Durante el siglo III, Roma vivió una de las mayores crisis de
su historia. En el algo menos de un siglo que transcurrió entre la muerte de
Cómodo y la subida al poder de Diocleciano, 27 emperadores se sucedieron unos a
otros en rápida sucesión, de los que sólo dos murieron en su cama. La situación
estaba tan deteriorada que hubo momentos en que varios emperadores gobernaban
distintas partes del imperio, ocupados en rechazar a los enemigos externos y en
matarse entre sí más que en gobernar.
Imagen de la ciudad de Palmira |
Palmira, una ciudad
en mitad del desierto
Los primeros testimonios sobre la ciudad de Palmira datan del
segundo milenio antes de Cristo, cuando los archivos cuneiformes de Mari hablan
de una ciudad llamada Tadmor, localizada en el oasis de Afqa, en pleno desierto
sirio. Sin embargo, parece ser que la ciudad es mucho más antigua, remontándose
los primeros asentamientos a cinco mil años antes. Sus habitantes eran una
mezcla de siríacos y arameos, con el añadido posterior de comerciantes griegos.
Situada en un cruce de caminos, era lugar de paso obligado de las caravanas
comerciales entre oriente y occidente, lo que le procuró gran riqueza.
Zenobia (Herbert Schmalz) |
Tras la muerte de Alejandro, la ciudad cayó en el área de influencia
del Imperio Seléucida. Pero el momento en que Tadmor adquirió gran relevancia fue
en el siglo I a.C., cuando Siria se convirtió en provincia romana. Sus
habitantes reconocieron el dominio romano sobre la región y éstos la dotaron de
un régimen fiscal favorable, lo que permitió que prosperara notablemente. ¡Y
vaya si prosperó! Los romanos la rebautizaron con un nuevo nombre (Palmira, que
significa “lugar de palmeras”) y se convirtió en una de las ciudades más ricas
y esplendorosas de oriente.
Ruinas de Palmira |
Palmira pasó a ser el sitio donde los imperios rivales de
Partia y Roma hacían negocios, el lugar donde las caravanas cargadas de
especias y seda de oriente se intercambiaban por el oro romano, del que la
ciudad se quedaba un porcentaje. El esplendor de Palmira fue legendario, con
construcciones que mezclaban los estilos oriental y helenístico, combinando un
ágora griega y una arquitectura romana con bajorrelieves persas. Algunas de sus
construcciones más imponentes eran el templo de Baal, el Teatro Romano y el Tetrápilo (especie de monumento con cuatro puertas que se construía en el cruce de dos vías). Para la segunda mitad del
siglo III Palmira llegó a tener 200.000 habitantes, una cifra enorme teniendo
en cuenta que, por ejemplo, Emérita Augusta (la actual Mérida, una de las ciudades más importantes del occidente romano) nunca pasó de 20.000.
Los persas amenazan
el este
En el año 260, el emperador romano Valeriano y todo su
séquito fueron capturados por el rey persa Sapor I en el curso de unas
negociaciones de paz cerca de Edesa (Siria). No se conoce el destino exacto que
corrió Valeriano. Algunas fuentes señalan que Sapor lo conservó con vida y le
hizo actuar de escalón humano para subir a su caballo, y otras dicen que fue
llevado a Persépolis y allí se le hizo beber oro fundido, se le desolló y con
su piel Sapor se hizo un trofeo. En cualquier caso, el pánico se apoderó del
imperio, pues nada parecía ahora poder detener a los persas. Éstos se sentían
muy confiados y albergaban sueños de control de todo el oriente romano, y
llegaron a saquear gran parte de Siria, Cilicia y Capadocia. A esta difícil
situación se unió que un usurpador, Iunius Quietus, se proclamara emperador en
la ciudad de Emesa (la actual Homs).
Busto del Emperador Valeriano |
Todas estas circunstancias hicieron que Palmira se
replanteara su lealtad hacia Roma. Una guerra en la zona afectaba al comercio,
que era el modo de vida de la ciudad. Además, la paz y seguridad que Roma
ofrecía eran cada vez más tenues. La ciudad estaba entonces gobernada por
Septimio Odenato (que significa “oreja pequeña”), quien haciéndose eco del
sentir de la población, envió una propuesta de alianza a Sapor. El rey persa le
contestó arrogantemente que Odenato podría considerarse afortunado de seguir
siendo un vasallo si se presentaba personalmente ante él y le llevaba presentes
para hacerse perdonar su insolencia. Odenato se enfadó mucho ante la respuesta
persa, y se embarcó en una guerra que de todos modos no podría evitar.
Atacó por sorpresa a las tropas persas que volvían del saqueo
de Antioquía, dando comienzo a las hostilidades. Pronto recuperó las
estratégicas fortalezas de Carras y Nisibis, e incluso llegó a someter al rey
persa a un breve asedio en su capital, Ctesifonte. Después, en vista de que
también tenía que elegir entre los distintos pretendientes a la púrpura
imperial, puso rumbo a Emesa y mató a Quietus, al que en su breve reinado
apenas le había dado tiempo a acuñar alguna moneda. Roma, en manos de Galieno
(hijo de Valeriano), estaba encantada con Odenato y el emperador lo nombró “vir consularis” (un título que significaba que había servido como
cónsul en las provincias, pero no había sido nombrado por el Senado como tal) y
le dio el título de “corrector totus
orientis” (supervisor de todo el este). Odenato, por su parte, se proclamó
a sí mismo “Rey de Palmira”, dejando
bien claras sus intenciones.
