Durante el siglo XVII, Holanda dominó el comercio mundial de
las especias a través de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Esta
organización (llamada VOC por sus siglas en holandés) constituía un estado
dentro del estado, con sus propios funcionarios, buques y ejército. Para
satisfacer la creciente demanda de especias en Europa, la VOC debía traer los
productos desde Insulindia (nombre que recibía por entonces el archipiélago
malayo) en una peligrosa travesía de 8 meses. Naturalmente, los naufragios eran
algo relativamente común, y se calcula que uno de cada 50 barcos no llegaba a
su destino (y uno de cada 20 que volvía no alcanzaba las costas holandesas). De
uno de esos naufragios trataremos hoy aquí.
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La masacre del "Batavia" |
En la madrugada del 3 al 4 de junio de 1629, el buque
“Batavia” naufragó en el archipiélago de los Abrolhos, al oeste de Australia.
Aunque la mayoría de las personas que iban a bordo sobrevivieron al naufragio,
el verdadero horror vino después. Uno de los supervivientes, ayudado por sus
secuaces, instauró un reino de terror y durante tres meses se sucedieron las
violaciones, torturas y asesinatos. La pesadilla sólo acabó cuando un buque de
rescate llegó al lugar, apresó a los responsables y liberó de la sangrienta
tiranía a los pocos que quedaban. Esta es la historia de los supervivientes del
“Batavia”.
El comienzo de la
travesía
El 2 de octubre de 1628 partía hacia Java un gigante de los
mares. El buque “Batavia”, de 50 metros de eslora y capaz de desplazar 1.200
toneladas, comenzaba una travesía que debía llevarle a la isla de Java, donde
debía cargar especias y otras mercancías y regresar a Holanda en un viaje que
duraría 8 meses. Por aquel entonces, la ruta que seguían los convoyes
holandeses hacia Insulindia pasaba por Cape Town (en la actual Sudáfrica),
donde se hacía la única escala. Desde allí, los barcos se dirigían hacia el sur
para aprovechar los fuertes vientos del este que aparecían a partir del paralelo
40 (los llamados “Rugientes 40”) hasta que se consideraba que se había
alcanzado la longitud prevista; entonces se viraba hacia el norte, donde los
alisios empujarían los barcos hacia su destino.
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Reconstrucción del "Batavia" |
Sin embargo, calcular el punto exacto donde se debía virar
hacia el norte no era una tarea nada fácil, pues los marinos no tenían forma de
calcular la longitud (no pudieron hacerlo hasta la invención del cronómetro
marino, un siglo más tarde), por lo que la decisión se fundamentaba en gran
medida en las intuiciones del capitán, que a su vez se basaban en el número de
días que llevaban de travesía y la fuerza aparente del viento. Por supuesto,
los errores de cálculo eran frecuentes, y a veces las consecuencias eran
fatales, pues un retraso en tomar la
decisión llevaba a las naves a la costa australiana, una de las más inhóspitas
de la Tierra por entonces.
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Bandera de la VOC |
Las normas de la VOC (y de su homóloga para los mercados
occidentales, la WIC) establecían que los barcos debían estar mandados por un
sobrecargo, alguien con competencias comerciales y administrativas pero sin
conocimientos marineros. Bajo su mando se encontraba el patrón, quién sí
disponía de esos conocimientos y se encargaba de las responsabilidades
puramente náuticas, aunque subordinado a las decisiones del sobrecargo. En el
“Batavia” el sobrecargo se llamaba Francisco Pelsaert, un hombre austero y
responsable, y el capitán era Ariaen Jacobsz, un buen marino pero bebedor y
mujeriego. Ambos se conocían de tiempo atrás, cuando habían tenido un incidente
en la India, por lo que no tenían una buena relación. Si a eso añadimos los
roces que se producían como consecuencia de la peculiar cadena de mando, el
conflicto estaba servido.
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Posesiones de la VOC y la WIC |
El “Batavia” transportaba doce cofres de monedas y lingotes
de plata (los proveedores de especias sólo aceptaban el pago en metales
preciosos), además de joyas y un pórtico desmontado para una iglesia de
Yakarta. A bordo del buque iban 341 personas, entre pasajeros, marineros y
soldados. Dos personas destacaban entre los pasajeros, y serían fundamentales
para lo que pasó luego. Por un lado, una bellísima dama llamada Lucretia van
der Mijlen, que viajaba a Java para reunirse con su marido, y que iba
acompañada de una criada llamada Zwaantie. Por otro, un boticario arruinado
dotado de una personalidad magnética llamado Jeronimus Cornelisz, que se había
empleado hacía poco tiempo en la VOC y que se embarcó para huir de la justicia,
pues era seguidor del pintor Torrentius, recientemente condenado por satanismo
y brujería (y cuyo único cuadro conservado es de una perfección inquietante).
