Sertorio, el héroe olvidado

Entre todos los personajes olvidados de la historia de España, ocupa un lugar muy especial Quinto Sertorio. Este general romano trató de establecer en Hispania una base desde la que tomar el poder en Roma, encabezando tropas indígenas (íberas y lusitanas) y manteniendo en jaque a la República durante 10 años hasta su asesinato en el 72 a.C. Mitificado como héroe nacional de España, su recuerdo ha quedado eclipsado por la misma causa que la de todos los generales vencidos: la historia la escriben los que les vencen.

Muerte de Sertorio, en un grabado del siglo XIX
Inteligente, valiente y decidido, Sertorio destacó por su férrea oposición a la dictadura que Sila impuso tras la primera Guerra Civil de Roma. Uniendo bajo su mando a varias tribus hispanas, que lo vieron como a un libertador, creó lo que en la práctica fue un estado independiente en la Península Ibérica. Sólo el acoso de los ejércitos al mando de Pompeyo pudo hacer que fuera perdiendo terreno. Su muerte a manos de algunos de sus colaboradores marcó el fin de ese sueño de libertad.

Juventud y campaña contra Cimbrios y Teutones

Quinto Sertorio nació en el 122 a.C. en Nursia, ciudad de la Sabinia, en el seno de una familia perteneciente a la clase ecuestre. Su linaje no era demasiado conocido, aunque estaba relacionado con la aristocracia a través de su tío Cayo Mario. De niño quedó huérfano de padre, por lo que fue educado por su madre, por la que sentía auténtico fervor. Pronto empezó a destacar como orador, algo que le abría de par en par las puertas de la política, pero al joven Sertorio lo que le gustaba en realidad era el ejército, y a él se dedicó en cuerpo y alma. Al poco de ingresar en él, tuvo su primera oportunidad de destacar durante la invasión de los Cimbrios y los Teutones.

Legionarios romanos
En el año 106 a.C., cuando contaba con sólo 16 años, Sertorio servía en el ejército que Roma mandó a los pasos alpinos para detener la invasión de esas tribus germanas. Al mando de dicho ejército estaban los cónsules Quinto Servilio Cepión y Gneo Malo Máximo. La enemistad entre ambos era manifiesta, y unido a su falta de coordinación, hizo que fueran derrotados en Arausio y acorralados contra el río Ródano. Sertorio logró escapar de la matanza cruzando a nado el río, a pesar de tener puesta la armadura y de la fuerte corriente. La mayoría de sus compañeros no tuvo tanta suerte.

Los Cimbrios y los Teutones, junto a otra tribu gala, los Tigurinos, se unieron de nuevo en el 102 a.C. para invadir Italia. Cayo Mario fue nombrado cónsul y puesto al mando del ejército romano mandado para detenerlo. Los invasores cometieron el error de separarse, y Mario lo aprovechó para derrotar a los Teutones en Aquae Sextiae (la actual Aix-en-Provence) y posteriormente a los Cimbrios en Vercelas. Sertorio destacó en la campaña en un episodio en el que se infiltró en el campamento enemigo disfrazado de galo. Aprovechando su conocimiento de la lengua celta, pudo informar a Mario de los efectivos y los planes de batalla. Esta hazaña le fue recompensada con un premio al valor.

La Guerra Social y el comienzo de la Guerra Civil

Su comportamiento en la campaña sirvió para que fuera nombrado Tribuno Militar en el 97 a.C. y enviado a Hispania. Allí ganó una corona gramínea (la más alta condecoración romana) al reprimir exitosamente en el 93 a.C. una revuelta de los celtíberos en Cástulo (la actual Linares). Poco después estalló la llamada Guerra Social entre Roma y sus aliados italianos, que pedían tener derecho a la ciudadanía romana.

Cayo Mario
En el año 90 a.C. Sertorio fue nombrado cuestor de la Galia Cisalpina y encargado por el Senado de reclutar un ejército. Cumplió su cometido rápidamente, destacando por su buena organización. Eso hizo que fuera promovido al cargo de Legado, participando activamente en la campaña. En el curso de una batalla, perdió un ojo, algo de lo que toda su vida se sintió orgulloso al considerarlo una muestra de valor en el combate y una condecoración que siempre llevaría puesta.