Dibujo de un catafracto |
El ejército de Palmira se basaba en dos formidables armas:
los arqueros y los catafractos. Los catafractos eran una caballería pesada en
la que tanto jinete como caballo iban protegidos por una fuerte armadura (los
jinetes tenían un nombre para esa armadura: clibanus,
que significa “horno”, por el calor que pasaban con ella). Galieno, concentrado
en mantener el dominio sobre el corazón del Imperio, estaba dispuesto a ceder
el control de las zonas periféricas con tal de que quién lo ejerciese lo
hiciera en nombre de Roma. Pero estaba claro que Odenato estaba desarrollando
su propio proyecto personal y no el de los romanos.
Busto de Galieno |
La viuda de Odenato
Odenato se había casado en el año 258 en segundas nupcias con
una bella y joven mujer llamada Zenobia, que por aquel entonces tenía 13 años.
Cuando Odenato murió, Zenobia actuó de regente de su hijo Vabalato, que contaba
entonces con un año de edad. Es precisamente el hecho de que el trono pasara a
Vabalato lo que alimenta las sospechas de que Zenobia estaba detrás del
asesinato de Odenato y de su hijo Herodes (fruto de un matrimonio anterior de
Odenato), pues mientras éste viviera no había posibilidad alguna de que sus
hijos subieran al trono. Una de sus primeras acciones de gobierno fue capturar
al asesino de su marido y ejecutarlo. A continuación, se dedicó a consolidarse
en el trono y embellecer Palmira, animando a cada ciudadano rico a que
encargase una estatua suya y la erigiera en la ciudad (Palmira llegó a tener
más de 200 de estas estatuas).
Boda de Odenato y Zenobia (Van Egmont) |
Zenobia, que se autoproclamaba descendiente de Cleopatra,
controlaba un imperio que se extendía desde los Montes Tauro en el norte al
Golfo de Arabia al sur, e incluía Cilicia, Mesopotamia y partes de Siria y
Arabia. De vez en cuando se presentaba ante sus tropas vestida con la armadura
de combate y se dirigía a sus soldados con voz alta y muy masculina. Sin
embargo, se trataba de la misma reina que reunió en su corte una escuela de los
filósofos neoplatónicos de moda, y que hizo de uno de ellos, Longino, su
principal consejero, junto al teólogo Pablo de Samosata (famoso por intentar
conciliar cristianismo y paganismo). Era por tanto una mujer culta e
inteligente, y por lo que parece, de gran ambición. Y ahora estaba esperando el
momento propicio para expandir sus dominios a costa de romanos y persas.
Moneda de Claudio Gótico |
Ese momento llegó pronto. El emperador Galieno murió asesinado
en el año 268, y su sucesor Claudio Gótico tuvo que dedicar todos sus esfuerzos
a combatir a los godos que amenazaban la frontera nororiental del imperio. Así
pues, con la atención romana en otra parte, Zenobia dirigió su ejército contra
la ciudad de Bostra, y posteriormente se hizo con el control de Antioquía bajo
el pretexto de que era la “ciudad ancestral” de Vabalato. Todos estas maniobras
provocaban gran recelo en Roma, que no sabía muy bien cómo tratar a una aliada
tan decidida. Pero sin duda el punto de inflexión llegó cuando Zenobia recibió
una carta de un jefe militar egipcio llamado Timágenes que le informaba de que
la presencia militar romana en el país era débil y la instaba a invadirlo. La
decisión que se presentaba ante la reina era vital, pues atacar Egipto la
pondría en guerra abierta contra Roma, pero una oportunidad así era demasiado
tentadora como para dejarla pasar.
En guerra contra Roma
Egipto no era cualquier provincia del Imperio Romano. Su
importancia estratégica era vital, pues de ella salía la mayor parte del trigo
que se consumía en Roma. Intentar conquistarla sería tanto como declarar la
guerra a los romanos, pero Zenobia creyó tener calculados todos los riesgos y
tomó la decisión de invadirla. En el año 269, un ejército palmireño de 70.000
hombres entró en Egipto. A él se unieron las tropas de Timágenes, y ambos derrotaron
fácilmente a la escasa guarnición romana del país. Gótico envió al almirante
Probo, que consiguió rechazar a las tropas de Palmira y los persiguió hasta
Gaza, pero finalmente cayó víctima de una emboscada y murió. El imperio de
Palmira alcanzaba así su máxima extensión.
