Estamos en mayo de 1176. El lugar, los alrededores
del castillo de Masyaf en Siria, cerca de Alepo. El gran sultán Saladino pone
cerco a la fortaleza, capital de los “hashshashin”. Nosotros los conocemos como
la secta de los asesinos. Este asedio es la respuesta del sultán a los dos
intentos de matarlo por parte de dicha secta. Saladino sabe que en ella se
refugia su líder Rashid Ad-Din Sinan, conocido también como “el viejo de la
montaña”. Sin embargo, el cerco no dura mucho; al cabo de unos días Saladino lo
levanta y pone rumbo al sur. A partir de ese momento intentará un acercamiento
con los hashshashin y nunca más volverá a molestarlos. Hasta aquí los hechos,
pero se cuentan dos episodios como las razones de tan súbito cambio de actitud.
Saladino en una representación medieval |
El primero es que Saladino despertó una noche y vio
una figura saliendo de su tienda. Al lado de su cama, en una mesa, había una
torta envenenada con una daga clavada. Y en la daga, un mensaje que decía:
“Los fedayín no temen a la muerte. Te derrotaré desde tus propias filas. Estás en nuestras manos”.
El intruso entró y salió sin ser visto a pesar de la
estrecha vigilancia, y no dejó ninguna huella en el campamento ni en la tienda
del sultán. Se dice que el visitante no era otro que el propio Sinan
disfrazado.
El segundo episodio es que pocos días después apareció
un emisario en el campamento de Saladino con un mensaje. Tenía órdenes de
comunicárselo sólo al sultán y en privado. Fue conducido a su tienda y en
presencia del sultán el enviado repitió sus instrucciones. Saladino dio orden a
todo el mundo de que se retirara, excepto a dos escoltas de su máxima
confianza. El mensajero insistió en que sólo el sultán debía escuchar el
mensaje. Saladino lo miró fijamente y respondió:
“Confío en estos dos hombres como si fueran mis hijos. Lo que sea que tengas que decirme, pueden oírlo ellos también”.
El mensajero miró entonces a los dos escoltas, y
dirigiéndose a ellos les preguntó: “Si ahora os ordeno que matéis a este
hombre ¿lo haríais?”. Los escoltas sacaron entonces sus armas, dispuestos a
matar al sultán a una orden del emisario. Saladino, incrédulo ante lo que
estaba pasando, comprendió por fin la situación: sus escoltas de mayor
confianza pertenecían a los hashshashin y habían estado infiltrados en su
guardia personal durante años. Al día siguiente, tal y como se ha dicho,
levantó el asedio.
Valga esta pequeña introducción para ilustrar el tema
que trataré a continuación. A pesar de los numerosos análisis superficiales que
últimamente he encontrado que ilustran que la antigua secta de los asesinos y
los actuales terroristas islamistas tienen mucho en común, yo pretendo mostrar
que esas similitudes a primera vista esconden en realidad las importantes
diferencias que hay entre ambos casos, a poco que se profundice un poco en su
análisis. En mi opinión, estas diferencias son tan sustanciales que hace que,
en el mejor de los casos, las organizaciones no sólo sean radicalmente
distintas sino también fundamentalmente no comparables.
La secta de los asesinos y DAESH – Al Qaeda
Muchos han sido los que han señalado las similitudes
entre la antigua secta de los asesinos (activa entre los siglos XI y XIII en
Oriente Medio) y los actuales DAESH y Al Qaeda, así que no repetiré aquí sus
conclusiones. Hay sin embargo dos detalles que, a mi juicio, se han escapado de
todos los análisis. Uno de ellos supone una coincidencia discrepante entre
ambas organizaciones y el otro una importante diferencia. Y cuando hablo de
coincidencia discrepante, me refiero a datos que pueden pensar en paralelismos
bajo un análisis superficial pero que, en cuanto se empieza a rascar, agravan
la diferencia. Me explicaré al final del epígrafe. Pero para entenderlo, antes
de nada, debemos hacer una pequeña historia de las distintas corrientes del
Islam.
