Akenatón, el Faraón hereje

Fue uno de los faraones más interesantes del Antiguo Egipto, y sin embargo apenas conocemos nada de él. Akenatón protagonizó una de las revoluciones más importantes que se dio en su país, rompiendo más de 1.500 años de tradición politeísta para proclamar el culto a un único dios, Atón. Sus motivaciones no fueron sólo religiosas, sino también políticas, pues intentaba romper el inmenso poder que la casta sacerdotal había ido consolidando con el paso del tiempo, y que llevaba a que hubiera en muchas ocasiones una soterrada lucha por el poder entre el Faraón y los sacerdotes. Una lucha en la que a menudo el poder real del monarca se veía muy mermado.

Akenatón como esfinge, recibiendo los rayos de Atón
Akenatón consiguió durante su reinado que esa lucha se decantase de su lado inaugurando una nueva religión y dejando a los sacerdotes de los antiguos dioses sin poder real. Casado con la mítica Nefertiti, el faraón fundó también una nueva capital a medio camino entre Menfis y Tebas, intentó realizar cambios legislativos que hicieran más fácil la vida del pueblo e introdujo cambios en la forma de representación del cuerpo humano en el arte. Sin embargo, su legado fue rápidamente destruido a su muerte por los mismos a los que había tratado de combatir en vida, hasta el punto de que la capital que él fundara fue destruida por completo. Sólo dos faraones después, el recuerdo de Akenatón se perdió entre las arenas del desierto. Y el artífice de ello fue el que sin duda es el faraón más famoso de la Historia: Tutankamón.

 El Imperio Nuevo

Desde el siglo XVIII a. C., y durante más de 200 años, Egipto vivió una etapa convulsa. En este periodo, llamado Segundo Periodo Intermedio, Egipto se hallaba dividido entre el Bajo Egipto (en la zona del delta del Nilo, bajo dominio de los faraones hicsos), el Alto Egipto (con sus propios faraones y capital en Tebas, actualmente Luxor) y el reino independiente de Nubia al sur (gobernado por los kushitas). Sin embargo, a mediados del siglo XVI a. C. surgió un faraón fuerte en el Alto Egipto que logró acabar con la inestabilidad y el desmembramiento que había sufrido el país durante los siglos anteriores. El artífice de ese renacimiento fue el faraón Amosis I, que expulsó a los hicsos del norte y recuperó Nubia en el sur, logrando nuevamente reunificar el reino. Amosis I instauró la XVIII dinastía y fundó el periodo conocido como el Imperio Nuevo, que duró cinco siglos.

Mapa de Egipto durante el Imperio Nuevo
Los sucesores de Amosis continuaron con su labor y consolidaron un imperio que no sólo dominaba las tierras del Nilo, sino que extendía su dominio hasta Siria y Canaán. Su influencia llegaba también por el norte hasta las islas de Chipre y Creta y por el sur hasta el reino de Punt. Entre dichos sucesores se encontraban faraones como Seti I, Ramsés II o Tutmosis III, con el que Egipto alcanzó su máxima expansión territorial. Los conflictos con los reinos vecinos se mantuvieron durante casi dos siglos más hasta la firma de un tratado de paz entre el faraón Amenofis III (padre de Akenatón) y el rey del Mitanni Shuttarna II. Se da la curiosa circunstancia de que los reyes de las principales potencias de la época (Egipto, Babilonia, el Mitanni, Asiria y Hati) se daban entre ellos el tratamiento de “Hermano”, mientras que los reinos vasallos llamaban al Faraón con el más servil “Mi señor”.

Colosos de Memnon, representando a Amenofis III
Fue en estas circunstancias, alrededor del año 1372 a. C., en las que vino al mundo un niño llamado Amenofis (que significa “Amón está satisfecho”). Fue uno de los hijos del faraón Amenofis III y de Tyi, la Gran Esposa Real. Esta distinción es importante, pues los faraones contaban con un harén pero sólo con una esposa principal, y era de este matrimonio de dónde salía el futuro faraón. Sin embargo, el trono no estaba en principio destinado a él, como veremos a continuación.

