Bicoca, la victoria más fácil

Hasta su reunificación en el último tercio del siglo XIX, Italia estuvo dividida en un conglomerado de reinos, ciudades-estado y territorios pertenecientes a las grandes potencias europeas. No eran extrañas las guerras y escaramuzas entre varias de las partes para conseguir la hegemonía, si no absoluta, sí al menos de una parte importante del territorio. Una de esas guerras fue la llamada “Guerra de los Cuatro Años”, que enfrentó por un lado a Francia y Venecia contra las tropas imperiales, inglesas y pontificias (el Papa era por aquel entonces un señor feudal más).

Carlos V retratado por Tiziano
La batalla más famosa de esta guerra fue sin duda la de Pavía (donde los españoles derrotaron completamente a los franceses, capturando a su rey). Hubo sin embargo otra batalla que pasó a la historia no sólo por ser importante en la guerra, sino también por la diferencia de bajas entre un bando y otro. Sucedió a las afueras de Milán, y sirvió para que las aspiraciones francesas sobre Lombardía quedaran definitivamente abortadas. Me refiero a la batalla de Bicoca, que tuvo lugar el 27 de abril de 1522.

La disputa en Italia

Carlos I de España y V de Alemania había llegado al trono español en 1516 y a la silla imperial en 1520, en disputa con Francisco I de Francia. Había heredado grandes territorios en España y América de sus abuelos. Uno de ellos era el Reino de Nápoles, al sur de Italia. El emperador veía con malos ojos que Francia controlara el Milanesado después de habérselo arrebatado a los Sforza en 1515. Venecia se había beneficiado del apoyo dado a Francia quedándose con vastos territorios lombardos, mientras que el Papa necesitaba aliarse con el Emperador en su lucha contra Lutero. Las condiciones para un conflicto estaban servidas.

Francisco I de Francia
La guerra comenzó con una invasión francesa de los Países Bajos en 1521 y el intento de Francisco I de apoyar a Enrique II de Navarra a recuperar su trono. La invasión fue repelida por las tropas imperiales, y rápidamente se firmó una alianza entre Carlos V, Enrique VIII de Inglaterra y el Papa León X en contra de Francia. Estos, por su parte, seguían contando con el apoyo nada desdeñable de la República de Venecia, por entonces los mejores navegantes del Mediterráneo. El teatro de operaciones se trasladó así a Italia, donde tanto el Emperador como el Papa buscaban expulsar del Milanesado a los franceses.

Un ejército papal al mando del Duque de Mantua se unió a tropas españolas procedentes de Nápoles y otros contingentes italianos más pequeños y se dirigió a Mantua. Allí esperaron a los refuerzos imperiales procedentes de Alemania. El problema era que estos refuerzos debían atravesar tierras venecianas para poder llegar, y podían ser detenidos por estos aliados de los franceses. Incomprensiblemente (o probablemente a causa de un soborno), las tropas imperiales cruzaron junto a Vallegio, en pleno territorio veneciano, sin ser molestadas. Reunido el ejército, quedó al mando de Próspero Colonna, condotiero italiano que a lo largo de su vida estuvo sucesivamente al servicio de Francia, los Estados Pontificios, España y el Sacro Imperio Romano Germánico. Frente a ellos, el ejército franco-veneciano, al mando del vizconde de Lautrec, se atrincheró en sus principales plazas fuertes. Contaba con un apreciable número de mercenarios suizos, considerada la mejor infantería de la época.

La caída de Milán y la muerte del Papa

Comenzó entonces una guerra de movimientos en la que el ejército imperial asediaba ciudades pero rehusaba presentar batalla, sabedor de su inferioridad numérica. No obstante, la táctica salió bien, pues hacia el otoño de 1521 el ejército francés empezó a tener deserciones masivas entre los mercenarios suizos, hartos de esperar su paga. Esto hizo que los imperiales forzaran la línea defensiva francesa.

Piqueros suizos, con su característica cruz blanca
El ejército francés, carente de infantería, se retiró a Milán confiando en estar a salvo allí a la espera de refuerzos. Sin embargo, Colonna siguió su avance y se presentó ante las puertas de la ciudad el 23 de noviembre, lanzando un ataque sorpresa que hizo que los franceses se retiraran a Cremona con 12.000 hombres. El castillo, no obstante, siguió en manos francesas, cosa que daría no pocos quebraderos de cabeza a Colonna.

