El Engaño del "Dreadnought", cuando unos intelectuales trolearon a la Royal Navy

El 7 de febrero de 1910, un grupo de intelectuales británicos llevó a cabo una colosal broma a costa de la Armada británica. La acción, realizada por el llamado “Círculo de Bloomsbury” y conocida como el Engaño del Dreadnought (y también como la "farsa del Dreadnought" o el "gran timo del Dreadnought") no sólo puso en ridículo a la muy seria y clasista Marina Británica, sino que también generó enormes quebraderos de cabeza para el gobierno (ya que el incidente provocó un agrio debate parlamentario) y sembró serias dudas sobre la eficacia de la Inteligencia Naval británica. De hecho, se revisó el reglamento para hacer más estrictas las normas de seguridad a partir de entonces.

Grupo que participó en la broma
La humillación de la Armada británica fue enorme y se convirtió en el hazmerreír de todo el país. Durante años, la burla persiguió a la que hasta entonces era una de las instituciones más respetadas de toda Gran Bretaña. En una época en la que se empezaba a cuestionar la estricta moral victoriana y el rígido sistema de valores de la sociedad británica, el hecho de que el barco del que la Royal Navy se sentía más orgullosa fuese objeto de una broma de tal calibre supuso un enorme golpe de efecto. Tuvo además la consecuencia inesperada de poner de moda una expresión que ha llegado hasta nuestros días, aunque con un significado diferente al original: “Bunga, bunga”.

El bromista compulsivo

William Horace de Vere Cole era un poeta más conocido por sus bromas que por sus versos. Formaba parte del llamado Círculo de Bloomsbury, un grupo de intelectuales y artistas cuyo denominador común era el desprecio hacia la religión y el cuestionamiento de la rígida moral victoriana de la época. Entre sus miembros se encontraban el economista John M. Keynes, los escritores E. M. Foster y Virginia Stephen (más tarde conocida como Virginia Woolf), los pintores Duncan Grant y Vanessa Bell, el biógrafo Lytton Strachey, el hispanista Gerald Brennan y un largo etcétera. Todos constituían la élite intelectual y artística de la sociedad británica en esos momentos.

Horace de Vere Cole
Horace de Vere Cole había adquirido fama como bromista contumaz. Ya en su etapa universitaria en Cambridge había convencido a un grupo de amigos (Adrian Stephen, Leland Buxton, Robert Bowen y Drummer Howard) para disfrazarse del sultán de Zanzíbar y su corte. Como sea que el verdadero sultán se encontraba por entonces de visita en Londres y la caracterización fue muy buena, consiguieron que se les hiciera una visita guiada por el campus y que el Alcalde les dedicara todo tipo de agasajos y atenciones. Afortunadamente para todos no se llevó a cabo la idea original de disfrazarse de soldados alemanes y cruzar la frontera francesa simulando una invasión.

B. Russell, J. M. Keynes y L. Strachey, del Círculo de Bloomsbury
Sus chanzas iban dirigidas contra cualquiera que ostentara algún tipo de autoridad. Sus blancos preferidos solían ser los políticos y los miembros del Parlamento, aunque también solían sufrirlas hombres de negocios y oficiales del ejército. Así, por ejemplo, había hecho que apresaran a un lord acusándolo de ladrón después de esconder su billetera en uno de sus bolsillos. Una de sus bromas más conocidas tuvo lugar cuando, aprovechando su parecido físico con el Primer Ministro Ramsay MacDonald, le suplantó en una conferencia donde se dedicó a criticar duramente a su gobierno y a su propio partido (el Laborista), ante el asombro de todo el público. Lo más curioso es que años después su hermana Annie se casó con Neville Chamberlain, con lo que se convertiría en cuñado de otro Primer Ministro y líder de los Laboristas.

Objetivo: el Dreadnought

Cole planeó repetir la broma del sultán de Zanzíbar, pero esta vez el objetivo sería mucho mayor; nada menos que el buque insignia de la Royal Navy: el HMS Dreadnought. Este barco era la joya de la Marina británica desde que se botó en 1906. Muy avanzado para la época, fue el primer acorazado en desplazarse exclusivamente por turbinas de vapor y contaba con armamento pesado de calibre único, lo que constituía una importante novedad para la época. Disponía también de 5 tubos lanzatorpedos, y había batido recientemente el récord mundial de velocidad, estableciéndolo en 21 nudos. Las ventajas del calibre único estribaban en que mejoraba el control de tiro. A largas distancias, las piezas eran apuntadas observando las columnas de agua que levantaban los proyectiles al impactar contra el mar. En el caso de abrir fuego con piezas de varios calibres, no se podía discriminar el origen del disparo.