Un faraón que no debía serlo

El destinado a suceder a su padre en el trono era el primogénito de la familia, Tutmosis. De hecho, durante un periodo de tiempo, este príncipe fue corregente de su padre. Sin embargo, falleció (no se sabe en qué circunstancias) y el joven Amenofis fue declarado heredero. Hasta entonces, la información que tenemos sobre él es escasa; tanto, que en muchas de las estatuas de la familia real ni siquiera aparece (tal y como atestigua la enorme escultura de la familia de Amenofis III que se conserva en el Museo de El Cairo). Sin embargo, del análisis de las representaciones que tenemos sobre el futuro faraón podemos deducir algunas cosas.

Para empezar, el joven Amenofis padecía de dos enfermedades que lo hacían deforme a ojos de su padre. Una de ellas era el “Síndrome de Marfan”, que se caracteriza por dotar al enfermo de rostro delgado y ojos achinados, dedos de manos y pies muy finos y largos, además de desajustes cardíacos. La otra enfermedad que padecía era “lipodistrofia muscular”, que se caracteriza por la desaparición de la grasa corporal de cintura para arriba, pero la acumulación de esa grasa de cintura para abajo, dando al individuo sus características caderas femeninas por lo anchas. Conocemos estos datos por sus representaciones artísticas posteriores, cuando ya siendo Faraón instauró un estilo artístico más realista y menos idealizado en la representación de las personas, hasta el punto de que en sus estatuas se le representa con arrugas en el rostro.

Estatua de Akenatón
Estas enfermedades le daban una figura ambigua y muy probablemente su padre lo alejó de la capital para que nadie pudiera verlo. El niño fue enviado a la ciudad de Heliópolis, junto a sus abuelos maternos Juya y Tuy. Posiblemente con ellos encontró el afecto que le faltaba en Tebas, y el contacto continuado con su abuela, que era de origen semita, hizo que fueran calando en el niño unas ideas culturales y religiosas que poco se parecían a las imperantes en la capital. Esto sería decisivo más tarde, cuando las circunstancias lo auparon al trono. Un detalle curioso es que en Heliópolis (la ciudad del Sol) uno de los dioses principales era Atón, que se representaba como un disco solar con rayos acabados en manos y que en principio no era más que una manifestación de Ra, dios del Sol. Atón adquiría una enorme importancia en el futuro, como veremos; y conforme iba adquiriendo importancia, fue diferenciándose de Ra para pasar a ser un dios por sí mismo.

Breve resumen de la religión en Egipto

Con el fin de darnos un marco con el que ayudarnos a entender lo que pasó durante el reinado de Akenatón, es necesario hacer un brevísimo resumen de lo que la religión, los dioses y los sacerdotes representaban en la vida de Egipto, particularmente durante el Imperio Nuevo. Y digo resumen porque tratar este aspecto en profundidad daría para una enciclopedia de no pocos tomos. Sin embargo, no es posible entender la vida en el Egipto de los faraones sin tener al menos una leve idea de sus dioses.

Himno a Atón
Para los egipcios, la religión era una parte inseparable de la vida. Cualquier actividad estaba auspiciada o protegida por alguna divinidad, al que había que dedicar el correspondiente rito si no se quería que las cosas torcieran. Así, por ejemplo, existían dioses menores vinculados a la siembra, al clima, a la fecundación o al parto. Además, cada ciudad tenía un dios favorito, y a todo ello hay que añadir que también se rendía culto a semidioses o animales sagrados (que no divinos). Naturalmente, existían también dioses principales que constituían, por así decirlo, la religión oficial. De entre esos dioses principales había uno que sobresalía sobre los demás (una especie de primus inter pares); sin embargo, ese dios podía cambiar a lo largo del tiempo dependiendo de la dinastía, la ciudad principal o las circunstancias.

