevo.

Los miembros de la banda
La banda pensó que la broma ya se estaba saliendo de madre, así que decidieron utilizar métodos más contundentes. Le pidieron consejo a otro de los clientes habituales del bar, un matón llamado Anthony Bastone (alias “Tony el Duro”), y éste les aconsejó que simularan un atropello en el que el conductor se diera a la fuga. Dicho y hecho: esa noche lo emborracharon de nuevo, lo subieron nuevamente al taxi de Green y después de un corto viaje le abandonaron en mitad de la calle. Mientras Malloy intentaba ponerse en pie, lo atropellaron a más de 70 kilómetros por hora. El irlandés salió despedido varios metros y parecía no moverse, pero la banda lo atropelló de nuevo para asegurarse. Ahora sólo quedaba esperar a que se anunciase la muerte de Malloy.

Habitación donde murió Malloy
Sin embargo, pasaron varios días y en los periódicos no había noticia alguna. Es más, ningún hospital ni depósito de cadáveres sabía nada de él. Y eso no sólo provocaba inquietud entre los miembros de la banda, sino que además suponía un grave inconveniente: sin cuerpo no podían reclamar el pago del seguro. Así pues, decidieron emborrachar y atropellar a otro vagabundo (un tal McCarthy) no sin antes ponerle encima papeles a nombre de Malloy. Pero, o bien Green no tenía pericia en atropellar gente, o bien la mala suerte de esta banda rozaba la maldición: McCarthy sobrevivió (aunque tuvo que pasar varias semanas en el hospital), y para colmo el verdadero Malloy reapareció a las tres semanas en el bar diciendo que se moría por un trago. Dijo también que había tenido una fractura de cráneo, un hombro roto y una conmoción cerebral, que estaba tan mal que no había podido dar su nombre a los médicos (de ahí que no aparecieran noticias de él), pero que ya estaba recuperado y podía volver al bar de sus queridos amigos.

El final de la mala suerte… ¿o no?

Aquello fue la gota que colmó el vaso. El 22 de febrero de 1933 emborracharon de nuevo a Malloy hasta hacerle perder el conocimiento y lo llevaron a la habitación del frutero Kriesberg. Allí lo ataron a una silla y “Red” Murphy le colocó en la boca una manguera que previamente habían conectado a una salida de gas. Al cabo de unos minutos, Malloy estaba muerto. Sobornaron con 50 dólares a un médico borrachín (otro de los clientes habituales del bar de Marino) y éste certificó que la muerte del irlandés había sido a causa de una neumonía. La pesadilla había acabado. Ahora sólo quedaba reclamar la cantidad del seguro de vida.

La banda durante el juicio
Sin embargo, los trámites llevaban su tiempo; y en ese tiempo aún podían pasar muchas cosas. Una de las cosas que pasó fue que el taxista Hershey Green empezó a contar lo duro de matar que había sido el irlandés, por lo que la historia del “Indestructible Michael Malloy” y “Iron Mike” empezó a circular por los bajos fondos. Otra de las cosas que pasó es que “Red” Murphy fue detenido por asuntos anteriores, y cuando la compañía de seguros intentó ponerse en contacto con él (era uno de los beneficiarios de la póliza de Malloy) y supo dónde estaba, alertó a la policía. Las autoridades empezaron a investigar y en mayo exhumaron el cuerpo de Malloy. La autopsia reveló que había muerto envenenado. Toda la banda, incluido el médico que había certificado su muerte, fue detenida.

Sing Sing
Acusados de asesinato, los reos siguieron una línea clásica de defensa: hacer recaer toda la responsabilidad sobre un muerto. Intentaron culpar de todo a Bastone (que había muerto en una reyerta poco antes), diciendo que todo el plan era suyo y que ellos habían sido coaccionados para ayudarle. El jurado, sencillamente, no se creyó una sola palabra. La sentencia condenó a muerte a Marino, Kriesberg, Pasqua y Murphy, a cadena perpetua a Green y a varios años de cárcel al médico. En junio de 1934, Marino, Pasqua y Kriesberg fueron ejecutados en la silla eléctrica en la prisión de Sing Sing. Al mes siguiente, Murphy seguiría los mismos pasos. El fantasma del “Indestructible Mike Malloy” se había tomado cumplida venganza, y seguro que vio con satisfacción el destino de sus asesinos. Eso sí, no me cabe duda de que lo haría entre copa y copa.
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El asesinato del conde de Villamediana