El HMS Dreadnought
La importancia de este acorazado se pone de manifiesto en que todas las Armadas se pusieron enseguida a botar barcos basándose en su diseño. De hecho, a ese tipo de barcos se les llamó genéricamente como dreadnoughts, y a los que estaban en servicio antes se les denominó pre-dreadnoughts. Este hecho nos revela que este acorazado marcó un antes y un después en la construcción de buques de guerra. No obstante, en el plazo de unos 10 años fueron rápidamente superados en tecnología, de modo que muchos fueron desguazados una vez acabada la I Guerra Mundial. En cualquier caso, en 1910 era el buque insignia de la Royal Navy, la Marina más poderosa del mundo en ese momento. Y nada menos que ese fue el objetivo de los bromistas liderados por Horace de Vere Cole.

La broma

El 7 de febrero de 1910, el grupo de bromistas se preparó a conciencia para el engaño. Los implicados eran el antedicho poeta Horace de Vere Cole, la escritora Virginia Stephen (posteriormente conocida como Virginia Woolf), el psiquiatra y escritor Adrian Stephen (hermano de Woolf), Guy Ridley, el autor y naturalista Anthony Buxton y el artista Duncan Grant (aunque ni Woolf ni Grant formaban parte del plan inicial, ya que se unieron al grupo dos días antes). A excepción de Cole (que haría el papel de un representante del Foreing Office que acompañaba al grupo) y de Adrian Stephen (que se haría pasar por un alemán llamado Herr Kauffman, supuesto intérprete de la comitiva), todos se vistieron con turbantes y chilabas, oscurecieron su piel con betún y se colocaron barbas y bigotes postizos (Woolf incluso se cortó el pelo para hacer más creíble el disfraz). El principal defecto de los disfraces era que el maquillaje se estropearía en caso de comer o beber. O de que lloviera (como finalmente pasó). Pero hay que decir que en principio daban perfectamente el pego. Así ataviados, se dispusieron a hacerse pasar por el príncipe abisinio Mussaka Alí con su corte, recién llegado al país en visita de Estado.

El grupo, preparado para partir
El grupo se presentó en la estación de Paddington, donde Cole afirmó llamarse “Herbert Cholmondeley” y pertenecer al Foreing Office. Allí solicitó que se les facilitara un tren especial para que la comitiva viajara a Weymouth, cerca de donde se hallaba fondeado el Dreadnought. Tan persuasivo debió ser que el jefe de estación les facilitó un transporte VIP para ellos solos. Nada más partir, un cómplice (cuya identidad se desconoce) envió un telegrama al Dreadnought avisando de la llegada del grupo para hacer una visita de cortesía al buque. El telegrama iba firmado por Sir Charles Hardinge, Subsecretario del Ministerio de Exteriores (quien no se enteró de ello hasta varios días más tarde).

Charles Hardinge
Cuando el tren llegó a su destino, la Marina les esperaba para rendirles honores. Se les recibió con alfombra roja, banda de música y una guardia de honor a la que la comitiva pasó revista. Un coche les esperaba para llevarles a puerto, donde fueron recibidos nada menos que por el comandante de la flota, el almirante Sir William May. Se tocó el himno de Abisinia, pero como no pudieron encontrar una bandera de ese país, se izó la de Zanzíbar. Una vez realizados los honores, fueron conducidos al barco. Mientras la comitiva lo inspeccionaba, hablaban entre ellos en un idioma inventado que mezclaban con citas de Homero y Virgilio en griego y latín. Y mientras tanto, una frase se repetía con frecuencia cuando los “príncipes” querían expresar admiración o sorpresa: “Bunga, bunga”.