Finalizada la Guerra Social en el 88 a.C. con la “Ley Plautia Papiria”, que concedía la ciudadanía romana a los que abandonaran las armas, Sila fue elegido cónsul. Sertorio, por su parte, recibió una ovación en Roma (el segundo recibimiento más importante tras el triunfo) y pidió ser nombrado Tribuno de la Plebe, pero el partido aristocrático, comandado por Sila, se opuso. Estaba entonces en su apogeo la guerra contra el rey Mitrídates de Ponto, y Sila fue puesto al mando del ejército que salió a oponérsele.

Mario, envidioso del poder y el prestigio que Sila alcanzaría en la campaña, pidió al Senado revocar su mando y dárselo a él. Sila no aceptó la intromisión y marchó sobre Roma al frente de sus seis legiones. Acababa de iniciarse la primera Guerra Civil de la historia de Roma, entre los partidarios de Mario y Sila.

La victoria de Sila y la llegada de Sertorio a Hispania

Por primera vez, un ejército romano entraba armado en la ciudad. Mario, que había reclutado una legión con esclavos, libertos y gladiadores, era consciente de que su ejército no era rival frente a los curtidos legionarios de Sila, por lo que se retiró a África en busca de apoyos. Tras asegurarse Roma, Sila marchó a la guerra contra Mitrídates dejando la ciudad en manos de los cónsules recién elegidos, Cinna y Octavio. Pero Cinna no tardó en pasarse al bando de Mario.

Lucio Sila
Sertorio, que luchaba en el bando de los populares de Mario, formó una legión con veteranos de la Guerra Social y avanzó junto a Cinna sobre Roma (87 a.C.). A esta legión se unieron las tropas de Mario, ya de vuelta. Tomaron la ciudad fácilmente, y los gladiadores y libertos de Mario realizaron una masacre, matando a más de 100 nobles, incluido al cónsul Octavio. Sertorio se opuso a esta matanza, y tras cinco días ordenó a sus tropas que exterminaran a los 4.000 “soldados” de Mario e impusieran el orden en la ciudad. Mario, sorprendentemente, no hizo nada para oponerse.

Mario murió repentinamente en el 86 a.C., dejando una muy importante crisis de liderazgo. Las rencillas, las traiciones y los motines no tardaron en aparecer. Sertorio, que no aguantaba la situación, pidió ser nombrado pretor. El cargo le fue concedido y marchó a Hispania en el 83 a.C., poco antes de que Sila derrotara al ejército de los populares (82 a.C.) y se asegurara el dominio absoluto del poder.

Sila empezó una terrible represión, ejecutando 3.000 prisioneros e iniciando las proscripciones. Estas consistían en la persecución a muerte del proscrito y la incautación de todos sus bienes. Una de las víctimas fue Julio César (aunque logró salvar la vida), pero no fue el único. 80 senadores, 1.600 équites y 4.700 ciudadanos murieron de esta forma. Los bienes incautados permitieron enriquecerse, entre otros, a los posteriormente famosos Craso y Pompeyo.

Naturalmente Sertorio se encontraba entre los proscritos. Sila anuló su nombramiento y nombró a Lucio Valerio Flaco como gobernador de la Hispania Citerior. Para permitirle tomar posesión de su cargo, un ejército comandado por Cayo Annio lo acompañaba. Comenzaba así la guerra que Sertorio mantuvo contra Roma y que duró 10 largos años.

La embajada de los lusitanos y la cervatilla blanca

Desde su llegada a Hispania, Sertorio había tratado de ganarse a la población con medidas tales como el trato afable, la exención de impuestos y el levantamiento de la obligación de alojar a los soldados en casas de civiles en las poblaciones. Además había fortificado los pasos estratégicos de los Pirineos con 6.000 hombres, a los que puso al mando de su lugarteniente Livio Salinator.