El 21 de agosto de 1622 cayó en domingo. A eso de las nueve y media de la noche, dos nobles paseaban en carroza por la calle Mayor, en Madrid. El que estaba sentado a la derecha del carruaje era Luis de Haro, un joven aristócrata hijo del marqués de Carpio. El que le acompañaba era Juan de Tassis, conde de Villamediana, un cortesano de 40 años famoso por sus amoríos, sus derroches y su afilada pluma. De repente, un hombre salió de un portal y se acercó a la parte izquierda de la carroza, sacó una espada (otras fuentes dicen que una ballesta) y se la clavó al conde en un costado. La herida fue terrible, y el conde murió pocos minutos después. El asesino logró escapar, según algunos testigos ayudado por unos cómplices que espantaron a correazos a los sirvientes de Luis de Haro.

"Muerte del conde de Villamediana", de M. Castellano
El asesinato causó una honda conmoción en Madrid. La víctima estaba en esos instantes en la cumbre de su fama. Derrochador, mujeriego, provocador y dado al juego, el conde se había ido creando innumerables enemigos a lo largo de su vida. Los sospechosos no faltaban, desde luego. Sin embargo, un rumor empezó a extenderse pronto por todo Madrid: el asesinato había sido ordenado desde las más altas esferas. Muchos literatos amigos de Villamediana (como Góngora) daban respuestas entre líneas acusando al valido de Felipe IV, el conde-duque de Olivares, e incluso al mismo rey de estar detrás de la muerte del conde. Otros (como Lope de Vega o Quevedo) pensaban sin embargo que el propio conde se lo había buscado con los excesos de su vida y su pluma. A día de hoy sigue sin contestarse la gran pregunta: ¿quién mató al conde de Villamediana?

Un simpático sinvergüenza

Juan de Tassis había crecido en un ambiente cercano a la corte, ya que su padre ostentaba el cargo de Correo Mayor del rey. Nada se sabe de él hasta que en 1599 formó parte de la comitiva de Felipe III, que viajaba a Valencia a casarse con Margarita de Austria. En ese viaje se distinguió tanto por su ingenio que el monarca le nombró gentilhombre de su casa, lo que le daba acceso al círculo más íntimo del rey. En la corte conoció a Magdalena de Guzmán, con quien mantuvo un apasionado romance que a veces rayaba en el sadismo. Es famoso el episodio en que la abofeteó públicamente en mitad de la representación de una comedia. Mantuvo con ella una relación de amor-odio durante toda su vida, a pesar de que el conde se casó en 1601 con otra mujer.

Grabado que representa el asesinato
Dado a los excesos, mujeriego, derrochador y jugador, Villamediana era sobre todo temido por su ingenio y lo afilado de su pluma. Buen conocedor de la corte y de los personajes que por ella pululaban, retrataba los vicios privados de aquellos a los que detestaba. Circulaban por Madrid panfletos satíricos de los grandes personajes de la nobleza, que a pesar de ser anónimos, a nadie cabía duda de que pertenecían al feroz ingenio del conde. Todo esto provocó que Felipe III lo exiliara en tres ocasiones, oficialmente por haber arruinado en las mesas de juego a varios caballeros importantes, aunque la verdadera razón era que sus sátiras incomodaban a más de un personaje destacado.

Juan de Tassis, conde de Villamediana
En este aspecto, son famosos los versos que dedicó al duque de Lerma tras ser nombrado cardenal y evitar así su procesamiento por corrupción: “El mayor ladrón del mundo / para no morir ahorcado / se vistió de colorado”. Para un hombre que había fustigado incansablemente los manejos corruptos del Duque y sus secuaces, estos versos supusieron sin duda un gran momento. Pero no sólo atacaba a los cortesanos y ministros de Felipe III, sino que también la tomó con los de su sucesor Felipe IV (incluido su valido, el conde-duque de Olivares). “Niño Rey, privado Rey”, escribió en una ocasión para señalar la influencia que el “conde Olivete”, como Villamediana llamaba al conde-duque, ejercía sobre el adolescente Felipe IV.

