Disturbios de Niká, cuando la Emperatriz salvó al Emperador

El emperador bizantino Justiniano I fue una de las figuras más importantes de la Antigüedad Tardía. Trató de revivir la gloria del antiguo Imperio Romano (consiguiendo conquistar parte de los territorios perdidos en Occidente) en un ambicioso plan llamado Renovatio Imperii Romanorum (Restauración del Imperio Romano), pero su influencia fue mucho más allá. Revisó y recopiló todo el Derecho Romano existente en el llamado Corpus Iuris Civilis, construyó importantes obras arquitectónicas (como la Iglesia de San Vital de Rávena) y reconstruyó otras (como la iglesia de Hagia Sofía en Constantinopla, destruida en los disturbios que aquí se narran) y patrocinó las artes y las letras. Llamado por algunos historiadores “el último romano” (fue el último emperador en usar el latín como lengua materna), su largo gobierno de 38 años fue muy fructífero.

Justiniano y Teodora
Sin embargo, un acontecimiento al comienzo de su reinado estuvo a punto de dar al traste con todos estos logros. En el año 532 se produjeron unos graves motines en Constantinopla conocidos como los disturbios de Niká, donde incluso se proclamó a un nuevo emperador por parte de los amotinados. Sólo la serenidad de la emperatriz Teodora y la posterior represión llevada a cabo por los generales Belisario, Mundo y Narsés lograron salvar el trono del emperador. Esta sublevación urbana tuvo su origen en la rivalidad entre las aficiones de dos equipos de las carreras de caballos, aunque las causas más profundas eran económicas, religiosas y sociales. Los disturbios dejaron la ciudad de Constantinopla prácticamente en ruinas, y se saldó con más de 30.000 muertos.

La llegada al trono de Justiniano

Alrededor del año 482, en el seno de una familia más bien pobre, vino al mundo en un pequeño pueblo de pastores llamado Tauresio un niño al que pusieron de nombre Petrus Sabbatius (curiosamente, en ese mismo pueblo había nacido en el año 480 otro niño llamado Teodato, que después fue rey godo). Su madre tenía como hermano a Justino, un militar miembro de los excubitores, un cuerpo de élite que era la única guarnición de Constantinopla y que tenía como misión proteger al emperador y a su familia. Justino llegó a ser el oficial al mando de esta unidad (conde de los excubitores), con lo que consiguió gran poder. Adoptó a su sobrino Petrus y éste a su vez tomó el nombre de Justiniano, tal vez en homenaje a su tío. Justino se preocupó de dar a Justiniano una buena educación, aunque se desconocen los detalles de su vida temprana.

Imagen actual de Tauresio
En el año 518, el emperador Anastasio I falleció sin un sucesor claro. En las intrigas que se sucedieron, Justino fue nombrado nuevo emperador con el apoyo de los excubitores, y una de sus primeras medidas fue nombrar jefe de ese cuerpo a su sobrino. Con el nombramiento de conde de los excubitores, Justiniano se convirtió en confidente, consejero y mano derecha de su tío, hasta el punto de convertirse en gobernante de facto del Imperio cuando Justino empezó a mostrar signos de demencia. Fue nombrado co-emperador en el año 527, y poco después Justino fallecía. El humilde pastor de las montañas se convirtió así en el gobernante del mayor imperio de la época.

El Imperio Bizantino en la época de Justiniano. En verde, sus conquistas
Justiniano, que era conocido como “el emperador que nunca duerme” por la energía que desplegó en sus comienzos, gustó de rodearse de colaboradores capaces, elegidos por él en base a su talento y no a su origen noble. De hecho, una de las medidas que su tío promulgó bajo influencia de Justiniano fue una ley que permitía el matrimonio entre personas de clases diferentes. Esto le permitió casarse en el año 525 con su amante Teodora, 20 años menor que él y al parecer una antigua prostituta de lujo. Aunque este matrimonio fue motivo de escándalo, Teodora demostró ser una leal colaboradora de su esposo, y una figura decisiva en los disturbios de Niká.

Las carreras de caballos en Constantinopla

Tras la instauración del Cristianismo como religión oficial del Imperio por parte de Teodosio, se prohibieron los espectáculos en los que hubiera muertes humanas. De esta manera, las peleas de gladiadores en sus distintas variantes desaparecieron y fueron sustituidas por las carreras de cuadrigas, que ya gozaban de una gran popularidad antes. En la época de Justiniano, la vida social giraba alrededor del Hipódromo, que tenía capacidad para unos 40.000 espectadores y cuyo palco daba directamente al Palacio Imperial. Había carreras prácticamente todos los días y asistir a ellas era un acto social, pero también servía como válvula de escape del descontento popular.

Lámina con el Hipódromo
Había cuatro facciones, que se agrupaban en diferentes colores: los verdes, los azules, los rojos y los blancos (si bien las aficiones más importantes eran las de los verdes y los azules, hasta el punto de que los verdes acabaron absorbiendo a los rojos y los azules a los blancos). Esta división no era sólo una cuestión de rivalidad deportiva, sino que cada color agrupaba diferentes gremios y formas de ver la vida. Así, la afición de los verdes estaba formada por comerciantes, artesanos y clases populares que practicaban el monofisismo (una corriente del Cristianismo que sólo reconocía la naturaleza divina de Jesús, pero no la humana). Los azules, sin embargo, tenían sus forofos entre las clases nobles y los cristianos ortodoxos. Tanto Justiniano como Teodora eran partidarios de los azules, así como gran parte de los funcionarios que controlaban el aparato estatal. Ambas aficiones solían enfrentarse en peleas callejeras que a menudo acababa en muertes. Procopio de Cesarea lo narraba así:

