Cuando mencionamos las palabras “burbuja especulativa”, la
mayoría piensa en la crisis del ladrillo, en Lehman Brothers y en rescates
bancarios. Muchos pueden que piensen también en el gran crack del 29. Lo que a
casi nadie le vendrá a la cabeza es la tulipomanía, un periodo especulativo que
se produjo en Holanda en el siglo XVII y que debe su nombre a que el objeto de
especulación eran los bulbos de tulipán. Los precios de dichos bulbos llegaron
a alcanzar niveles que, en el mejor de los casos, sólo pueden calificarse de
extravagantes.
La locura de los tulipanes (Jean Gerome Leon) |
Considerado uno de los primeros fenómenos especulativos de
los que se tienen noticia, la tulipomanía causó una grave crisis económica y
social en los Países Bajos e ilustra muy bien el comportamiento de una burbuja
financiera. El relato del auge y caída de los precios de esta exótica flor fue
popularizado por un periodista escocés llamado Charles Mackay en un libro
titulado “Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las
multitudes” (1841).
La Edad de Oro holandesa
Durante las primeras décadas del siglo XVII, y en paralelo a
la Guerra de los 30 Años (1618-1648), Holanda adquirió una pujanza económica
extraordinaria. La mayoría de los países europeos acusaban un fuerte
intervencionismo y procuraban minimizar el intercambio comercial con los países
vecinos. Holanda sin embargo redujo aranceles, abrió sus fronteras y se lanzó
de un modo innovador al comercio internacional. Desarrolló además un sistema
financiero ágil, eficiente y abierto. En el Banco de Ámsterdam (fundado en
1609) realizaban depósitos en metálico tanto nobles como comerciantes, e
incluso extranjeros. El dinero era abundante y había una fuerte sensación de
riqueza.
Portada del libro de Charles Mackay |
El Estado holandés era tolerante y permitió a cualquier
extranjero instalarse en el país. Eso trajo consigo que artistas, pensadores y
científicos se afincaran allí en busca de la libertad que no tenían en su país
de origen. También dio asilo a perseguidos por cuestiones religiosas, entre los
que estaban los hugonotes franceses o los sefardíes españoles. La prosperidad
económica y el ambiente de libertad intelectual y artística hicieron que los
holandeses desarrollaran un gran gusto por la belleza. En ese gusto se incluían
las flores exóticas, que se convirtieron en un símbolo de riqueza.
El tulipán
Esta flor se introdujo en Europa hacia 1544 procedente de
Turquía (su nombre proviene del francés turban,
que significa “turbante”). El responsable de ello fue el embajador austriaco en
Estambul Ogier Ghislain de Busbecq. En 1559 el botánico Carolus Clusius
(nombre latinizado de Charles de L’Écluse) lo introdujo en Holanda plantándolo
en un terreno en Leiden que tenía dedicado al cultivo de plantas tropicales y
especias. Clusius los mantenía guardados; sin embargo, una noche robaron sus bulbos
y la flor empezó a extenderse por el país, donde su terreno arenoso ganado al
mar se reveló como ideal para el cultivo de esta planta.
Campo de tulipanes |
Las flores empezaron a venderse en los mercados de Holanda y
los nobles, maravillados por sus vívidos colores, los compraban para adornar
sus casas. Al ser una flor escasa, su precio era alto y empezó a convertirse en
un símbolo de riqueza y estatus social. Fue en ese momento cuando entró en
escena una enfermedad de la flor producida por un virus llamado “virus mosaico”, que causaba en las
flores líneas aleatorias de colores y explosiones de pigmentos, con lo que esta
enfermedad se convirtió en un golpe de fortuna. El virus hizo a los tulipanes enfermos
aún más atractivos, y teniendo en cuenta que las flores afectadas por el virus
eran raras, pasaron a ser un símbolo perfecto de diferenciación y su precio
subió aún más. Paralelamente, algunos aristócratas franceses comenzaron a
interesarse por estas flores, y empezó a crearse la opinión de que los nobles
de Francia extenderían la moda por toda Europa. Esto atrajo a inversores y
especuladores.
Sin embargo, la flor del tulipán florece en una semana y se
marchita con rapidez. A esto hay que añadir que sus semillas tardan entre siete y doce años en
dar una flor, lo que hacía que no se dieran las condiciones para un mercado
especulativo. No obstante, los tulipanes podían también reproducirse a través
de sus bulbos, que se formaban en el interior de los capullos. Un bulbo,
convenientemente cultivado, daba una flor que a su vez daba nuevos bulbos.
Además, los virus mosaico se contagiaban de una flor a otra a través de los
bulbos, pero no de las semillas. Las condiciones para la especulación ya
estaban sobre la mesa: ésta no se haría con la flor o con las semillas del
tulipán, sino con sus bulbos.