Un mar de rumores

Como vemos, no faltan sospechosos en el caso. Sin embargo, desde el primer momento surgieron rumores de que la causa de su muerte estaba en que Villamediana se había enamorado de la reina Isabel de Borbón, y se enorgullecía públicamente de ese amor. El conde componía poesías amorosas dedicadas a una tal “Francelisa”, un nombre que muchos vieron como una alusión a la reina porque combinaba su nacionalidad (francesa) con un apelativo cariñoso de su nombre (Isabel). Los rumores de que la reina no era inmune a los requerimientos amorosos de Villamediana se multiplicaban por doquier, hasta el punto de que el rey sentía frecuentes ataques de celos.

Isabel de Borbón
A este respecto, es famoso el episodio en que el conde participó brillantemente como rejoneador en una corrida de toros a la que asistían los reyes. La reina, al verlo hacerlo tan bien, le comentó al rey “Pica bien el conde”, a lo que Felipe IV respondió “Pica bien, pero pica muy alto”. Es también conocido el episodio en que se presentó a caballo en la Plaza Mayor de Madrid, con motivo de un acto real, vestido con una capa bordada con reales de oro (lo que aludía a su suerte en el juego), y un cartel que decía: “Son mis amores reales”, algo que todo el mundo vio como una alusión a la reina. Y siempre existió el rumor de que en la representación de una ópera suya (“La gloria de Niquea”), el propio conde había provocado en el entreacto un incendio con el fin de tener una excusa para abrazar a la reina y poder salvarla (tocar a la soberana estaba entonces penado con la muerte).

Un joven Felipe IV
Sin embargo, los historiadores modernos dan poco crédito a la hipótesis de que el asesinato de Villamediana fuera ordenado por el rey en un ataque de celos. Es cierto que hubo un incendio durante la representación de “La gloria de Niquea”, pero nadie dijo entonces que lo hubiera provocado el conde y mucho menos que la causa fuera poder abrazar a la reina. De hecho, esta interpretación de los hechos surgió 30 años después de la muerte de Villamediana por parte de dos autores franceses de novela y tiene todos los visos de ser una invención. En cuanto a los poemas dedicados a “Francelisa” y el lema “Son mis amores reales”, la opinión general es que se refieren a Francisca de Tábora, una dama portuguesa de la reina a la que el rey también pretendía (incluso hay quien dice que los poemas eran encargos del monarca, buscando de este modo engatusar a la joven). En cualquier caso, cuesta trabajo imaginar que el conde se atreviera a concebir una pasión por la reina, y mucho menos que alardeara de ella en público. Sin embargo, la duda sigue abierta.

El escabroso asunto de la sodomía

Otra de las hipótesis sobre las causas del crimen nos lleva a un asunto peligroso en aquella época. En tiempos modernos se descubrió un proceso judicial que se resolvió algunos meses después de la muerte del conde, y que terminó con la condena a la pena capital de varios criados suyos y de otras casas nobiliarias. El delito por el que se les ejecutó era el “pecado nefando”; es decir, sodomía. Parece ser que el rey habría tenido conocimiento del caso y habría dado orden de que el nombre del conde no saliera a la luz, “por ser ya muerto y no infamarle”. Al parecer, el asunto causó toda suerte de comidillas en la corte, y la orden del rey puede interpretarse como un intento de salvaguardar la memoria de Villamediana.

Góngora
¿Mantuvo el conde relaciones homosexuales con algunos de sus criados y su muerte se debió a una reyerta en ese ambiente? Para el historiador Narciso Alonso Cortés no hay duda, y sostiene que Villamediana era una especie de “Oscar Wilde del siglo XVII”. No habría sido el primer caso de bisexualidad en la alta nobleza de la época, un delito que se castigaba con la muerte, pero que si el reo era de alta posición solía saldarse con una sanción menor. No obstante, muchos historiadores rechazan esta interpretación, ya que las acusaciones de sodomía (y de cosas peores) eran habituales en las disputas literarias de la época. De hecho, Góngora y Quevedo mantuvieron célebres peleas literarias en las que se acusaban mutuamente de falta de virilidad o de ser judíos conversos, crímenes horribles para esos tiempos.