La población de las ciudades se había dividido desde hace tiempo en dos grupos, los Verdes y los Azules… sus miembros (de cada facción) luchaban contra sus adversarios… no respetando ni matrimonio ni parentesco, ni lazos de amistad, incluso aunque los que apoyaban a diferentes colores pudieran ser hermanos o tuvieran algún otro parentesco

En el año 532, el ambiente social en Constantinopla estaba bastante enrarecido. Por una parte, la paz con los persas de Cosroes I se había conseguido a cambio del pago de unos cinco mil kilos de oro. Este acuerdo llevó consigo una enorme subida de impuestos, algo que aumentó el descontento de la gente. Además, la popularidad del emperador era baja a causa de su matrimonio con una mujer de clase inferior (algo que no contentaba ni a nobles ni a plebeyos), de su intento de compilación del derecho romano (el  Corpus Iuris Civilis anteriormente mencionado, que tampoco satisfacía a nadie) y de sus intentos de mediar entre los ortodoxos y los monofisitas buscando la unidad religiosa del Imperio. Por otra parte, la meritocracia instaurada por el Emperador hacía que muchos nobles tampoco estuvieran demasiado contentos. Intentando estar a bien con todos, Justiniano no contentaba a nadie, y la ciudad era un polvorín a punto de estallar. Sólo faltaba una chispa, y ésta llegó el 13 de enero del año 532.

La chispa

A finales del año 531, una pelea multitudinaria entre hinchas azules y verdes se había saldado con algunas muertes. Al parecer, los verdes habían pedido al emperador justicia ante el asesinato de algunos de los suyos, muertes que las autoridades no se daban mucha prisa en aclarar. Justiniano los ignoró, y los verdes se enfadaron de tal manera que a la salida organizaron una batalla campal. A consecuencia de todo esto, varios miembros de las dos aficiones habían sido detenidos, juzgados y condenados a muerte. La sentencia debía cumplirse el 10 de enero del año 532; sin embargo, dos condenados (un verde y un azul) consiguieron escapar y refugiarse en una iglesia (algunas fuentes señalan que esos hinchas se salvaron de forma milagrosa al romperse la soga de la horca en la que iban a ser colgados). El caso es que la muchedumbre rodeó la iglesia en la que estaban refugiados impidiendo que fueran a detenerlos y exigiendo que se les perdonara la vida.

Carrera de cuadrigas (William Trego)
En vista del ambiente enrarecido, Justiniano accedió a conmutar la pena de muerte de ambos por la de prisión, y anunció que tres días después habría una gran carrera en el Hipódromo para celebrarlo. Sin embargo, ese día (13 de enero) llegó y el ambiente seguía igual de cargado. Los hinchas ya no se conformaban con que la pena de muerte hubiese sido conmutada, querían la liberación de los reos. La muchedumbre accedió al estadio muy agitada, y conforme pasaba el tiempo se enfurecía más y más. Las facciones ya no se odiaban entre ellas, sino que se habían unido en su odio al Emperador. Las aficiones rivales se convirtieron en una única masa enfurecida que gritaba consignas contra Justiniano. Sin duda estas consignas estaban alimentadas por agitadores enviados por algunos nobles, que vieron en el descontento popular una vía para librarse por fin del odiado Emperador.

Reconstrucción del Hipódromo
Fue entonces cuando el Emperador cometió un grave error; en vista de lo caldeado del ambiente, decidió suspender las carreras. Esto indignó aún más a la masa, que pronto estuvo fuera de control. Justiniano y su séquito se refugiaron en palacio, y la muchedumbre salió del Hipódromo enardecida al grito de “Niká” (Victoria). Comenzaban en ese momento cinco días de furia y destrucción. Los disturbios de Niká acababan de empezar.

La valentía de Teodora

La multitud sometió al Palacio Imperial a un auténtico asedio. Por la tarde, muchos se dirigieron a la prisión exigiendo que se liberaran a los presos, y al no obtener respuesta, la atacaron y mataron a la guarnición, liberándolos ellos mismos. Durante los siguientes cinco días la furia se adueñó de los habitantes de Constantinopla y le dieron rienda suelta quemando y destruyendo edificios oficiales e iglesias (entre ellas Hagia Sofía, la más importante de la ciudad). Procopio de Cesarea, en su obra “Historia de las Guerras”, lo narraba de la siguiente manera:

 “Y la ciudad fue entregada a las llamas, lo mismo que si lo hubiera sido por enemigos. La iglesia de Santa Sofía, los baños de Zeuxipo y, en el palacio imperial, desde los propileos hasta la llamada Casa de Ares, todo eso fue consumido por el fuego

Además, la muchedumbre nombró a Hipatio (un sobrino de Anastasio I, el predecesor de Justino) nuevo Emperador. Este hecho demuestra que la revuelta estaba animada (si no directamente instigada) por elementos nobles contrarios a Justiniano. El Emperador, mientras tanto, trataba de calmar los ánimos destituyendo a algunos de sus ministros, pero sin resultado alguno. Abrumado por las circunstancias, y sin ver salida a la situación, Justiniano tomó la decisión de huir de la ciudad junto a su familia y sus colaboradores más cercanos para salvar la vida.

Teodora y su séquito
Fue entonces cuando la voz de la Emperatriz Teodora se alzó entre todas las demás. Dirigiéndose a su esposo, dijo:

Si la fuga fuese el único medio de salvarse, renunciaría a la salvación. El hombre ha nacido para morir y aquel que reina no debe conocer el miedo. César, escapa tú, si quieres: ahí está el mar, ahí las naves que te esperan y tienes bastante dinero. En lo que a mí respecta, me quedo. Acepto el viejo dicho de que la púrpura es la mejor de las mortajas

Estas palabras serenaron a Justiniano, que decidió quedarse y poner fin a la rebelión.

