La estafa de los "Duros Sevillanos"

A lo largo de la Historia se han producido muchas estafas. Un buen número de ellas se han desarrollado con la aquiescencia de los distintos estados (como el famoso crack del 29, sin ir más lejos), e incluso se han dado casos de estafas de los distintos estados contra sus propios ciudadanos (como el caso de la Compañía de los Mares del Sur británica en el siglo XVIII). Lo que no es nada usual es que los ciudadanos de ese país respondan a la estafa con otra del mismo tipo y aún mayor. Este es el caso del episodio que vamos a tratar hoy: los “duros sevillanos” (también llamados “duros de Covián”).

Duros Sevillanos
A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, coincidiendo con la pérdida de las últimas colonias de ultramar y la bajada del precio de la plata, el gobierno español empezó a emitir monedas de cinco pesetas (conocidas como duros) con una cantidad de metal equivalente más o menos a la mitad de su valor nominal. Cuando se dieron cuenta de la estafa, muchos ciudadanos empezaron a falsificar dichos duros (en algunos casos, consiguiendo monedas con más plata que la que contenían los oficiales). La locura acabó en 1908, cuando el gobierno de Antonio Maura decidió retirar todas las monedas de duro del mercado. Esta es la historia de la enorme (y por momentos simpática) estafa de los “duros sevillanos”.

Los duros de plata

A mediados y finales del siglo XIX la economía española era un caos. A la pérdida de gran parte de las colonias americanas había que añadir el intermitente estado de guerra civil en todo el país a consecuencia de las Guerras Carlistas y la continua inestabilidad interna, tanto política como social. Este panorama llevaba a que a la grave caída de ingresos se sumara el aumento vertiginoso del gasto, lo que hacía que las cuentas del Estado estuviesen siempre cogidas con alfileres. Uno de los métodos usados para cuadrar los números era la emisión de deuda fuera del país, poniendo como garantía la isla de Cuba (todavía perteneciente a la corona). Un aval así aseguraba que se prestara dinero a España, pues la riqueza en materias primas de la isla era inmensa; pero también hacía que los distintos gobiernos de la Restauración tendieran a gastar más de lo que tenían. En resumidas cuentas, más o menos como hoy.

Duro falso
Eran unos tiempos en los que las monedas tenían que estar respaldadas por su valor nominal en metales preciosos. Así, una moneda de una peseta debía contener esa misma cantidad en oro o plata (ya desde 1874 se utilizaban los billetes, pero éstos eran considerados un certificado de depósito por su valor en oro custodiado a buen recaudo en las cámaras acorazadas del Banco de España). Sin embargo, la grave carestía de oro hizo que en 1876 se emitiera una Real Orden que establecía que las principales monedas debían ser acuñadas en plata (aunque un año después se autorizaron algunas emisiones en oro). Así pues, los famosos duros (monedas de 5 pesetas) pasaron a acuñarse en ese metal.

Viñeta satírica sobre la pérdida de Cuba
Y poco después la diosa Fortuna vino a visitar a los gobiernos (también al español): se descubrieron nuevos y abundantes yacimientos de plata en México y Estados Unidos. Este golpe de suerte hizo que la producción de este metal aumentara hasta niveles insospechados. Y como es natural, a medida que la producción crecía, el precio de la plata fue bajando. La nueva situación le vino como anillo al dedo a dichos gobiernos, ya que fabricar monedas les costaba cada vez menos. Esto hizo que el Gobierno español empezara a emitir más y más moneda para sufragar los gastos del Estado. Sólo en 1898, año en que se perdieron los últimos restos del imperio de ultramar, se emitieron doscientos millones de duros de plata (un total de mil millones de pesetas), una cantidad exorbitante para la época y más que en cualquier otro año del siglo XIX.

Duro auténtico
Pero a pesar de todo el precio de la plata seguía bajando, lo que hacía que los duros tuvieran un valor nominal de cinco pesetas pero su valor real fuera de aproximadamente dos pesetas y media. Como es natural, esto beneficiaba enormemente a las arcas públicas, ya que hacer una moneda costaba más o menos la mitad de lo que se podía comprar con ella. Aprovechando la situación, se emitía más y más moneda a fin de inyectar liquidez en el sistema, muy maltrecho tras la pérdida definitiva del imperio. Claro que, estrictamente hablando, emitir moneda con un valor facial mayor que el valor del metal con el que estaba hecha significaba que el gobierno estaba cometiendo una estafa (legal, pero estafa a fin de cuentas), por lo que los gobernantes se guardaron mucho de informar de nada de esto a los españoles.

