Aunque es indudable que no están demasiado bien vistas en la
etiqueta social, está claro que las flatulencias son algo natural al hombre y
al resto de animales. Y no sólo son naturales, sino que también han jugado un
importante papel en la vida del planeta, ya que se sabe que el metano generado
por los pedos de los animales a lo largo de la eras geológicas han producido
cambios climáticos que han moldeado el devenir de la vida en la Tierra. Sin
embargo, no nos detendremos en este tipo de cosas, sino en el papel que estas
ventosidades han jugado a lo largo de la Historia humana.
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Fragmento del He-Gassen japonés |
Y es que los pedos han tenido manifestación en la Mitología
(donde distintas civilizaciones tenían dioses asociados a ellos), en la Filosofía
(con reflexiones sobre el tema de Pitágoras o San Agustín), en la cultura
(baste citar el hilarante pero poco conocido “Poema al pedo” de Quevedo o los rollos pictóricos de la cultura Edo
en Japón) y hasta en el devenir de algunas guerras y rebeliones. Antes de
empezar, les advierto que este artículo puede ser muy desagradable o muy
divertido, dependiendo de cómo se lo tome usted; así que, si decide seguir
leyendo, procure que al final no se le escape un pedo.
El pedo en la
Mitología
La referencia más antigua que se conoce a una flatulencia es
el texto de una antigua tablilla sumeria: “... al
gran Lugalzagesi, ya que cuando estalla su viento es como el vapor que se
escapa del vino hervido”. Este tal Lugalzagesi fue un rey de la ciudad de
Umma que en el siglo XXIV a.C. conquistó una a una todas las ciudades sumerias
y llegó en sus campañas hasta el Mediterráneo. Aunque no acabó bien (fue
finalmente derrotado por Sargón el Grande), la tablilla nos muestra que una de
las características de los hombres poderosos era la fuerza con la que
ventoseaban. Curiosamente, esta manifestación no estaba demasiado bien vista en
personas de menor rango; así, un antiguo proverbio sumerio fechado alrededor
del año 1900 a.C. dice: “Algo que nunca
ha ocurrido desde tiempos inmemoriales; una mujer joven no se tiró un pedo en
el regazo de su marido”, que deja traslucir un cierto desagrado ante esa
conducta.
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Lugalzagesi |
No consta que los sumerios tuvieran una deidad específica
para estas cosas, pero sí que una variante de su dios Baal era adorado por
moabitas, cananeos y madianitas. Su nombre era Baal-el-Peor (llamado así por el monte Peor y no por ser muy malo). Lo
extraño de este dios es que se le ofrecían los residuos humanos como ofrenda,
llegando los fieles a defecar en la boca de la estatua; aunque la ofrenda más
común era tirarse un pedo en la parte de atrás de la imagen del dios. El Antiguo
Testamento (Salmos 106,28) señala además que se le ofrecían sacrificios
humanos. De este dios Baal salió el mayor enemigo de Jehová: Baal-Zebú
(Belcebú), cuya traducción era “Señor de
las Moscas”.
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Baal-el-Peor |
Los civilizados griegos no contaban con un dios para estos
menesteres, aunque los atenienses comparaban el trueno con el sonido de la
ventosidad celestial. Tampoco en Roma existía tal cosa, según se desprende de
las fuentes contemporáneas. Sin embargo, los escritores satíricos cristianos
posteriores inventaron para el panteón romano al dios Crepitus, de origen
egipcio, como divinidad de las flatulencias. Una referencia a dicho dios se
encuentra en la obra “Reconocimientos”,
atribuida dudosamente al Papa Clemente I. En dicha obra se dice “Otros (entre los egipcios) enseñan que el
ruido intestinal (en latín: crepitus ventris) debe considerarse como un dios”.
No obstante, esta referencia es con toda probabilidad un intento de sátira contra las
deidades menores de los romanos.
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Viñeta satírica de "El Jueves" sobre Crepitus |
Pero sin duda la palma de las divinidades de las ventosidades
se la lleva el dios Matshishkapeu del pueblo Innu, una cultura del Canadá. Este
dios, cuyo nombre puede traducirse como “el
hombre pedo”, es una deidad poderosa que castigó al dios Caribú con un
doloroso estreñimiento cuando éste se negó a proporcionar caribúes para que los
hombres comieran. Se relacionaba con los innu con frecuencia; ¿a que no
adivinan cómo? Exacto, a través de los pedos. Se consideraba que el ruido que
hacían las ventosidades eran mensajes del dios, de modo que una flatulencia
repentina en mitad del campo exigía interrumpir la tarea que se estuviera
haciendo para buscar la interpretación de dicho ruido. Esta interpretación la
hacían chamanes específicos para el asunto. Una curiosidad de este dios es que
es omnipresente: “él siempre está
contigo, no importa dónde puedas viajar”. Más o menos como sus
manifestaciones.