El final de la revuelta

Los rebeldes se habían vuelto a concentrar en el Hipódromo, donde el joven Hipatio disfrutaba de su nueva condición de Emperador en el palco. Se calcula que había allí unas 40.000 personas. Justiniano ordenó a sus generales que tomaran una fuerza de soldados veteranos de élite, rodearan el Hipódromo y fingieran que querían negociar con los cabecillas rebeldes las condiciones de rendición. Así se hizo, de modo que cuando el ejército entró, empezó a masacrar a los allí congregados. Se cree que murieron 30.000 personas ese día.

Belisario
El pobre Hipatio fue capturado vivo. Justiniano estaba dispuesto a perdonarle la vida (al fin y al cabo sólo había sido un peón en un juego que no entendía); sin embargo, Teodora insistió en que debía ser ejecutado, y el Emperador accedió. Con su muerte se acababan los disturbios, y la calma volvió a una ciudad que había quedado prácticamente destruida después de cinco días de una orgía de sangre y destrucción. Justiniano se puso manos a la obra y reconstruyó la ciudad, más espléndida de lo que ya era. De hecho, gracias a él se inauguró la Edad de Oro del Arte Bizantino, con ejemplos tales como la reconstrucción de Hagia Sofía, la Iglesia de San Sergio y San Baco o la llamada Cisterna Basílica, construida bajo una stoa (una especie de soportales, característica de la arquitectura clásica) en forma de basílica que había construido Constantino, y que también sería ampliada por Justiniano.

Hagia Sofía
El reinado de Justiniano duraría 33 años más, periodo en el que el Imperio Bizantino volvió a tener una sombra de gloria de lo que fue el Imperio Romano. Pero todo eso pudo haber cambiado de no ser por las palabras de una mujer valiente que recordaron al Emperador quién era y qué representaba. Una mujer que nunca ha sido debidamente reconocida como lo que fue: una gran gobernante en la sombra. 
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Tres falsos mitos de la Segunda Guerra Mundial

La Historia está llena de mitos. Desde la creencia general de que en las Termópilas sólo lucharon 300 espartanos (hubo más de 5.000 griegos en la batalla, incluidos tespios, tebanos, corintios…) hasta que Edison inventó la bombilla (la idea original fue del químico británico Joseph Wilson Swan, y Edison sólo perfeccionó su diseño), pasando por absurdos tales como la aparición del Apóstol Santiago en la Batalla de Clavijo (ni siquiera existió tal batalla) o que Colón sostenía que la Tierra era redonda y los sabios castellanos que era plana (realmente todos pensaban que era una esfera y discutían sobre su tamaño). Todos estos tópicos se han asentado en la cultura colectiva y resulta difícil desmentirlos, pues a pesar de aportarse documentación suficiente, cada cierto tiempo alguien los va repitiendo.

Cartel de la película "Enemigo a las puertas"
La Segunda Guerra Mundial no se libra de esos mitos recurrentes. De hecho, y a pesar de la prolija documentación que existe sobre casi todos los aspectos de este conflicto, aún existen numerosos tópicos que reaparecen una y otra vez. Hoy trataremos tres de los más populares, de esos que cada poco tiempo resurgen por más que se desmientan. Ya se sabe que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” (Goebbels dixit), y aunque este artículo no pretende zanjar ninguno de estos mitos (ya que por desgracia se seguirán repitiendo hasta la saciedad), si al menos sirve para convencer a alguien que no hay que creerse todo lo que circula por ahí habrá cumplido su propósito.

La carga de la caballería polaca contra los tanques alemanes

El 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia. Dos días después, Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a Alemania, con lo que daba comienzo la Segunda Guerra Mundial. La táctica alemana se basaba en el uso masivo de unidades blindadas y motorizadas que penetraban profundamente en las líneas enemigas desbaratando todo el sistema defensivo. Dicha táctica, conocida como Blitzkrieg (“Guerra relámpago”), tuvo un tremendo éxito y posibilitó que Polonia fuera derrotada en apenas 5 semanas, con la ayuda de la invasión soviética por el este que se produjo el 17 de septiembre. El ejército polaco, anclado en gran medida en las tácticas de la Primera Guerra Mundial, poco pudo hacer ante la tremenda superioridad tecnológica y táctica de sus enemigos.

Ulano polaco con fusil antitanque
Fue en esta invasión donde supuestamente se produjo uno de esos actos de heroísmo que se recuerdan para siempre. El 2 de septiembre la Brigada de caballería “Pomorska” cargó con sus lanzas y sables contra una unidad de tanques alemana. Naturalmente la mayoría de los jinetes fueron masacrados antes de llegar siquiera a los tanques, y el resto poco pudo hacer con sus espadas y lanzas contra el blindaje de los carros. Se cuenta también que este episodio constituyó la última carga de caballería de la Historia, y a partir de entonces se hizo evidente que la época del caballo y el jinete había quedado atrás frente a las unidades motorizadas.

Representación de la supuesta carga de la caballería polaca
Lo malo de toda esta historia de heroísmo y sacrificio es que es falsa. En realidad, el 2 de septiembre la Brigada “Pomorska” mantuvo intensos combates contra unidades de infantería motorizada alemanas protegiendo la retirada de sus propias tropas a lo largo del río Brda. De hecho, su valor provocó que dichas unidades alemanas se replegaran ante la presión a la que los jinetes polacos las estaban sometiendo. Esa tarde, a última hora, tuvo lugar la lucha que dio origen a la leyenda. Tras ocultarse en un bosque, salieron al galope cazando a un batallón de infantería alemana descansando. La carga sorprendió a los alemanes, que se dieron a la fuga dejando bastantes bajas por el camino. Desgraciadamente para los polacos, de pronto aparecieron varios vehículos blindados alemanes de reconocimiento que les atacaron con sus ametralladoras, causándoles 20 muertos y unos 50 heridos. Entre los muertos se encontraba el jefe de los jinetes, el coronel Kazimierz Mastalerz.