Los musulmanes se dividen fundamentalmente en dos
ramas: los suníes (seguidores de la línea oficial del califato) y los chiíes
(seguidores de Alí, yerno de Mahoma, y que según ellos debió ser su sucesor). A
su vez, cada una de ellas se divide en distintos movimientos. Vendría a ser
como la división del cristianismo en católicos, ortodoxos y protestantes, y a
su vez cada uno de ellos en distintas variaciones (adventistas, mormones,
baptistas, etc.). Y si bien para la mayoría de los cristianos un musulmán es un
musulmán sin atender a qué rama concreta pertenece, para los propios musulmanes
la distinción es importante, pues las distintas corrientes han estado
enfrentadas casi desde su nacimiento, llegando en muchos momentos a la guerra
abierta entre ellas.
Viene aquí la diferencia de la que les hablé antes: la
secta de los asesinos pertenece a la rama de los nizaríes, que es una corriente
del chiismo, mientras que DAESH y Al Qaeda beben del wahabismo, una corriente
suní. La diferencia no es baladí, pues sus postulados son radicalmente
distintos. Vendría a ser lo mismo que la diferencia que existía entre el IRA
(católico) y la Fuerza Voluntaria del Ulster (UVF, protestante) en el conflicto
de Irlanda del Norte. Ambos eran grupos terroristas de religión cristiana, pero
de ramas absolutamente distintas y, lo que es más importante, enfrentadas entre
sí.
Y viene ahora la similitud discrepante. Se ha venido
proclamando que el 90% de las víctimas de DAESH son otros musulmanes como
ejemplo de que esta organización es enemiga de todo lo que no sea su ideología
y de que sólo pretende ver arder el mundo. El dato es cierto. La mayoría de sus
víctimas son musulmanes, al igual que lo eran las víctimas de los hashshashin.
Pero mientras estos los mataban siguiendo una lucha de poder, DAESH lo hace
porque para ellos no hay peor infiel que un musulmán de una corriente distinta
a la suya. Por desgracia, tenemos ejemplos de este encarnizamiento entre
parecidos a lo largo de la historia de Europa, desde la noche de San Bartolomé
hasta la Guerra de los 30 años. Para un cristiano de una determinada rama,
tampoco había en esta época peor enemigo que otro cristiano de una rama
distinta. Igualmente, para un musulmán no hay peor infiel que otro musulmán de
una corriente diferente.
El asesinato como arma política
Para utilizar el asesinato como arma política es
imprescindible que dicho asesinato cause un fuerte impacto entre la población
que lo sufre y los rivales del que lo comete. Se desata así una fuerte
influencia psicológica que hace que todos vivan en permanente estado de miedo.
El mensaje que se pretende transmitir es que nadie está a salvo. Partiendo de
esta base, puede pensarse que tanto los hashshashin como DAESH utilizan métodos
similares.
Existe sin embargo una importante diferencia entre los
métodos de los antiguos asesinos y los modernos del DAESH. Mientras unos
utilizaban un hombre para acercarse a la víctima y matarlo de forma pública
(normalmente con una daga), los otros utilizan el terror masivo. Para los
primeros, el asesinato se diseñaba de forma que se pareciera a una ejecución
pública (y por tanto un escarmiento) de los enemigos de la secta. Para los
segundos, el asesinato se diseña para que haya un número considerable de
víctimas inocentes sin importar sus ideas, sus simpatías o sus creencias. Los
antiguos hashshashin eran selectivos, los islamistas actuales son
indiscriminados.
Asimismo, se ha señalado que el uso de terroristas
suicidas es un punto coincidente de ambas organizaciones, algo que es radicalmente
falso. Por un lado, los hashshashin utilizaban asesinos que después de cometer
el crimen eran normalmente abatidos por la escolta de aquellos a los que habían
matado. Así pues, el hecho de morir en el intento era una consecuencia del tipo
de acción que llevaban a cabo, pero en ningún caso el asesino se suicidaba. Por
otro lado, DAESH sí que utiliza suicidas en sus acciones, pero la muerte del
ejecutor del atentado no es una consecuencia del mismo sino que forma parte del
atentado en sí como forma de hacer el mayor daño posible. En lo que sí
coinciden ambas organizaciones es que despreciar la búsqueda de una vía de
escape para el ejecutor supone eliminar el mayor problema con el que se
encuentra este tipo de actos: si el que lo comete no desea huir, pararlo será
tarea casi imposible. Además, tiene otra importante consecuencia práctica: los
muertos no hablan, y por tanto no pueden delatar a nadie que forme parte de su
organización.
