Una institución como la Iglesia Católica, con más de dos mil
años de historia, ha pasado por todo tipo de situaciones. Algunas de ellas han
sido sublimes, y otras no tanto. Incluso en alguna ocasión ha protagonizado
episodios bochornosos que aún hoy en día avergüenzan a sus miembros, como la
condena a Galileo por la Inquisición romana, la criminal caza de brujas durante
la Edad Media o la venta indiscriminada de bulas e indulgencias. Pero sin duda
alguna, uno de los episodios más vergonzosos fue el llamado “Concilio Cadavérico”, en el que se
produjo un simulacro de juicio contra el cadáver de un Papa.
El Concilio Cadavérico, cuadro de Jean Paul Laurens |
La historia lo tiene todo, desde luchas por el poder dentro
de la Iglesia y por el trono imperial, hasta supuestos milagros. Y como toda
historia poco reconfortante, ha intentado ser acallada por los sucesores de
quienes la llevaron a cabo. Sin embargo, y para nuestra suerte, el episodio es
tan estrambótico que su recuerdo sigue vivo. Y lo más estrambótico de todo es
que se repitió una segunda vez pocos años después y contra el mismo cadáver.
Tal y como se dice en todos los espectáculos circenses (y este episodio tiene
mucho de eso), pasen y vean.
La lucha por el
poder
Cuando Carlomagno derrotó a los lombardos en el año 774 y se
anexionó el norte de Italia, poco podía imaginar que este territorio traería de
cabeza a sus descendientes durante mucho tiempo. En efecto, el dominio imperial
sólo podía ejercerse de forma efectiva si había tropas sobre el terreno, bien
fueran propiamente francas o bien de algún aliado italiano, lo que hacía que
otras partes del territorio quedaran descuidadas frente a enemigos externos y
(sobre todo) querellas internas entre los distintos pretendientes al trono
imperial. Así sucedió durante las guerras civiles que enfrentaron a los hijos
del emperador Ludovico Pío, y que finalmente se solucionaron en el Tratado de
Verdún del año 843.
En este tratado se repartió el imperio en tres partes,
correspondiéndole el título de emperador a Lotario I con dominio directo de la
Francia Media. Este territorio incluía al Reino de Italia, a cuyo mando puso
Lotario a su hijo Luis II. Éste fue nombrado posteriormente emperador, y bajo
su reinado ocurrió un hecho trascendental para el futuro: la vinculación del
título imperial al de Rey de Italia, que quedó así confinado a Italia y a la
defensa del papado. Esto trajo como consecuencia que los Papas se arrogaron el
derecho de coronar al emperador y por tanto la iniciativa de designarlo, lo que
produjo no pocos problemas a unos y a otros.
Imperio Carolingio hacia el año 898 |
La situación se agravó en el año 888, a la muerte del
emperador Carlos III. Los reinos que conformaban su territorio se separaron,
quedando el reino de Italia desgajado del resto. Sin embargo, el título de
emperador seguiría vinculado al de Rey de Italia. Berengario de Friuli fue
elegido Rey, tratando de liberar al imperio de su conexión con el papado (de
hecho, fue el primer emperador en no ser coronado por el Papa) y de conseguir
un poder regio fuerte. Sin embargo, ante él se alzó la figura de Guido III de
Spoleto, que después de haber intentado infructuosamente ser coronado rey en Francia
Occidental y Borgoña, volvió sus ojos a Italia. La mayor baza de Guido era que
se proclamaba defensor del papado frente a las pretensiones de Berengario de
desvincularse de él.
Naturalmente, las cosas no estaban mucho mejor en la Ciudad
del Vaticano. Distintas facciones se disputaban el trono de San Pedro, cada una
de ellas asociadas al apoyo de un pretendiente u otro al trono imperial. Los
apoyos cruzados entre las partes conformaban una auténtica jaula de grillos en
la que era difícil salir indemne. Baste decir que en esa época se sucedieron 11
Papas en el transcurso de 10 años, lo que nos da una idea de la alta mortalidad
que afectaba a los que durante un momento u otro se atrevieron a calzar las
sandalias del pescador. A este periodo se le conoce como “el Siglo de hierro del papado”. Además, el clero se veía a sí mismo
como los herederos del Imperio Romano, mencionando incluso un documento de
Constantino I donde, según ellos, les cedía todos sus territorios a la Iglesia.
Así pues, la situación no podía ser más liosa.
Es en este marco de intrigas, conspiraciones y continuas
luchas de poder entre las distintas facciones donde se produjeron los hechos
que narro a continuación.