Panzer III, uno de los tanques utilizados en Polonia
Al día siguiente, los alemanes llevaron a corresponsales italianos al lugar y les contaron que la caballería polaca había cargado contra los blindados alemanes. El reconocido periodista Indro Montanelli (famoso por la frase "No permitas que la verdad te arruine una buena noticia", entre otras cosas) publicó el 13 de septiembre un artículo en el Corriere della Sera titulado “Cavalli contro autoblindo”, en la que contaba la historia que los alemanes le habían narrado. Este artículo caló entre el público, entre otras razones porque nadie se encargó de desmentirlo: los alemanes porque con él demostraban su superioridad militar y táctica, y los polacos porque así hacían gala de un heroísmo más allá de todo límite. Hasta tal punto está extendida la leyenda, que en el año 2009 un artículo del diario británico The Guardian la daba por cierta (y tuvo que disculparse poco después por ello). Esta historia apareció también en el libro “El tambor de hojalata”, del Premio Nobel Günter Grass. Sin duda, es una de los mitos más extendidos y duraderos de la Segunda Guerra Mundial.

Caballería polaca
Para finalizar, hay que decir que este combate tampoco fue la última carga de caballería de la Historia. Los polacos realizaron un total de 16 cargas de caballería durante la invasión, y algunas de ellas fueron gloriosas, como en Krasnobrod, donde capturaron 100 soldados alemanes incluido su general Rudolf Koch-Erpach, o en Husynne, donde pusieron en fuga a los soviéticos. El honor de ser la última carga de la Historia corresponde a la que realizaron los jinetes italianos del regimiento “Savoia” en agosto de 1942, cuando atacaron a la infantería soviética en Isbuschenskij, en plena invasión de la URSS por parte de Alemania. Y por cierto, tuvieron éxito.

El duelo de francotiradores

El 23 de agosto de 1942 empezó la Batalla de Stalingrado, una de las más importantes de la Segunda Guerra Mundial. El enfrentamiento, que se prolongó hasta el 2 de febrero de 1943, supuso la primera gran derrota de Alemania en la URSS y estuvo llena de actos de heroísmo por parte de ambos bandos. Algunos de esos actos los protagonizaron los francotiradores soviéticos, que en esta batalla adquirieron una enorme importancia. Y no sólo por el número de bajas alemanas que causaron, sino porque sirvieron para levantar la moral de las tropas, pues sus hazañas (magnificadas por la propaganda soviética) inspiraron al resto de los soldados.

Vasili Záitsev
Siguiendo el modelo que habían desarrollado precisamente los alemanes, el Ejército Rojo empezó a editar folletos y periódicos entre la tropa en los que se magnificaban las hazañas de sus soldados frente a un enemigo que muchos seguían considerando invencible. Uno de esos héroes soviéticos fue el francotirador Vasili Záitsev. Especializado en abatir oficiales alemanes, sus hazañas se hicieron legendarias. La propaganda soviética, naturalmente, exageró el número de enemigos muertos. Ya era una figura heroica, pero faltaba algo que lo elevara a la categoría de mito. Y para eso, el aparato propagandístico soviético ideó un duelo con un francotirador alemán. Y no con cualquiera, sino con alguien excepcional.

Soldados alemanes en Stalingrado
El supuesto rival de Záitsev se llamaba Erwin König, y era Mayor en las SS (aunque otras fuentes señalan que era Coronel y que se llamaba Heinz Thorvald). Estaba destinado en la escuela de francotiradores de las SS en Prusia, donde era el jefe instructor. Además, había sido condecorado con la Cruz de Caballero con las Hojas de Roble (nada menos). Para rizar el rizo, se dijo que había sido campeón olímpico de tiro en 1936 y que era miembro de la nobleza, con lo que además de encarnar a los enemigos de la patria representaría la eterna lucha de clases que el comunismo propugnaba: un rancio noble prusiano contra un humilde campesino de los Urales. El personaje de König era perfecto para ensalzar la figura de Záitsev y elevar la moral. Demasiado perfecto.

Ed Harris como el Mayor König en "Enemigo a las puertas"
Y es que demasiadas cosas fallan en el personaje. Para empezar, nunca existió una escuela de francotiradores de las SS, ni en Prusia, ni en Berlín (donde también se la ubicó) ni en ninguna otra parte. Ningún registro alemán tiene constancia de ningún Mayor König (o Thorvald) y ni mucho menos de alguien con ese nombre condecorado con la Cruz de Caballero con Hojas de Roble (y es extraño, ya que era una de las máximas condecoraciones alemanas). El dato de que fue campeón olímpico viene de que Záitsev le quitó la mira telescópica a su rifle cuando lo abatió y en ella ponía “Major König, head of the Berlin Central Snipers School and Olympic shooting champion of 1936” (Mayor König, responsable de la Escuela de Francotiradores de Berlín y campeón de tiro olímpico en 1936), y esa mira puede verse ahora en el Museo de la Guerra de Moscú; pero ese dato tampoco se sostiene. En la Olimpiada de 1936 hubo tres competiciones de tiro (tiro con pistola libre a 25 metros, tiro con pistola rápida a 50 metros y tiro con rifle en posición tendida a 50 metros) y en ninguna de ellas ganó nadie llamado König o Thorvald.

Prisioneros alemanes en Stalingrado
Para terminar, las fuentes soviéticas atribuían a König la cifra de 400 enemigos abatidos (lo que daba a la hazaña de Záitsev un valor especial). Sin embargo, el mejor francotirador alemán de la guerra fue Mätthias Hetzenauer, con 350 enemigos muertos. Pero ni era de las SS (pertenecía al ejército regular), ni coronel ni por supuesto noble. Alguien con más aciertos estaría en algún registro, pero no hay nadie llamado König o Thorvald en ninguno. Otro detalle es que supuestamente Záitsev le quitó la mira telescópica al rifle de su rival, pero no hizo lo mismo con la Cruz de Caballero, que fue recuperada después por un ataque de las fuerzas soviéticas. ¿No es extraño que se le pasara algo así?