Algunos dioses egipcios
Desde los inicios de la civilización egipcia, la adoración al Sol fue uno de los pilares de su religión. El dios que lo encarnaba, Ra, era ya el dios principal del panteón de Egipto en una época tan temprana como la V dinastía. Existían otros dioses importantes, como Anubis, Osiris, Horus o Isis. Sin embargo, poco a poco fue ascendiendo en el escalafón el dios Amón, que en principio era una deidad asociada al viento, pero que tenía a su favor ser el dios principal de la capital, Tebas. Su importancia llegó a ser tal, que en el Imperio Nuevo el resto de los dioses principales eran considerados como manifestaciones de Amón.

Karnak, centro religioso de Egipto
Naturalmente, en un país imbuido hasta la médula de dioses, la importancia de aquellos que eran sus intermediarios en la Tierra era enorme. En principio, el máximo representante de las distintas divinidades era el propio faraón (que al contrario de lo que se cree, no era considerado un dios viviente). Sin embargo, la inmensa variedad de ritos y ceremonias no podían ser asumidos por una sola persona, de modo que la casta sacerdotal (sobre todo la del dios principal, Amón) fue adquiriendo progresivamente un mayor poder, hasta el punto de que su influencia llegó a ser mayor que la de algunos faraones y recaudaba sus propios tributos. Hay que decir que tanto Amenofis III como Tutmosis IV ya habían visto el problema y trataron de potenciar el culto a otro dios para recortar el poder de los sacerdotes de Amón. El dios elegido para ello fue Atón, que pasó de ser una mera deidad local como manifestación de Ra a diferenciarse y adquirir cada vez mayor importancia.

La revolución de Amarna

Habíamos dejado al joven Amenofis en Heliópolis junto a sus abuelos. Sin embargo, fue llamado a Tebas a la muerte de su hermano y heredero Tutmosis. Fue nombrado corregente de su padre en los últimos años de su reinado (lo que equivalía a señalarlo como el heredero al trono) y finalmente fue coronado Faraón en el año 1353 a.C., a la muerte de su padre. Tomó el nombre de Neferjeperura Uaenra, que significa “Hermosas son las manifestaciones de Ra, Único en Ra”. Sin embargo, nosotros lo conocemos como Amenofis IV. Durante los cuatro primeros años de su reinado no se produjo ningún hecho especialmente relevante, fuera de la construcción de algunos templos dedicados a Atón en Tebas y Karnak, utilizando para ello pequeños bloques de piedra caliza en lugar de las grandes moles de periodos anteriores. La revolución se estaba gestando, con la ayuda de la inteligente esposa del faraón, Nefertiti.

Nefertiti
A diferencia de lo que habían hecho sus antecesores, el nuevo Faraón no pretendía debilitar el culto a Amón y el poder de sus sacerdotes, sino que quería acabar con ellos de raíz. Fue así como, en el quinto año de su reinado, instauró el culto a Atón como el único verdadero, prohibiendo todos los demás. El faraón cambió su nombre a Akenatón (“resplandor de Atón”), pero la cosa no acabaría ahí. Confiscó las tierras y las rentas de los cultos antiguos y con el dinero obtenido financió la construcción de una nueva capital, Ajetatón (que significa “Horizonte de Atón”, la actual Amarna), a medio camino entre las antiguas capitales Menfis y Tebas. La ciudad estaba delimitada por 15 grandes estelas que proclamaban que el lugar pertenecía a Atón, y tenía planta octogonal. Destacaba en ella el gran templo de Atón, construido sin techo puesto que el culto al dios debía hacerse al aire libre (lo que provocaba no pocos desmayos entre los fieles bajo el ardiente Sol del desierto). El Faraón y su familia se trasladaron a la nueva capital en el noveno año de su reinado, aunque ya había sido declarada capital dos años antes.

Plano de la ciudad de Ajetatón
Para entender la importancia del nuevo culto, hemos de darnos cuenta de que al prohibir el resto de cultos los sacerdotes de éstos quedaban automáticamente proscritos. Además, Akenatón se proclamó único intermediario entre Atón y los hombres, con lo que evitaba que surgiera una nueva casta sacerdotal que sustituyera a las anteriores. El traslado de capital se producía porque la anterior, Tebas, estaba imbuida del culto a Amón, y resultaba peligroso seguir allí. Eso motivó que la nueva capital tuviera que construirse a toda prisa, por lo que se utilizaron ladrillos de adobe en lugar de piedra. Ni que decir tiene que, en una sociedad tan empapada de politeísmo como la egipcia, la instauración de un monoteísmo era una completa herejía.

