El siglo XI fue un periodo decisivo en la Península Ibérica.
Por un lado, el Califato de Córdoba se desmembró en una pléyade de pequeños
reinos de taifas, que a menudo guerreaban entre sí buscando prevalecer unos
sobre otros. Por otro lado, Castilla pasó de ser un simple condado dependiente
del Reino de León a convertirse en el más poderoso de los reinos cristianos.
Las taifas musulmanas, débiles militarmente, se vieron obligadas a pagar
tributos a los reinos cristianos para que les defendieran de otras taifas, lo
que daba lugar a curiosos episodios en los que dos ejércitos cristianos se
enfrentaban defendiendo cada uno un reino musulmán distinto.
Castillo de Consuegra |
Tras la toma de Toledo en 1085 por parte del rey castellano
Alfonso VI, los musulmanes comprendieron que era sólo una cuestión de tiempo el
que todos sus reinos acabaran cayendo ante sus enemigos cristianos del norte.
Así pues, pidieron ayuda al sultanato almorávide del norte de África. Los
ejércitos castellano y almorávide chocaron en la Batalla de Sagrajas (también
llamada Batalla de Zalaca, 1086), con derrota castellana. Sin embargo, un
problema dinástico obligó al jefe almorávide a regresar al norte de África. No
sería hasta 11 años después que ambos ejércitos volvieron a enfrentarse, esta
vez en los alrededores de Consuegra. En esa batalla encontró su destino Diego
Rodríguez de Vivar, hijo y heredero del Cid Campeador.
Los primeros reinos
de taifas
En 1009 se produjo un golpe de estado contra el califa
cordobés Hisham II. Este golpe de estado, conocido como Revolución Cordobesa, se saldó con la muerte del califa y de su
visir Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor (y quién en realidad detentaba el
poder). Se abrió entonces un periodo de guerras civiles conocido como la Fitna de Al-Andalus. Durante 22 años se
fueron sucediendo califas que eran rápidamente destronados, hasta que
finalmente en el año 1031 Córdoba abolió el califato y proclamó una república. La consecuencia directa de este periodo fue que las distintas
provincias de la España musulmana se escindieron en reinos independientes,
llamados taifas (en árabe, la palabra taifa
significa “bando o facción”).
Reinos de taifas en 1037 |
Estos reinos de taifas (llamados “primeros” para
distinguirlos de los que se formaron posteriormente en los siglos XII y XIII)
no tenían grandes ejércitos propios, por lo que no dudaron en dedicar grandes
sumas de dinero a contratar mercenarios para apoderarse de los reinos vecinos.
Estas tropas mercenarias, a menudo cristianas, consiguieron en pocos años que
prevalecieran las taifas de Zaragoza, Toledo, Sevilla y Badajoz, además de las
de Denia y Baleares (estas últimas gracias en gran medida a su habilidad
diplomática). La contratación de mercenarios cristianos daba lugar a
situaciones curiosas cuando tropas cristianas se enfrentaban entre sí defendiendo
cada bando a un reino musulmán diferente (incluso el Cid Campeador llegó a
luchar contra tropas de otros reinos cristianos). No obstante, se vieron
abocadas a pagar tributos a los reyes cristianos para garantizar su protección.
Estos tributos, llamados parias, se
fueron haciendo cada vez más gravosos, y como consecuencia los musulmanes se
fueron empobreciendo a la vez que los reinos cristianos se iban volviendo cada
vez más ricos y poderosos.
Poetas musulmanes |
Las taifas musulmanas no sólo competían militarmente, sino
que también lo hacían en esplendor de la corte. Los distintos reyes musulmanes
se rodeaban de poetas, músicos, matemáticos y astrónomos en una carrera por ver
en qué reino florecía más el arte y la cultura. Esta situación contrastaba con
la incultura y pobreza intelectual de los reinos cristianos del norte, pero
suponía que los impuestos que tenía que soportar el pueblo llano eran elevados.
Naturalmente, esta situación era insostenible a largo plazo; sólo un gobierno
musulmán unido podría hacer frente a la larga a los más poderosos reinos
cristianos, y esta situación se hizo evidente tras la toma de Toledo en el año
1085 por parte del rey castellano Alfonso VI. Las taifas decidieron entonces
llamar en su auxilio a los almorávides, que habían instaurado un fuerte
sultanato en el norte de África.
