El emperador bizantino Justiniano I fue una de las figuras
más importantes de la Antigüedad Tardía. Trató de revivir la gloria del antiguo
Imperio Romano (consiguiendo conquistar parte de los territorios perdidos en
Occidente) en un ambicioso plan llamado Renovatio
Imperii Romanorum (Restauración del Imperio Romano), pero su influencia fue
mucho más allá. Revisó y recopiló todo el Derecho Romano existente en el
llamado Corpus Iuris Civilis,
construyó importantes obras arquitectónicas (como la Iglesia de San Vital de
Rávena) y reconstruyó otras (como la iglesia de Hagia Sofía en Constantinopla,
destruida en los disturbios que aquí se narran) y patrocinó las artes y las
letras. Llamado por algunos historiadores “el
último romano” (fue el último emperador en usar el latín como lengua
materna), su largo gobierno de 38 años fue muy fructífero.
Justiniano y Teodora |
La llegada al trono
de Justiniano
Alrededor del año 482, en el seno de una familia más bien
pobre, vino al mundo en un pequeño pueblo de pastores llamado Tauresio un niño al
que pusieron de nombre Petrus Sabbatius (curiosamente, en ese mismo pueblo
había nacido en el año 480 otro niño llamado Teodato, que después fue rey godo).
Su madre tenía como hermano a Justino, un militar miembro de los excubitores, un cuerpo de élite que era
la única guarnición de Constantinopla y que tenía como misión proteger al
emperador y a su familia. Justino llegó a ser el oficial al mando de esta
unidad (conde de los excubitores),
con lo que consiguió gran poder. Adoptó a su sobrino Petrus y éste a su vez
tomó el nombre de Justiniano, tal vez en homenaje a su tío. Justino se preocupó
de dar a Justiniano una buena educación, aunque se desconocen los detalles de
su vida temprana.
Imagen actual de Tauresio |
En el año 518, el emperador Anastasio I falleció sin un
sucesor claro. En las intrigas que se sucedieron, Justino fue nombrado nuevo
emperador con el apoyo de los excubitores,
y una de sus primeras medidas fue nombrar jefe de ese cuerpo a su sobrino. Con
el nombramiento de conde de los
excubitores, Justiniano se convirtió en confidente, consejero y mano
derecha de su tío, hasta el punto de convertirse en gobernante de facto del Imperio cuando Justino
empezó a mostrar signos de demencia. Fue nombrado co-emperador en el año 527, y
poco después Justino fallecía. El humilde pastor de las montañas se convirtió
así en el gobernante del mayor imperio de la época.
El Imperio Bizantino en la época de Justiniano. En verde, sus conquistas |
Justiniano, que era conocido como “el emperador que nunca duerme” por la energía que desplegó en sus
comienzos, gustó de rodearse de colaboradores capaces, elegidos por él en base
a su talento y no a su origen noble. De hecho, una de las medidas que su tío
promulgó bajo influencia de Justiniano fue una ley que permitía el matrimonio
entre personas de clases diferentes. Esto le permitió casarse en el año 525 con
su amante Teodora, 20 años menor que él y al parecer una antigua prostituta de
lujo. Aunque este matrimonio fue motivo de escándalo, Teodora demostró ser una
leal colaboradora de su esposo, y una figura decisiva en los disturbios de Niká.
Las carreras de
caballos en Constantinopla
Tras la instauración del Cristianismo como religión oficial
del Imperio por parte de Teodosio, se prohibieron los espectáculos en los
que hubiera muertes humanas. De esta manera, las peleas de gladiadores en sus
distintas variantes desaparecieron y fueron sustituidas por las carreras de cuadrigas,
que ya gozaban de una gran popularidad antes. En la época de Justiniano, la
vida social giraba alrededor del Hipódromo, que tenía capacidad para unos
40.000 espectadores y cuyo palco daba directamente al Palacio Imperial. Había
carreras prácticamente todos los días y asistir a ellas era un acto social,
pero también servía como válvula de escape del descontento popular.