Aparecen los duros sevillanos

A pesar del secretismo que rodeó todo el asunto por parte del gobierno español, hubo gente que se dio cuenta de todo, entre ellos algunos falsificadores. Y es que la caída del precio de la plata no sólo beneficiaba al gobierno, sino también a quienes se dedicaban al rentable pero peligroso negocio de falsificar moneda. A partir de ese momento podían dejar de utilizar calamina o cobre bañado en plata para sus negocios y usar plata de verdad, la misma que el gobierno utilizaba para fabricar la moneda auténtica. Y del mismo modo que el gobierno ganaba dos pesetas y media por cada duro que fabricaba, ellos ganaban la misma cantidad por cada moneda falsa que colocaban en la calle. Acababan de nacer los “duros sevillanos”.

Imagen actual del Banco de España
El nombre de “sevillanos” vino de la leyenda de que un noble de Sevilla estaba detrás de su acuñación con el beneplácito de las autoridades, y a que se pensaba que en esta ciudad era donde más cecas (fábricas de moneda) ilegales había. En cualquier caso, tenemos constancia de donde aparece por primera vez ese nombre de forma oficial; en una sesión del Parlamento, un diputado por Gerona se quejó amargamente de que en su provincia había aparecido una ceca ilegal de “moneda sevillana”, lo que provocó la ofendida respuesta de un diputado por Sevilla, que dijo que además de la moneda esa afirmación significaba también “falsificar el apellido”.

Billete de 1.000 pesetas de 1895
En cualquier caso, el nombre prendió. Y también la práctica, que empezó a extenderse por toda España e incluso cruzó el Atlántico. Había fábricas de moneda ilegales por toda la geografía española, pero sobre todo en Cataluña, Alicante y por supuesto en Sevilla. Se llegó a detectar una partida de duros falsos acuñados en México que, curiosamente, contenían más plata que las monedas auténticas. Y naturalmente, las monedas falsas empezaron a circular por todo el territorio nacional a velocidad de vértigo. Algunas falsificaciones eran tan buenas que ni el mismo Banco de España era capaz de distinguirlas de las monedas auténticas. De vez en cuando la policía descubría alguna ceca ilegal y detenía algún grupo de falsificadores, pero en la práctica las autoridades eran incapaces de atajar el problema.

Viñeta satírica sobre los duros sevillanos
Y es que el gobierno se encontraba atado de pies y manos, ya que reconocer el desfase entre el valor nominal y el valor real de los duros pondría en evidencia que los primeros que habían iniciado la estafa habían sido ellos, con el peligro de que la moneda dejara de circular y se colapsara la economía. Así pues, prefirió guardar silencio, esperando que el gobierno siguiente solucionara el problema. Se produjo entonces la confirmación de una ley económica enunciada tres siglos antes por el economista Thomas Gresham: “la moneda mala acaba por desplazar a la buena”. Y es que cuando un español detectaba que le habían colado un duro sevillano, lo separaba e intentaba colocárselo a otro. Se formaron entonces dos mercados de duros, los buenos y los malos. Lo más curioso es que tanto unos como otros estaban adulterados en la misma medida.

La situación se descontrola

Tan buenas eran algunas falsificaciones que la Casa de la Moneda llegó a publicar un libro de instrucciones de ¡750 páginas!, en las cuales se descubrían todas las artimañas de los falsificadores y se enseñaba al público a identificar los duros malos. Fue en vano. El mercado quedó, literalmente, saturado de duros. De los casi 1.500 millones de pesetas en ese tipo de monedas que había en España, se calcula que más de 400 millones estaban en duros falsos. Esta situación hizo que el gobierno dejara de acuñar esta moneda en 1899, pero ni de este modo se arregló la situación. La cantidad de duros en la economía era tan grande que literalmente perdieron todo su valor. Se había producido lo que en Economía se conoce como “repudio de la moneda”. La gente no quería duros, ni buenos ni malos. Los niños jugaban con ellos en la calle y la mayor utilidad que se les podía dar era calzar alguna mesa.