Las intrigas de la corte

La hipótesis que cobra más fuerza en todo este asunto es que Villamediana fue asesinado debido a su afilada pluma y a su genio satírico. Ya hemos comentado antes que durante el reinado de Felipe III el conde sufrió tres destierros por razones políticas. Villamediana no se limitaba a poner en ridículo a personajes de segundo orden, sino que en ocasiones apuntaba más alto y fustigaba a personas de mucho poder como el duque de Lerma o Rodrigo Calderón. Denunció incansablemente la corrupción que imperaba en el reino, y debió disfrutar mucho cuando Calderón fue ejecutado por sus manejos y Lerma maniobró para ser elegido cardenal y no correr la misma suerte. Al ascender al trono Felipe IV, Villamediana puso muchas esperanzas en él. Había regresado a Madrid con todos los honores y pensaba que las cosas cambiarían con el nuevo rey. Sin embargo, pronto se desengañó.

Duque de Lerma
Y es que la llegada de Felipe IV supuso también que se abriera una lucha a muerte por la privanza, un cargo equivalente al actual primer ministro, y que dada la tradicional indolencia de los Austrias en los asuntos de gobierno conllevaba un inmenso poder. En esa lucha acabó venciendo el conde-duque de Olivares, algo que al conde no le gustó nada. Se sabe que Villamediana albergaba ambiciones políticas, y su cargo de Correo Mayor le daba acceso a un gran número de informaciones privilegiadas. Las sátiras que dedicaba a “Olivete” y al círculo íntimo del monarca no serían por tanto una simple diversión, sino que estarían relacionadas con las aspiraciones de poder del propio Villamediana.

Conde-duque de Olivares
En este contexto, no es difícil imaginar a Olivares convenciendo al monarca de que Villamediana era un estorbo y debía ser quitado de en medio. Esta hipótesis explicaría la aparente pasividad a la hora de capturar a los asesinos materiales. Tal y como indicaba un informante de la época, “No se supo quién eran los matadores (...). Se dejaron de hacer las diligencias por orden de Su Majestad, con que se declararon las sospechas que se tuvieron de que fue por orden del rey”. También en estas sospechas abunda el cronista de la época Matías de Novoa, conocedor de todos los secretos de la corte, que en un pasaje de su “Historia de Felipe IV” habla en relación a este caso de “aquel que introdujo el consejo y le trazó”. Si tenemos en cuenta que Novoa era enemigo de Olivares, está claro que la acusación va dirigida contra el conde-duque.

Los poemas velados

Al ser Villamediana un literato conocido, los distintos poetas de Madrid formularon sus propias hipótesis y sospechas en forma de versos. Dado que la sospecha de la mayoría de ellos se dirigían hacia lo más granado del círculo del rey, estos versos eran a menudo oscuros. Góngora, gran amigo de Villamediana, escribió “Mentidero de Madrid / Decidnos ¿Quién mató al conde? / Ni se sabe, ni se esconde / Sin discurso, discurrid. / Dicen que lo mató el Cid / Por ser el conde Lozano. / ¡Disparate chabacano! / La verdad del caso ha sido / Que el matador fue Bellido / Y el impulso, soberano”, un discurso que apunta directamente al corazón de palacio.

Lope de Vega
No faltó quien atribuyó su asesinato a su afilada pluma y dieron a entender que él mismo se lo había buscado. Así, Lope de Vega escribió una copla que decía “Al que sobró de buen entendimiento / vino a faltar tan presto su sentido, / y al que en ajenas vidas se ha metido / la propia le sacó su atrevimiento” y en otros versos escribió que el conde murió “un tanto juvenil / por ser mucho Juvenal”. De la misma opinión era Quevedo, que a pesar de ser enemigo literario de Villamediana, pedía justicia para el conde en sus versos. En cualquier caso, es muy probable que nunca sepamos a ciencia cierta quién dio la orden ni por qué, y que jamás podamos contestar la pregunta: ¿quién mató al conde de Villamediana?
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"Operación Greif", cuando el béisbol y Minnie Mouse derrotaron a los alemanes