Representación de Atón
Pero las reformas de Amarna no se quedaron sólo en la religión. Akenatón introdujo una nueva forma de representación del cuerpo humano más realista que las anteriores, más idealizada. De este modo, las estatuas del Faraón lo muestran con todos sus defectos (arrugas de edad incluidas). Eso nos ha permitido conocer las enfermedades que lo aquejaban, de las que ya hablé antes. Posiblemente, esta nueva forma de representación vino motivada como venganza por haber sido apartado de la familia de su padre a causa de sus males. Además, se representan por primera vez escenas cotidianas de la vida de la familia real, y lo que es más importante, en ellas aparecen sus hijas.

La familia de Akenatón, en una escena familiar
Finalmente, el culto al nuevo dios inspiraron una serie de reformas legales que buscaban una mayor igualdad entre sus súbditos, siguiendo la máxima de que todos somos iguales bajo el Sol. De hecho, en una tumba de la época se puede la leer la inscripción “Su Majestad elige a los humildes para convertirlos en príncipes”. El Faraón come y viste con sencillez, suprime privilegios de las clases nobles, reparte tierras entre los desfavorecidos (sacadas de las confiscaciones a los sacerdotes) y prohíbe la esclavitud. Asimismo, queda prohibido arrodillarse ante él, establece el matrimonio monógamo, aconseja a las mujeres no tener más de dos hijos, y promulga decretos por los que prohíbe la caza masiva. La revolución no era sólo religiosa, sino que también se trasladaba a la vida civil. Un aspecto importante y poco destacado es que el nuevo culto no pretendía adorar una representación de la naturaleza, sino que se basaba en una fuerte abstracción intelectual, tal y como queda demostrado por dos hechos: la falta de representaciones antropomórficas de Atón, y el hecho de que los templos dedicados a él no tengan una orientación geográfica definida (tal y como cabría esperar de un culto al Sol), sino que se adaptan a la topografía del terreno.

La epidemia y el fin del reinado

El gran momento del reinado de Akenatón se produjo en el decimosegundo año de su reinado, cuando hubo una gran celebración en Ajetatón de ofrendas y tributos de los países aliados y de los reinos vasallos. Sabemos, por los relieves de algunas tumbas de la época, que la familia real estaba al completo: Akenatón, su esposa Nefertiti y sus cinco hijas. Sin embargo, poco después empezaron a sucederse las desgracias. La princesa Meketatón falleció al dar a luz, al igual que la madre del Faraón, la princesa Tyi. Asimismo, a partir del decimocuarto año de su reinado desaparecen las referencias a Nefertiti, por lo que se supone que también murió por aquel entonces.

Festival en Ajetatón, con la familia real al completo
Al parecer, la causa de todas estas muertes fue una pandemia que se originó en Egipto y que acabó afectando a toda la región. Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre la enfermedad concreta, pues algunos sostienen que fue peste mientras que otros afirman que fue poliomielitis o incluso gripe. A lo largo de este tiempo, y hasta el fin de su reinado en el año 1338 a.C. (decimoséptimo de su reinado), la epidemia se llevó por delante a otras tres hijas del Faraón, y pudo ser la causa del repentino abandono de la capital tras la muerte de Akenatón.

Tutankamón y su esposa
Después del fallecimiento de Nefertiti (a la que muchos consideran la autora intelectual de las reformas de Amarna), Akenatón tomó sucesivamente como Gran Esposa Real a dos de sus hijas. Y no sólo las nombró de modo honorífico, sino que mantuvo relaciones incestuosas con ellas buscando un heredero varón. De esas relaciones nacieron dos niñas, Meritatón-Tasherit y Anjesenpaatón-Tasherit (el sufijo “Tasherit” significa “la menor” y se ponía cuando se quería distinguir a hija y madre con el mismo nombre). Al no conseguirlo, nombró a Semenejkara (un personaje del que casi nada sabemos) su corregente, título que equivalía a nombrarlo su heredero, como ya hemos visto anteriormente.