Retrato de Sertorio
El general del ejército enviado contra él decidió no atacar las fortificaciones y sobornó a un soldado para que asesinara a Salinator. Una vez muerto este, el resto de las tropas se rindió y abrieron los pasos. Sertorio sólo contaba con 3.000 hombres, por lo que decidió no presentar batalla y escapó a Cartago Nova (la actual Cartagena) para desde allí embarcarse hacia Mauritania. Tras una odisea de viaje, en la que Plutarco cuenta que se alió con los piratas cilicios para saquear las Baleares, Sertorio llegó a su destino en el 81 a.C.

En Mauritania se encontró en medio de una guerra civil entre el rey Ascalis, amigo del partido de los optimates dominante en Roma, y los rebeldes, que apoyaban a los populares. Por supuesto, tomó partido por los rebeldes y consiguió deponer al rey, lo que provocó que Roma mandara a la zona un ejército al mando del general Paciano. Sertorio se enfrentó a ese ejército y lo derrotó completamente, muriendo el propio Paciano en la batalla. Los soldados vencidos, sin jefe ni medios para regresar, se pasaron al bando de Sertorio, que se sintió lo bastante fuerte para tomar la ciudad de Tingis (la actual Tánger), y su saqueo le permitió contar con medios para aumentar su ejército.

Fue allí donde Sertorio recibió una embajada de los lusitanos que le pidieron que los dirigiera en un nuevo levantamiento contra Roma. Sertorio y los lusitanos no tenían los mismos objetivos, pues uno quería hacerse con el poder en Roma y los otros deseaban expulsar a los romanos de Hispania, pero compartían un enemigo común: Sila. Así pues, Sertorio aceptó el ofrecimiento y desembarcó en Baelo (cerca de la actual Tarifa) con un ejército de 2.600 soldados y 700 auxiliares mauritanos, una de las infanterías ligeras más eficaces de la época. Antes, había derrotado al propretor Cotta en una batalla naval cerca del puerto de Melaria y poco después al prefecto Aufidio a la orilla del río Betis (el actual Guadalquivir). Tras eso, se internó en la Lusitania. Al poco, se ganó el apoyo total de los lusitanos no sólo por su personalidad y cualidades, sino también por su mascota, una cervatilla blanca perfectamente amaestrada y de la que hizo correr la voz de que le había sido enviada por la diosa Diana, que tenía el don de la profecía y le hablaba en sueños. 4.000 infantes y 600 jinetes lusitanos se unieron a su ejército, y además le nombraron su caudillo. Era el año 80 a.C., y Sertorio empezaba a ser algo más que una molestia para Sila y para Roma.

Primeros éxitos y fundación de la Academia de Osca

Hispania estaba por aquel entonces dividida en dos provincias, la Hispania Citerior con capital en Tarraco (actual Tarragona) y la Hispania Ulterior, con capital en Corduba (la actual Córdoba). Puesto que la provincia Citerior estaba más romanizada debida a su mayor cercanía con Roma, Sertorio empezó a ganar apoyos en la Ulterior, donde había un mayor sentimiento antirromano. Sila, viendo que podía perder una de las provincias más ricas, envió en el 79 a.C. a dos legiones al mando de Quinto Cecilio Metelo. Metelo era un comandante sumamente prestigioso, pero demasiado viejo y convencional para enfrentarse a las tácticas de Sertorio, basadas en atacar con fuerzas ligeras y retirarse con rapidez. Con muchos menos hombres, Sertorio le estaba poniendo en graves aprietos.

Guerreros lusitanos
Viendo las dificultades de Metelo, un ejército de la Hispania Citerior acudió en su ayuda. Sertorio, habiendo previsto la maniobra, envió a su lugarteniente Hirtuleyo a detenerlo, cosa que consiguió, avanzando incluso más hacia el nordeste y derrotando en Ilerda (la actual Lérida) a las tropas que el gobernador de la Galia Narbonense había mandado como ayuda.

Metelo intentó provocar a Sertorio para que combatiera en campo abierto, pero al no conseguirlo, cambió de táctica y sitió la ciudad de Lacóbriga con la intención de cortar al enemigo su abastecimiento. Sin embargo, el resultado fue el contrario, pues Sertorio acudió en ayuda de la ciudad y obligó a levantar el sitio, haciendo que las tropas de Metelo tuvieran que retirarse hacia el Guadiana. Sertorio dejó a Hirtuleya defendiendo la Lusitania y marchó hacia el Ebro hasta Calagurris (la actual Calahorra), donde en el 77 a.C. estableció su capital.