El mercado de los
tulipanes
Había dos periodos de venta de tulipanes que podríamos
denominar de “venta al público” y de “productores”. El primero se daba al
iniciarse la primavera y consistía en vender la flor en los mercados de las
ciudades al consumidor final que pudiera permitírselo. El segundo se producía
durante el verano y no se comerciaba con las flores, sino con los bulbos. Estos
se arrancaban de la flor y se plantaban para que crecieran nuevas plantas. Al
estar enterrados, no podían pasar de unas manos a otras, así que lo que se
vendían eran los derechos sobre el futuro tulipán. Hoy en día esta práctica es
habitual y se llama “contratos de futuros”, pero por aquel entonces era una
auténtica innovación.
Dibujo de un tulipán "Semper Augustus" |
Lo que pasaba era más o menos lo siguiente: un primer
comprador contactaba con el jardinero y le ofrecía un dinero por el bulbo
enterrado. Se daba una señal a cuenta y el resto se pagaría a la entrega de la
planta. Toda la transacción se hacía mediante un contrato que un notario
refrendaba. Este primer comprador se dirigía entonces a un segundo comprador y
vendía el contrato de compraventa por el mismo mecanismo (una cantidad a cuenta
y el resto a la entrega), y así sucesivamente. Ni que decir tiene que el precio
de la transacción aumentaba en cada operación y con cada intermediario. Todo se
hacía pensando que el precio que pagaría el comprador final (el noble que
pondría la flor en su mansión) compensaría toda esta especulación. Si esto
pasaba, dicho comprador final financiaría los beneficios en cascada de todos
los compradores intermedios.
Viene ahora otro factor que hizo que los contratos de futuro
aumentaran aún más los precios y en el que los holandeses se adelantaron a su
tiempo: inventaron las marcas. Los primeros tulipanes se clasificaban
básicamente por su color (rosen, violetten, bizarden…), pero a los tulipanes
enfermos (los más caros y raros) no se les podía poner “contaminados”,
“infectados” ni nada similar. Así que los holandeses echaron mano de su
imaginación y empezaron a ponerles nombres como “Almirante”, “General”,
“Alejandro Magno” o “Escipión”. Incluso a algunas variedades empezó a ponérseles
“Almirante de Almirantes” o “General de Generales”. Los contratos de futuro
sobre todas estas variedades empezaron a subir como la espuma. Los holandeses acababan de inventar
el concepto de branding.
Alimentando la
burbuja
Durante los años 20 del siglo XVII el precio de los bulbos de
las variedades más raras empezó a subir con rapidez. Un bulbo de alguna
variedad rara podía venderse por 1.000 florines. Se llegaron a registrar
transacciones tales como una mansión en el centro de Ámsterdam a cambio de un
solo bulbo de la variedad “Semper
Augustus”. El récord lo marcó una flor de esta variedad que se vendió a 6.000 florines. Pero fue a partir
de 1630 cuando todo el mundo se lanzó a la euforia, en vista de que los
precios no paraban de subir.
En octubre de 1636 un derecho sobre un bulbo de tulipán normal
se vendía a 20 florines. A mediados de noviembre el precio se disparó a 50 florines y a finales de ese mes el precio se dobló: se pagaban 100 florines
por un tulipán. Para hacernos una idea de la enormidad del precio, hay que
decir que el salario medio de un trabajador holandés era de unos 150 florines
anuales, y que por 100 florines se podía comprar ¡una tonelada de mantequilla! Además,
no se comerciaba con un solo bulbo sino con varios, así que empezaron a moverse
cantidades muy importantes de dinero. Las transacciones tenían lugar en las
tabernas aledañas a los mercados. Todos se agolpaban para entrar en los
locales, de dónde podía verse salir a eufóricos ciudadanos que acababan de
ganar en unos minutos el salario de varios años. Los precios subían por
semanas, por días, incluso por horas.
El vagón de los locos, de Flora Malle |
Entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre los precios se
estabilizaron en 100 florines, pero el día 12 los bulbos pasaron a valer 150.
El beneficio era tal que muchos veían absurdo dedicarse a trabajar pudiendo
doblar el patrimonio en pocas horas comprando y vendiendo contratos sobre
bulbos. Los tulipanes entraron en el mercado de valores, y las transacciones se
hacían sobre catálogos que empezaron a imprimirse por aquel entonces (¿les
suena ésto de algo?). Entre enero y febrero de 1637 los precios siguieron
aumentando, llegando el día 3 de febrero a 200 florines. Se producían
transacciones de 100.000 florines por varias decenas de bulbos. Como no todo el
mundo disponía del suficiente dinero en efectivo, se llegó a pactar el pago con
propiedades. Así, se conoce un pacto de compraventa de un bulbo de “Semper Augustus” por 12 acres de tierra
(5 hectáreas) y otro de un bulbo de un “Viceroy”
a cambio de ¡2 carros de trigo, 2 carros de centeno, 4 bueyes, 8 cerdos, 12
ovejas, 2 barricas de vino, 4 barriles de cerveza, 2 toneladas de mantequilla,
1.000 libras de queso, 1 cama doble, 1 baúl lleno de ropa y 1 copa de plata!
