¿A quién se le ocurre morirse así? Cuarta parte

Cuarta y última entrega sobre muertes extrañas, estúpidas o absurdas. En las tres entregas anteriores repasamos algunas ocurridas a personajes de la Edad Antigua, la Edad Media y la Edad Moderna. Es el turno de la Edad Contemporánea, una época donde generalmente todo está mucho mejor documentado, y quizá por eso se conocen más muertes de este tipo. He reseñado aquí las que me han parecido más interesantes, sin perjuicio de que los lectores tengan otras que contar. Pasen y vean.


Isabel de Braganza, la reina que murió por morir antes

Hija primogénita del rey Juan VI de Portugal, fue la segunda esposa del rey de España Fernando VII, con quien se casó en el año 1816. El matrimonio obedecía a una cuestión de Estado: consolidar las relaciones que existían entre ambos reinos. Fue uno de los muchos matrimonios consanguíneos que se dieron en todas las monarquías europeas, ya que los contrayentes eran tío y sobrina. Pero parece que esa circunstancia no arredró al fogoso Fernando, famoso por su lujuria.

Esta reina destacaba por su cultura y su gran amor a las artes. De ella fue la idea de reunir las obras de arte que se habían ido acumulando en el tiempo por los monarcas españoles en un museo real. Dicho museo fue el germen del futuro Museo del Prado. Pero también destacaba por ser una mujer de embarazos y partos difíciles. En 1817, después de un complicado embarazo, había dado a luz una niña que murió a los 4 meses; así que su salud se encontraba muy afectada cuando se quedó nuevamente embarazada poco después. Pocos apostaban porque el embarazo llegara a buen término, pero contra todo pronóstico la reina aguantó y el 26 de diciembre de 1818 se puso de parto.

Isabel de Braganza
Y como era de esperar, fue un parto difícil y laborioso. En el trascurso del alumbramiento, la reina perdió el conocimiento, y los médicos que la atendían creyeron que aquello no era un simple desvanecimiento, sino que había pasado a mejor vida. Así que decidieron hacerle una cesárea urgente con el fin de salvar la vida del niño. Lo que ocurrió después fue una carnicería; la reina, que en realidad no estaba muerta, al sentir que le abrían las carnes, se despertó y empezó a gritar “estoy viva, estoy viva”. Los médicos, después de casi morirse del susto, intentaron arreglar el desaguisado, pero ya era tarde.

Isabel murió poco después, y tampoco se pudo salvar al hijo que llevaba en su seno. La reina que murió dos veces se encuentra enterrada en el panteón de Infantes del Monasterio de El Escorial, y no en el Panteón de los Reyes, ya que éste tradicionalmente ha quedado reservado a las reinas consortes que han sido madres de rey.

Frank Hayes, el jockey que ganó una carrera después de muerto

En 1923, Frank Hayes era un mozo de cuadra de 35 años que trabajaba en el hipódromo neoyorkino de Belmont Park. Su sueño siempre había sido ser jockey, pero no había pasado de montar a los caballos en los entrenamientos (salvo en una ocasión en que había podido disputar una carrera, sin mucho éxito). Lo malo es que 35 años ya es una edad avanzada para empezar a ser jockey, y Hayes lo sabía, así que tenía que convencer a alguien cuanto antes de que le permitiera montar. Naturalmente, ningún entrenador ni propietario de caballos quería darle dicha oportunidad, en parte por la edad y en parte por la inexperiencia.

Sin embargo, consiguió convencer a la señorita Frayling de que le permitiera montar a su yegua Sweet Kiss (Dulce beso) en una carrera que tendría que celebrarse el 4 de junio. Frayling pensó que, de todas formas, su yegua tenía pocas posibilidades de ganar la carrera, así que poco importaba que la montara un jockey viejo e inexperto. La carrera se disputaría sobre dos millas y en su recorrido los caballos se encontrarían con 12 obstáculos. Durante las semanas anteriores a la competición, Hayes se sometió a una estricta dieta para perder peso y a un duro programa de entrenamientos. Pero el esfuerzo mereció la pena, ya que el 4 de junio, Hayes y Sweet Kiss se encontraban en la línea de salida, aunque hay que decir que poca gente confiaba en el tándem, pues las apuestas estaban 20 a 1 en su contra.

Frank Hayes
Comenzó la carrera, y sorprendentemente Hayes se puso en cabeza. Mantuvo una holgada ventaja de dos cuerpos durante la primera milla. Fue entonces cuando el favorito se empezó a acercar a él. Durante toda la segunda mitad del recorrido, ambos caballos cabalgaron emparejados, ya que el favorito corría más en terreno liso pero Sweet Kiss recuperaba terreno en los saltos. La recta final fue muy emocionante, y finalmente Hayes y su yegua ganaron por el exiguo margen de una cabeza.