El 16 de diciembre de 1944 el infierno se desató en las Ardenas. Un bombardeo de 1.600 piezas de artillería alemanas sirvió de preparación a una gran ofensiva que buscaba dividir en dos a las fuerzas norteamericanas y británicas, llegar a Amberes y poner fin al avance aliado en el frente occidental. La conocida como la Batalla de las Ardenas tenía como objetivo último embolsar y destruir cuatro ejércitos aliados, para obligar así a estadounidenses y británicos a sentarse en una mesa de negociaciones y que Alemania firmara con ellos una paz por separado. De este modo, Hitler pretendía obtener tiempo y recursos para combatir a los soviéticos, ahora que la situación en el frente oriental era crítica.

Batalla de las Ardenas
Como parte de todo el plan de batalla se organizó la llamada Operación Greif, una gran operación de comandos que pretendía sembrar el caos tras las líneas aliadas. Para ello, un grupo de soldados alemanes vestidos con uniformes americanos debían infiltrarse y sabotear las comunicaciones aliadas. Otro grupo, al mando del legendario coronel Otto Skorzeny, debía avanzar rápidamente y tomar los vitales puentes sobre el río Mosa, para permitir a las tropas alemanas cruzarlo y avanzar rápidamente hacia Bruselas y Amberes. Sin embargo, la mala planificación y los defectos inherentes a un plan irrealizable llevaron a que la infiltración fuese un fracaso. Muchos de los comandos fueron arrestados por no poder responder a preguntas sobre béisbol o sobre cómo se llamaba la novia de Mickey Mouse. Esta es la historia de esta esperpéntica operación.

La última baza de Hitler

A finales de 1944, la situación bélica de Alemania era desesperada. En el este, los soviéticos habían destruido gran parte del grupo de ejércitos Centro en una gran ofensiva (la que sería conocida como Operación Bagration), mientras que en el oeste los británicos y los norteamericanos habían empujado al ejército alemán a las mismas fronteras del Reich. Después de desembarcar en Normandía, el avance aliado había sido muy rápido, de modo que sus tropas estaban fatigadas y los suministros tenían dificultades para llegar a primera línea. El mando aliado tomó la decisión de estacionar en las Ardenas a las tropas más castigadas, junto a unidades recién llegadas y sin experiencia, ya que consideraba la región fácil de defender.

Soldados alemanes en las Ardenas
En este contexto, el Alto Mando alemán diseñó una ofensiva a través de los bosques de las Ardenas con el objetivo de partir en dos al ejército anglo-norteamericano. Si las tropas alemanas lograban llegar a Amberes, los británicos quedarían embolsados y se verían obligados a rendirse. Hitler confiaba que eso liquidaría el frente occidental, pues obligaría a británicos y estadounidenses a sentarse en una mesa de negociaciones a firmar la paz. De este modo, Alemania podría concentrar todos sus esfuerzos en el este para combatir a la cada vez más pujante Unión Soviética. Es en este marco, y como complemento a la ofensiva, cuando se diseñó una gran operación de comandos llamada Operación Greif.

El encargo

El 22 de octubre de 1944 el jefe de las unidades de operaciones especiales del ejército alemán, el teniente coronel Otto Skorzeny, fue llamado al cuartel general de Hitler. Skorzeny era un valor emergente dentro del aparato militar, después de la liberación de Mussolini (atribuyéndose todo el mérito, ya que en realidad la operación fue llevada a cabo por paracaidistas) y de la solución del llamado “asunto húngaro” (la neutralización del almirante Horthy, jefe del gobierno en Budapest, que buscaba rendirse a los soviéticos). Hitler, tras felicitarle por sus últimos éxitos, le dijo que iba a confiarle la misión más importante de su vida.

