Los tópicos son algo asombroso. Son capaces de definir a un
individuo o a un grupo de gente en pocas palabras; y como afirmaciones
universalmente aceptadas, todos los que los oyen murmuran palabras de
aprobación mientras asienten con la cabeza. Y eso que la mayoría son
manifiestamente injustos, cuando no directamente falsos. Aun así, hoy me
gustaría recordar dos de ellos; el primero es ese que dice que, cuando se trata
de irlandeses, no podemos poner en la misma frase las palabras “alcohol” y “demasiado”, y el segundo es el que proclama que los italianos son
unos ventajistas que te sacarán los ojos si ven la menor oportunidad. Ninguno de
ellos es verdad, pero no podemos entender la historia que vamos a contar sin
tenerlos en cuenta.
Fotografías policiales de los miembros de la banda |
Dinero fácil
A principios de 1933 la vida no era sencilla en el Bronx de Nueva
York. Estábamos en plena Gran Depresión, el paro rondaba el 50% y había una
alarmante falta de oportunidades. Esta situación hacía que muchos no tuvieran
escrúpulos en utilizar cualquier método para llenarse los bolsillos, sin importar
lo criminal que fuera dicho método. Uno de ellos era abrir un “speakeasy” (una taberna clandestina), ya
que la Ley Seca todavía estaba vigente. Sin embargo este tipo de negocio
también era problemático, ya que sus clientes solían ser personas sin trabajo
ni dinero, por lo que el cobro de las cuentas a veces era complicado. A esto se
unía que el suministro de bebidas quedaba cortado en ocasiones por las redadas
del gobierno. No, la vida en esa época no era sencilla, ni siquiera para los
que se dedicaban a delinquir.
Vaciado de licor en la alcantarilla durante la Ley Seca |
Al propietario de uno de esos bares clandestinos y a algunos
de sus amigos se les ocurrió que podía haber un modo más fácil y directo de
hacer mucho dinero: obligar a firmar a alguno de sus clientes borrachuzos
seguros de vida con ellos como beneficiarios, y a continuación matarlos de modo
que pareciera una muerte natural. La banda que ideó esta forma de hacer caja la
formaban Anthony Marino, propietario de un speakeasy
del Bronx, su barman Joseph "Red"
Murphy, el enterrador Francis Pasqua (cerebro de la banda), el taxista Hershey
Green y el frutero Daniel Kriesberg. Pero antes de poner en práctica su idea, decidieron
hacer primero una prueba con la novia de Marino, Betty Carlsen, cuyo seguro de
vida le tenía como beneficiario.
Garito de Marino |
Así pues, una noche la emborracharon hasta que perdió el
conocimiento y la llevaron a su cuarto. Una vez allí la desnudaron, le
arrojaron agua fría por encima y la dejaron en él con las ventanas abiertas, en
una noche gélida con temperaturas de varios grados bajo cero. A la mañana
siguiente Betty había fallecido y un forense dictaminó como causa de la muerte
"neumonía asociada al alcoholismo".
Marino cobró los 800 dólares del seguro, y posiblemente le pareció el dinero
más fácil de ganar de toda su vida. La prueba había sido un éxito, así que
decidieron repetirla con alguno de los habituales clientes del bar clandestino.
Fue entonces cuando se cruzaron con Michael Malloy.
La víctima perfecta
Malloy parecía la víctima perfecta. Inmigrante irlandés que
había llegado a Estados Unidos a finales del siglo XIX, había trabajado como
bombero hasta que su alcoholismo hizo que lo despidieran. Desde entonces se
había convertido en vagabundo y sobrevivía con empleos esporádicos de
conserje, barrendero, pulidor de ataúdes y hasta de limpiador de tumbas, y por
las noches se dejaba caer por los bares clandestinos donde conseguía copas a
base de su encanto irlandés, a sus
buenas anécdotas y a barrer el suelo de vez en cuando. Casi sexagenario y sin
familia, la banda pensó que sería la elección propicia, ya que a nadie le
extrañaría que muriera en una noche de borrachera y no tenía ningún familiar
que pudiera echarle de menos. Además, pensaron que su avanzado estado de
alcoholismo haría que unas cuantas noches bebiendo sin parar acabaran con él.