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"Naturaleza muerta con brida", obra de Torrentius |
Las personas que iban a bordo se hacinaban en el reducido
espacio del buque. En el castillo de proa iban los marineros, los soldados y
los pasajeros de escasos recursos, mientras que en los compartimentos de popa
viajaban los oficiales y los pasajeros más pudientes. Éstos tenían alguna
comodidad más que los demás (por ejemplo, eran servidos con 3 comidas calientes
diarias, mientras que el resto se tenía que conformar con tocino frío), pero en
cualquier caso la vida a bordo era incómoda y desagradable por la fetidez, la
promiscuidad, la falta de aire y de espacio, la perpetua humedad, el calor, el
frío, las ratas, los parásitos, la mugre (para economizar el agua dulce, los
marineros se veían obligados a veces a lavar su ropa blanca con su propia
orina), los víveres estropeados, enmohecidos o rebosantes de gusanos, el agua
estancada, la grosería de los compañeros de a bordo, la ferocidad sádica de la
disciplina y la amenaza perpetua y aterradora del escorbuto. Este ambiente
enrarecido sin duda contribuyó a los acontecimientos posteriores.
La escala en Cape Town
Tras seis meses de navegación, el barco dobló el Cabo de
Buena Esperanza y llegó a Cape Town. A lo largo de la travesía hasta allí, las
tensiones se fueron agudizando a causa de la pasajera Lucretia. Ya hemos dicho
que era una mujer de gran belleza, de modo que tanto el patrón como el
sobrecargo trataron de obtener sus favores. No obstante, la dama se resistió a
ambos, de modo que quedó bajo la protección galante del sobrecargo. Este hecho
enfureció al patrón, que para resarcirse sedujo a la criada de la dama, lo que
provocó que dicha criada empezara a comportarse de forma insolente. Además, el
boticario Cornelisz también aspiraba a los amores de Lucretia, aunque no se
atrevía a poner sus cartas boca arriba. Lo que sí hizo fue hacerse amigo del
patrón.
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Mapamundi del siglo XVII |
La escala en Cape Town, en lugar de aligerar el ambiente,
sirvió para enrarecerlo aún más. El patrón cogió un bote y junto a su amante
Zwaantie y el boticario Cornelisz desembarcaron con ánimo de divertirse. Sin
embargo, la fiesta acabó en una trifulca con otros marineros y el sobrecargo
reprendió públicamente al patrón por su comportamiento delante de toda la
marinería. Este incidente alimentó el resentimiento que sentía hacia el
sobrecargo, y junto al boticario empezaron a tramar la forma de provocar un motín
y hacerse con el control del barco. Para ello, bastaría con convencer a una
veintena de decididos marineros, hacerse con las armas y eliminar al sobrecargo
Pelsaert. Con la fortuna que guardaba el barco en sus bodegas, el futuro
estaría asegurado para todos.
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Ruta del "Batavia" |
El “Batavia” partió de nuevo para dirigirse a su destino
final. El sobrecargo, que había contraído una enfermedad durante su estancia en
la India que le volvía periódicamente, tuvo un ataque de fiebre que le dejó
postrado en la cama durante un mes. Cuando se restableció, los conjurados le
tendieron una trampa: realizar una acción tan intolerable que provocara un
castigo desmedido por parte del sobrecargo, lo que atizaría el descontento de
la tripulación. Para ello, una noche atacaron en cubierta a Lucretia, le
alzaron falda y enaguas y la embadurnaron con alquitrán y excrementos. Sin
embargo, aunque Pelsaert realizó una exhaustiva investigación del asunto, no
aplicó ningún castigo a nadie, a pesar de sospechar del patrón. Tal vez pensó
que sería mejor aplazar el asunto hasta estar otra vez en la seguridad de la
tierra firme.
El naufragio
Durante la noche del 3 al 4 de junio de 1629, el vigía
detectó lo que parecían olas rompiendo contra un bajío. El patrón no hizo mucho
caso, pues estimaba que estaban lejos de la costa, pero se equivocaba. Unos
minutos después, el “Batavia” quedó empalado contra un arrecife. Acababan de
chocar contra los corales de los Abrolhos, archipiélago descubierto apenas 10
años antes y bautizado así por el peligro que suponía para la navegación (Abro
olhos, en portugués, significa “Abre los ojos”). Tratando de aligerar peso, se
tiraron los cañones por la borda e incluso se serró el palo mayor, pero todo
fue inútil. Al alba, observaron cerca unos pequeños islotes; el barco disponía
de un bote y una pequeña embarcación de dos palos llamada yola, y en ellas se
fueron embarcando los náufragos para llegar a tierra. En varios viajes,
lograron desembarcar a 180 personas con víveres y una pequeña provisión de agua.