Otto Skorzeny
El Führer le informó de toda la operación que pensaba llevar a cabo en las Ardenas, informándole de que habría una gran ofensiva con el objetivo de tomar Amberes, cortar en dos a los ejércitos aliados y arrinconar a los británicos contra el mar. Le explicó también que la aviación aliada no podría abortar el ataque alemán porque el mal tiempo dejaría en tierra los aviones durante al menos dos semanas (algo que se reveló demasiado optimista, pues pudieron volar a los 8 días de iniciada la ofensiva, cortando las líneas de suministro germanas). El éxito de toda la ofensiva se basaba en la velocidad y el factor sorpresa, ya que si el avance se retrasaba todo el esfuerzo habría sido en vano. Y ahí era donde entraba Skorzeny.

Skorzeny posa con Mussolini
Debía preparar una unidad de infiltración (la 150 Brigada Acorazada) compuesta por soldados alemanes que hablaran inglés y que estaría equipada con material y uniformes capturados al ejército norteamericano. La misión de una parte de sus hombres consistiría en infiltrarse tras las líneas enemigas aprovechando la confusión generado por el ataque alemán, sumarse a las tropas en fuga y sembrar el caos desarticulando las comunicaciones telefónicas, confundiendo a las unidades mediante informaciones erróneas, cambiando señales viarias, propagando informaciones que llevaran a la confusión, volando puentes y polvorines y robando combustible. Detrás de ellos pasaría el resto de su unidad, que deberían capturar alguno de los puentes sobre el río Mosa, de modo que la ofensiva prosiguiera sin contratiempos una vez llegada allí.

Pasando revista a un grupo de comandos
La idea de esta maniobra se le había ocurrido a Hitler tras ser informado de que algunos soldados norteamericanos se habían disfrazado de alemanes cuando tomaron Aquisgrán. Por supuesto, todo debía realizarse con el mayor secreto, y se le garantizaba a Skorzeny máxima prioridad para conseguir hombres y material. La operación recibió el nombre de Operación Greif (Grifo) y debía estar lista para el 1 de diciembre. Contando con los poderes ilimitados que Hitler le garantizó, Skorzeny se puso manos a la obra inmediatamente pensando que todo iría sobre ruedas.

El despropósito en la preparación

Como hemos dicho antes, el secreto era vital para el desarrollo de la operación. Sin embargo, una semana después del encargo, y mientras Skorzeny preparaba la lista de suministros y equipamiento necesarios, el Estado Mayor alemán cursó una orden para que todas las unidades del ejército pusieran a disposición del teniente coronel a todos los hombres que hablaran inglés de forma fluida. Lo malo es que dicha orden ¡se cursó en abierto! Tras semejante metedura de pata, Skorzeny alegó ante sus superiores que no tenía sentido continuar con el plan, ya que los aliados podrían haber interceptado y leído el mensaje (como de hecho así fue), pero nadie le hizo caso y la operación siguió su curso.

Greyhound usado por los alemanes
Pronto la orden emitida para obtener hombres que hablaran inglés, además de un despropósito, se reveló totalmente inútil. A mediados de noviembre de 1944 Skorzeny sólo podía contar con 10 soldados capaces de hablar slang (inglés coloquial en argot), 40 que podían mantener una conversación medianamente fluida en inglés, 100 con algunos conocimientos del idioma y varios cientos de voluntarios que sólo sabían decir poco más que “Yes” y “Ok”, y se habían alistado atraídos por la fama que los comandos tenían en el resto del ejército. Pretender hacerse pasar por soldados estadounidenses con semejante plantilla iba a ser poco menos que imposible.
 
Tanques Sherman
No fueron mejor las cosas en el apartado material. Skorzeny había calculado que necesitaría 3.000 hombres equipados con 20 carros Sherman, 30 blindados Greyhound, 150 camiones y semiorugas, y 100 Jeeps. Pero a pesar de la orden de absoluta prioridad de Hitler, sólo después de mucho suplicar consiguió 2 Sherman (uno de los cuales estaba averiado), 4 Greyhound, 15 camiones y 30 Jeeps. Para completar el número de vehículos necesarios se recurrió a material alemán pintado de caqui y algunos tanques Panther camuflados como cazacarros M-10 americanos. En cuanto a las armas individuales, sólo alcanzaron para los soldados que se infiltrarían en Jeep.