El ascenso de
Castilla
En un principio, Castilla era un condado que formaba parte
del reino de León que se independizó en el año 932. Poco después pasó a formar
parte del reino de Navarra tras las campañas de Sancho III el Mayor a principios del siglo XI, que convirtió su reino en el
más poderoso de las facciones cristianas de la península. No obstante, Fernando
I (llamado “el Magno”) asume el poder
en el reino de León y en el Condado de Castilla en el año 1037, entrando en
guerra con Navarra por los territorios perdidos. A su muerte, ocurrida en el
año 1065, dividió sus territorios entre sus hijos. De este modo, a Sancho, el
hijo mayor, le correspondió Castilla (elevado ya a la categoría de reino); a
Alfonso, el segundo hijo varón, le correspondió León; al hermano menor García
le tocó Galicia (también con categoría de reino); y por último a sus hermanas Urraca
y Elvira les correspondieron las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente.
Fernando I |
Este reparto de la herencia no satisfizo a Sancho, que se
consideraba el legítimo heredero de todo el reino de su padre por ser el
hermano mayor. Empezó entonces un periodo de guerras civiles entre hermanos que
duraron hasta 1072. La muerte de Sancho ante los muros de Zamora (según la leyenda,
por una traición de un noble zamorano llamado Vellido Dolfos) y el posterior
apresamiento de García dejaron a Alfonso como único ganador de la contienda.
Desde entonces reinó en Castilla con el nombre de Alfonso VI el Bravo, tomando el título de Rex Spanie y posteriormente (en 1077) de
Imperator totius Hispaniae
(“Emperador de toda España”).
Moneda almorávide de oro |
Comenzó entonces un gran periodo de expansión territorial de
Castilla. Aprovechando un problema dinástico en Navarra, se anexiona Álava,
Vizcaya y parte de Guipúzcoa y Burela. Asimismo, empieza a presionar
militarmente a las taifas musulmanas con el objetivo de cobrar parias de ellas,
consiguiendo que casi todas le pagaran dicho tributo. Pero sin duda su gran
triunfo llegó en 1085, cuando en respuesta a un llamamiento de ayuda del rey de
la taifa de Toledo al-Qadir, Alfonso sitió la ciudad, que terminó por caer en
sus manos el 25 de mayo. El rey castellano se tituló entonces “Emperador de las dos religiones”.
Además, la toma de Toledo permitió también la ocupación de Talavera, Aledo y
Mayrit, lo que le permitía tener una excelente base de operaciones para
hostigar las taifas de Córdoba, Sevilla, Badajoz y Granada. Para consolidar su
poder, comenzó también a sitiar Zaragoza.
La llegada de los
almorávides
La pérdida de Toledo causó una gran conmoción en todos los
reinos de taifas. Hasta ese momento habían vivido con relativa tranquilidad, si
bien se veían obligados a pagar parias a los cristianos para poder conservar
sus tierras y su posición. Sin embargo, la caída de Toledo y la política cada
vez más agresiva de Alfonso VI les hizo ver que es una simple cuestión de
tiempo que también ellos acabaran sucumbiendo. Castilla disponía de un ejército
poderoso financiado en parte por los tributos que los musulmanes le pagan,
mientras que las taifas tenían pocas tropas y además mal adiestradas. Así pues,
los reyes musulmanes decidieron pedir ayuda a un poderoso imperio que se había
formado en el norte de África: los almorávides.
Imperio almorávide en su máxima extensión |
Surgidos de las profundidades de África, los almorávides se
habían extendido por todo el Magreb formando un gran imperio que dominaba el
tráfico de caravanas, un importante recurso económico. Vivían para la yihad y sentían como un deber expandir
la fe musulmana por todo el mundo. Su visión del Islam era integrista, y
prácticamente eran una combinación de monjes y guerreros. Las taifas de la
península ya habían solicitado la ayuda de los almorávides en ocasiones
anteriores sin que éstos intervinieran, aunque sí empezaron a sopesar la
posibilidad de tomar las plazas del norte de África que aún no eran suyas, como
Ceuta.