Virginia Woolf en 1910
En el transcurso de la visita comenzó a caer una ligera lluvia, lo que provocó que el maquillaje empezara a correrse. Además, a Buxton se le despegó el bigote postizo tras estornudar, aunque pudo recomponerlo sin que nadie se diera cuenta. Increíblemente, nadie parecía percatarse de la farsa. Cole convenció al almirante de que la visita continuara en el interior del barco. Tras otros cuantos “Bunga, bunga”, los “príncipes” hicieron la petición de unas alfombras para rezar en dirección a La Meca e impusieron falsas condecoraciones a algunos miembros de la tripulación. Después de 40 minutos de chanza, la comitiva abandonó el buque al son del “God save the Queen” y tomó un tren de regreso a Londres. Para redondear la faena, Cole pidió a uno de los responsables del tren que se sirviera el almuerzo a los “príncipes”, aunque eso sí, los camareros sólo podrían llevar guantes blancos.

Las consecuencias

Al día siguiente, Horace de Vere Cole contactó con el Daily Mirror y les envió un pormenorizado relato de todo lo ocurrido, incluida una fotografía del grupo. Al cabo de pocos días, casi todos los diarios británicos se hicieron eco de la historia. La Royal Navy se convirtió en el hazmerreír de toda la nación y el gobierno sufrió un duro acoso parlamentario por parte de la oposición. La Marina solicitó el arresto de Cole y los demás partícipes de la broma; sin embargo, el único delito que se había cometido fue la falsificación de la firma del subsecretario del Foreing Office, cosa que no fue realizada por ninguno de ellos sino por otro miembro del grupo cuya identidad nunca se facilitó.

Portada del Daily Mirror
No todos los componentes de la Marina se lo tomaron de la misma manera. Hubo quienes vieron el asunto con sentido del humor (entre los que se contaban los oficiales del HMS Hawke, rivales del Dreadnought) y quienes se indignaron profundamente por el ridículo que habían sufrido. Entre estos últimos, había un grupo que se presentó en casa de Cole y otros miembros del grupo dispuestos a azotarlos con sus fustas reglamentarias (se dice que Cole les espetó “¿Y por qué no os fustigáis a vosotros?, os hemos engañado y os lo merecéis”). Para rebajar la tensión, se sugirió a los culpables que acudieran al Almirantazgo a presentar disculpas. Uno de ellos accedió a hacerlo, pero cuando se presentó allí, se negaron a recibirle.

John Arbuthnot Fisher, Primer Lord del Almirantazgo
La expresión “Bunga, bunga” se hizo extremadamente popular. Llegaron a componerse canciones sobre ella y la gente se lo gritaba satíricamente a los marineros en la calle. Curiosamente, el Dreadnought protagonizó en 1915 una única acción en la I Guerra Mundial, cuando embistió al submarino alemán SM U-29 y logró hundirlo (fue la única vez en la Historia que se produjo un hecho similar). El comandante recibió muchos telegramas de felicitación por el hecho, pero uno de ellos llamaba poderosamente la atención; su texto sólo decía dos palabras: “BUNGA, BUNGA” y se ignora quién lo envió. En 1924, tiempo después de que el Dreadnought hubiera dejado de existir (fue desguazado y vendido como chatarra en 1921), el príncipe de Etiopía (el auténtico) Haile Selassie I visitó Gran Bretaña. Su asombro debió ser enorme cuando veía a grupos de niños que le seguían y gritaban “Bunga, bunga” a su paso. Además, debió sentirse sorprendido cuando solicitó visitar las instalaciones de la Royal Navy y su petición fue amable pero firmemente rechazada por el Almirantazgo (quizá temiendo que la prensa recordara el incidente y pusiera de nuevo en ridículo a la Armada).

Viñeta del Daily Mail
Horace de Vere Cole murió en París en 1936. A pesar de haber heredado una inmensa fortuna, falleció en la más absoluta pobreza. En todos esos años no dejó de ser un incansable bromista. Por ejemplo, durante su luna de miel en Venecia en 1919, viajó a la parte continental de la ciudad para comprar un montón de estiércol de caballo y, al amparo de la oscuridad, lo roció alrededor de la mismísima plaza de San Marcos. Asimismo, se sospecha que fue el responsable del inmenso fraude del “Hombre de Piltdown”, unos supuestos restos homínidos pertenecientes al “eslabón perdido” (este fraude tuvo tanto éxito que no se reveló falso hasta 1953, 17 años después de su muerte). Tal y como dijo Quevedo, genio y figura hasta la sepultura. O incluso hasta después.
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