Interior de un bar clandestino |
Así pues, le invitaron a unas copas y le prometieron que
podía seguir bebiendo cuanto quisiera. Sólo tendría que firmar unos papeles de
nada. Malloy creía estar firmando el apoyo a la candidatura de Marino como
concejal, pero en realidad la banda le estaba haciendo suscribir tres seguros
de vida por un total de 3.500 dólares. Cuando hubo firmado, le dieron de beber
hasta que el irlandés se fue dando tumbos. La sorpresa fue general cuando al
día siguiente reapareció y pidió una copa. Estuvieron así varios días, e
incluso una noche lo sacaron del local y lo tumbaron en el suelo con una
almohada pensando que la fría noche de invierno acabaría el trabajo, pero
invariablemente Malloy reaparecía al día siguiente con más sed que nunca y pedía
más copas.
Noticias del juicio |
Ante la sobrehumana resistencia de Malloy, la banda empezó a
alarmarse. Especialmente Marino, que veía que el gasto en licor se estaba
empezando a disparar. Así pues, Murphy sugirió ponerle veneno en la bebida, y esa
noche añadieron anticongelante a la copa de Malloy. Éste tomó un trago, alabó
la suavidad de la bebida, y acto seguido se derrumbó en el suelo. Pasqua le
tomó el pulso, anunció que era débil y que probablemente estaría muerto en
pocas horas. Sin embargo, tres horas después, y mientras la banda lo celebraba,
Malloy se levantó, pidió perdón por su desmayo y declaró tener una sed de
mil demonios, así que le dijo a Marino que le sirviera una copa. En los días
posteriores, la banda incrementó la dosis de anticongelante en la bebida de
Malloy, y en vista de que la cosa no funcionaba, pasaron al aguarrás, al
linimento para caballos y hasta al raticida. Pero nada le hacía efecto, y el resistente
irlandés seguía apareciendo noche tras noche en el bar de la banda.
Cambiando el método
Asombrados ante la falta de resultados, la banda decidió
incrementar la dosis de veneno. El problema era que no podían hacerlo en las
bebidas porque las copas eran veneno casi en su totalidad (algunas de ellas
eran anticongelante en un 90%), por lo que decidieron invitar al irlandés a
comer y añadir el veneno en la comida. Así pues, Marino le preparó un plato de
ostras a las que añadió metanol. A Malloy, después de comerse dos docenas, no
sólo el veneno no le hizo ningún efecto sino que alabó al chef y le recomendó
que abriera un restaurante. La noche siguiente le dieron a comer un bocadillo
de sardinas en mal estado, salpimentado con virutas de estaño y hasta pequeños
clavos, todo acompañado con una copa con anticongelante y raticida; si no moría
por un coma etílico, lo haría de una hemorragia intestinal. La sorpresa de
todos fue mayúscula cuando la combinación no sólo no le hizo ningún daño, sino
que además a Malloy pareció gustarle el tentempié.
Relato del intento de asesinato |
La banda pensó que era el momento de tomar medidas más
drásticas, y decidieron repetir lo que habían hecho con la novia de Marino. A
la noche siguiente le dieron de beber a Malloy hasta que perdió el
conocimiento, lo montaron en el taxi de Green y lo llevaron hasta Claremont
Park. Allí lo desnudaron de cintura para arriba, vertieron agua sobre él y lo
arrojaron sobre la nieve. Estaban seguros de que los 26 grados bajo cero de la
noche harían el resto del trabajo. Imagínense la cara de todos cuando, a la
noche siguiente, Malloy volvió a aparecer en el bar mejor vestido que el día
anterior y dispuesto a seguir bebiendo. Y es que una patrulla de policía lo
había encontrado tumbado en la nieve, lo habían llevado a un albergue y allí
había pasado la noche. Incluso la beneficiencia le había proporcionado un traje
nuevo.