Sitio de Aledo |
Como ya hemos dicho, la toma de Toledo por parte de Alfonso
VI, unido al asedio de Zaragoza, alarmó considerablemente a las taifas andalusíes.
El rey de Sevilla al-Mutamid, junto a una delegación de las taifas de Badajoz y
Granada, acudió en persona a pedir de nuevo la ayuda de los almorávides. Los
reyes musulmanes de la península eran conscientes de que éstos no aprobaban su
forma de vida, y que su intervención supondría en la práctica la sumisión de
las taifas a los almorávides, pero al-Mutamid zanjó los reparos con una frase:
“Si he de elegir, prefiero ser camellero
en Marruecos que porquero en Castilla”. Finalmente se alcanzó el acuerdo de
que los almorávides, al mando de Yusuf Ibn Tasufin, iniciarían una campaña en
la península y respetarían la independencia de las taifas, a cambio de que
éstas sufragaran la campaña y cedieran el puerto de Algeciras. El 30 de julio
de 1086 Yusuf y sus almorávides desembarcaron en esa ciudad, reunió tropas de
los reinos musulmanes peninsulares y en octubre marchó hacia Badajoz.
Vista actual de Toledo |
Al enterarse de la noticia del desembarco almorávide, Alfonso
VI abandonó el sitio de Zaragoza y marchó con sus tropas al encuentro de su
nuevo enemigo. Llegó a un acuerdo con Yusuf sobre el día de la batalla, pero no
lo respetó y atacó de improviso a las fuerzas almorávides. Si bien la carga de
Alfonso desbarató la primera línea musulmana, la segunda línea resistió y las
tropas almorávides terminaron por cercar a los cristianos. Alfonso VI pudo huir
con apenas 500 hombres, dejando atrás graves pérdidas. Los almorávides remataron
a los heridos en combate y agradecieron a Alá la victoria subidos a un montón
de cabezas de los cristianos. Era el 23 de octubre del año 1086 y los
cristianos acababan de ser masacrados en la batalla de Sagrajas.
El camino a Consuegra
Si la toma de Toledo había alarmado a las taifas musulmanas,
la derrota de Sagrajas tuvo el mismo efecto en los cristianos. Alfonso VI se
retiró al norte del Tajo para reagruparse, temeroso de que los almorávides
continuaran avanzando y los expulsaran hacia el norte. La derrota llevó
aparejada que los reinos de taifas dejaran de pagar tributo, con lo que las
finanzas del rey quedan malparadas. Alfonso VI toma entonces la decisión de
rehabilitar al Cid (que estaba sufriendo su primer destierro) y encomendarle
algo poco común. La Historia Roderici
nos lo relata así:
“(El rey)…le otorgó esta licencia y concesión en su reinado, escrita y confirmada con su sello, que toda la tierra y los castillos que pudiera conquistar de los sarracenos en tierra de moros, fueren totalmente suyos con carácter hereditario, esto es, no sólo suyos, sino también de sus hijos y de sus hijas y de toda su descendencia”
Este encargo conllevaba que las parias que recuperara debían
llegar (al menos en parte) al rey. El Cid parte hacia Levante y empieza su
campaña, que culmina con la toma de Valencia en 1094, logrando crear un señorío
semiindependiente.
Monumento al Cid (Burgos) |
Por la otra parte, los almorávides no aprovecharon la
victoria en Sagrajas, ya que Yusuf Ibn Tasufin tuvo que regresar a África por
un problema dinástico (su hijo y heredero había fallecido, y su poder se veía
amenazado). Dejó unos 3.000 soldados en la península con el encargo de mediar
entre las distintas taifas, y las exhortó a unirse contra el enemigo cristiano
común. Los almorávides volvieron a entrar en la península en el año 1090
sumamente enojados con las taifas, pues sus disputas internas habían hecho
fracasar el sitio de Aledo en 1088. Sin prisas, se dedicaron a ir tomando las
distintas ciudades musulmanas dispuestos a acabar con aquellos reinos corruptos
(según ellos) y unificar la España árabe (se dio el curioso caso de que algunos
reyes de las taifas pidieron ayuda a los castellanos para combatir a los
almorávides). A finales de 1094, los almorávides se habían hecho con el control
de todas las taifas, a excepción de las de la zona de Levante, que estaban
firmemente en manos del Cid (hubo un intento almorávide de recuperar Valencia,
pero el Cid les venció en la batalla de Bairén).