Antonio Maura despachando con Alfonso XIII
En 1905 los obreros se negaban a cobrar en duros y exigían su salario en pesetas. Para otros pagos, se utilizaba el papel moneda que, como hemos dicho, se consideraba un depósito legal de oro en el Banco de España. La compañía de ferrocarriles (por entonces en manos privadas) no admitía el pago con duros en sus taquillas, e incluso los bancos dispensaban monedas falsas entre las buenas (y además no atendían reclamaciones al respecto). Era imposible comprar con duros porque todo el mundo los rechazaba, ya fuesen buenos o malos. Ante la caótica situación, el 16 de julio de 1908 el gobierno presidido por Antonio Maura decidió retirar todas las monedas de duro del mercado, confiando así en poder solucionar de una vez por todas el problema. Una esperanza vana, como veremos. Al menos en principio.

La solución al caos

He dicho que la esperanza fue vana porque en la Real Orden del 16 de julio de 1908 se especificaba que a las personas de “notoria buena fe” se les canjearían los duros falsos por un recibo con su valor de mercado en plata; es decir, que por cada duro falso el ciudadano recibiría dos pesetas y media, la mitad de su valor. El resultado fue fulminante: los duros dejaron de circular. Dándose cuenta de la metedura de pata, el gobierno rectificó al día siguiente con otra Real Orden (e incluso hubo una tercera del 29 de julio), por la que el canje se haría por el valor nominal (5 pesetas) en moneda de curso legal. Fue entonces cuando la situación empezó a reconducirse.

Canje de duros
Sólo el primer día se recogieron en Madrid 47.258 monedas falsas, y en 15 días se habían canjeado más de 13 millones. No obstante, no faltaron los problemas: largas colas, trifulcas y peleas, canjes mal hechos en los que se daba un duro falso a cambio de otro duro falso… Pero lo más curioso es que mucha gente decidió quedarse con las monedas y no canjearlas, ya que a fin de cuentas estaban hechas de plata buena y mantenían su valor al peso. Se calcula que, de los 80 millones de monedas falsas que llegaron a circular, los españoles guardaron en el colchón unos 3 millones de duros sevillanos.

Colección de duros sevillanos
A partir de entonces el gobierno tomó una decisión que debió haber tomado mucho antes: regular las importaciones y el mercado nacional de la plata. Se confiaba así en que no se repitiera la situación de picaresca que había iniciado el gobierno y de la que después se habían aprovechado los demás. Además, se consolidó el papel moneda como medio de pago, ya que era un valor seguro al considerarse una garantía de depósito en oro, bien guardado en las cajas fuertes del Banco de España. Las monedas dejaron de acuñarse en metales preciosos y de tener valor intrínseco, considerándose desde entonces del mismo modo que un billete: una garantía de depósito. En los años 20 del siglo XX se hicieron comunes las acuñaciones en níquel, un metal que no valía la pena adulterar ya que no tenía demasiado valor en sí mismo.

Cola para canjear duros
Los metales preciosos se reservaron para las monedas conmemorativas, los duros sevillanos se convirtieron en unas cotizadas piezas de coleccionistas (y de hecho, aún lo son) y durante algún tiempo se popularizó la expresión “eres más falso que un duro sevillano”. Con el tiempo, se abandonó el patrón oro para la acuñación de moneda, con lo que los gobiernos de todo el mundo respiraron aliviados: a partir de ese momento podían emitir cuanta moneda quisieran sin el respaldo de ninguna reserva en metales preciosos. Podían literalmente crear dinero de la nada y gastarlo como quisieran, sin más freno que la inflación. Y en ello siguen: creando dinero de la nada y gastándolo a manos llenas.
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9 comentarios:

  1. Muy buen artículo. He aprendido un pasaje de nuestra historia que desconocía. Muchas gracias.

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  2. Con el abandono del patrón oro-plata ,se abrió la caja de Pandora ,cambió por completo el valor del dinero ,ya no tenía un valor tangible ..era cuestión de fe ,creer que el estado respaldará ese valor es cuestión de fe
    En la iº guerra mundial una corona sueca de papel ,valía una corona ,esa misma corona de oro llegó a valer dos mil coronas ,aquí se puede ver lo que perdimos ,el valor real por un valor intangible ..hoy puede valer y mañana no .
    En la actualidad un país no vale por el oro de que disponga ,su valor va relacionado con su producto interior bruto PIB ,en caso de una grave crisis no vale nada
    !!Queda claro cual es mi postura ,no me gusta el abandono del patrón oro plata !!

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    Respuestas
    1. Acarrea el peligro de la inflación, pero para eso están los bancos centrales

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  3. Geniales historias, muchas gracias

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  4. Buena explicacion,no sabia lo de los duros sevillanos, ahora lo tengo más claro, muchas gracias.

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