En el barco quedaron otras 70 personas, miedosas de ahogarse y confiadas a la
falsa seguridad que ofrecía el navío, entregadas a una borrachera continua
(habían asaltado las bodegas del barco y se habían hecho con todo el alcohol).
Entre ellos estaba el boticario.
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Naufragio del "Batavia" |
El islote donde estaban (que fue rápidamente bautizado como
“Cementerio del Batavia”, aunque hoy recibe el nombre de Isla del Faro) carecía
de alimentos y agua. En los siguientes días, el comendador hizo una rápida
exploración de las islas vecinas, llegando a la conclusión de que ninguna
disponía de una fuente de agua ni de víveres (aunque esta conclusión se
revelaría equivocada, como veremos luego). Así pues, la única esperanza de los
náufragos era que un grupo partiera en los botes hacia Yakarta, a 1.800 millas,
y enviar un barco de rescate. El sobrecargo y el patrón decidieron embarcar a
la élite de la tripulación e intentarlo. Para evitar que todo el mundo quisiera
subir a bordo mantuvieron su plan en secreto, y en la noche del 8 de junio se
hicieron silenciosamente a la mar con el bote y la yola. Cuando el resto de los
náufragos se dieron cuenta, montaron en cólera y bautizaron el islote vecino
como “Isla de los Traidores”.
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Isla del Faro. Al fondo, la Isla de los Traidores |
Nueve días después de naufragar, el mar terminó de hundir lo
que quedaba del “Batavia”. De los 70 que estaban a bordo, sólo unos 20
consiguieron llegar a tierra. Entre ellos se encontraba el boticario Cornelisz.
Los náufragos del islote, que habían formado un comité de notables para tomar
decisiones, lo acogieron con agrado y, en vista de su cargo de ayudante del
sobrecargo (y por tanto la máxima autoridad ahora que el sobrecargo y el patrón
se habían ido), le nombraron presidente de dicho comité. Al principio actuó
bien: organizó el trabajo, hizo inventario de los recursos disponibles y
reinstauró la disciplina. Sin embargo, al poco tiempo reemplazó a todos los
miembros del comité y los sustituyó por secuaces suyos. La primera decisión de
dicho comité fue arrestar y condenar a muerte a un soldado acusado de robar
vino, sentencia que se ejecutó en el acto. El primer paso hacia su reino del
terror se había dado.
El reino del terror del
boticario
Cornelisz trató de conseguir la absoluta lealtad de los náufragos.
Para ello, y contando con la ayuda de aquellos que se habían sumado a su
intento de motín, tomó varias decisiones. La primera fue confiscar todas las
armas y balsas de la isla bajo su control. La segunda, advirtiendo que su grupo
era aún minoritario, fue deshacerse de todos aquellos que consideraba que no se
sumarían a su causa. Así pues, envió un pequeño grupo a las islas de alrededor,
la Isla de los Traidores y la Isla de las Focas (con la esperanza de que se
murieran de hambre y sed), y ordenó a un grupo de soldados (sin armas, agua ni
comida) a que fueran a explorar la isla mayor (llamada Isla Alta) con la orden
de que hicieran señales de humo si encontraban agua y alimentos, aunque
confiaba en que tampoco sobrevivieran. Este grupo, al mando de un soldado
llamado Hayes, era la única oposición que tenía a sus planes. Poco después, se
deshizo en secreto de otros varios hombres ahogándolos y les contó al resto que
habían partido para reforzar la expedición a la isla mayor.
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Isla Alta |
Sin embargo, sus planes se torcieron. Veinte días después de
haber desembarcado a los soldados en Isla Alta, estos encontraron agua y
animales que cazar, e hicieron las señales de humo convenidas. La esperanza se
adueñó de los náufragos, pero el boticario se encargó de cortarla de raíz;
mandó matar a todos los que intentaron llegar a Isla Alta y unirse a los
soldados. El boticario se había quitado la careta. Inmediatamente ordenó que
todos le prestaran juramento de fidelidad, y a los que se negaron los mató.
Poco después asesinó a los inválidos y a los enfermos. Y siguió matando
personas arbitrariamente, sólo por capricho. Por ejemplo, mandó asesinar a 6 de
los 7 hijos de un predicador que viajaba en el barco mientras cenaba con él
(sólo se salvó la hija mayor, que quedó como concubina del lugarteniente de
Cornelisz). Se reservó para él a la hermosa Lucretia, y se hizo llamar desde
entonces Capitán General.