El 1 de diciembre fallece León X. Sin embargo, el Colegio Cardenalicio, a la espera de elegir sucesor, decide continuar con el esfuerzo bélico. No obstante, da orden a su ejército de que asegure las plazas fuertes que interesan a los Estados Pontificios. Así, Giovanni de Medici se dirige con las tropas papales a Peruggia, abandonando el ejército imperial. No fue la última vez que este personaje dejaba a los imperiales colgados, pues más tarde se pasó al bando francés junto a sus tropas, conocidas como las “Bandas Negras”.

Cuando Tucídides tenía razón

En el siglo V a.C., el historiador y militar griego Tucídides dijo una de esas frases que parecen esculpidas en mármol:

La guerra no es cuestión de armamento, sino de dinero”.

Si bien la frase es verdad en todas las contiendas, fue en esta guerra donde adquirió mucho sentido.

Tucídides
Ambos bandos, conscientes de no poseer tropas suficientes, se lanzaron a una frenética carrera para contratar mercenarios que reforzaran sus respectivos ejércitos. Así, el bando imperial consigue reclutar 6.000 lansquenetes (mercenarios alemanes de vistosos uniformes) en el Tirol y el sur de Alemania. A mediados de febrero, después de esquivar a los venecianos en Bérgamo y provistos de un salvoconducto de la Liga Gris (una parte de los venecianos hostiles a Francia), logran unirse al ejército imperial, mandados por el desposeído Duque de Milán Francisco II Sforza.

Los franceses por su parte, disponiendo de más oro, contrataron a 16.000 mercenarios suizos. Además, se aseguraron que Giovanni de Medici, que hasta entonces mandaba el ejército papal, cambiara de bando y se pasara a los franceses junto a sus Bandas Negras. Viéndose con superioridad, los franceses se ponen en marcha atacando Novara y la estratégica Pavía, intentando provocar una batalla decisiva contra las tropas imperiales. Estos, sin embargo, no picaron el anzuelo y se limitaron a seguir a los franceses.

El camino a la batalla

Colonna se retiró a Certosa, al sur de Milán, fortificándose en su monasterio. Lautrec, el general francés, temía que un ataque frontal a las posiciones imperiales se saldara con una gran cantidad de bajas, así que optó por cortar las líneas de comunicaciones de Colonna. Barrió las posiciones entre Monza y Milán, haciendo que la ciudad quedara incomunicada con los Alpes. Esperaba así que el ejército imperial tuviera que retirarse y abandonar el Milanesado.

Lansquenetes alemanes
Sin embargo, los mercenarios suizos exigieron a Lautrec que atacara al ejército imperial de inmediato o abandonarían la lucha. La razón de tal exigencia era que se les adeudaba la paga desde que entraran en Lombardía y confiaban en una fácil victoria que les proporcionara un gran botín. El general francés, consciente de que los suizos formaban el grueso de sus tropas, no tuvo más remedio que acceder. El ejército se puso en marcha hacia Milán.

Entretanto, Colonna se había atrincherado en el parque de Bicoca, a seis kilómetros al norte de Milán. La posición escogida era formidable. Al oeste de la posición había un terreno pantanoso, mientras que al este estaba la carretera principal a Milán, por la que discurría un profundo dique que sólo podía cruzarse por un estrecho puente de piedra al sur del parque. En el lado norte, había una carretera hundida. Colonna la hundió un poco más haciendo que el talud para llegar hasta la posición imperial fuera más pronunciado, a la vez que construía un muro de tierra. La longitud del frente norte era de poco más de 500 metros, lo que permitía a las tropas imperiales estar concentradas.

Situación de Bicoca
Justo tras los muros, los imperiales colocaron cuatro filas de arcabuceros, respaldados por piqueros alemanes y españoles. El grueso de la caballería se situó al sur de la posición, mientras que aún más al sur se colocaba otra fuerza de caballería protegiendo el puente. La artillería, por su parte, se dispuso de forma que barriera el lado norte y partes de la carretera al este.

La tarde del 26 de abril de 1622 llegó el ejército francés. Un reconocimiento de la caballería informó que el terreno no era demasiado adecuado para maniobrar, pero eso no disuadió a los suizos. Al atardecer del día siguiente, Lautrec lanzó su ataque. La batalla de Bicoca había comenzado.

La batalla

Al frente del asalto estaban los mercenarios suizos, dispuestos en dos columnas de entre 4.000 y 7.000 hombres, mandados por Anne de Montmorency. Detrás de ellos, y a cierta distancia, se dispuso el ejército francés y más atrás el veneciano. Una parte de la caballería francesa se dirigió bordeando la carretera hacia el puente del sur, confiando en flanquear a los imperiales y atacarles por la retaguardia.