Panther camuflado como cazacarros M-10
Mención aparte merece el tema de los uniformes. A los hombres de la unidad de Skorzeny se le proporcionaron una mezcla de uniformes ingleses, capotes americanos (que aún llevaban el signo de los campos de prisioneros), ropa suelta de unos y otros y hasta algún uniforme francés y polaco. Los hombres de la unidad debían vestir toda esta mescolanza mientras estaban en el campo de entrenamiento. Así pues, la Orden de prioridad del Führer sólo fue útil para conseguir un bocadillo en una cantina (un buen bocadillo, según decía Skorzeny) y la única esperanza de que la brigada llegara hasta el Mosa era moverse sólo de noche y que nadie, absolutamente nadie, se fijara en ellos ni les preguntara nada.

Blindado de la 150 Brigada Acorazada
Aun así se siguió con el plan, y en el campamento de entrenamiento, en Grafenwöhr, los participantes debían saludar al estilo norteamericano y alimentarse con raciones K del ejército estadounidense. Las órdenes se daban en inglés y se les obligaba a ver películas y noticiarios norteamericanos para aprender las expresiones más coloquiales y mejorar su acento. Además, recibían dos horas de clase al día sobre lengua y costumbres estadounidenses. A todo esto había que añadir el entrenamiento guerrillero. Era lo máximo que se podía hacer en tan poco tiempo. Skorzeny insistía que debía suspenderse la operación, pero no sólo no se le hizo caso sino que además se le prohibió dirigir a su unidad in situ, no pudiendo abandonar el cuartel general del 6º Ejército Panzer de las SS.

El despropósito en la ejecución

La infiltración comenzó el 16 de diciembre. Unos 40 hombres se adentraron tras las líneas enemigas en Jeeps disfrazados de soldados norteamericanos. No tuvieron muchas dificultades para hacerlo, ya que eligieron zonas sin vigilancia. Uno de los grupos de comandos llegó hasta el río Mosa, donde desvió a un regimiento acorazado y lo envió por una ruta que le hacía volver a la retaguardia (dos días después, el regimiento seguía dando vueltas). Otros grupos consiguieron cortar las líneas telefónicas, volar algunos depósitos de combustible y cambiar la señalización de las carreteras, lo que hacía que muchos convoyes dieran grandes rodeos para llegar a sus destinos.

Poste de señalización en las Ardenas
Sin embargo, las cosas no fueron nada bien para el grueso de las tropas de Skorzeny, que debía avanzar detrás. Al lanzar dos ejércitos acorazados por un frente de apenas 50 kilómetros (y para más inri, a través de un tupido bosque), se formó un tremendo embotellamiento. A las unidades que no participaban como punta de lanza (como era el grupo de Skorzeny) les fue imposible alcanzar el frente, y para poder hacerlo tuvieron que abandonar gran parte del material. Además, aunque lo hubieran conseguido, no habrían podido sumarse a las tropas en fuga por la sencilla razón de que no hubo ninguna fuga. La ofensiva sólo logró un cierto éxito en el sur, mientras que la zona por la que debía avanzar el grupo de Skorzeny presentó una férrea defensa (lo que aumentó aún más el caos entre los alemanes). Al final del día, sólo un grupo (el del coronel Peiper) estaba en condiciones de atravesar las líneas aliadas. Skorzeny comprendió que la misión ya no tenía sentido, por lo que ofreció su brigada como refuerzo para la ofensiva.

El coronel Peiper
El 19 de diciembre, viendo que los objetivos no podían cumplirse, Skorzeny ordenó a todos los comandos que regresaran (a excepción de 8, que siguieron sembrando la confusión en las filas aliadas). Además, se le ordenó a la unidad que liberara a los soldados de Peiper, que estaban atrapados tras las líneas enemigas. Los americanos se habían hecho fuertes en Malmedy, y Skorzeny debía tomar el pueblo para despejar el paso a Peiper. El día 20, la estrafalaria 150 Brigada Acorazada se desplegó en la zona, y el día 21 comenzó el asalto.