Lámina con el Hipódromo |
Había cuatro facciones, que se agrupaban en diferentes
colores: los verdes, los azules, los rojos y los blancos (si bien las aficiones
más importantes eran las de los verdes y los azules, hasta el punto de que los
verdes acabaron absorbiendo a los rojos y los azules a los blancos). Esta
división no era sólo una cuestión de rivalidad deportiva, sino que cada color
agrupaba diferentes gremios y formas de ver la vida. Así, la afición de los
verdes estaba formada por comerciantes, artesanos y clases populares que
practicaban el monofisismo (una corriente del Cristianismo que sólo reconocía
la naturaleza divina de Jesús, pero no la humana). Los azules, sin embargo,
tenían sus forofos entre las clases nobles y los cristianos ortodoxos. Tanto
Justiniano como Teodora eran partidarios de los azules, así como gran parte de
los funcionarios que controlaban el aparato estatal. Ambas aficiones solían
enfrentarse en peleas callejeras que a menudo acababa en muertes. Procopio de
Cesarea lo narraba así:
“La población de las ciudades se había dividido desde hace tiempo en dos grupos, los Verdes y los Azules… sus miembros (de cada facción) luchaban contra sus adversarios… no respetando ni matrimonio ni parentesco, ni lazos de amistad, incluso aunque los que apoyaban a diferentes colores pudieran ser hermanos o tuvieran algún otro parentesco”
En el año 532, el ambiente social en Constantinopla estaba
bastante enrarecido. Por una parte, la paz con los persas de Cosroes I se había
conseguido a cambio del pago de unos cinco mil kilos de oro. Este acuerdo llevó
consigo una enorme subida de impuestos, algo que aumentó el descontento de la
gente. Además, la popularidad del emperador era baja a causa de su matrimonio
con una mujer de clase inferior (algo que no contentaba ni a nobles ni a
plebeyos), de su intento de compilación del derecho romano (el Corpus Iuris
Civilis anteriormente mencionado, que tampoco satisfacía a nadie) y de sus
intentos de mediar entre los ortodoxos y los monofisitas buscando la unidad
religiosa del Imperio. Por otra parte, la meritocracia instaurada por el
Emperador hacía que muchos nobles tampoco estuvieran demasiado contentos. Intentando
estar a bien con todos, Justiniano no contentaba a nadie, y la ciudad era un
polvorín a punto de estallar. Sólo faltaba una chispa, y ésta llegó el 13 de
enero del año 532.
La chispa
A finales del año 531, una pelea multitudinaria entre hinchas
azules y verdes se había saldado con algunas muertes. Al parecer, los verdes
habían pedido al emperador justicia ante el asesinato de algunos de los suyos,
muertes que las autoridades no se daban mucha prisa en aclarar. Justiniano los
ignoró, y los verdes se enfadaron de tal manera que a la salida organizaron una
batalla campal. A consecuencia de todo esto, varios miembros de las dos
aficiones habían sido detenidos, juzgados y condenados a muerte. La sentencia
debía cumplirse el 10 de enero del año 532; sin embargo, dos condenados (un
verde y un azul) consiguieron escapar y refugiarse en una iglesia (algunas
fuentes señalan que esos hinchas se salvaron de forma milagrosa al romperse la soga de la horca en la que iban a ser
colgados). El caso es que la muchedumbre rodeó la iglesia en la que estaban
refugiados impidiendo que fueran a detenerlos y exigiendo que se les perdonara
la vida.
Carrera de cuadrigas (William Trego) |
En vista del ambiente enrarecido, Justiniano accedió a
conmutar la pena de muerte de ambos por la de prisión, y anunció que tres días
después habría una gran carrera en el Hipódromo para celebrarlo. Sin embargo,
ese día (13 de enero) llegó y el ambiente seguía igual de cargado. Los hinchas
ya no se conformaban con que la pena de muerte hubiese sido conmutada, querían
la liberación de los reos. La muchedumbre accedió al estadio muy agitada, y
conforme pasaba el tiempo se enfurecía más y más. Las facciones ya no se
odiaban entre ellas, sino que se habían unido en su odio al Emperador. Las
aficiones rivales se convirtieron en una única masa enfurecida que gritaba
consignas contra Justiniano. Sin duda estas consignas estaban alimentadas por agitadores
enviados por algunos nobles, que vieron en el descontento popular una vía para
librarse por fin del odiado Emperador.
Reconstrucción del Hipódromo |
Fue entonces cuando el Emperador cometió un grave error; en
vista de lo caldeado del ambiente, decidió suspender las carreras. Esto indignó
aún más a la masa, que pronto estuvo fuera de control. Justiniano y su séquito
se refugiaron en palacio, y la muchedumbre salió del Hipódromo enardecida al
grito de “Niká” (Victoria).
Comenzaban en ese momento cinco días de furia y destrucción. Los disturbios de Niká acababan de empezar.