La elección de
Formoso
Formoso había nacido en Roma en el año 816, y había sido
nombrado Obispo de Portus en el año 864. Era uno de los más firmes defensores
de la facción germánica dentro de la curia, frente a la facción francesa que
encabezaba el por entonces Papa Juan VIII. Esto le valió ser excomulgado y
perseguido en una ocasión en el año 877. Pero a la muerte de su rival la
excomunión fue levantada y Formoso fue restituido a su sede de Portus por el
nuevo Papa Marino I en el año 883. Tenía fama de ser buen diplomático, habiendo
conseguido la conversión del rey búlgaro Boris y de sus súbditos. Su fama de
hombre recto le valió ser elegido Papa el 19 de septiembre del año 891, a la
muerte de Esteban V. Su nombramiento generó algunas controversias, pues el
Derecho Canónico de entonces prohibía expresamente el traslado de obispos de
una sede a otra, supongo que para favorecer la elección del obispo de alguna de
las diócesis romanas.
Mientras tanto, las tropas del Duque de Spoleto Guido III
habían derrotado a Berengario, con lo que se convertía nominalmente en Rey de
Italia y emperador. El antecesor de Formoso, Esteban V, lo había coronado como
tal poco antes de morir. Pero no contento con eso, nombró a su hijo Lamberto
correy y heredero al trono imperial en el año 892, forzando al nuevo Papa
Formoso para que validara dicha sucesión. Formoso, contrario a ello, no tuvo
más remedio que ceder ante la debilidad de su posición, y validó la elección el
30 de abril de ese mismo año 892. Sin embargo, esta humillación no sería
olvidada nunca por el pontífice, que al año siguiente empezó a negociar
secretamente con el rey de la Francia oriental Arnulfo de Carintia para que se
presentase en Italia con un ejército y destronara a los Spoleto.
El Papa Formoso |
Guido III de Spoleto murió en el año 894, sucediéndole su
hijo Lamberto tal y como estaba previsto. Sin embargo, las negociaciones de
Formoso y Arnulfo llegaron a buen puerto y éste se presentó en Italia con su
ejército a principios del año 896. Sin apenas oposición, llegó hasta Roma,
tomándola sin que las tropas de Spoleto opusieran gran resistencia, pues se
habían retirado al sur de Italia para intentar contraatacar. Arnulfo liberó al
Papa Formoso, que había sido encerrado en el castillo de Sant’Angelo, y fue
coronado emperador por éste. El nuevo monarca se quedó sólo 15 días en Roma,
partiendo hacia el sur para entablar batalla con Lamberto. Sin embargo, una
repentina parálisis le obligó a regresar, y enfermo, decidió volver a Baviera.
Arnulfo de Carintia |
Formoso se quedó entonces solo y sin la ayuda del emperador
frente a unos vengativos Spoleto que no tardaron en intentar reconquistar lo
que consideraban suyo, y tomarse cumplida revancha de ese Papa que los había
echado. Sin embargo, llegaron tarde a la venganza en vida de Formoso, pues éste
murió (probablemente envenenado) el 4 de abril del año 896. Le sucedió
Bonifacio VI, que apenas duró 15 días, ya que murió de un ataque de gota el 25
de abril (una señal más de que ser Papa era por aquel entonces una profesión de
riesgo). Cuando los Spoleto entraron nuevamente en Roma, el nuevo Papa era
Esteban VI, un ferviente partidario de ellos. Lamberto y su intrigante madre
Angeltrudis (la viuda de Guido III) no tardaron en maquinar una venganza contra
Formoso, y si no habían podido ejercerla en vida, lo harían ahora que estaba
muerto.
El “Concilio Cadavérico”
El nuevo Papa, obsequioso hasta la extenuación con los
Spoleto, preparó un escarmiento ejemplar contra el ya cadáver Formoso: la Damnatio Memoriae. Esta práctica se
venía ejerciendo desde la antigüedad, y consistía en borrar de todos los
registros los actos de aquel al que se quería castigar, de forma que no quedara
recuerdo alguno de su paso por el mundo. Sin embargo, el nuevo Papa fue un paso
más allá, y montó un espectáculo para que los siglos posteriores no lo
olvidaran: preparó un juicio sumarísimo contra el cadáver de su predecesor,
juicio que pasó a la historia como el “Sínodo
del Terror” y también como el “Concilio
Cadavérico”.