Los miembros de la banda |
La banda pensó que la broma ya se estaba saliendo de madre,
así que decidieron utilizar métodos más contundentes. Le pidieron consejo a
otro de los clientes habituales del bar, un matón llamado Anthony Bastone
(alias “Tony el Duro”), y éste les
aconsejó que simularan un atropello en el que el conductor se diera a la
fuga. Dicho y hecho: esa noche lo emborracharon de nuevo, lo subieron
nuevamente al taxi de Green y después de un corto viaje le abandonaron en mitad
de la calle. Mientras Malloy intentaba ponerse en pie, lo atropellaron a más de
70 kilómetros por hora. El irlandés salió despedido varios metros y parecía no
moverse, pero la banda lo atropelló de nuevo para asegurarse. Ahora sólo
quedaba esperar a que se anunciase la muerte de Malloy.
Habitación donde murió Malloy |
Sin embargo, pasaron varios días y en los periódicos no había
noticia alguna. Es más, ningún hospital ni depósito de cadáveres sabía nada de
él. Y eso no sólo provocaba inquietud entre los miembros de la banda, sino que
además suponía un grave inconveniente: sin cuerpo no podían reclamar el pago
del seguro. Así pues, decidieron emborrachar y atropellar a otro vagabundo (un
tal McCarthy) no sin antes ponerle encima papeles a nombre de Malloy. Pero, o
bien Green no tenía pericia en atropellar gente, o bien la mala suerte de esta
banda rozaba la maldición: McCarthy sobrevivió (aunque tuvo que pasar varias
semanas en el hospital), y para colmo el verdadero Malloy reapareció a las tres
semanas en el bar diciendo que se moría por un trago. Dijo también que había
tenido una fractura de cráneo, un hombro roto y una conmoción cerebral, que
estaba tan mal que no había podido dar su nombre a los médicos (de ahí que no
aparecieran noticias de él), pero que ya estaba recuperado y podía volver al
bar de sus queridos amigos.
El final de la mala
suerte… ¿o no?
Aquello fue la gota que colmó el vaso. El 22 de febrero de
1933 emborracharon de nuevo a Malloy hasta hacerle perder el conocimiento y lo
llevaron a la habitación del frutero Kriesberg. Allí lo ataron a una silla y “Red” Murphy le colocó en la boca una
manguera que previamente habían conectado a una salida de gas. Al cabo de unos
minutos, Malloy estaba muerto. Sobornaron con 50 dólares a un médico borrachín
(otro de los clientes habituales del bar de Marino) y éste certificó que la
muerte del irlandés había sido a causa de una neumonía. La pesadilla había
acabado. Ahora sólo quedaba reclamar la cantidad del seguro de vida.
La banda durante el juicio |
Sin embargo, los trámites llevaban su tiempo; y en ese tiempo
aún podían pasar muchas cosas. Una de las cosas que pasó fue que el taxista
Hershey Green empezó a contar lo duro de matar que había sido el irlandés, por
lo que la historia del “Indestructible
Michael Malloy” y “Iron Mike”
empezó a circular por los bajos fondos. Otra de las cosas que pasó es que “Red” Murphy fue detenido por asuntos
anteriores, y cuando la compañía de seguros intentó ponerse en contacto con él
(era uno de los beneficiarios de la póliza de Malloy) y supo dónde estaba,
alertó a la policía. Las autoridades empezaron a investigar y en mayo exhumaron
el cuerpo de Malloy. La autopsia reveló que había muerto envenenado. Toda la
banda, incluido el médico que había certificado su muerte, fue detenida.
Sing Sing |
Acusados de asesinato, los reos siguieron una línea clásica
de defensa: hacer recaer toda la responsabilidad sobre un muerto. Intentaron culpar
de todo a Bastone (que había muerto en una reyerta poco antes), diciendo que
todo el plan era suyo y que ellos habían sido coaccionados para ayudarle. El jurado,
sencillamente, no se creyó una sola palabra. La sentencia condenó a muerte a
Marino, Kriesberg, Pasqua y Murphy, a cadena perpetua a Green y a varios años
de cárcel al médico. En junio de 1934, Marino, Pasqua y Kriesberg fueron
ejecutados en la silla eléctrica en la prisión de Sing Sing. Al mes siguiente,
Murphy seguiría los mismos pasos. El fantasma del “Indestructible Mike Malloy” se había tomado cumplida venganza, y
seguro que vio con satisfacción el destino de sus asesinos. Eso sí, no me cabe
duda de que lo haría entre copa y copa.
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