En anteriores artículos hemos narrado muertes absurdas de la
Edad Antigua y la Edad Media. Continuaremos en este contando más fallecimientos
estúpidos o ridículos de personajes de la Edad Moderna. Porque por más que
avance el hombre y más adelantos se tengan, ocurren casos en que la forma de
morir mueve más a la risa o al asombro que a la pena. Y es que, por desgracia,
uno no suele elegir la forma de abandonar el mundo de los vivos. Recordemos
ahora a aquellos que han pasado a la Historia más por su forma de morir que por
su forma de vivir.
Adolfo Federico de
Suecia, el rey que comió hasta morir
Adolfo Federico de Suecia llegó al trono en 1751 a través de
una serie de carambolas que incluían la muerte de su primo y la adopción de su
sobrino por parte de la emperatriz rusa Isabel I, y todo tras una acalorada
discusión en el Parlamento sueco, que no veía muy claro que fuera una buena
decisión convertirlo en heredero. Suecia era por aquel entonces mucho más
extensa de lo que es en la actualidad, e incluía Finlandia y algunas partes de
Alemania. Era una de las grandes potencias europeas, rivalizando directamente
con Rusia por el control del Báltico.
Está considerado uno de los monarcas más débiles de la
historia sueca. No sólo tuvo que enfrentarse a tensiones separatistas en sus
posesiones alemanas (tensiones que no sólo no logró atajar sino que se
recrudecieron a lo largo de su reinado), sino que su enemistad con los partidos
políticos del Parlamento (que tenían los curiosos nombres de Partido de los Sombreros y Partido de los Gorros) hizo que su
capacidad de decisión fuera nula. De hecho, el Parlamento hizo un duplicado del
sello del rey, de forma que cuando éste no quería aprobar alguna ley, se
sellaba con el duplicado, aprobándose igualmente.
Adolfo Federico de Suecia |
Y es que el 12 de febrero de 1771 se dispuso a dar buena
cuenta de un fastuoso banquete. Se cuenta que comió langosta, caviar, chucrut,
sopa de repollo y ciervo ahumado, todo ello regado con 4 botellas de champán.
Para redondear la comida, se sirvió su postre favorito: semla, un dulce típico sueco que contiene leche y mazapán. Quizá si
se hubiera servido dos o tres raciones la cosa no habría acabado como terminó,
pero el monarca se comió ¡14 raciones! Aquella misma noche, el rey empezó a
sentir dolores intestinales y no tardó mucho en morir. Desde entonces, se le
conoció como “el rey que comió hasta
morir”, y con esa frase se enseña su figura en las escuelas suecas.
Lully, la muerte que
vino al compás de la música
Jean Baptiste Lully, nacido en Florencia como Giovanni
Battista, fue una de las grandes figuras de la música del Barroco. No sólo fue
compositor, instrumentista y director de orquesta, sino que también fue un excelente
bailarín que llegó a bailar con el rey en 1653 en el Ballet de la Nuit. Desde que a los 10 años entrara en la corte
francesa de la mano del Caballero de Guisa, su influencia y poder se fue
acrecentando hasta llegar en 1681 al cargo de Secretario del Rey. Y todo lo
consiguió a base de astucia y su buen manejo de las intrigas.
Pero todo eso no quita que fuera un gran compositor. Ya a los
13 años mostró grandes aptitudes para el violín, y a los 20 entró al servicio
de Luis XIV como violinista y bailarín. A lo largo de los años ocupó los
puestos de Compositor de Cámara y Superintendente de la música de Su Majestad. Fue
el creador de varias formas musicales, entre las que destacan el gran Motete,
la obertura francesa y sobre todo la “tragédie
lyrique”, una adaptación de la gran ópera al modo francés, basada en
grandes tragedias clásicas y con grandes espectáculos de danza y coro (a
diferencia de la ópera italiana, que daba prioridad al lucimiento de los
cantantes). Además, colaboró regularmente con Molière, junto al que creó el
género de los “ballets cómicos”.
Jean Baptiste Lully |
En definitiva, una vida extraordinaria que se vio
ensombrecida por las circunstancias de su muerte. El 8 de enero de 1687, con 55
años, dirigió en el Convento de los Bernardos de París un Te Deum para festejar la curación del rey de una enfermedad. Dicho Te Deum había sido pagado por el propio
bolsillo del compositor, en una muestra del afecto que sentía hacia el monarca.
Por aquel entonces, el compás no se marcaba con batuta, sino con un pesado
bastón de hierro que se golpeaba contra el suelo. En uno de los golpes, Lully
no calculó bien y se dio en un dedo del pie. La herida no se curó bien, se
gangrenó y fue empeorando en los días siguientes. Se negó a cortarse la pierna
(le horrorizaba no poder volver a bailar), y la gangrena fue extendiéndose.
Falleció el 22 de marzo, y todo por un golpe mal dado y su terquedad en no
cortarse la pierna.
