Sin duda alguna, el sueño de todo general es ganar las
batallas sufriendo muy pocas bajas y causando en el enemigo un grave daño en
forma de muertos y prisioneros. Algunos casos así se han dado en la historia,
desde la batalla de Cannas (entre Aníbal y Roma) hasta la de Bicoca (entre
españoles y franceses). Pero el colmo de este sueño es que tu propio enemigo
haga todo el trabajo y se mate entre sí sin que uno mismo tenga que mover un
solo dedo. Esto fue lo que pasó en la batalla de Karánsebes, considerada por
muchos la batalla más absurda de la historia.
Representación de la Batalla |
La guerra Ruso-Turca de 1787 a 1792
Muchos conflictos bélicos son nombrados como guerra
Ruso-Turca. Los dos imperios llevaban enfrentándose a intervalos desde 1568 y
no dejarían de hacerlo hasta 1918, al final de la I Guerra Mundial. Esta a la
que me refiero era ya la octava en la que ambos imperios medían sus fuerzas, y
aún habrían de hacerlo otras cinco veces más.
En esta ocasión, el enfrentamiento se produjo al
intentar el Imperio Turco reconquistar los territorios perdidos en la anterior
guerra, producida entre 1768 y 1774. En particular, a los turcos les escocía
la anexión de Crimea por parte del Imperio Ruso. Esto y algunos incidentes más,
agravados por el apoyo a la guerra que los embajadores británico y francés
dieron a los partidarios de un nuevo conflicto, hizo que los acontecimientos se
precipitaran.
Lo que no sabían los turcos es que junto al Imperio
Ruso luchó el Sacro Imperio Romano Germánico, más conocido por su nombre
posterior de Imperio Austrohúngaro. Este hecho lo conocieron cuando ya era
demasiado tarde, de modo que se vieron en guerra contra dos de los mayores y
más poderosos ejércitos de Europa, siendo ellos mismos un gigante con pies de
barro que apenas era una sombra de las huestes que algunos siglos antes habían
amenazado con conquistar todo el continente europeo.
Llega el ejército austriaco
La tarde del 17 de septiembre de 1788, un ejército
austriaco de más de 100.000 hombres acampó cerca de la orilla del río Timis. El
Emperador José II había decidido que ese era el lugar ideal para enfrentarse al
ejército turco que marchaba contra la fortaleza de Vidin. Los austriacos habían
dejado la ciudad de Belgrado unos días antes y esperaban ocupar una posición de
bloqueo en la orilla de dicho río a su paso por la ciudad de Karánsebes, cerca
de la actual Timisoara en Rumania. Se esperaba una noche tranquila sin
presencia de enemigos por la zona.
Situación de Karánsebes (Rumanía)
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El ejército imperial estaba formado por unidades de
todas las partes de su territorio. Había serbios, italianos, rumanos, húngaros…
La mayoría de ellos no hablaban alemán, lengua del Imperio, luchaban bajo sus
propios estandartes y eran dirigidos por oficiales de su misma nacionalidad.
Las tropas eran coordinadas desde el Estado Mayor, de forma que pudieran
combatir juntas unidades que a ras de tierra no tenían forma de comunicarse
entre ellas. Era una especie de torre de Babel con sables y mosquetes que en
campaña eran difíciles de dirigir y de dominar.
Como era usual en aquella época, se mandó un
contingente de caballería ligera para que vigilara la zona y previniera la
posible presencia enemiga. La unidad elegida para esta misión de exploración
fueron los húsares, con sus llamativos uniformes y sus siempre despiertas ganas
de juerga.
Los gitanos
Los húsares cruzaron el río y no vieron ni rastro de
presencia enemiga. Lo que sí encontraron fue un grupo de gitanos valacos que
comerciaban con el licor local, el schnapps. Supongo que los
soldados pensaron que por una copa no pasaría nada, así que empezaron a beber.
A una copa siguió otra y los húsares acabaron comprando todos los barriles de
aguardiente dispuestos a dar buena cuenta de ellos.
Imagen de un húsar
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Convertido el pueblo en una especie de cantina, los
húsares empezaron a confraternizar con la población civil. Al fin y al cabo, estaban
en vísperas de encontrarse con el ejército turco y había que disfrutar de la
vida mientras se pudiera. Para cuando el mando austriaco empezó a alarmarse por
la tardanza de los húsares y envió una unidad de infantería para ver qué pasaba
en la otra orilla del río, los húsares estaban lo bastante borrachos como para
detener ellos solos a todas las fuerzas del sultán. O al menos, como para
fanfarronear con hacerlo.
La unidad de infantería enviada a ver lo que ocurría
se encontró a unos húsares medio ebrios y de fiesta con los habitantes del
pueblo. No sé si aliviados o enfadados por haber tenido que ir, exigieron ellos
también participar del jolgorio y poder beber de los barriles comprados por los
húsares. Estos, naturalmente, se negaron a invitarles. Al fin y al cabo, el
licor lo habían pagado ellos y no estaban dispuestos a desperdiciarlo de esa
manera. La discusión fue en aumento y los gritos llenaban el aire, de modo que
algunos húsares empezaron a construir una barricada alrededor de los barriles de
aguardiente.
“¡Turci, turci!”
En medio de aquella tangana, entre gritos, empujones e
insultos, alguien tuvo la feliz idea de disparar un tiro al aire. Supongo que
lo haría para calmar los ánimos, pero lo que consiguió fue justo lo contrario.
El caos se apoderó de la ciudad y los civiles, pensando que había sido un
francotirador turco, se refugiaron en sus casas al grito de “¡turci,
turci!” (“¡los turcos, los turcos!”). Los soldados empezaron a
alarmarse, porque a diferencia de unos minutos antes, enfrentarse ellos solos a
todo el ejército otomano no era una opción.