Muyahidín y fedayín
En la nota que aparecida clavada en la daga que he
mencionado al principio, aparece la palabra “fedayín”. En árabe significa “los
que muestran adhesión”, y se suele traducir por combatiente o soldado.
Igualmente, el término “muyahidín” significa “los que hacen la yihad” y también
se suele traducir por combatiente o soldado. Hay sin embargo una importante
diferencia entre ambos: mientras que el “fedayín” es el que lucha por razones
políticas, el “muyahidín” lo hace por razones religiosas. En la antigüedad
ambas razones venían a ser lo mismo, pero actualmente existen importantes
diferencias entre ambas. Así, los combatientes de DAESH serían muyahidines y
los soldados musulmanes que se les enfrentan serían fedayines.
El detalle no es menor. Mientras que los antiguos
asesinos se veían a sí mismos como combatientes políticos dentro del inmenso
tablero de ajedrez que era Tierra Santa, excluyendo cualquier razón religiosa
en sus actos, los actuales terroristas de DAESH se ven como luchadores por la
fe, excluyendo cualquier consideración política. Eso les da a estos últimos un
plus de fanatismo que trasciende la lealtad que puedan tener hacia sus
superiores o hacia el califa Al-Baghdadi. No luchan por razones políticas, sino
para llevar el Islam sobre toda la tierra. Es importante comprender esto para
intentar hacerse a la idea de un fanatismo que escapa a nuestra comprensión
occidental.
No obstante, y como detalle final, diré que en la
antigua secta de los asesinos también se encuentran episodios de lealtad
suprema, aunque por razones distintas, como ya he dicho. Por ejemplo, ante la
visita a Alamut (otro castillo de la orden) de alguien que decía poseer un
ejército extraordinariamente numeroso y valiente que podría conquistar los
castillos de la secta, Sinan ordenó a dos de sus soldados que se arrojaran
desde las almenas. Estos lo hicieron sin vacilar. Sinan se dirigió entonces al
visitante y le dijo:
“Tu ejército es numeroso, pero le faltan dos soldados como estos”
El asunto quedó así zanjado.
Células durmientes y lobos solitarios
El segundo episodio narrado en la introducción ilustra
a la perfección el concepto de “célula durmiente”. Los escoltas de máxima
confianza de Saladino llevaban años infiltrados en sus fuerzas, ascendiendo
poco a poco y llegando hasta ese puesto de máxima confianza. Por simple
estadística, cabe pensar que habría muchos más que se habían quedado en niveles
inferiores de su ejército y que por diversas razones no habían llegado tan
alto. Es el mismo concepto que los terroristas emplean en la actualidad.
Así es. Algunos de los atentados que realizan tanto
DAESH como en su día Al Qaeda han sido perpetrados por personas o grupos que
llevaban bastante tiempo en la comunidad en la que atentaron y que aparentemente
estaban integrados en ella. Esto hacía que se hiciera difícil sospechar de
ellos. Añade además un elemento de desconcierto al atentado (tal y como le pasó
a Saladino), pues la población afectada empieza a no fiarse de nadie y a
mirarse con sospecha los unos a los otros; al fin y al cabo, el siguiente
terrorista podría ser cualquiera con el que te saludas todos los días.
Al hilo de esto existe también el concepto de “lobo
solitario”, llamados así los que atentan sin el apoyo de un grupo. Aunque el
término proviene de los supremacistas blancos, se han venido utilizando desde
la antigüedad por organizaciones de todo tipo. Las razones, desde luego, son
eminentemente prácticas. Alguien que actúa solo no puede culpar a otros si es
capturado con vida. Además, una persona sola es más difícil de detectar (y por
tanto de detener) que un grupo organizado mientras realiza las labores de
preparación del atentado.
En cualquier caso, existe una diferencia fundamental
entre los métodos de antaño y los de ahora. Mientras antes podían permitirse el
paso de más tiempo entre la infiltración y la activación, en la actualidad
ambas fases se encuentran mucho más juntas. Es posible que la diferencia sea
debida a la mejora de las comunicaciones, pero me gustaría resaltar que la
paciencia, una virtud para los antiguos hashshashin, es algo de lo que parecen
carecer los actuales islamistas.