Una imagen icónica de Stalingrado durante la batalla
La única prueba de la existencia de König está en las memorias del propio Záitsev, que escribió lo siguiente:

Era difícil decir donde se encontraba. Probablemente cambiaba sus posiciones con frecuencia y me buscaba con la misma precaución con la que yo le buscaba a él. Un día el alemán le destrozó el visor óptico del rifle a mi amigo Morózov e hirió a Sheikin. Morózov y Sheikin, los cuales se consideraban francotiradores muy profesionales pues conseguían triunfos en los enfrentamientos más difíciles. Ya no tenía dudas de que se habían tropezado con el superfrancotirador fascista que yo buscaba. Al amanecer, Nikolái Kulikov y yo ocupamos las mismas posiciones en las que el día anterior estuvieron nuestros compañeros. Observando el conocido paisaje y no descubrí nada nuevo. (…). -¿Dónde se oculta?-, le pregunté a Kulikov cuando por la noche abandonábamos nuestro escondite. Por la paciencia que manifestó el enemigo durante el día, adiviné que el francotirador berlinés había estado aquí. Llegó el segundo día (…). Entre el tanque y el fortín hay una plancha de hierro con un montículo de ladrillos rotos (…). A lo mejor se oculta allí, bajo la lámina de hierro en zona neutral. Decidí comprobarlo. Puse una manopla en una tablilla y la levanté. El fascista se dejó engañar. Un impacto directo. Seguro que está debajo de la plancha (…). Por la tarde, nuestros fusiles estaban a la sombra, mientras que sobre la posición del fascista caían directamente los rayos del sol. En un borde de la plancha algo brilló: ¿Un trozo de cristal o el visor óptico? Con mucho cuidado, tal y como solo lo puede hacer el francotirador más experto, Kulikov empezó a levantar el casco. El fascista disparó. El hitleriano pensó que había asesinado por fin al francotirador soviético al que intentaba cazar desde hacía cuatro días y mostró su cabeza. Contaba con ello. Mi impacto fue preciso. La cabeza del fascista bajó y el visor óptico de su fusil, inmóvil, continuó brillando bajo el sol hasta la noche... Al atardecer, nuestros soldados atacaron a los alemanes y en el fragor del combate sacaron de la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro al comandante fascista muerto. Tomaron sus documentos y los llevaron al jefe de división

Un testimonio que huele a propaganda elaborada. La publicación de las memorias de Záitsev, la edición de algunas novelas donde se recoge el nombre del alemán y sobre todo la película “Enemigo a las puertas” han popularizado una historia que han convertido el duelo de francotiradores de Stalingrado en un mito. Porque eso es lo que es: un mito.

Hugo Boss y los uniformes de las SS

Hugo Ferdinand Boss creó en 1923 la empresa que lleva su nombre. En principio se dedicaba a fabricar gabardinas y ropa de trabajo, pero el negocio no iba bien, hasta el punto de que en 1931 estaba a punto de ir a la bancarrota. Fue entonces cuando decidió afiliarse al partido nazi. Esto le supuso que le empezaran a llegar pedidos de uniformes de las SA (la organización paramilitar del partido), lo que salvó a su empresa de la quiebra. Cuando en 1933 los nazis llegaron al poder y empezó la militarización de Alemania, la empresa de Hugo Boss comenzó también a fabricar uniformes para el ejército y las SS.

Uniformes de las SS
En efecto, Hugo Boss era un nazi convencido que, entre otras cosas, aprovechó las proscripciones contra los judíos para quedarse con maquinaria y locales de otras fábricas y utilizó mano de obra esclava (140 prisioneros de guerra franceses y 40 polacos). Sin embargo, no es verdad que diseñara los uniformes de las SS. El diseño de los característicos uniformes negros se debió al oficial de dicho cuerpo Karl Diebitsch y al diseñador gráfico Walter Heck. Hugo Boss fabricó esos uniformes con los patrones que le llegaban desde Berlín, al igual que otros muchos fabricantes de ropa. Tras el conflicto, Boss fue juzgado y condenado por colaborar con los nazis (se le multó y se le privó del derecho al voto), y en 2011 la empresa publicó un comunicado pidiendo perdón por sus actividades durante esos años.

Fotografía de Hugo Boss junto a los supuestos uniformes que diseñó
El caso de Hugo Boss no es distinto al de otras empresas alemanas de la época como Porsche, Bayer o Agfa. Incluso empresas extranjeras como IBM o Coca Cola colaboraron con los nazis a través de sus filiales alemanas. Una figura tan conocida como Coco Channel fue acusada de lo mismo, aunque ella negó durante toda su vida las acusaciones. Lo que no es cierto por mucho que se repita es que Hugo Boss diseñó los uniformes de las SS. Pero nunca faltará quien vuelva a repetir la historia, porque a los humanos nos chiflan las teorías de la conspiración.
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La pesadilla de los náufragos del "Batavia"

Durante el siglo XVII, Holanda dominó el comercio mundial de las especias a través de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Esta organización (llamada VOC por sus siglas en holandés) constituía un estado dentro del estado, con sus propios funcionarios, buques y ejército. Para satisfacer la creciente demanda de especias en Europa, la VOC debía traer los productos desde Insulindia (nombre que recibía por entonces el archipiélago malayo) en una peligrosa travesía de 8 meses. Naturalmente, los naufragios eran algo relativamente común, y se calcula que uno de cada 50 barcos no llegaba a su destino (y uno de cada 20 que volvía no alcanzaba las costas holandesas). De uno de esos naufragios trataremos hoy aquí.