Esteban VI |
Tras nueve meses de estar enterrado, Formoso fue sacado de su
tumba y revestido nuevamente con los ornamentos papales. En la basílica de San
Juan de Letrán, se le sentó en un trono (al que hubo que atarlo para que no se
cayera), se le asignó un diácono para su defensa y fue sometido a juicio por
las presuntas tropelías que había cometido durante su pontificado. “Un hedor terrible emanaba de los restos
cadavéricos. A pesar de todo ello, se le llevó ante el Tribunal, revestido de
sus ornamentos sagrados, con la mitra papal sobre la cabeza casi esqueletizada
donde en las vacías cuencas pululaban los gusanos destructores, los
trabajadores de la muerte”; así aparece descrito en el posterior Concilio
Romano de 898 lo sucedido en el Sínodo del Terror. La principal acusación era
que había aceptado el nombramiento papal a sabiendas de que no podía, pues era
obispo de Porto y, como ya hemos dicho, el traslado de una sede a otra estaba
prohibido.
Detalle de "El Concilio Cadavérico" |
Naturalmente, el acusado no movió un solo músculo en su
defensa, y el aterrorizado diácono encargado de defenderle apenas balbuceó
algunas palabras monosílabas para exculpar a su defendido, más temeroso de la
furia de los vivos que de los muertos. Así pues, fue encontrado culpable de
todos los cargos (entre los que también se encontraban los de perjurio y tener
una ambición desmedida). La sentencia proclamaba que Formoso había llegado al
trono de San Pedro de forma irregular y que por tanto era un Papa ilegítimo. “Se considera y proclama que el acusado ha
sido indigno servidor de la Iglesia, que llegó a la silla papal en forma
irregular y que, por tanto… fue un Papa ilegítimo y que… todo cuanto había
hecho, decretado y ordenado durante su papado era nulo de toda nulidad,
incluídas las ordenaciones que llevó a cabo“, dice la sentencia. Eso
incluía las ordenaciones llevadas a cabo durante su pontificado, por lo que
Esteban VI llegó a exigir a todos los
eclesiásticos ordenados por Formoso que renunciaran por escrito a dicha ordenación.
Pero no acabó aquí la cosa. Tras la sentencia, el cadáver de
Formoso fue despojado de sus vestiduras (viéndosele entonces el cilicio que
siempre portaba para mortificar sus carnes, y que fue lo único que le dejaron),
se le arrancaron los tres dedos de la mano derecha con los que impartía sus
bendiciones, y su cuerpo arrojado a una fosa común reservada normalmente a los
criminales. Los Spoleto se dieron por satisfechos y continuaron con sus guerras
por el trono imperial. Dicen que la vida, al final, pone a cada uno en su
sitio; así que el pobre Lamberto murió en batalla en el año 898 (otros dicen
que por la caída de un caballo), su vengativa madre ingresó en un convento
donde falleció poco después, y el infame Papa Esteban VI fue depuesto en el año
897 por un furioso pueblo de Roma, muriendo estrangulado en su celda. Esto debe
ser lo que los modernos llaman Karma.
Pero no se crean que las tribulaciones del cadáver de Formoso
acabaron aquí. Los restos fueron rehabilitados por el Papa Teodoro II (al que
en sus breves 20 días de pontificado apenas le dio tiempo a hacer nada más), y
dos concilios posteriores convocados por el Papa Juan IX (uno en Rávena y otro
en Roma) prohibieron la acusación contra toda persona muerta. Sin embargo, en
el año 904 el nuevo Papa Sergio III (curiosamente ordenado como Obispo por
Formoso), anuló todas estas disposiciones e inició un nuevo juicio contra el
antiguo Papa (aunque esta vez sin el cadáver presente). Nuevamente encontrado
culpable, sus restos fueron arrojados al río Tíber para que se perdieran para
siempre.
Y aquí viene el milagro del que les hablé al principio. La
leyenda cuenta que lo que quedaba del maltratado cadáver se enganchó en las
redes de un pescador, que lo sacó de las aguas y lo escondió. En el año 911,
finalizado el pontificado de Sergio III, lo que quedaba del cuerpo de Formoso
fue nuevamente rehabilitado y depositado en el Vaticano, donde sigue a día de
hoy. Todos estos hechos nos han llegado a través de los escritos de Liutprando
de Cremona y de Fodoardo de Reims, pues se destruyeron todas las actas del
infame juicio como consecuencia del proceso de rehabilitación emprendido por
Teodoro II. Un detalle final: en 1464, el cardenal Pietro Barbo fue elegido
Papa, y una de las primeras cosas que tuvieron que hacer sus colaboradores fue
disuadirle de tomar el nombre de Formoso II. Finalmente tomó el nombre de Pablo
II; y es que hay nombres que es mejor no mentar, no sea que al hacerlo tentemos
a la mala suerte.
extraordinario el articulo, enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus amables palabras
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