Guerreros almorávides |
En el año 1097 se produjo un nuevo desembarco almorávide, otra
vez con el propio Yusuf al frente. El objetivo era de nuevo tomar Toledo. La
noticia de este desembarco pilló a Alfonso VI de camino a ayudar al rey de la
taifa de Zaragoza contra una invasión del rey Pedro I de Aragón (de nuevo
reinos cristianos luchando entre sí para defender a un rey musulmán, aunque es
necesario decir que Zaragoza era el único reino que pagaba parias a Alfonso).
El rey castellano decidió dar media vuelta y establecer un dispositivo
defensivo entre Consuegra y Cuenca. Dispuesto a no cometer el mismo error que
en Sagrajas, se dispuso a pelear a la defensiva.
La batalla
Los almorávides se tomaron con calma el avance hacia Toledo,
acantonándose en Córdoba. Alfonso VI aprovechó el retraso musulmán para
convocar precipitadamente todos los refuerzos que pudiera. Así, entre otros, llamó en su
ayuda al Cid. Sin embargo, éste no estaba seguro de la situación. Por una
parte, los almorávides podían cambiar de objetivo y dirigirse a Valencia en
lugar de a Toledo; por otra parte, mandar su ejército en ayuda de Alfonso
podría hacer que la población de Valencia se sublevase y tomara la plaza. Así pues,
tomó una decisión salomónica. Él se quedaría en Valencia junto al grueso de sus
tropas, pero mandó a su hijo Diego junto a 300 caballeros escogidos en ayuda
del rey castellano. Poco después, mandó también caballería al mando de Álvar
Fáñez, que fue emboscada en Cuenca: algunos caballeros murieron, otros
regresaron a Valencia y otros pocos llegaron con Fáñez a Consuegra. Finalmente,
el 15 de agosto llegaron los almorávides.
Alfonso VI |
No han llegado hasta nosotros testimonios escritos de la
batalla. Sin embargo, sabemos cómo era la táctica que siempre empleaba Alfonso:
una carga frontal de la caballería pesada para desbaratar las líneas enemigas
(a diferencia del Cid, que se adaptaba al enemigo y al terreno). Los
almorávides, sin embargo, eran más flexibles tácticamente. Su caballería
ligera, armada con arcos, seguía la táctica de “ataque y retirada”; además
contaban con un arma psicológica: el estruendo de sus tambores, que en muchas
ocasiones dejaba a los cristianos paralizados por el miedo.
Evento "Consuegra medieval" |
Parece que fue así como se desarrolló la batalla. En un
primer momento, la carga castellana consiguió desbaratar el centro de la
formación, pero las alas almorávides envolvieron y rodearon a las tropas de
Alfonso, que se encontraron sin espacio para maniobrar. El rey ordenó entonces
la retirada hacia el castillo. En el ala derecha, donde estaba el hijo del Cid,
se quedó atrás y Diego Rodríguez no tardó en caer. Algunos dicen que sufrió la
traición de García Ordóñez, un viejo enemigo de su padre, que se retiró sin
prestarle el debido apoyo. El maltrecho ejército de Alfonso se refugió tras los
muros del castillo, y durante ocho días resistieron los intentos almorávides de
tomarlo. Pasado ese tiempo, sin apenas comida y agua, los rumores de la llegada
de un ejército aragonés en auxilio de los sitiados hicieron que los almorávides
se retiraran de regreso a Córdoba.
Lápida de Diego Rodríguez |
¿Por qué volvieron los almorávides a Córdoba en lugar de
seguir hacia Toledo? Es probable que también hubieran sufrido cuantiosas
pérdidas en la batalla, y que no se vieran con fuerzas suficientes para seguir
la invasión, teniendo además problemas de aprovisionamiento. En cualquier caso,
la amenaza almorávide siguió planeando sobre los reinos cristianos mucho
tiempo, y más cuando reconquistaron Valencia (1102) y volvieron a derrotar a
los cristianos en Uclés (1108). En cualquier caso, su decadencia y derrota no
vino por los cristianos, sino por otro imperio musulmán que también tendría mucho
que decir en la península durante los siguientes años: los almohades.
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