Entre las anécdotas de la época, Charles Mackay cuenta que un
marinero fue encarcelado 6 meses por comerse un bulbo de tulipán al confundirlo
con una cebolla. El dueño del tulipán (otro “Semper Augustus”) había pagado 3.000 florines por él, así que la
cárcel fue el mal menor del marinero, que de otro modo podría haber sido
linchado.
El hundimiento del
mercado
Era en ese mes de febrero cuando se empezaban a poner a la
venta los bulbos a los que tocaba florecer ese año. Todos se frotaban las manos
esperando pingües beneficios. Sin embargo, las cosas no fueron tan bien como
esperaban. Se barajan dos posibles causas para ello. Por un lado, un brote de
peste bubónica había reducido la actividad en el mercado Haarlem. Por otro
lado, los precios habían subido demasiado, lo que desanimaba al comprador
final. Pagar 200 florines por una flor que sólo tenía una función ornamental y
que únicamente servía para exhibirse ante las visitas, cuando podía conseguirse
el mismo efecto con una pintura, un concierto privado o un traje nuevo (cosas
mucho más baratas) era demasiado. Con 200 florines podían comprarse muchos
lujos en la Holanda del siglo XVII. En cualquier caso, al haberse producido
toda la especulación fuera del mercado final, se confiaba en que sería este el
que financiara los beneficios en cadena de los especuladores, con lo que si
este fallaba toda la cadena se derrumbaría.
Evolución del precio de los tulipanes (1636-1637) |
Ante la falta de compradores, los vendedores de los mercados
tuvieron que empezar a bajar los precios. El pánico empezó a extenderse, sobre
todo en los que tenían contratos con vencimientos para los 2 o 3 años
siguientes y todavía no los habían revendido. Buscaban desesperadamente alguien
a quién transferirle los futuros derechos, pero nadie los quería. El precio se
desplomó. Las discusiones fueron terribles. Hubo personas que firmaron
contratos de futuros tanto en posición compradora como en posición vendedora, a
precios y vencimientos diferentes. La gente se reclamaba el cumplimiento de los
contratos que ellos mismos se negaban a cumplir cuando les tocaba asumir el
pago. Muchos llegaron a las manos y había denuncias cruzadas todos los días.
Fin de la historia
Las autoridades intervinieron y declararon que los contratos
sobre bulbos era una pura venta de humo (windhandel,
‘negocio de aire’). En algunos casos, faltaban años para la entrega de los
bulbos, así que el gobierno holandés pensó que lo mejor era declarar esas
ventas como sencillamente inexistentes. Esta solución no contentó a nadie, ni a
los que esperaban cobrar mucho por los bulbos plantados ni a los que habían pagado
señales que no habían podido recuperar.
Portada de un catálogo de tulipanes |
Se ideó entonces una solución salomónica. El gobierno
holandés estableció que los precios pactados eran absurdos, pero que tampoco
podía dejarse sin compensación al propietario del bulbo. Así pues, se acordó
que la solución sería que quién poseyera contratos podría abstenerse de ejercer
la compra en el momento
de su vencimiento, estando obligado a abonar el 10% del importe pactado. En
esto nuevamente los holandeses se adelantaron a su tiempo: acababan de inventar
las opciones de compra. Sin embargo, tampoco esta solución dejó satisfecho a
nadie. Los tenedores de bulbos recibieron sólo el 10% de lo que pensaban
cobrar, mientras que los tenedores de contratos se vieron obligados a pagar
cantidades exorbitantes (puesto que el 10% de una cantidad disparatada suele
seguir siendo una cantidad disparatada).
No existe un acuerdo entre los historiadores sobre la
repercusión que esta crisis tuvo en la economía holandesa. Algunos hablan de
colapso de los mercados financieros, quiebras y bancarrotas. Otros sin embargo
dicen que el fenómeno sólo afectó a un reducido grupo de comerciantes,
artesanos y nobles. Es muy probable que esta sea la verdad, ya que la mayor
parte de las entregas de tulipanes no llegaron a materializarse y estaríamos
por tanto ante una sucesión de promesas de compra y venta: una burbuja de
contratos. Sólo las señales de compra pasaron efectivamente de mano en mano y
nadie asumió el pago del resto del contrato.
Dibujo de varias variedades de tulipán |
En cualquier caso, fue la primera constatación del daño que
puede producirse en una burbuja especulativa. Con el paso del tiempo, Holanda
se ha convertido en un país experto en tulipanes, cuya venta supone una parte
importante de su economía. Se calcula que en la actualidad concentra el 87% de
ese mercado. Los holandeses dedican al cultivo de esta flor unas 12.000
hectáreas y producen 4.000 millones de bulbos al año. Aunque eso sí, ahora los
venden a precio de tulipanes.
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