La masacre del "Batavia"
En la madrugada del 3 al 4 de junio de 1629, el buque “Batavia” naufragó en el archipiélago de los Abrolhos, al oeste de Australia. Aunque la mayoría de las personas que iban a bordo sobrevivieron al naufragio, el verdadero horror vino después. Uno de los supervivientes, ayudado por sus secuaces, instauró un reino de terror y durante tres meses se sucedieron las violaciones, torturas y asesinatos. La pesadilla sólo acabó cuando un buque de rescate llegó al lugar, apresó a los responsables y liberó de la sangrienta tiranía a los pocos que quedaban. Esta es la historia de los supervivientes del “Batavia”.

El comienzo de la travesía

El 2 de octubre de 1628 partía hacia Java un gigante de los mares. El buque “Batavia”, de 50 metros de eslora y capaz de desplazar 1.200 toneladas, comenzaba una travesía que debía llevarle a la isla de Java, donde debía cargar especias y otras mercancías y regresar a Holanda en un viaje que duraría 8 meses. Por aquel entonces, la ruta que seguían los convoyes holandeses hacia Insulindia pasaba por Cape Town (en la actual Sudáfrica), donde se hacía la única escala. Desde allí, los barcos se dirigían hacia el sur para aprovechar los fuertes vientos del este que aparecían a partir del paralelo 40 (los llamados “Rugientes 40”) hasta que se consideraba que se había alcanzado la longitud prevista; entonces se viraba hacia el norte, donde los alisios empujarían los barcos hacia su destino.

Reconstrucción del "Batavia"
Sin embargo, calcular el punto exacto donde se debía virar hacia el norte no era una tarea nada fácil, pues los marinos no tenían forma de calcular la longitud (no pudieron hacerlo hasta la invención del cronómetro marino, un siglo más tarde), por lo que la decisión se fundamentaba en gran medida en las intuiciones del capitán, que a su vez se basaban en el número de días que llevaban de travesía y la fuerza aparente del viento. Por supuesto, los errores de cálculo eran frecuentes, y a veces las consecuencias eran fatales, pues un retraso en tomar  la decisión llevaba a las naves a la costa australiana, una de las más inhóspitas de la Tierra por entonces.

Bandera de la VOC
Las normas de la VOC (y de su homóloga para los mercados occidentales, la WIC) establecían que los barcos debían estar mandados por un sobrecargo, alguien con competencias comerciales y administrativas pero sin conocimientos marineros. Bajo su mando se encontraba el patrón, quién sí disponía de esos conocimientos y se encargaba de las responsabilidades puramente náuticas, aunque subordinado a las decisiones del sobrecargo. En el “Batavia” el sobrecargo se llamaba Francisco Pelsaert, un hombre austero y responsable, y el capitán era Ariaen Jacobsz, un buen marino pero bebedor y mujeriego. Ambos se conocían de tiempo atrás, cuando habían tenido un incidente en la India, por lo que no tenían una buena relación. Si a eso añadimos los roces que se producían como consecuencia de la peculiar cadena de mando, el conflicto estaba servido.

Posesiones de la VOC y la WIC
El “Batavia” transportaba doce cofres de monedas y lingotes de plata (los proveedores de especias sólo aceptaban el pago en metales preciosos), además de joyas y un pórtico desmontado para una iglesia de Yakarta. A bordo del buque iban 341 personas, entre pasajeros, marineros y soldados. Dos personas destacaban entre los pasajeros, y serían fundamentales para lo que pasó luego. Por un lado, una bellísima dama llamada Lucretia van der Mijlen, que viajaba a Java para reunirse con su marido, y que iba acompañada de una criada llamada Zwaantie. Por otro, un boticario arruinado dotado de una personalidad magnética llamado Jeronimus Cornelisz, que se había empleado hacía poco tiempo en la VOC y que se embarcó para huir de la justicia, pues era seguidor del pintor Torrentius, recientemente condenado por satanismo y brujería (y cuyo único cuadro conservado es de una perfección inquietante).

"Naturaleza muerta con brida", obra de Torrentius
Las personas que iban a bordo se hacinaban en el reducido espacio del buque. En el castillo de proa iban los marineros, los soldados y los pasajeros de escasos recursos, mientras que en los compartimentos de popa viajaban los oficiales y los pasajeros más pudientes. Éstos tenían alguna comodidad más que los demás (por ejemplo, eran servidos con 3 comidas calientes diarias, mientras que el resto se tenía que conformar con tocino frío), pero en cualquier caso la vida a bordo era incómoda y desagradable por la fetidez, la promiscuidad, la falta de aire y de espacio, la perpetua humedad, el calor, el frío, las ratas, los parásitos, la mugre (para economizar el agua dulce, los marineros se veían obligados a veces a lavar su ropa blanca con su propia orina), los víveres estropeados, enmohecidos o rebosantes de gusanos, el agua estancada, la grosería de los compañeros de a bordo, la ferocidad sádica de la disciplina y la amenaza perpetua y aterradora del escorbuto. Este ambiente enrarecido sin duda contribuyó a los acontecimientos posteriores.

La escala en Cape Town

Tras seis meses de navegación, el barco dobló el Cabo de Buena Esperanza y llegó a Cape Town. A lo largo de la travesía hasta allí, las tensiones se fueron agudizando a causa de la pasajera Lucretia. Ya hemos dicho que era una mujer de gran belleza, de modo que tanto el patrón como el sobrecargo trataron de obtener sus favores. No obstante, la dama se resistió a ambos, de modo que quedó bajo la protección galante del sobrecargo. Este hecho enfureció al patrón, que para resarcirse sedujo a la criada de la dama, lo que provocó que dicha criada empezara a comportarse de forma insolente. Además, el boticario Cornelisz también aspiraba a los amores de Lucretia, aunque no se atrevía a poner sus cartas boca arriba. Lo que sí hizo fue hacerse amigo del patrón.