El asalto a Malmedy

Skorzeny (que por fin podía pisar el terreno) confiaba en que un ataque por sorpresa permitiría tomar Malmedy. Así pues, ordenó que el avance comenzara de madrugada. Sin embargo, la sorpresa se la llevaron los alemanes, ya que los defensores estaban alerta y rechazaron los sucesivos ataques. Durante la mañana arreciaron los combates. Una compañía de granaderos consiguió alcanzar las líneas enemigas apoyados por unos cuantos blindados camuflados, pero todos fueron rechazados en solitario por el sargento Francis S. Currey, que destruyó los blindados con su lanzagranadas y dispersó a la infantería alemana a base de disparos, granadas y casi a puñetazos (esta acción le supuso la Medalla del Honor, la más alta condecoración estadounidense).

Francis S. Currey
Skorzeny solicitó refuerzos y artillería. La mañana del 24 llegaron varias baterías de lanzacohetes, ¡sin cohetes, ya que se habían perdido en el atasco! Peiper y sus hombres tuvieron que regresar a sus líneas a pie, abandonando todos sus blindados y buena parte del material. Los cielos se habían despejado de nubes, así que la aviación americana hostigó a los hombres de Skorzeny hasta que éste se dio cuenta de que el ataque había fallado a un coste tremendo. Para colmo de males, el propio Skorzeny fue herido, pero se negó a ser evacuado y siguió dirigiendo a sus tropas desde el terreno.

Béisbol y Minnie Mouse

El 28 de diciembre la Operación Greif se dio por finalizada y toda la brigada fue retirada del frente y disuelta. A pesar de que el balance había sido de un tremendo fracaso, las tropas de Skorzeny consiguieron un importante éxito: sembrar por momentos la confusión entre los aliados. Se creó entre los norteamericanos una auténtica psicosis y se veían espías por todas partes, por lo que se dio orden a la Policía Militar de que arrestaran a todo aquel que pareciera sospechoso. Muchos soldados estadounidenses tuvieron que dar explicaciones por portar equipo alemán, por tener apellido “extranjero” o por no poder justificar su presencia en un determinado sitio. Incluso el General Bradley fue detenido e interrogado y sólo la llegada de un capitán que garantizó su identidad permitió que lo liberaran.

Comando hecho prisionero
Sin embargo, los equipos de infiltración que consiguieron estos logros fueron descubiertos por detalles tan peregrinos como ir cuatro hombres en un Jeep (algo que era reglamentario, pero que no se hacía por la incomodidad) o hablar bien de la comida en lata. Además, se comunicó a los controles que se hicieran preguntas “de forma casual” sobre cuestiones populares en Estados Unidos. Eso permitió que se arrestaran a varios alemanes camuflados que no fueron capaces de contestar preguntas sobre béisbol o no supieron decir el nombre de la novia de Mickey Mouse. Todos ellos fueron acusados de espionaje y fusilados sumariamente.

Comandos capturados antes de ser ejecutados
Los propios alemanes lanzaron el rumor de que el plan maestro era llegar hasta Eisenhower y asesinarlo. El general fue confinado y tuvo que pasar así las navidades. Después de varios días, el general abandonó su confinamiento, declarando con enfado que tenía que salir y que no le importaba si los alemanes trataban de matarlo. Pero sin duda la desinformación más dañina fue la de que Malmedy había caído en poder de los alemanes, lo que propició el bombardeo americano a la población; algo que costó muchas vidas de civiles y soldados aliados. Por todas estas cosas, a Skorzeny se le bautizó entre los americanos como “el hombre más peligroso de Europa”.

Eisenhower
De no ser porque los muertos fueron reales, la Operación Greif parecería el guion de una mala comedia. Sin embargo, su historia tiene bastante fama entre los aficionados a las conspiraciones. Se han publicado docenas de libros sobre la misión secreta que pudo cambiar la Historia, y la película “La batalla de las Ardenas” de 1965 dedica una buena cantidad de metraje a los sanguinarios nazis disfrazados de estadounidenses. En realidad esta operación, como la mayoría de las de Skorzeny, fue un absoluto fracaso a causa del desconocimiento del Mando alemán sobre sus enemigos y de que muchos alemanes no supieran (ni les importaran) resultados del béisbol y cómo demonios se llamaba la novia de aquel ratón de dibujos animados que, años después, seguiría causando furor. Incluso entre los alemanes.
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