Pietro Aretino, otro
muerto de risa
Quienes hayan seguido los artículos anteriores sobre muertes
extrañas habrá visto que ya se han relatado varias veces la muerte de algunos
personajes por un ataque incontrolable de hilaridad. Tal fue el caso de Martín
el Humano, de Crisipo o de Zeuxis. Y es que en todas las épocas ha habido
muertes por ataques de risa, como la del rey Birmano Nandabayin, que se murió
de risa en 1599 cuando le dijeron que Venecia era un estado libre sin rey; o
como la del traductor Thomas Urquhart, que se partió al conocer la noticia del
ascenso de Carlos II al trono. Y entre carcajadas murió también el poeta
italiano Pietro Aretino.
Hijo de un zapatero y una prostituta (gustaba de decir de sí
mismo que era “hijo de una prostituta con
alma de rey”), nació en Arezzo el 20 de abril de 1492. Comenzó su carrera
satírica en su ciudad natal, de donde se trasladó a Perugia y finalmente a Roma
en 1517 (se dice que hizo el viaje andando). Allí entró al servicio de Agostino
Chigi (el protector de Rafael), aunque terminó abandonando su casa tras cometer
algunas indiscreciones. Tras ganarse poderosos enemigos con sus sátiras,
abandona Roma y viaja por toda Italia, regresando a Roma en 1523. Su segunda
estancia allí tampoco fue tranquila, pues su afilada lengua le valió la
enemistad de muchos miembros de la curia. En 1527 se trasladó a Venecia, ciudad
con fama de licenciosa, en donde permaneció hasta el fin de sus días.
Retrato de Aretino pintado por Tiziano |
Los príncipes y los nobles le buscaban para contarle los chismes
de sus rivales y pedirle que escribiera sátiras sobre ello, pero también para
pedirle que compusiera halagos sobre su persona. Por ambas cosas cobraba, y los
que ostentaban el poder le cubrían de regalos. Llegaron a cuñarse monedas en su
honor (en una de ellas se leía la leyenda “Los
príncipes que reciben los tributos de los pueblos, pagan tributo a su servidor”).
Claro que, si consideraba el regalo insuficiente, su afilada lengua no se
detenía. Al canciller de Francia, que le envió una suma de dinero que Aretino
juzgó escasa, le respondió “No os
sorprenda si me callo. He consumido mi voz para pedir; no me queda más para
agradecer”.
Autor de los “Sonetos
lujuriosos” (de los que se decía que había un ejemplar en cada lupanar de
Italia), inspirados en grabados eróticos de Raimondi, de obras satíricas como “La cortesana” (parodia de “El cortesano” de Baldassarre), de
comedias y libelos, pero también de sermones y vidas de santos (aunque llenas
de una profunda ironía), su muerte no pudo ser más ridícula. Una de sus
hermanas le contó una aventura obscena
de la que al parecer se jactaba. Aretino empezó a reír violentamente. A partir
de aquí hay dos versiones. Una de ellas dice que sufrió un ataque de apoplejía.
Otras fuentes señalan que cayó de espaldas de su silla dándose un golpe fatal
en la cabeza. En cualquier caso, una muerte digna de la comedia que llevó por
vida.
Abraham de Moivre,
el hombre que predijo su propia muerte
Nacido en Francia en 1667, Abraham de Moivre fue un brillante
matemático. Fue conocido por la fórmula de Moivre (que conecta números
complejos y trigonometría), además de por sus trabajos en los campos de la
probabilidad y la distribución normal. Mantuvo una gran amistad con Newton y
Halley, y se contaba que cuando alguien iba a consultar a Newton sobre algún
problema matemático, siempre contestaba “vayan
con Abrahám de Moivre a consultar esto; él sabe mucho más que yo de estas cosas”.
En 1685, tras la promulgación del Edicto de Fontainebleau por
el que sólo se reconocía en Francia la práctica de la religión católico, de
Moivre, de religión calvinista, tuvo que huir a Gran Bretaña. Allí entabló
amistad con los citados Newton y Halley, y esta amistad le valió para ser
elegido miembro de la Royal Society
en 1697. No obstante, fue pobre toda su vida, teniendo que conseguir dinero
como consultor de sindicatos de seguros y apuestas, dando clases o jugando al
ajedrez. Nunca ocupó puesto alguno en la universidad y sus trabajos no llegaron
a ser reconocidos por la comunidad científica hasta después de su muerte. Murió
ciego y solo.
Abraham de Moivre |
En cuanto a su muerte, se dice que observó que cada día dormía 20 minutos más que el anterior (algunas fuentes dicen que 15). Así que de Moivre supuso que moriría cuando su sueño llegara a durar 24 horas. Con ese supuesto en mente, calculó la fecha de su muerte, y tan seguro estaba de su razonamiento que lo anunció. Cuando llegó el citado día (27 de noviembre de 1754), de Moivre fue encontrado muerto en su cama. Tenía 87 años de edad y estaba ciego. Y aunque ninguna fuente contemporánea relata este episodio, por lo que muy probablemente sea una exageración, no deja de ser curioso que en su parte de defunción figure como causa de la muerte “somnolencia”.
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