Mapamundi del siglo XVII
La escala en Cape Town, en lugar de aligerar el ambiente, sirvió para enrarecerlo aún más. El patrón cogió un bote y junto a su amante Zwaantie y el boticario Cornelisz desembarcaron con ánimo de divertirse. Sin embargo, la fiesta acabó en una trifulca con otros marineros y el sobrecargo reprendió públicamente al patrón por su comportamiento delante de toda la marinería. Este incidente alimentó el resentimiento que sentía hacia el sobrecargo, y junto al boticario empezaron a tramar la forma de provocar un motín y hacerse con el control del barco. Para ello, bastaría con convencer a una veintena de decididos marineros, hacerse con las armas y eliminar al sobrecargo Pelsaert. Con la fortuna que guardaba el barco en sus bodegas, el futuro estaría asegurado para todos.

Ruta del "Batavia"
El “Batavia” partió de nuevo para dirigirse a su destino final. El sobrecargo, que había contraído una enfermedad durante su estancia en la India que le volvía periódicamente, tuvo un ataque de fiebre que le dejó postrado en la cama durante un mes. Cuando se restableció, los conjurados le tendieron una trampa: realizar una acción tan intolerable que provocara un castigo desmedido por parte del sobrecargo, lo que atizaría el descontento de la tripulación. Para ello, una noche atacaron en cubierta a Lucretia, le alzaron falda y enaguas y la embadurnaron con alquitrán y excrementos. Sin embargo, aunque Pelsaert realizó una exhaustiva investigación del asunto, no aplicó ningún castigo a nadie, a pesar de sospechar del patrón. Tal vez pensó que sería mejor aplazar el asunto hasta estar otra vez en la seguridad de la tierra firme.

El naufragio

Durante la noche del 3 al 4 de junio de 1629, el vigía detectó lo que parecían olas rompiendo contra un bajío. El patrón no hizo mucho caso, pues estimaba que estaban lejos de la costa, pero se equivocaba. Unos minutos después, el “Batavia” quedó empalado contra un arrecife. Acababan de chocar contra los corales de los Abrolhos, archipiélago descubierto apenas 10 años antes y bautizado así por el peligro que suponía para la navegación (Abro olhos, en portugués, significa “Abre los ojos”). Tratando de aligerar peso, se tiraron los cañones por la borda e incluso se serró el palo mayor, pero todo fue inútil. Al alba, observaron cerca unos pequeños islotes; el barco disponía de un bote y una pequeña embarcación de dos palos llamada yola, y en ellas se fueron embarcando los náufragos para llegar a tierra. En varios viajes, lograron desembarcar a 180 personas con víveres y una pequeña provisión de agua. En el barco quedaron otras 70 personas, miedosas de ahogarse y confiadas a la falsa seguridad que ofrecía el navío, entregadas a una borrachera continua (habían asaltado las bodegas del barco y se habían hecho con todo el alcohol). Entre ellos estaba el boticario.

Naufragio del "Batavia"
El islote donde estaban (que fue rápidamente bautizado como “Cementerio del Batavia”, aunque hoy recibe el nombre de Isla del Faro) carecía de alimentos y agua. En los siguientes días, el comendador hizo una rápida exploración de las islas vecinas, llegando a la conclusión de que ninguna disponía de una fuente de agua ni de víveres (aunque esta conclusión se revelaría equivocada, como veremos luego). Así pues, la única esperanza de los náufragos era que un grupo partiera en los botes hacia Yakarta, a 1.800 millas, y enviar un barco de rescate. El sobrecargo y el patrón decidieron embarcar a la élite de la tripulación e intentarlo. Para evitar que todo el mundo quisiera subir a bordo mantuvieron su plan en secreto, y en la noche del 8 de junio se hicieron silenciosamente a la mar con el bote y la yola. Cuando el resto de los náufragos se dieron cuenta, montaron en cólera y bautizaron el islote vecino como “Isla de los Traidores”.

Isla del Faro. Al fondo, la Isla de los Traidores
Nueve días después de naufragar, el mar terminó de hundir lo que quedaba del “Batavia”. De los 70 que estaban a bordo, sólo unos 20 consiguieron llegar a tierra. Entre ellos se encontraba el boticario Cornelisz. Los náufragos del islote, que habían formado un comité de notables para tomar decisiones, lo acogieron con agrado y, en vista de su cargo de ayudante del sobrecargo (y por tanto la máxima autoridad ahora que el sobrecargo y el patrón se habían ido), le nombraron presidente de dicho comité. Al principio actuó bien: organizó el trabajo, hizo inventario de los recursos disponibles y reinstauró la disciplina. Sin embargo, al poco tiempo reemplazó a todos los miembros del comité y los sustituyó por secuaces suyos. La primera decisión de dicho comité fue arrestar y condenar a muerte a un soldado acusado de robar vino, sentencia que se ejecutó en el acto. El primer paso hacia su reino del terror se había dado.

El reino del terror del boticario

Cornelisz trató de conseguir la absoluta lealtad de los náufragos. Para ello, y contando con la ayuda de aquellos que se habían sumado a su intento de motín, tomó varias decisiones. La primera fue confiscar todas las armas y balsas de la isla bajo su control. La segunda, advirtiendo que su grupo era aún minoritario, fue deshacerse de todos aquellos que consideraba que no se sumarían a su causa. Así pues, envió un pequeño grupo a las islas de alrededor, la Isla de los Traidores y la Isla de las Focas (con la esperanza de que se murieran de hambre y sed), y ordenó a un grupo de soldados (sin armas, agua ni comida) a que fueran a explorar la isla mayor (llamada Isla Alta) con la orden de que hicieran señales de humo si encontraban agua y alimentos, aunque confiaba en que tampoco sobrevivieran. Este grupo, al mando de un soldado llamado Hayes, era la única oposición que tenía a sus planes. Poco después, se deshizo en secreto de otros varios hombres ahogándolos y les contó al resto que habían partido para reforzar la expedición a la isla mayor.