La alegría de la dueña de la yegua fue inmensa y corrió a felicitar al jockey. Pero algo raro pasaba; Hayes no estaba erguido sino recostado sobre la silla, y no se movía. Cuando llegaron hasta él, comprobaron que estaba muerto. Parece ser que sufrió un ataque al corazón en el trascurso de la carrera fruto de los esfuerzos para prepararse y de la emoción de ir en cabeza. Hayes se convirtió así en el único jockey en ganar una carrera después de muerto. En cuanto a la yegua, nadie más quiso montarla, y de hecho acabó siendo conocida con el apodo de Sweet Kiss of Death (El dulce beso de la muerte).

Efecto dominó mortal

En 1988 sucedió en Buenos Aires, la capital de Argentina, una de esas extrañas casualidades que a veces se dan en la vida. Un cúmulo de circunstancias encadenadas hizo que se sucedieran algunas muertes en cadena. Dio mucho que hablar en su momento, y aunque no está involucrado ningún personaje histórico, el suceso es lo bastante interesante como para que lo reseñemos aquí.

Todo empezó cuando la familia Montoya se marchó de vacaciones. No sabemos si porque el sitio donde iban no admitía mascotas o porque sencillamente no querían llevárselo, se dejaron en casa a su perrito pequinés, de nombre Sparky. Un vecino se encargaría de llevarle comida regularmente y, supongo, sacarlo a pasear de vez en cuando para que pudiera aliviarse. El problema era que los Montoya vivían en la decimotercera planta de un edificio, y parece ser que el vecino que cuidaba a Sparky se dejó abierta la puerta del balcón.

Perro pequinés, parecido a Sparky
El pequinés, siempre curioso y quizá aburrido de estar solo, decidió asomarse al balcón. Estando asomado viendo lo que pasaba trece pisos más abajo, perdió el equilibrio, y debido a su pequeño tamaño se coló entre los barrotes del balcón y cayó al vacío. Fue entonces cuando empezó el efecto dominó. Porque la casualidad o la mala suerte hicieron que cayera sobre la cabeza de una anciana de 75 años, que murió en el acto.

Como es habitual en estos casos, el ruido de la caída y los gritos de los que estaban alrededor empezaron a congregar a una pequeña multitud de gente alrededor, algunos intentando auxiliar y otros, sencillamente, atraídos por el morbo de la escena. Una de las personas que se acercó al lugar fue Edith Solá, de 46 años, que se encontraba en la acera opuesta de la calle cuando todo sucedió. Quiso aproximarse al lugar de los hechos, pero lo hizo sin mirar a ambos lados de la calle antes de cruzar… y sucedió lo que tenía que suceder: un coche la atropelló.

Pero la cosa no acaba aquí. Varias personas se desmayaron al ver lo sucedido. Uno de ellos fue un anciano, cuyo corazón no pudo soportar la visión y falleció de un infarto camino del hospital. Fue el tercer muerto. El caos inundó la calle. Afortunadamente no hubo que lamentar más muertes, aunque 3 en un rato es una cifra bastante elevada. Uno de los testigos, quizá exageradamente, afirmó “parecía un atentado, había cadáveres por todos lados”. Y todo porque los Montoya no se llevaron a Sparky de vacaciones.

Félix Faure, una muerte de lo más embarazosa

A este Presidente de la República Francesa entre los años 1895 y 1899 no se le recordará por haber hecho fortuna después de trabajar humildemente como curtidor y mercader. Ni por haber sido nombrado secretario de colonias en dos ocasiones y en dos gobiernos distintos. Ni por haber ostentado el cargo de ministro de Marina. Ni por haber sido sorprendentemente elegido Presidente de la República tras aunar tras de sí a la derecha y a los moderados (más teniendo en cuenta que él se proclamaba de izquierdas). Ni por haber reforzado la alianza franco-rusa. Ni por haber concedido la amnistía a los anarquistas. Ni siquiera por haberse conquistado Madagascar durante su mandato. No, a François Félix Faure se le recordará por dos cosas: el vergonzoso caso Dreyfuss y, sobre todo, por las no menos vergonzosas circunstancias de su muerte.