Amón con la cara de Tutankamón
En el decimoséptimo año de su reinado Akenatón murió, probablemente de la misma enfermedad que ya se había llevado a su familia. Le sucedió su corregente, que reinó menos de un año, y que fue sucedido por un hijo de Akenatón y Kiya, otra de sus esposas. El nuevo Faraón adoptó el nombre de Tutankatón (“la viva imagen de Atón”), quién pocos años después dio marcha atrás a todas las reformas anteriores, restableció el culto politeísta encabezado por el dios Amón (tan agradecidos estaban los antiguos sacerdotes de Amón que a la estatua de Amón-Ra en Karnak le pusieron su rostro) y cambió su nombre a Tutankamón. El descubrimiento de su tumba intacta por parte Howard Carter y Lord Carnavon lo han convertido en uno de los más famosos faraones de la Historia, a pesar de que su importancia política fue muy limitada. A lo largo del tiempo, la memoria de Akenatón trató de ser borrada, llegándose al extremo de destruir su capital. El renacido poder de los sacerdotes de Amón siguió creciendo con bríos renovados, hasta el punto de que algunos siglos después, durante el Tercer Periodo Intermedio, algunos de ellos fueron faraones.

Máscara funeraria de Tutankamón
Akenatón trató de reformar un imperio anquilosado por el poder que la clase sacerdotal ejercía sobre la sociedad. No lo consiguió, y su memoria fue sistemáticamente borrada por sus sucesores. Continúa siendo uno de los más enigmáticos faraones de la antigüedad, y si son ciertas las últimas palabras que se le atribuyen, un adelantado a su tiempo:

El reino de lo eterno no tiene sitio dentro de los límites de lo terreno. Todo será como era antes. El terror, el odio y la injusticia volverán a gobernar el mundo y los hombres tendrán que volver a sufrirlo. Hubiera sido mejor para mí no haber nacido nunca, pues así no hubiera visto cuánta maldad hay en la tierra.

Esperemos que nuevos descubrimientos nos ayuden a comprender la gran importancia que su figura tuvo en su época.
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3 comentarios:

  1. Interesante la historia de Akenatón,sin duda, y bien presentada en éste artículo, en mi opinión.Aquí me llaman la atención dos cosas aparentemente inconexas: el parecido entre la reforma religiosa y algunas reformas civiles de este faraón con la religión hebrea; otra es la coincidencia de la cronología (para mí indiscutible) de la época de su reinado. Si no me equivoco, en la época de Akenatón, la nación de Israel estaba terminando de asentarse en la tierra de Canaán (habrían salido de Egipto alredeor del 1430 a. de C.) y según las promesas de Dios a Moisés, la religión de Israel se extendería a todas las naciones del mundo. Las reformas de Akenatón daban un paso inmenso en ese sentido...

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    1. En realidad, no podemos hablar de la religión hebrea como un conjunto de creencias inamovibles en el tiempo, sino que son el resultado de una constante evolución. Como ya se dice en el artículo, la abuela materna de Akenatón era de origen semita, y eso influyó en las ideas de su nieto. Asimismo, podemos también aventurar que la reforma de Akenatón influyó en las ideas religiosas judías, pues su territorio estaba bajo soberanía egipcia por entonces. La historia de las religiones es un constante intercambio de influencias entre unas y otras, como atestigua por ejemplo que los judíos introdujeran la idea de los ángeles sólo después del cautiverio de Babilonia, o que la religión musulmana esté bastante influida por ciertas ideas cristianas.

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  2. El Amarna o Ciudad de akenaton en Egipto, fue la capital del reinado del faraón Akhenatón. Su fundador quien es reconocido como el rey monoteísta y por ello se le asocia como un personaje controvertido y herético. Cuando fue fundada esta ciudad era el centro de culto del dios Atón, era una deidad solar. Está en la actualidad a unos 590 kilómetros de El Cairo. Si bien es un viaje algo alejado, vale la pena visitar los monumentos que se mantienen en pie en el presente desde la época de Akhenatón.

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