El pedo en la
filosofía, la cultura y el arte
También en la Filosofía el pedo ha sido protagonista. La
escuela pitagórica sostenía que los gases producidos por la ingestión de habas
eran el alma de dicha legumbre que trataba de escapar, por lo que prohibió su
ingesta. Los griegos posteriores también prohibieron comer judías, pero no
porque las flatulencias que provocaban fueran el alma de nadie, sino porque
consideraban ventosear como una grave falta de educación (hasta el punto de que
el que se tirara un pedo en la Academia era inmediatamente expulsado de ella de
por vida). Posteriormente, los maniqueos llegaron a la conclusión de que los
pedos eran el acto de "liberar la
luz divina del cuerpo". El propio San Agustín hablaba de hombres que
podían peer a voluntad produciendo el efecto de una canción.
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Representación Innu del dios Matshishkapeu |
Claro que los filósofos medievales no tenían el mismo
criterio, ya que afirmaban que los pedos eran “el producto de la descomposición, la marca de muerte”. De la misma
opinión era Dante, que en “La Divina
Comedia” hace que los flatulentos contumaces acaben en el Infierno por
causa de haber hecho un uso demoníaco de esa función natural (literalmente dice
“y él había, del culo, hecho trompeta”).
Con posterioridad las tornas cambiaron y apareció en Inglaterra la Escuela de Slovenrie (fundada por
Friedrich Dedekind) que enseñaba a sus estudiantes que contener el deseo de
orinar, peer y vomitar era algo malo para la salud y que había que dar rienda
suelta a todas estas actividades. Incluso en 1776 se publicó una obra del
filósofo francés Pierre-Thomas-Nicolas Hurtaur llamada “El arte de peerse: teoría, práctica y metodología”, en cuyo
interior se afirma:
“Es en el mundo social
donde el pedo puede tener sus mejores desarrollos, ya sea para iniciar una
conversación, para hacer callar a un contertulio fatigoso o como salida triunfal
en una disputa dialéctica. Hay que ser claro: el pedo es un acto de afirmación
existencial solo al alcance de aquellos que han conquistado su libertad más
allá de los prejuicios sociales”
En la Literatura, el pedo ha estado presente en multitud de
autores, desde Aristófanes hasta el ya citado Quevedo, pasando por Chaucer,
Cervantes, Rabelais y muchos más. Todos ellos aprovecharon la comicidad
inherente a las ventosidades. En este sentido, cabe destacar que desde muy
antiguo existía un tipo de bufón cuya especialidad era entretener al público a
base de pedos. En la Irlanda medieval eran llamados “braigetoir”. El más famoso de ellos fue Roland “the farter” (Roland el pedorro), bufón
del rey de Inglaterra Enrique II, por cuyas habilidades flatulentas se le
concedió una hacienda y 30 acres de tierra, y que estaba obligado a ejecutar
ante el rey cada Navidad “Unum saltum et
siffletum et unum bumbulum” (un salto, un silbato y un pedo). Asimismo, a
principios del siglo XX adquirió gran notoriedad en París Joseph Pujol, alias “Le Pétomane” (el pedómano), entre cuyas
habilidades estaba imitar animales, truenos e incluso tocar “La Marsellesa” a base de flatulencias.
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Portada de "El arte de peerse" |
No sólo en Occidente se entretenía la gente con estos
menesteres. En el Japón del periodo Edo (1603-1868) un artista desconocido
realizó una serie de dibujos con tinta en un rollo de papel y los tituló He-Gassen, lo que puede traducirse como
“Batalla de pedos”. En estos dibujos
pueden observarse hombres semidesnudos tirando flatulencias en dirección a
otros hombres, animales u objetos, pedos almacenados en sacos como armas de
destrucción e incluso levitaciones de animales pequeños a base de ventosidades.
Al parecer, estos dibujos se hicieron para ridiculizar a los occidentales, que
se veían impactados ante las flatulencias japonesas. Estos pergaminos fueron
dibujados en torno al año 1810.
Los pedos y la
guerra
Heródoto nos narra el trágico fin, pedo mediante, que tuvo la
vida y el reinado de Apries (también conocido como Haaibra-Uahibra), uno de los
faraones de la XXVI dinastía del Antiguo Egipto. Egipto no estaba ya para
muchos trotes y su poderío sólo era una sombra de lo que había sido en el
pasado. Los problemas se multiplicaban por doquier. Uno de esos problemas fue
la invasión de Cirene, en la actual Libia, por parte de los griegos micénicos. Apries trató
de expulsar a los invasores enviando un pequeño ejército al lugar. Lo malo era
que dicho ejército sólo contaba con unos pocos soldados egipcios, ya que la
mayoría eran mercenarios extranjeros. Y todo se agravó cuando la expedición
resultó ser un desastre de proporciones bíblicas.