Mapa del Imperio de Palmira en su máxima extensión |
En principio Zenobia trató de hacer creer a los romanos que
seguía siendo una fiel aliada suya. Se proclamó “Reina de Egipto”, pero afirmaba que lo hacía para defender los
intereses romanos; a la vez, construía unas fuertes murallas alrededor de
Palmira en previsión de la respuesta de las tropas romanas. Las monedas
acuñadas en las zonas bajo su dominio en esa época muestran al Emperador en el
reverso y a su hijo Vabalato en el anverso, tocado con la corona de laurel
romana en lugar de la típica diadema de los reyes orientales. Pero Roma ya no
se llamaba a engaño, y Zenobia fue pronto considerada como la mayor amenaza
para el Imperio. Gótico había muerto en el año 270 víctima de la peste, y su
sucesor Quintilio apenas tuvo tiempo de instalarse cuando fue depuesto por
Aureliano, uno de sus generales.
Zenobia se dirige a sus tropas (Tiépolo) |
Busto de Aureliano |
Ambos ejércitos se encontraron finalmente cerca de Antioquía,
y los romanos obtuvieron una gran victoria. Los catafractos de Palmira
sufrieron la táctica romana de ataque y huida hasta que, agotados por el calor
y el peso de sus corazas, fueron presa fácil. Aureliano evitó que los legionarios
saquearan la ciudad, y esta táctica de perdón propició que otras ciudades se
pusieran inmediatamente de su parte, como Apamea, Larissa y Aretusa. Zenobia
estaba perdiendo la guerra tanto en el plano militar como en el de la
propaganda, pues las noticias de que los romanos perdonaban las ciudades
conquistadas la estaban dejando sin apoyos. Así que se puso personalmente al
frente de su ejército y se enfrentó a los romanos cerca de la ciudad de Emesa.
Moneda con la efigie de Zenobia |
Los catafractos de Zenobia arrasaron a la caballería romana.
Sin embargo, desobedeciendo las órdenes de sus oficiales, los jinetes
desmontaron para saquear los cadáveres romanos. Fue entonces cuando entró en
acción la infantería romana, que fueron sistemáticamente rodeando y matando a
los catafractos desmontados, que agobiados por el peso de sus armaduras, apenas
podían moverse. Mención aparte merece un cuerpo especial de guerreros
palestinos al servicio de Roma, que armados de una larga maza tachonada de
clavos de hierro, literalmente convertían a los catafractos en papilla dentro
de sus armaduras. Las tropas de Palmira sufrieron una aplastante derrota y
Zenobia tuvo que huir. Esta derrota fue decisiva, pues los romanos se
apoderaron también del tesoro de la reina y con ello se evaporó cualquier posibilidad
de que los palmireños pudieran continuar una campaña tan costosa.
El fin del sueño
Zenobia se retiró con el resto de su ejército hacia Palmira.
Su única esperanza era pedir ayuda a su antiguo enemigo Sapor, en la convicción
de que unidos podrían hacer frente a los romanos. Sin embargo, los romanos se
presentaron ante las murallas de la ciudad y de los persas no había noticia
alguna. Aureliano, consciente de no poder asaltarlas, prometió respetar la vida
de los habitantes de Palmira si Zenobia se rendía, a lo que la reina contestó
que “Cleopatra prefirió morir antes que
vivir de manera diferente a una reina”. Y así quedaron las cosas por el
momento, con los romanos sin fuerzas para asaltar la ciudad y con Zenobia sin
fuerzas para intentar romper el cerco.
Plano de Palmira |
Moneda que representa a Aureliano derrotando a Palmira |
El juicio a Zenobia se celebró en Emesa, y en él la reina trató de zafarse culpando a sus consejeros de todas sus acciones.
Particularmente dura fue con Longino, que soportó todas las acusaciones con una
dignidad que avergonzó a la misma Zenobia. Aureliano, a pesar de que sus
soldados le pedían que la matara, perdonó la vida de la reina, aunque la
sometió a todo tipo de humillaciones en su regreso hacia Roma; así, por
ejemplo, fue paseada por las calles de Antioquía montada en un dromedario y
luego exhibida durante tres días en una plataforma especialmente construida
para la ocasión. Aureliano trataba de destruir el prestigio de Zenobia para
evitar que nadie pudiera volver a levantarse por su causa. En cuanto a
Vabalato, no se sabe qué suerte corrió, aunque probablemente murió en el viaje hacia Roma.
Estatua de Zenobia encadenada |
Sin embargo, la alegría no le duró mucho a Aureliano. En el
año 273, tuvo que ocuparse de un senador llamado Tétrico que se rebeló en la
Galia y trató de independizarse de Roma. Los partidarios de Zenobia en Palmira,
al ver que las tropas romanas debían dirigir su atención a otra parte,
volvieron a rebelarse bajo el mando de un pariente de la reina y mataron a la
guarnición. Aureliano, para sorpresa de muchos, aparcó el problema galo y
volvió sobre sus pasos, consiguiendo sofocar la rebelión fácilmente. Esta vez
no tuvo piedad de Palmira, y ordenó saquearla y destruir sus murallas.
Murallas interiores de Palmira |
Magnífica publicación y muy bien contada. Gracias. Ahora sé mucho más sobre la famosa Zenobia
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarMe conmovio la accion de Longino, autoculparse de todo. Magnanimo
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