Infantería austriaca
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Algunos húsares montaron en sus caballos y salieron a
la carrera hacia el campamento austriaco. Los soldados, al verlos, pensaron
también que el ejército turco se acercaba y los siguieron tan rápido como
podían. Los oficiales alemanes trataban de retenerlos al grito de “¡Halt,
halt!” (“¡Alto, alto!”), pero muchos entendieron “¡Allah,
Allah!”, el grito de batalla otomano, así que la desbandada se generalizó.
Ahora todos se dirigían a toda leche al campamento imperial, en medio de un
caos generalizado, y pensando que los turcos les pisaban los talones.
El caos se adueña de la situación
Una unidad de caballería cercana al puente sobre el río
Timis escuchó los sonidos de galope que venían en su dirección y vio un grupo
de tropas gritando lo que parecía “¡Turci, Allah!” viniendo a
su encuentro. Pensando que era la avanzadilla turca que les atacaba, cargó
contra ellos mientras disparaban sus armas. Los que iban hacia el campamento,
por supuesto, les respondieron. Se disparaban los unos a los otros pensando que
los turcos eran los de enfrente. Hay que tener en cuenta que la tarde estaba
cayendo y las sombras complicaban el reconocimiento a cierta distancia. Ocurrió
entonces algo que precipitó los acontecimientos: el ganado y los caballos,
asustados por el ruido que se acercaba, entraron en pánico y rompieron las
vallas que les guardaban huyendo a la carrera en todas direcciones.
Escudo imperial austriaco
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Aquella estampida produjo un ruido muy parecido a una
carga de caballería. El campamento entero, a la luz menguante del atardecer,
cogió sus armas. Para todos estos soldados, sobrios como estaban, los disparos,
los gritos y el ruido de caballos galopando sólo podían significar que los
turcos les atacaban por sorpresa. Así que todos empezaron a atacarse entre sí.
La caballería atacaba a la infantería sable en mano, estos les respondían a
tiros y a su vez eran atacados por los disparos de otras unidades de
infantería. Las unidades atacaban a los que creían turcos y eran respondidos
por otras unidades que creían que los turcos eran ellos. Todos eran enemigos de
todos, y pronto todo el ejército imperial se encontraba enzarzado en una lucha
fratricida donde no había forma de que nadie pusiera orden. La juerga de
disparos y estocadas había comenzado y pronto llegaría a su apogeo, pero sin
duda el gran espectáculo final estaba por venir.
La gran traca
Los fuegos artificiales (nunca mejor dicho) en toda
esta fiesta los pusieron, cómo no, las unidades de artillería. Los oficiales
artilleros, ya en plena oscuridad, empezaron a disparar hacia el ruido de carga
que oían por todas partes. Lo hicieron continuamente durante varias horas
pensando que los turcos los atacaban de noche, y temiendo que en cualquier
momento la caballería otomana los pillaría por sorpresa en las tinieblas.
Bombardearon sin piedad y sin hacer distinción de tirios ni troyanos, o en este
caso, de austriacos y austriacos.
Mientras el ejército imperial se masacraba entre sí,
el Emperador José II salió de su tienda y, seguido por sus generales, montó a
caballo y galopó hacia el río Timis. En medio del desconcierto, y mientras su
guardia trataba de protegerlo de sus propios soldados, se dice que su montura
lo tiró, yendo a parar a las frías aguas del río. Allí, completamente empapado,
contempló cómo su ejército se destrozaba a sí mismo sin piedad. Al cabo de
poco, los ya enloquecidos soldados se dispersaron en pequeñas bandas que
disparaban a todo lo que se movía, creyendo que los turcos estaban por todas
partes. Así se sucedieron las horas de batalla hasta que en un momento dado
todos decidieron que había llegado el momento de emprender la huida.
Paisaje después de la batalla
Dos días después, el 19 de septiembre, los turcos
llegaron a Karánsebes y se encontraron la mayúscula sorpresa de 10.000 soldados
imperiales muertos o agonizantes al otro lado del río. Alguien les había hecho
el trabajo, pero no sabían quién ni cómo. Supongo que pensaron que lo mejor de
todo es que ellos no habían tenido que pegar ni un solo tiro para conseguir
derrotar a los austriacos. Poco después, y todavía estupefactos, tomaron
fácilmente el pueblo y el paso del río. Un par de años después moría el
Emperador José II, quien mandó poner en su epitafio: “Aquí yace José II, que
fracasó en todo lo que emprendió”.
La batalla de Karánsebes es conocida como la mayor
derrota militar auto infligida de la historia. Muchos han puesto en duda que se
produjera en realidad, pero el episodio está narrado en el propio “Magazine
Militar Austriaco” de 1831. Existen asimismo referencias en varios libros
militares en los que se hace hincapié, cómo no, en la estupidez humana como
factor militar decisivo. En cualquier caso, y a la luz de los acontecimientos,
sí que podemos considerarla como la batalla más absurda de todos los tiempos. Y
es que, al final, los musulmanes tendrán razón cuando dicen que el alcohol es malo.
(Entrada
publicada anteriormente en mi blog www.tercerpiedelgato.blogspot.com)
A parte de la afición de los húsares por la bebida, después de lo leído creo que también hubo ciertos acontecimientos que ayudaron a tan extraña batalla pasase.
ResponderEliminarCierto. Como se dice vulgarmente, se juntó el hambre con las ganas de comer
EliminarAlgunos estudiosos de Historia Militar consideramos el evento como apocrifo.
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