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Ataque a Isla Alta |
No obstante ser un hombre que no vacilaba en ordenar la
muerte de sus semejantes, él mismo era incapaz de la más mínima violencia. En
cierta ocasión, los llantos de un bebé le molestaban, así que lo cogió y le
administró veneno. Como el bebé no moría, ordenó a uno de sus esbirros que lo
degollara porque no era capaz de hacerlo él mismo. Asimismo, ante las negativas
de Lucretia a concederle sus favores, no insistió. En lugar de eso, le contó el
asunto a su lugarteniente, que se encargó de hablar con la mujer dejándole
claro lo que le pasaría si no colaboraba; desde ese momento, Lucretia se
convirtió en su amante. A excepción de Lucretia y de la hija del predicador, el
resto de mujeres fueron declaradas “de servicio común” y violadas repetidamente
todos los días.
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Fuerte construido por los hombres de Hayes |
El único problema que tenía el boticario era el de los
soldados de Isla Alta, comandados por Hayes. Estos hombres, que se habían visto
reforzados por algunos que habían logrado escapar, contaban con abundante agua
y alimentos, y además se habían fabricado armas improvisadas y construido un
pequeño fuerte. Así pues, intentó primero un acercamiento negociador y, en
vista de que eso no funcionaba, intentó asaltarlos. A primeros de agosto
intentó dos desembarcos sucesivos, pero sus hombres fueron rechazados.
Cornelisz intentó entonces ir a la isla con cinco ayudantes a intentar
convencerles de que se le unieran. Los soldados de Hayes no sólo no se le
unieron, sino que apresaron al boticario y mataron a los ayudantes. El resto de
sus hombres intentó liberarlo el 17 de septiembre lanzando un nuevo asalto a la
isla. En pleno asalto, una vela apareció en el horizonte. Los hombres de Hayes
hicieron señales de humo para atraer la atención del barco. El rescate había llegado.
El rescate
La expedición del sobrecargo había conseguido llegar a Java y
avisado a la VOC del naufragio. Inmediatamente se mandó un navío (el “Sardam”)
a rescatar a los náufragos y lo que se pudiera de la carga del “Batavia”. La
tripulación del barco, nada más llegar, apresó al boticario y a todos sus
hombres, y allí mismo los sometió a juicio. Primero les torturó para arrancar
confesiones y finalmente los condenó, en su mayoría a muerte. A Cornelisz y
seis de sus lugartenientes se les aplicó la sentencia allí mismo (sus hombres
pidieron que ejecutaran a Cornelisz el primero), y el 2 de octubre fueron
ahorcados en un patíbulo levantado en la Isla de las Focas (previamente al
boticario se le cortaron las dos manos). La noche antes de la ejecución consiguió
veneno, pero su ingesta no fue todo lo eficaz que él suponía, de modo que pasó
su última noche entre vómitos y diarreas. Sus últimas palabras fueron:
“Venganza, venganza”.
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Llegada del "Sardam" |
El 15 de noviembre el “Sardam” partió de nuevo hacia Yakarta.
En él iban los 54 supervivientes del horror y los 16 cómplices de Cornelisz
encadenados. A dos de ellos se les abandonó en la costa australiana (territorio
inexplorado por entonces) y nada más se supo de ellos. De los otros 14, cinco
fueron inmediatamente ahorcados y al resto se les sometió a suplicios variados.
Hayes, que había liderado la resistencia al boticario, fue ascendido a alférez
de marina y su pista se pierde para siempre. La hermosa Lucretia se enteró al
llegar a Yakarta de que se había quedado viuda, y poco después volvió a casarse
con un militar; se dice que murió en Ámsterdam en 1681. El sobrecargo Pelsaert
nunca llegó a recuperarse y murió en 1630, dejando escrito en su diario: “El
conjunto de todas las tragedias ha sido volcado sobre mis hombros”. En cuanto
al patrón Jacobsz, acabó sus días en una cárcel de Java tras haber sido acusado
de intento de motín en el “Batavia”.
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Ahorcamientos en la Isla de las Focas |
Acababan así 105 días de terror. La noticia del suceso corrió
como la pólvora por Europa, aunque con el tiempo cayó en el olvido. En 1963 se
descubrió el pecio del “Batavia”, y recientes excavaciones han sacado a la luz
esqueletos de algunas de las 170 víctimas de la furia homicida del boticario.
Esperemos que este artículo contribuya a que esta tragedia no vuelva a caer en
el olvido, porque no podemos permitir que se cumpla lo que dice el verso
clásico: “El mar lava todos los crímenes de los hombres”.
Excelente artículo. Una pequenha puntualización etimológica: abrolhos no viene de abrir los ojos, sino que designa en portugués, y en galego, "Formações rochosas situadas à superfície da água", ya que abrollan (surgen o nacen) del agua.
ResponderEliminarSaudações
Felicidades por la redacción y por descubirnos esta historia, he disfrutado mucho.
ResponderEliminarMuchas gracias
Eliminarme entretuve mucho ...gracias por compartir
ResponderEliminarRelato imparcial de acciones viles e inescrupulosas que nos recuerda, una vez mas, que el poder absoluto transforma, corrompe, somete, esclaviza.
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