Sertorio se había convertido en un experto de la guerra de guerrillas, y le sacaba el máximo provecho. Siempre estaba en movimiento, atacando las rutas de abastecimiento enemigas y hostigando sus campamentos, ocultando sus tropas después en terrenos escarpados y de difícil acceso. Seguir estas tácticas requería de sus hombres grandes sacrificios, como dormir al raso o hacer largas marchas con pocos víveres. Pero el carisma de Sertorio y su buen trato hacia las tropas hacían que sus hombres lo aguantaran gustosos.

Representación de legionarios romanos
Además, contaba con el cariño de la población (cosa que conseguía rebajando impuestos, por ejemplo), lo que aprovechó para reclutar más hombres para su ejército. Sertorio enseñó a combatir a sus tropas al estilo romano, de forma ordenada y disciplinada, y les proveyó de un buen equipo militar. En el plano político, creó un Senado con representantes de todos sus aliados (él se reservó sólo el título de procónsul) e instituyó en Osca (la actual Huesca) una academia para que los hijos de los jefes de las principales tribus hispanas tuvieran una educación romana, algo de lo que sus padres se sentían orgullosos.

Sus triunfos atrajeron a Hispania a algunos enemigos de Sila. El más importante fue Perpenna, que trajo consigo un ejército con el que intentó primero hacer la guerra por su cuenta y que acabó uniéndose al de Sertorio. En ese momento, sus tropas contaban con 8.000 jinetes y 60.000 soldados de infantería, un ejército formidable. Sertorio dominaba la Hispania Citerior y gran parte de la Ulterior, y estaba en el apogeo de su poder.

La llegada de Pompeyo

Roma, decidida a acabar de una vez por todas con la rebelión, envió un potente ejército con 50.000 soldados y 1.000 jinetes. Al mando de las tropas puso al que por entonces era un joven y brillante general, Gneo Pompeyo Magno. Pompeyo cruzó los Pirineos en el 76 a.C. Inmediatamente trató de liberar el asedio que sufría la ciudad de Lauro (la actual Liria), pero fracasó estrepitosamente. Murieron alrededor de 20.000 de sus hombres y tuvo que retirarse.

Pompeyo el Grande
Al año siguiente, y ya con las tropas de Metelo colaborando con las de Pompeyo, el curso de la guerra comenzó a cambiar. Metelo derrotó a Hirtuleyo y destruyó su ejército, saliendo después a marchas forzadas para unirse a Pompeyo. Este por su parte derrotó a  Herennio (otro lugarteniente de Sertorio) y tomó la ciudad de Valentia Edetanorum (la actual Valencia). Poco después, tuvo un encuentro con el ejército de Sertorio a orillas del río Sucro (posiblemente el actual Júcar). El resultado de la batalla fue incierto, puesto que ambos bandos tuvieron pérdidas similares, y la llegada de Metelo obligó a Sertorio a retirarse antes de quedar rodeado. Un posterior enfrentamiento arrojó el mismo incierto resultado, quedando herido el propio Metelo. Esto y la falta de víveres obligaron a Pompeyo a retirarse para pasar el invierno en territorio vascón, donde fundó la ciudad de Pompaelo (la actual Pamplona). Por su parte, Metelo se refugió en la Galia, desde donde ofreció la recompensa de 100 talentos de plata a quién diera muerte a Sertorio.

Por su parte, Sertorio se decidió a sellar una alianza con el rey Mitrídates del Ponto, que estaba preparando otra guerra contra Roma. Envió a Asia Menor una pequeña parte de sus tropas a cambio de la exorbitante cantidad de 3.000 talentos de oro. Con ese dinero, Sertorio podía abastecer a sus tropas durante mucho tiempo. Contaba además con que una guerra en Asia Menor haría que Roma retirara parte de las tropas de Hispania para enviarlas allí. Así pues, a fines del año 75 a.C. Mitrídates invadió el reino de Armenia, aliado de los romanos. Sin embargo, Roma no desvió tropas del frente hispano y Sertorio tuvo que prepararse para soportar otra ofensiva al año siguiente.