Isla Alta
Sin embargo, sus planes se torcieron. Veinte días después de haber desembarcado a los soldados en Isla Alta, estos encontraron agua y animales que cazar, e hicieron las señales de humo convenidas. La esperanza se adueñó de los náufragos, pero el boticario se encargó de cortarla de raíz; mandó matar a todos los que intentaron llegar a Isla Alta y unirse a los soldados. El boticario se había quitado la careta. Inmediatamente ordenó que todos le prestaran juramento de fidelidad, y a los que se negaron los mató. Poco después asesinó a los inválidos y a los enfermos. Y siguió matando personas arbitrariamente, sólo por capricho. Por ejemplo, mandó asesinar a 6 de los 7 hijos de un predicador que viajaba en el barco mientras cenaba con él (sólo se salvó la hija mayor, que quedó como concubina del lugarteniente de Cornelisz). Se reservó para él a la hermosa Lucretia, y se hizo llamar desde entonces Capitán General.

Ataque a Isla Alta
No obstante ser un hombre que no vacilaba en ordenar la muerte de sus semejantes, él mismo era incapaz de la más mínima violencia. En cierta ocasión, los llantos de un bebé le molestaban, así que lo cogió y le administró veneno. Como el bebé no moría, ordenó a uno de sus esbirros que lo degollara porque no era capaz de hacerlo él mismo. Asimismo, ante las negativas de Lucretia a concederle sus favores, no insistió. En lugar de eso, le contó el asunto a su lugarteniente, que se encargó de hablar con la mujer dejándole claro lo que le pasaría si no colaboraba; desde ese momento, Lucretia se convirtió en su amante. A excepción de Lucretia y de la hija del predicador, el resto de mujeres fueron declaradas “de servicio común” y violadas repetidamente todos los días.

Fuerte construido por los hombres de Hayes
El único problema que tenía el boticario era el de los soldados de Isla Alta, comandados por Hayes. Estos hombres, que se habían visto reforzados por algunos que habían logrado escapar, contaban con abundante agua y alimentos, y además se habían fabricado armas improvisadas y construido un pequeño fuerte. Así pues, intentó primero un acercamiento negociador y, en vista de que eso no funcionaba, intentó asaltarlos. A primeros de agosto intentó dos desembarcos sucesivos, pero sus hombres fueron rechazados. Cornelisz intentó entonces ir a la isla con cinco ayudantes a intentar convencerles de que se le unieran. Los soldados de Hayes no sólo no se le unieron, sino que apresaron al boticario y mataron a los ayudantes. El resto de sus hombres intentó liberarlo el 17 de septiembre lanzando un nuevo asalto a la isla. En pleno asalto, una vela apareció en el horizonte. Los hombres de Hayes hicieron señales de humo para atraer la atención del barco. El rescate había llegado.

El rescate

La expedición del sobrecargo había conseguido llegar a Java y avisado a la VOC del naufragio. Inmediatamente se mandó un navío (el “Sardam”) a rescatar a los náufragos y lo que se pudiera de la carga del “Batavia”. La tripulación del barco, nada más llegar, apresó al boticario y a todos sus hombres, y allí mismo los sometió a juicio. Primero les torturó para arrancar confesiones y finalmente los condenó, en su mayoría a muerte. A Cornelisz y seis de sus lugartenientes se les aplicó la sentencia allí mismo (sus hombres pidieron que ejecutaran a Cornelisz el primero), y el 2 de octubre fueron ahorcados en un patíbulo levantado en la Isla de las Focas (previamente al boticario se le cortaron las dos manos). La noche antes de la ejecución consiguió veneno, pero su ingesta no fue todo lo eficaz que él suponía, de modo que pasó su última noche entre vómitos y diarreas. Sus últimas palabras fueron: “Venganza, venganza”.

Llegada del "Sardam"
El 15 de noviembre el “Sardam” partió de nuevo hacia Yakarta. En él iban los 54 supervivientes del horror y los 16 cómplices de Cornelisz encadenados. A dos de ellos se les abandonó en la costa australiana (territorio inexplorado por entonces) y nada más se supo de ellos. De los otros 14, cinco fueron inmediatamente ahorcados y al resto se les sometió a suplicios variados. Hayes, que había liderado la resistencia al boticario, fue ascendido a alférez de marina y su pista se pierde para siempre. La hermosa Lucretia se enteró al llegar a Yakarta de que se había quedado viuda, y poco después volvió a casarse con un militar; se dice que murió en Ámsterdam en 1681. El sobrecargo Pelsaert nunca llegó a recuperarse y murió en 1630, dejando escrito en su diario: “El conjunto de todas las tragedias ha sido volcado sobre mis hombros”. En cuanto al patrón Jacobsz, acabó sus días en una cárcel de Java tras haber sido acusado de intento de motín en el “Batavia”.


Ahorcamientos en la Isla de las Focas
Acababan así 105 días de terror. La noticia del suceso corrió como la pólvora por Europa, aunque con el tiempo cayó en el olvido. En 1963 se descubrió el pecio del “Batavia”, y recientes excavaciones han sacado a la luz esqueletos de algunas de las 170 víctimas de la furia homicida del boticario. Esperemos que este artículo contribuya a que esta tragedia no vuelva a caer en el olvido, porque no podemos permitir que se cumpla lo que dice el verso clásico: “El mar lava todos los crímenes de los hombres”.
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