La batalla de Bicoca. En rojo, las tropas imperiales y
en azul, las francesas
Los suizos avanzaron con rapidez, dejando bastante atrás a la artillería francesa que habría de cubrir su avance. Pronto estuvieron al alcance de la artillería imperial, que empezó a disparar causando cuantiosas bajas. No obstante, los suizos siguieron avanzando… hasta que llegaron al terraplén. Este, de altura mayor que las picas suizas, impedía que estos lucharan desde abajo. Intentando trepar, los arcabuceros dispararon a discreción causando una enorme mortandad en las filas de los piqueros. Aun así, los suizos intentaron varias cargas para penetrar las líneas imperiales, que fueron todas rechazadas por los lansquenetes alemanes y los piqueros españoles. Los arcabuceros mientras tanto seguían disparando a discreción. Tras media hora de intentos, los suizos se retiraron en desorden. Era la primera vez en la historia que esto sucedía.

Anne de Montmorency, que mandaba las tropas suizas
Mientras todo esto pasaba al norte, la caballería francesa había llegado al puente y lo cruzó llegando al campamento imperial. La caballería española se puso en marcha y rechazó a los franceses, mientras las tropas de Sforza trataron de rodearles. Ante el peligro de verse cercados, los franceses decidieron huir hacia sus posiciones. El ejército francés, viendo fracasar sus ataques, se retiró de la batalla, mientras los imperiales renunciaron a perseguirlos en vista de que el grueso de las tropas francesas estaba intacto. Sobre el campo de batalla quedaron más de 4.000 suizos muertos, incluidos 22 de los 23 capitanes que los mandaban (sólo Montmorency sobrevivió). Los imperiales sólo sufrieron una baja, pero no fue causada por las armas suizas, sino por la coz de una mula. Fue el capitán Guinea, que dejó viuda y un hijo de nueve años.

Las consecuencias de la batalla

Los suizos desertaron del ejército sin esperar sus pagas y regresaron a sus hogares el 30 de abril. El ejército francés, privado de su mejor infantería, se retiró a tierras venecianas. Una vez alcanzada Cremona, su general Lautrec cabalgó sin escolta hacia Lyon para presentar el informe de la batalla al rey Francisco I. Su partida condujo al colapso al ejército francés, cosa que fue aprovechada por los imperiales para capturar Génova tras un breve asedio. No obstante, el ejército imperial también se vio en problemas cuando una parte de los mercenarios alemanes se amotinaron exigiendo su paga. El motín no pasó a mayores, pero impidió a Colonna ser más ambicioso al aprovechar la victoria.

Los venecianos llegaron a un acuerdo de paz por separado mientras el ejército francés abandonaba Italia y se dirigía a Francia. Los franceses intentaron recuperar Lombardía en dos ocasiones más. La última de ellas se dirimió en la célebre batalla de Pavía, en la que el ejército francés fue derrotado y el propio rey Francisco I hecho prisionero. Tras el Tratado de Madrid, el territorio quedaría en manos españolas.

Distintos tipos de arcabuces
Los suizos, por su parte, no sólo perdieron una gran cantidad de hombres sino también gran parte de su anterior audacia y arrogancia. Es llamativo que en la batalla de Pavía mostraran una grave falta de iniciativa, y esta fue una de las causas de la derrota francesa. El campo de batalla, hasta entonces dominado por las picas y la caballería pesada, pasó a ser patrimonio de las armas de fuego portátiles. De hecho, empezaron a formarse unidades llamadas de “pica y disparo”, combinando arcabuceros con piqueros. El máximo exponente de este tipo de unidades serían los Tercios españoles, que dominaron Europa en el siguiente siglo y medio. Este tipo de unidades no sufrió cambios sustanciales hasta la invención de la bayoneta. Asimismo, se cambió la mentalidad ofensiva de la época por una más defensiva y de fortificación, habida cuenta de que los asaltos frontales a posiciones bien guarnecidas se revelaron extremadamente costosos.

Por último, pero no por ello menos importante, la palabra “bicoca” pasó a los idiomas español y francés. Pero mientras en español se conoció como sinónimo de ganga o cosa conseguida con muy poco esfuerzo, en francés pasó a tener el significado de “casa en ruinas”. Sólo por eso se puede saber cómo le fue a cada bando en la batalla.
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2 comentarios:

  1. NO CREO QUE LA VICTORIA HAYA SIDO TAN FACIL COMO PARA JUSTIFICAR EL TERMINO........ME PASRECE UNA PEDANTERIA.....A MENOS QUE CONSIDEREMOS EL NUMERO DE BAJAS, SIEMPRE EXAGERADO POR LOS CONTENDIENTES...........

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