La valentía de
Teodora
La multitud sometió al Palacio Imperial a un auténtico
asedio. Por la tarde, muchos se dirigieron a la prisión exigiendo que se
liberaran a los presos, y al no obtener respuesta, la atacaron y mataron a la
guarnición, liberándolos ellos mismos. Durante los siguientes cinco días la
furia se adueñó de los habitantes de Constantinopla y le dieron rienda suelta
quemando y destruyendo edificios oficiales e iglesias (entre ellas Hagia Sofía, la más importante de la
ciudad). Procopio de Cesarea, en su obra “Historia
de las Guerras”, lo narraba de la siguiente manera:
“Y la ciudad fue entregada a las llamas, lo mismo que si lo hubiera sido por enemigos. La iglesia de Santa Sofía, los baños de Zeuxipo y, en el palacio imperial, desde los propileos hasta la llamada Casa de Ares, todo eso fue consumido por el fuego”
Además, la muchedumbre nombró a Hipatio (un sobrino de
Anastasio I, el predecesor de Justino) nuevo Emperador. Este hecho demuestra
que la revuelta estaba animada (si no directamente instigada) por elementos
nobles contrarios a Justiniano. El Emperador, mientras tanto, trataba de calmar
los ánimos destituyendo a algunos de sus ministros, pero sin resultado alguno. Abrumado
por las circunstancias, y sin ver salida a la situación, Justiniano tomó la
decisión de huir de la ciudad junto a su familia y sus colaboradores más
cercanos para salvar la vida.
Teodora y su séquito |
Fue entonces cuando la voz de la Emperatriz Teodora se alzó
entre todas las demás. Dirigiéndose a su esposo, dijo:
“Si la fuga fuese el único medio de salvarse, renunciaría a la salvación. El hombre ha nacido para morir y aquel que reina no debe conocer el miedo. César, escapa tú, si quieres: ahí está el mar, ahí las naves que te esperan y tienes bastante dinero. En lo que a mí respecta, me quedo. Acepto el viejo dicho de que la púrpura es la mejor de las mortajas”
Estas palabras serenaron a Justiniano, que decidió quedarse y
poner fin a la rebelión.
El final de la
revuelta
Los rebeldes se habían vuelto a concentrar en el Hipódromo,
donde el joven Hipatio disfrutaba de su nueva condición de Emperador en el
palco. Se calcula que había allí unas 40.000 personas. Justiniano ordenó a sus
generales que tomaran una fuerza de soldados veteranos de élite, rodearan el
Hipódromo y fingieran que querían negociar con los cabecillas rebeldes las
condiciones de rendición. Así se hizo, de modo que cuando el ejército entró,
empezó a masacrar a los allí congregados. Se cree que murieron 30.000
personas ese día.
Belisario |
El pobre Hipatio fue capturado vivo. Justiniano estaba
dispuesto a perdonarle la vida (al fin y al cabo sólo había sido un peón en un
juego que no entendía); sin embargo, Teodora insistió en que debía ser
ejecutado, y el Emperador accedió. Con su muerte se acababan los disturbios, y
la calma volvió a una ciudad que había quedado prácticamente destruida después
de cinco días de una orgía de sangre y destrucción. Justiniano se puso manos a
la obra y reconstruyó la ciudad, más espléndida de lo que ya era. De hecho,
gracias a él se inauguró la Edad de Oro del Arte Bizantino, con ejemplos tales
como la reconstrucción de Hagia Sofía, la Iglesia de San Sergio y San Baco o la
llamada Cisterna Basílica, construida bajo una stoa (una especie de soportales, característica de la arquitectura
clásica) en forma de basílica que había construido Constantino, y que también
sería ampliada por Justiniano.
Hagia Sofía |
El reinado de Justiniano duraría 33 años más, periodo en el
que el Imperio Bizantino volvió a tener una sombra de gloria de lo que fue el
Imperio Romano. Pero todo eso pudo haber cambiado de no ser por las palabras de
una mujer valiente que recordaron al Emperador quién era y qué representaba.
Una mujer que nunca ha sido debidamente reconocida como lo que fue: una gran
gobernante en la sombra.
No fue el último emperador en utilizar el latín como lengua materna. Por el amor de Dios....
ResponderEliminarMe temo que sí. El idioma que se utilizaba era el griego bizantino, una variante del griego helenístico cercana al griego actual. De hecho, el historiador Ammiano califica el latín del emperador Juliano (gr. Ioulianos, lat. Flavius Claudius Iulianus) de aceptablemente bueno. Obviamente este comentario indica que Juliano no hablaba latín tan fluidamente como uno podría esperar de un emperador romano anterior.
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