Monedas con la efigie de Mitrídates
Y en efecto, en el año 74 a.C. Pompeyo y Metelo empezaron dicha ofensiva. El objetivo esta vez fue destruir las bases de abastecimiento de Sertorio. Quemaron campos y destruyeron los almacenes de víveres de las ciudades aliadas, llegando a poner bajo asedio la misma Calagurris. Sin embargo, Sertorio en persona comandó sus tropas y obligó a retirarse a ambos generales romanos.

En el año 73 a.C. Pompeyo (ahora en solitario) inició una nueva campaña. Tomó casi todas las ciudades importantes aliadas de Sertorio, que decidió hacerse fuerte en el valle del Ebro en torno a las ciudades más fieles a él: Ilerda, Osca y Calagurris. Se encontraba cada vez más escaso de suministros, pero su principal problema lo tenía en casa. En efecto, su aliado Perpenna buscaba obtener el mando supremo y no dejaba de agitar los ánimos contra Sertorio, al que acusaba de cobarde por sus tácticas guerrilleras y que estaba en contra de la política de buena voluntad con los hispanos, a los que consideraba “bárbaros inferiores”. Las continuas deserciones de los aliados provocaron la furia de Sertorio, que en represalia asesinó a los jóvenes estudiantes de la academia de Osca, muchos de los cuales eran los hijos de jefes hispanos. A los que no mató, los vendió como esclavos.

La muerte de Sertorio

Perpenna decidió acabar de una vez con Sertorio para hacerse así con el mando de las tropas. En el año 72 a.C., tras conjurarse con varios comandantes, invitó a Sertorio a una cena para celebrar una supuesta victoria. Entre todos los conjurados lo agarraron y lo cosieron a puñaladas, sin que Sertorio pudiera defenderse. Llegaba así a su fin una vida extraordinaria.

Representación de la muerte de Sertorio
Tras su muerte, los pocos aliados hispanos que quedaban desertaron y pactaron su rendición con Pompeyo. Perpenna, feliz de que los “bárbaros inferiores” se marcharan, quedó al mando de los soldados romanos que quedaban. Abandonó las tácticas de guerrillas y se enfrentó en campo abierto a Pompeyo, que lo derrotó completamente. El propio Perpenna fue capturado. Para salvar su vida, ofreció a Pompeyo revelar los nombres de los aliados de Sertorio en el Senado de Roma, pero Pompeyo, temiendo que Sila decretara una nueva ola de proscripciones, lo mató en el acto.

Sólo las ciudades de Tiermes, Uxama, Clunia y Calagurris se mantuvieron leales. Los legionarios romanos las fueron tomando una a una. Es llamativo el caso de Calagurris, donde se decía que los habitantes habían recurrido al canibalismo antes de rendirse a las tropas pompeyanas. De hecho, hasta bien entrado el Imperio, se hablaba de la “fames calagurritana”. Pompeyo tuvo que regresar a Roma precipitadamente para ayudar a Craso en la revuelta de esclavos comandada por Espartaco, pero finalmente pudo celebrar su triunfo en el año 70 a.C.

Sertorio fue mitificado como héroe nacional español, pero su recuerdo apenas llega al gran público. Pudo haber sido rey o dictador, pero prefirió ser el primero entre iguales. De él quedan las palabras que Plutarco le dedicó: “Sertorio, del cual se hallará haber sido más contenido que Filipo en el trato con mujeres, más fiel que Antígono con sus amigos, más humano que Aníbal con los contrarios, y, no habiendo sido inferior a ninguno en la prudencia, fue muy inferior a todos en la fortuna, la que siempre le fue más adversa que sus más poderosos enemigos. Y, sin embargo, desterrado y extranjero, nombrado caudillo de unos bárbaros, fue digno competidor de la pericia de Metelo, de la osadía de Pompeyo, de la fortuna de Sila y de todo el poder de los romanos”.
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