Faure era un hombre coqueto, que acostumbraba a cambiarse de ropa varias veces al día y que incluso llegó a proponer (sin éxito) la creación de un pomposo uniforme para sí mismo (se cuenta que se le llamaba “el Presidente Sol”, en un evidente paralelismo a Luis XIV). Y también era un hombre atractivo y mujeriego. Coleccionaba amantes, pero su relación más duradera fue con Marguerite Steinheil, casada con el pintor Adolphe Steinheil, quien consentía la relación a cambio de encargos oficiales (de hecho, varias de sus obras aún pueden verse en edificios públicos de París). No obstante, a la señora no le gustaba ser tildada de amante del Presidente, así que se definía como “consejera” que acudía todos los días a “despachar” con Faure.

Félix Faure
Y como todos los días, el 16 de febrero de 1899 acudió al Palacio del Elíseo a “despachar” con él. Sus encuentros solían hacerse en el Salón Azul, una discreta estancia en la planta baja a la que se entraba directamente desde los jardines. Para avisar que la dama estaba allí, un bedel debía hacer sonar una campanilla. Sin embargo, ese día la campanilla sonó no cuando estaba Marguerite, sino cuando estaba en ella el arzobispo de París. Ajeno al error, Faure se tomó su habitual pastilla excitante (algo parecido a la actual Viagra, pero más tóxica). Cuando entró en la sala, no tuvo más remedio que atender al arzobispo y después también al Príncipe de Mónaco. Cuando finalmente se presentó la señora, Faure se tomó otra pastilla, pues los efectos de la anterior parecían haber pasado.

Unos minutos después, empezaron a oírse gritos. Cuando el personal entró en la sala, vieron a Faure sufriendo un ataque de apoplejía mientras agarraba el cabello de su amante, que hasta hacía un instante le estaba practicando una felación. Los asistentes tuvieron que cortar el mechón de pelo de Marguerite para que pudiera liberarse y salir de allí, presa de un ataque de histeria. Faure seguía vivo, pero murió pocas horas después.

Las circunstancias de la muerte de Faure pronto se hicieron del dominio público, y empezaron a circular bromas y chistes sobre ello. A Marguerite se la empezó a llamar “la pompa fúnebre”, en un juego de palabras con el verbo pomper, que en argot significa “hacer una felación”. Asimismo, y jugando con el mismo significado equívoco, Clemenceau dijo de Faure que “Deseó ser como César, pero terminó como Pompeyo”. E incluso se escribieron obras de teatro satíricas sobre el tema, como “La amante del presidente” de Jean-Pierre Sinapi.

Después de aquello, Marguerite siguió con su estilo de vida. En sus memorias narró que siguió teniendo amante, entre los que se incluyeron al rey Sisowath de Camboya. En 1908 fue acusada del asesinato de su marido el pintor y de su madrastra, que aparecieron asfixiados (y eso a pesar de que la propia Marguerite también apareció atada y amordazada en la escena del crimen), aunque finalmente fue absuelta. Emigró a Gran Bretaña, donde se casó con un barón inglés al que sobrevivió 27 años. Murió finalmente en 1954, en un asilo de ancianos.

¿Y en este artículo no hay muertos de risa?

Pues sí que los hay, como en todas las épocas. Vamos a verlos brevemente en los siguientes párrafos.

La noche del 21 de octubre de 1893, estando en una cena en casa del doctor Lucas de los Santos Lamadrid, el poeta y escritor modernista cubano Julián del casal murió súbitamente cuando uno de los comensales contó un chiste que le provocó un severo ataque de risa. El ataque de risa fue acompañado de una hemorragia y la mortal rotura de un aneurisma.


En 1975 Alex Mitchell, un albañil de 50 años de edad de King’s Lynn, Inglaterra, literalmente se murió de risa mientras miraba un episodio de la serie “The Goodies”. Después de veinticinco minutos de risa continuada, Mitchell finalmente colapsó en el sofá y murió como consecuencia de un ataque cardíaco. Su viuda le envió después una carta a los productores de la serie agradeciéndoles por haber hecho que los últimos momentos de vida de Mitchell hubieran sido tan agradables.

En 1989, el otorrinolaringólogo danés Ole Bentzen murió viendo un programa de televisión. Se estima que su corazón alcanzó un ritmo de 250 a 500 latidos por minuto, antes de que sufriera un ataque cardíaco.

En el 2003 Damnoen Saen-um, un vendedor de helados tailandés, se murió de risa mientras dormía a la edad de 52 años. Su esposa lo intentó despertar pero no tuvo éxito, y finalmente tras dos minutos de risa continua expiró.

Así que ya saben, rían con moderación, que la risa es para vivir mejor, no para morir de ella.
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