La taquía
La palabra “taquía” significa en árabe simulación o
engaño, y es uno de los preceptos del chiismo. Consiste en el permiso para
enmascarar las propias creencias e incluso negarlas siempre que el objetivo
último sea defender la fe islámica. Así, al que se acoge a la taquía se le
permite, por ejemplo, comer cerdo, beber alcohol e incluso se le dispensa de
celebrar el Ramadán. Los integrantes de la secta de los asesinos se acogían a
menudo a dicha práctica con el fin de ganarse la confianza de sus víctimas y
poder realizar sus fines de forma más fácil.
Símbolo de los hashshashin
|
A pesar de ser un precepto chií, los terroristas
suníes de Al Qaeda la han tomado prestada. De hecho, en un manual de la
organización, se encuentran las siguientes palabras atribuidas a Ibn
Taymiya:
“Si un musulmán está combatiendo o se encuentra en una zona pagana, no tiene el deber de mostrar una apariencia distinta de la de quienes le rodean. En esas circunstancias el musulmán puede preferir, o verse obligado, a parecerse a ellos, a condición de que su acción suponga un bien religioso, como predicarles, enterarse de secretos y transmitirlos a los musulmanes, evitar un daño, o algún otro fin de provecho.”
Los que parecen no haberla adoptado son los miembros
de DAESH. Una de las características más típicas de sus miembros es el fervor
radical con que siguen sus creencias, aunque bien es cierto que últimamente se
han dado casos de radicalizaciones exprés que no permiten tener una base para
comparar un antes y un después. Por ejemplo, del terrorista de Niza se dice que
bebía alcohol y no seguía el Ramadán, pero no se trata de un caso de aplicación
de la taquía, sino de un cambio rapidísimo de creencias que le llevó de
inmediato a atentar nada más convertirse al yihadismo.
El uso del término “califato”
El califato fue el método que adoptaron los musulmanes
para continuar el sistema implantado por Mahoma. A la cabeza se encuentra el
califa, que es una autoridad que reúne en su persona el poder civil, militar y
(lo que es más importante) religioso. Ningún otro título musulmán reúne tantos
poderes, pues los distintos emires, sultanes o visires sólo tenían poder civil
o militar, pero en ningún caso su ámbito de actuación era religioso.
Así pues, no es casual que DAESH esté encabezado por
alguien que se ha autoproclamado califa: Al Baghdadi. Este título le asegura un
poder omnímodo sobre todos sus seguidores, pues su palabra no sólo es ley en la
tierra, sino también en el cielo. Le permite, entre otras cosas, interpretar a
su manera el Corán, haciendo de este modo que actos que en otras épocas eran
permitidos estén ahora absolutamente prohibidos y al contrario.
La secta de los asesinos, sin embargo, nunca tuvo un
líder que se arrogara autoridad religiosa entre sus adeptos. A dicho líder se
le aplicaba el tratamiento de jeque, que etimológicamente significa “anciano”
en el sentido de venerable. De hecho, todos sus líderes eran conocidos por el
sobrenombre de “viejo de la montaña”. En cualquier caso, y a pesar del gran
ascendiente que tenían entre sus seguidores, jamás se atribuyeron poder religioso
alguno y se limitaban a seguir los preceptos chiitas en su variante nizarí.
Conclusión final
Supongo que si ha llegado hasta aquí, habrá llegado a
la misma conclusión que yo: numerosos análisis hechos por supuestos expertos
pecan a menudo de una superficialidad extremadamente irritante. Cabe
preguntarse si, al igual que en este caso, el resto de sus “estudios” están tan
completamente errados. En ese caso, estamos ante creadores de opinión que
hablan desde la ignorancia (en el mejor de los casos) o desde el engaño. En
cualquier caso, animo a todos a ser críticos y no creerse lo primero que nos
cuenten, por muy autorizada que sea la voz del tertuliano que nos habla.
muy interesante el análisis, tal vez sería bueno matizar en la definición del concepto de "muyahidín", si bien se suele traducir como "aquel que hace la yihad", el aspecto de "combatiente" o "soldado" son más bien tangenciales, ya que la labor principal del muyahid no es el combate efectivo (y siempre defensivo) en términos materiales lo que consiste en la yihad menor. Sino al contrario, sus esfuerzos por ser un buen creyente y luchar contra las tentaciones del demonio y carnales (muyahada), el crecimiento intelectual (iytihad y tafakkur) lo que constituye la yihad mayor.
ResponderEliminarSaludos