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El infortunado Apries |
La derrota provocó que los mercenarios y los soldados
egipcios se enfrentaran entre sí y que los motines estuvieran a la orden del
día. El prestigio del faraón estaba en juego, así que envió a Amasis, su mejor
general, a controlar la situación. Éste, después de escuchar las quejas de los
soldados, no sólo las hizo suyas sino que se puso al frente de la revuelta,
declarándose él mismo faraón. La rebelión ya era un hecho. Apries, consciente
de que su vida estaba en peligro, envió a su consejero Patarbemis para que
intentara hacer entrar en razón a Amasis, pero éste le respondió con un sonoro
pedo y la frase: “Lleva ésto de vuelta a
Apries”. Cuando el pobre Patarbemis reprodujo el mensaje, el faraón le
cortó como castigo la nariz y las orejas. Poco después, la rebelión de Amasis
triunfó y el desdichado Apries perdió la vida y el trono.
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Roland el Pedorro |
No menos trágica es la historia que nos relata Flavio Josefo
sobre otro flatulento episodio. Corría el año 52 y Roma era la dueña de Judea.
No obstante, sus súbditos judíos no veían con buenos ojos estar bajo el dominio
romano, y siempre había tensiones latentes entre dominantes y dominados. Esta
tensión estalló en la celebración de la Pascua de ese año, cuando en medio de
los fastos religiosos, un soldado romano se levantó la falda, dirigió sus
posaderas a la multitud y soltó una estruendosa flatulencia. La muchedumbre
indignada, como respuesta, empezó a apedrear a los soldados romanos. A partir
de aquí, los acontecimientos se precipitaron.
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Maqueta del Templo de Jerusalén |
Las protestas en la ciudad se extendieron y el procurador
Venditio Cumano se vio obligado a refugiarse en la fortaleza Antonia, adjunta
al Templo de Jerusalén. Desde allí mandó llamar a más soldados de los alrededores.
Las tropas de Roma empezaron a reprimir la revuelta y las calles se tiñeron de
sangre. Josefo afirma que la cifra de muertos ascendió a más de 20.000
personas, entre avalanchas y enfrentamientos. Sin duda este número es
exagerado, pero sí que es cierto que varios miles de judíos perecieron en los
disturbios. No sabemos el destino del flatulento soldado, aunque es muy posible
que fuera ejecutado por provocar unos disturbios que podían haber dado lugar a
algo más grave.
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Fragmento del He-Gassen |
Por último, debemos hablar de un curioso incidente acontecido
ya en nuestra época. En 1981 se produjo el denominado “Incidente Whisky on the Rocks”, cuando un submarino soviético
cargado con armas nucleares emergió en aguas suecas muy cerca de su principal
base naval. Suecia no formaba parte de la OTAN, pero el incidente hizo que se
extremara la vigilancia en aguas del Báltico. Poco después, las fuerzas Armadas
del país escandinavo detectaron misteriosos sonidos provenientes de las
profundidades del mar, y sospecharon que eran producidos por nuevos submarinos
de la URSS que andaban merodeando por la zona.
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Carl Bildt |
Tras una década de ruidos y vigilancia, en 1994 el Primer
Ministro sueco Carl Bildt escribió una furiosa carta a Boris Yeltsin
protestando por la actividad submarina de su armada, y amenazaba con un
incidente diplomático. Al final todo quedó en nada, ya que se descubrió que los
misteriosos sonidos no estaban producidos por submarinos, sino que eran el
producto de los pedos de los arenques, que en grandes bancos cruzaban el
Báltico. La cara que se le debió quedar a Bildt debió ser un poema, sobre todo
cuando se vio obligado a disculparse con su homólogo ruso.
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Joseph Pujol, Le pétomane |
Y quisiera acabar con un episodio aún más surrealista.
Conocido es que los Estados Unidos estuvieron experimentando muchos años con armas
de lo más creativas. La más famosa de ellas era la “Bomba gay”, que buscaba volver homosexuales a las tropas enemigas.
Es menos conocido que otra arma que se buscaba era una bomba que actuara sobre
el sistema digestivo de los soldados enemigos y les provocara espantosas
flatulencias. De este modo, se pensaba, las tropas del enemigo no sólo estarían
afectadas de terribles dolores de tripas, sino que también perderían la
posibilidad de pasar inadvertidas por el ruido y el olor de sus pedos. Y es que
como ya se ha dicho muchas veces, la frase “inteligencia
militar” es una contradicción en sí misma.
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